jueves, 26 de febrero de 2015

Brave strange world

Well there was this girl
we dated sometimes
she didn't like the movie I chose
I already hated hers from the beggining
it wasn't such a bad movie but
 I just felt like it was
and to make things worse I'm not sure
if we liked each other enough
probably not 'cause we didn't date anymore
but we liked the coffee at Nero's
and we never kissed 
and that's a good thing 
so I think we were just doing
things for not getting bored
I used to be bored all the time
I got bored from reading the same stuff
again and again instead of
reading new stuff because it was
more complicated than I thought
and I didn't want to have to think anymore
thinking is such a terrible hobby
I just couldn't stop so I had
strange thoughts in my mind
There never was this girl I dated
but there was this girl I liked
which I still do
and I pictured her every night
naked in my bed but
it never lasted for two minutes
but imagining her with others
that lasts forever, still now
it will last even if I kill every male on Earth
which I definitely intend to do
just before myself
and I say this because you will never reach here
at this point I've bored you too much
that was always my plan
since I'm no good to make it better
I'm not Jude
no one wrote beatiful songs for me
and if they had I would have told them
not to do it again
I'm not the kind who likes things
things are boring
I used to like heavy metal
never too much but it was fun
I liked other bands even more
but the thing with metal is that
you can disturb people
who doesn't understand
who doesn't care
who are afraid of it
so they can tag you 
because otherwise they won't be able
and they are lost if they don't tag people
so it was a game
everything was a game but never won
I've never win anything but
stupid contests against children
about writing stupid things
as good as I could
and it was far better than them
but no good at all
even now after one thousand pages written
there's nothing good on them
good things are to work and drive
and having a house and a wife
and visiting familiars
and going to gym and meeting partners
and discussing the weather and TV
and having the same conversations
over and over again
when people waits for you to end
so they can answer anything not related
and call it 'conversation' and finish
and put it into a file 
and wait for someone to evaluate
such an enormous achievement
I had this thing for serial killers
probably due to some movies
I liked Dahmer, he ate people
because he felt alone
he became a mass-media hero
because he was a handsome man
so intellligent and calm
I wonder how would it be
to be handsome and speak calmly
no doubt it would be fantastic
then I read about Chikatillo
the russian pedophile
and I quit liking serial killers
and not sleeping for a month
and buying russian food
it was crap anyways
hey listen to this the other week I
ran into this polish shop
(polish as in 'people from Polland')
and not knowing what to buy
got my hands on the freezer
and grabbed first thing I found
after paying and leaving I checked
it was a frozen package
2 kg. of chicken hearts
they taste horrible
so i cooked them with rice 
previously adding onion
pepper and garlic and oil
everything well cooked
and it's not that bad
so after that I can keep
writing bad stuff
listening to old stuff 
reading boring stuff
all trought the night
because these are things I can understand
I've never understand anything useful
not in school
neither in college
of course not in any job 
not often while sex
except just once when everything came perfect
I like to think the others were OK
fortunately I'm afraid to ask
and the best is yet to come
and probably never happening
because picturing her with others
is becoming a fantasy
so painful and real
that I never want to ask
so I'll leave her be
and forty years from now 
if both are alive 
meh, no, not even then
don't want to waste too much space
and time
everything is a waste of time
congratulations if you've reached here
there's no prize
if you want a kiss I'm here
if you want a decent fuck I'm here
if you want to listen to music
while we drink and eat jellys
or if you just want to talk
I'll be here because there's no other way
no escape from here
that's why I hate first floors

miércoles, 25 de febrero de 2015

La banda de Caronte

Había una ristra de pollas colgando de lado a lado de la pared, ondeando en el aire. La habitación, desde luego, no mejoraba con el adorno, que además estaba llenando el suelo de gotas de sangre y semen. Habíamos dejado los testículos porque era más fácil meter el cable a través de cada uno. Así, además, las pollas se balanceaban cada vez que uno de nosotros tocaba el cable. El hombre sentado en la mesa del despacho se agitaba horrorizado cada vez que algo goteaba de la polla que colgaba sobre su cabeza. No podíamos culparle. 
- Bueno, señor Higgins. - Dije. - Esto es lo que queda de sus lugartenientes. De todos ellos. Uh... - Dudé y miré atrás. - ¿Es así, Tom?
- No del todo. - Respondió Tom, que se estaba quitando los restos de comida de los dientes con su cuchillo de trabajo. - Hemos guardado las cabezas para otra cosa. 
- Los brazos y las piernas las tiene la perrera municipal. - Añadió Phemus. Lo llamábamos así por el cíclope Polifemo, ya que era grandote, tuerto y feo como un pecado. Nuestro hombre fuerte del grupo.
- Y los torsos los hemos puesto en los escaparates de las tiendas de ropa de la calle Oxford. - Concluyó Johnny. Era el benjamín de la banda, pero a sus diecisiete hacía algunas cosas que ninguno nos habíamos planteado nunca.
- Gracias, chicos. 
Miré a Higgins antes de continuar. Todavía no le habíamos hecho nada (físicamente) y ya se había ensuciado encima. Gimoteaba patéticamente para un hombre de su edad. Una espesa gota de sangre le goteó justamente entonces, acertando en el centro de la calva. Solté una carcajada.
- ¡Diana!
Los chicos rieron hoscamente. Eran tipos duros y no les gustaba mucho mostrar sus emociones en público. Al menos, no cuando ese público aun estuviese vivo al cien por cien. Y Higgins lo estaba, oh sí. Iba a estarlo por mucho más tiempo del que le gustaría.
- Bueno, señor. - Empecé otra vez. - No quiero insultar a su inteligencia. Su negocio de porno adolescente se termina hoy mismo. - Señalé las pollas. - Si no quiere acabar como sus colaboradores, díganos donde está el dinero. Somos la banda de Caronte y sabemos como llevarle al infierno. Es más, podemos traerlo aquí.
Higgins lloraba y no decía nada.
- Déjame a mí, Caronte. - Gruñó Phemus. Tenía su bastón de empuñadora de oro y movía compulsivamente las manos a lo largo del mismo, como si tratase de masturbarlo. Probablemente lo hacía. 
- Relájate, Phemus, - Le dijo Tom. Ahora usaba el cuchillo para quitarse la suciedad de las uñas . - Si te lo dejamos a ti, nos quedamos sin nada.
-  Es cierto, Phemus. - Dije. - Lo quiero vivo. Vivo. ¿Entiendes?
Phemus gruñó y se abalanzó sobre Higgins.
Les dí un encargo a Tom y Johnny, que abandonaron la estancia, y me apoyé en la pared a mirar el espectáculo. Después de desfigurar al viejo a bastonazos, Phemus le obligó a hacerle una felación. Y no se trataba de un asunto de poca monta. Al cabo de un rato, el cíclope lanzó un alarido mientras eyaculaba violenta y profusamente en la garganta de Higgins. Lo dejó libre de un violento empujón, no sin antes pegarle con la polla en lo que quedaba de la cara, y el hijo de puta que se había hecho rico filmando porno de colegialas se desplomó en la silla.
- ¡Vivo, Phemus! - Grité a su espalda. El gigantón se dio la vuelta jadeando, con el grotesco miembro colgando enrojecido. Tenía la entrepierna manchada de sangre de Higgins. Se lo guardó y se subió la cremallera. El bulto, aun cubierto, palpitaba como un corazón henchido de amor. Phemus lloraba por su único ojo.
- Quiero que nos quedemos aquí. - Susurró. - Me he enamorado. 
Meneé la cabeza, decepcionado. - Siempre pasa lo mismo. - Dije.

Las cabezas cortadas las usábamos como alivio cómico que frotar contra la entrepierna de las actrices cuando nos cansábamos de hacerlo nosotros. Tom las conservaba en hielo, de forma que no se estropeaban y el frío contacto de los dientes en los sexos estremecía a las chicas. Después del primer día, cuando comprendieron como iba a ser, se reían. Lo aceptaron de buen grado. Al haberlas liberado del cautiverio obligado de rodar porno las 24 horas, de ser violadas y humilladas por Higgins y su colección de efebos que Tom había despedazado alegremente, las chicas estaban todo el día riendo. La mansión nos había acogido y el amor florecía en el infierno. Porque eso es lo que era y lo que sería siempre. Si no, unos tipos como nosotros jamás hubiéramos terminado allí, a las afueras de Londres, en un rincón tan oscuro al que ni siquiera Nabokov se habría aventurado a ir por muchos sexos de Dolores que saborear. Si le dejaban. A nosotros nos dejaban.

Antes de comprometerse en segundas nupcias y contra su voluntad con nuestro querido cíclope, Higgins tenía un romance más o menos consentido con la más exhuberante de las chicas, Dafne, de unos diecinueve años. Se trataba de una rubia voluptuosa de labios carnosos que se paseaba por la mansión completamente desnuda a excepción de unos tacones afilados que, sospecho, eran parte importante de las fantasías de su esposo. Lo de pasearse desnuda, según me confesó la primera vez que hablamos, empezó como una imposición de Higgins, pero se habituó y lo hacía por pura iniciativa. El resto de chicas estaban retenidas contra su voluntad y vestían harapos cuando no estaban trabajando, así que Dafne elegía la desnudez como muestra de voluntad. Todos salían ganando. La noticia de que su esposo había contraído matrimonio con Phemus la llenó de gozo, ya que lo odiaba secretamente, así que exhibirse ante lo que quedaba de él mientras nuestro cíclope lo reducía aun más se convirtió en su principal afición. Habiendo establecido la sede de operaciones de nuestra banda en la mansión, empecé a pasar mucho tiempo con ella. Tom tenía mucho trabajo con su cuchillo y los clientes despistados que seguían llegando en busca de azúcar, así que no representaba un obstáculo. Johnny sí lo era. Además de joven, era razonablemente atractivo y muy hábil con cualquier cosa que se propusiese. Comencé a verlo como un posible rival, así que lo envié a la ciudad como nuestro hombre de confianza, a resolver los encargos que se nos ofrecían. Él podía con ello. Además, necesitábamos beneficios rápidos, ya que de la mansión sólo sacábamos amor y la despensa se estaba acabando.

Dafne me comía la boca como si estuviese naufragando en el mar y mi lengua fuese una cuerda colgando del cielo que la salvase. Me costaba respirar, así que dejé de esforzarme en el beso y dejé que lo hiciese todo ella. Me metió la mano por dentro del pantalón y la abracé con fuerza. Su descomunal culo se agitaba desnudo ante el ojo derecho de Higgins. Phemus le había sacado el izquierdo porque, supongo, se sentía solo o formaba parte de un extraño fetichismo del que no quise saber nada. También lo era tirarme a Dafne delante del viejo. Fue idea de la chica, en principio, y yo me mostré de acuerdo. A Phemus no le importaba, que había hecho del despacho su vivienda y hacía semanas que no se vestía ni lavaba. El viejo estaba sentado, también desnudo, sobre la enorme cintura del cíclope. No emitía ningún sonido, ni tampoco solía moverse. No quise preguntar, pero dudo que pudiera. Nadie había descolgado las pollas que colgaban del techo, más que podridas. Éramos una panda de locos... 
Cogí el culo de Dafne con fuerza mientras ella me guiaba a su interior. Como cada día. Cada pocas horas. Nunca se acababa hasta que se acabó.

El cartero trajo el pie derecho de Johnny envuelto en algodón dentro de una caja envuelta en papel de regalo. La respuesta de Tom, que fue el que abrió la puerta, fue abrir las tripas del pobre hombre en el rellano. Dudo que limpiase el cuchillo antes de su rutina de limpieza diaria. Últimamente no hablaba mucho con Phemus pese a todo el tiempo que compartíamos, así que tomé al descuartizador como mano derecha, no literalmente, y condujimos hasta Londres. Dejé a Dafne en la mansión porque no quería que corriese ningún peligro y, sobre todo, porque me había enamorado de ella y no quería verla vestida nunca más. Las chicas que ocasionalmente se nos unían en nuestro ritual serían ahora las privilegiadas de su boca.

Los torsos de los efebos de los que se ocupó Tom habían estado en los escaparates de las tiendas de ropa más caras de la calle más concurrida de Londres, como había dicho. Una de las bandas rivales se había ofendido, y ahora Johnny estaba cojo. Nos citamos a medianoche en el Soho. Allí nos plantamos los dos, yo empuñando una Thompson y Tom se bastaba con su cuchillo. Era rápido como el rayo. En un segundo os había follado tres veces, no necesariamente de forma sexual. El barrio asiático, tan sólo iluminado por las luces de colores, siempre me había parecido siniestro. Encontrarnos allí con la banda del Dragón era un suicidio, pero la banda de Caronte remábamos en el infierno y siempre llegábamos a puerto. Me hubiera gustado poder decir alguna vez: "No te preocupes, chico. Somos la banda de Caronte y nunca te dejaremos solo." Pero no éramos ese tipo de gente. Por desgracia para Johnny, cuando le vimos crucificado en un poste de luz, con el muñón de la pierna aun sangrante, amordazado y llorando, no éramos ese tipo de gente. La banda del Dragón eran decenas de chinos que nos acorralaron. Estaban en todas partes. En la acera, enfrente, detrás, en los flancos, dentro de los edificios apuntándonos con pistolas. Incluso en los tejados, con espadas y nunchakus, Jodidos chinos.
- ¿Qué queréis por dejar al chico con vida? - Pregunté. Hablar con centenares de ojos rasgados acechándote entre sombras es francamente difícil. Podía matar a veinte con una ráfaga de Tommy, y mi buen carnicero Tom podía liberar a Johnny y cargarlo al hombro mientras apuñala a unos cuantos amarillos. No sería la primera vez. Pero teníamos que salir vivos.
- Queremos la mansión, el dinero y a las chicas. - Dijo Li Tie, el capo o al menos uno de los jefes que estaba por allí.
Tom y yo nos miramos.
- Hecho. - Dije. - Os esperamos al amanecer allí. 
Tom caminó en silencio hasta Johnny, Todos los chinos locos por ver sangre lo miraban en silencio. 
- Lo siento, Tommy. - Gemí lastimeramente. Acribillé a mis dos amigos y el sonido fue una obra maestra atemporal. Cuando cayeron muertos, Li Tie se cebó a darles patadas. Dejé caer la Thompson al suelo. 
- No has vaciado el cargador. - Dijo el jefe, sin mirarme. - Tengo mucha morralla en la banda. Siéntete libre.
Me agaché tranquilamente, recogí la ametralladora y disparé contra unos cuantos, los que tenía más cerca. Cayeron diez. Todos los restantes me apuntaron con sus armas. Ahora sí dejé caer la mía.
- Dejadle ir. - Dijo Li Tie. - Se estaba comiendo a Johnny por el muñón de la pierna. 
- En realidad... - Dije. - Hay una cosa que me gustaría pedir.

Seis de la mañana en la mansión.
Dafne se me enroscaba encima de la mesa de Higgins. Él ya no estaba allí, porque Phemus y las chicas estaban librando una batalla campal contra cien jodidos chinos armados hasta los dientes en el jardín. Y no sabría decir quién iba ganando. Bueno, aparte de Dafne, que me follaba como si se fuera a acabar el mundo. Yo estaba desnudo, completamente, como calculaba iba a estar a partir de ahora. La tatuadora personal de Li Tie me había escrito el poema "GoRoHo (Cinco Picos Antiguos)" del poeta Li Bai. Tenía los caracteres entintados por todo mi cuerpo, así como el tatuaje de un dragón que me surcaba desde la espalda por el torso y finalizando en la polla. Y ese dragón no quería salir nunca de Dafne, así que seguimos follando en aquella mesa mientras la tatuadora daba los últimos retoques a las garras y las escamas y Li Tie nos miraba mientras se comía los restos de Johnny. Vivíamos en un mundo jodidamente loco.



sábado, 21 de febrero de 2015

Al final de la calle


         El sol en nuestro territorio y la luna en el de los demás.
Aquellos días despertaba del sueño con esas palabras en la cabeza y me iba a clase sin dejar de pensar en ello. Martilleaban mi cerebro todo el día, así que lo pasé bastante mal aquel final de curso. Era el último año de instituto. El director me dijo que me harían repetir si no aprobaba los exámenes de recuperación, como a mi hermano mayor. Se regodeaba. No era casualidad.
            Mi hermano eligió llamarse Dean y todos lo respetamos. Decidió también abrazar el espíritu de la época y ausentarse de las clases con su pandilla para fumar en el parque de la iglesia, un pequeño reducto de baldosas rosáceas y gradas de cemento al pie del enorme montículo desde el que la escuela dominaba todo el pueblo. Desde el parque, los rebeldes de pelo largo y chupas de cuero que fumaban en torno a una hoguera le plantaban cara al director, a su estricto reinado de tiranía. Se miraban desafiantes desde los puestos estratégicos. Era una lucha de egos a punto de estallar.
            Aunque Dean ya no estaba cuando yo era aun muy pequeño, me acuerdo de él. Era toda una leyenda en el pueblo. No me faltaron fotos suyas en las que verme reflejado a medida que iba creciendo. Todos decían que era su viva imagen, así que supongo que lo de usar sus viejas camisetas y tejanos que aun guardábamos en casa era algo que tenía que pasar. Así como el pelo largo. No había cumplido dieciséis años y casi me llegaba a los hombros. El paso culminante era vestir su preciada chaqueta de cuero, la mayor reliquia de todas. Pero no me veía a la altura.
            En aquellos días de junio cercanos al final de curso, ya acostumbraba a firmar mis exámenes como Dean. Mi nombre ya no importaba, si con ello conseguía irritar a los profesores y al director. Ellos veían en mí al rebelde que los desquició diez años atrás, al que sacudió sus principios de orden y sumisión del alumnado. Mi intención era tirar de ese cable y crear el mayor alboroto posible. No iba a ser fácil. Mi hermano tuvo a su pandilla y el resto de estudiantes se sumó enseguida, pero a Dean le sobraba el carisma. Yo ya no hablaba con nadie, ni siquiera con los profesores que me reprendían. Tenía la cabeza más cerca del sueño que de la realidad.
            Fui convocado al despacho del director por entonces. Me abroncó. Me recordó que no sería nada en la vida y que mi futuro se iba por la borda igual que se fue el de mi hermano. Si yo fuese Dean, le habría contestado de todo y habrían tenido que sacarme de allí entre diez. Pero no lo era. Al menos conseguí darle la espalda y abandonar el despacho sin dejarle terminar. Una pequeña victoria.
            Como todas las tardes al salir de clase, me fui al parque de la iglesia a fumar. Había sido un sitio muy bonito hace tiempo. Ahora sólo quedaba un cráter gigante en el lugar que ocupaba el empedrado, los bancos y gran parte de las gradas. Ya ninguna pandilla iba allí. En el cráter se acumulaba el agua de lluvia. Podía ver mi reflejo allí. Veía a mi hermano, no del todo, pero casi. Cada vez más parecido. Me senté en el borde. Sabía que no tendría que esperar mucho más para ver a Dean del todo. Solía aparecer por mis sueños, y hablábamos. Podía decidir entre ir a casa a estudiar heroicamente y aprobar el examen – no iba a suceder – o vagabundear hasta el anochecer. Simplemente pasé el resto de la tarde sentado en el cráter. Como siempre. Advertí al ángel negro posado en lo alto de la iglesia, observándome. Ya llevaba muchos días haciendo aparición, así que no me asustaba más. Simplemente acepté los malos augurios.

            El sol en nuestro territorio.
            Sé que estoy soñando cuando estoy en el parque con Dean y sus amigos, y todo es felicidad. No tengo el pelo tan largo como él, porque soy más pequeño. Todos me miran, altos como árboles. Me intimidan, pero no tardan en sonreír e invitarme a sentarme con ellos alrededor de la hoguera. El fuego es inmenso, como si el Sol hubiese aterrizado allí sólo para nosotros. La bola de luz, incrustada como un meteorito, ya no está en el cielo. Tampoco está la Luna, que también ha explotado y ahora todo el pueblo está recubierto de un brillante polvo lunar que reluce en la noche. Allí arriba sólo quedan las estrellas que nos imploran que, por favor, no les arrebatemos nada más. Dean les guiña el ojo. Lo promete.
            Alguien pone música en un radiocasette y danzamos como indios. No me dejan beber ni fumar, pero ellos no se cortan. Son tan felices. Parecen los dueños del universo. Nuestro territorio es tan solo un parque, pero es inmenso. La escuela, a nuestra espalda, gigante como una roca, brilla recubierta de polvo lunar. El pueblo es el resto del mundo y no existe nada más, por lo que sí, somos los amos de todo. Se puede palpar la euforia.
            Dean y yo estamos en las gradas, contemplándolos a todos en torno al Sol. Cómo ha sido posible atraerlo hasta aquí, sólo él lo sabe. Pero no es ningún misterio cuando lo miras. La determinación de mi hermano es superior a todo. Es en estos sueños en los que puedo entender la valía de entes así. La rabia y el poder de la adolescencia es oro puro. El pelo hasta los hombros, los ojos sin dejar de buscar y sentir ese rock & roll & roll & roll…
            Le digo que mañana es mi examen final. Él sonríe y me revuelve el pelo, dándome ánimos. Es más de lo que nadie ha hecho por mí cuando estoy despierto. Me llama por mi nombre y me da las respuestas del examen. “Pero”, dice, “no te obsesiones si suspendes.” Yo sacudo la cabeza mientras intento memorizar lo escrito. Es imposible que lo recuerde por la mañana. “Tranquilo, hermanito”, sigue Dean. Tiene una voz fuerte y cálida. “Tienes que aguantar un poco más. Entonces yo le plantaré cara a ese director. Te dejará en paz para siempre y podrás estar aquí con nosotros.” Extiende la mano, señalando el parque y más allá, todo el pueblo bañado en polvo lunar. Hay una parte hacia la que no señala. Es donde la calle se termina y no se alcanza a ver a dónde lleva. El ángel negro está posado en la farola que alumbra tibiamente el camino. Ni siquiera mi hermano quiere mirar en esa dirección.
            Sé que va a sonar el despertador y le agarro fuerte la mano. Arañamos unos segundos. Dean sonríe y me da su chaqueta de cuero. “Llévala mañana. Te dará suerte.”
            He comprendido.
            La luna en el de los demás.

            Aquella mañana, por fin, vestí la chaqueta de cuero. Antes de subir hacia la escuela, me detuve en el parque. Sentado al borde del cráter, mirando mi reflejo en el agua, por fin veía a mi hermano y no a mí. Me guiñó un ojo. No me acordaba de ninguna de las respuestas, pero estaba tranquilo. Apenas sabía de qué iban las asignaturas a las que me presentaba. Eran tiempos duros.
            Miré el sol en el cielo. Quizá fuera hora de bajarlo aquí de nuevo. La luna sólo llevaba unas pocas horas escondida, pero pensé lo mismo. Nuestro territorio clamaba de nuevo por la independencia y los sacrificios de los astros eran necesarios. Y quizá no fuesen suficientes.
            Encaré la ascensión hasta la escuela con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Las marcas de cigarrillos eran heridas de guerra de mi hermano que yo llevaba orgulloso. Encendí uno de los últimos que me quedaban.

            En la casilla del nombre escribí “Dean”, como siempre. Del resto de preguntas no tenía ni idea, así que encendí otro cigarrillo y me dediqué a agujerear la hoja de examen. No había nadie más en el aula aparte del director, ya que todos los demás alumnos eran más listos que yo y habían aprobado a la primera para largarse de allí cuanto antes.
            El director me miraba enfurecido. Me quitó la hoja y la apagó.
-          Te acabas de cargar tu futuro. – Dijo. - ¿Es que piensas quedarte aquí toda la vida?
-          No me importa. – Respondí. Era la última vez que lo iba a ver, de todos modos.
-          No lo entiendo. Tú no eras como tu hermano. Tú tenías talento de sobra para salir de este pueblo y no volver. – Se le veía incluso entristecido. - ¿No quieres ver mundo? ¿Sabes acaso todo lo que te estás perdiendo? Estudiar algo que te guste, amigos, chicas, un trabajo interesante, los viajes, los conciertos… ¡Incluso un tabaco decente, y no eso que fumas!
-          No me importa. – Repetí. – Sólo quiero honrar a Dean. Comparado con eso, todo lo que usted llama vida no me provoca el menor interés.
-          Eres tonto, chico. – Dijo. – Tu hermano y sus amigos no eran más que unos vagos que hicieron algo terrible. Este pueblo ha trabajado mucho para reparar todo el daño, y no puedo permitir que vuelvas a estropearlo.
-          Tendremos que seguir luchando, entonces – Murmuré. – No queda otra alternativa.
El director sacudió la cabeza.
-          ¿Es que no has aprendido nada de las clases de Historia? ¿Por qué quieres seguir luchando por un territorio que es más pequeño que una mota de polvo?
-          No lo sé. Todos luchamos por lo mismo por lo que luchaban los que estaban antes que nosotros. – Medité. – Nos ponemos del lado que nos toca, eso es todo. No pierda el tiempo buscando una razón. No se puede responder como se responde un examen de mierda.
Abandoné el aula y al director para siempre.

El sol en nuestro territorio.
Me sonreí a mí mismo en el agua. Dean me devolvió la mirada, orgulloso. Sabía que había recordado las respuestas. Y ahora que me había convertido en su viva imagen, él era libre de volver al mundo real y ocupar mi lugar. Porque siempre había sido su lugar, porque se fue demasiado pronto. Yo sólo mantuve caliente el hueco.
Extendí la mano hacia el reflejo, que hizo lo mismo. Juntamos los dedos. Metí el brazo lentamente en el agua y agarré el brazo de Dean. Tiré hasta sacarlo. Estaba inconsciente y mojado, así que lo dejé reposando en el borde del cráter y lo cubrí con la chaqueta, que volvía a ser suya. El sol se encargaría de secarlo hasta que le tocase el turno de caer a tierra.
Un tribunal silencioso e invisible me vitoreó en el parque. Había cumplido mi misión y ya era libre. Besé la fría mejilla de mi hermano y dirigí una última mirada alrededor. Nuestro territorio. Algo que reclamar, por lo que luchar, por lo que sacrificarse. Todo valía la pena.
Yo no había soñado nunca con tener una vida fuera de allí. No valía para ello, por mucho que dijera el director. Ahora, por fin, Dean se encargaría de él. Caminé despacio hacia el final de la calle, dónde el ángel negro me esperaba pacientemente. Siempre lo había hecho, porque mi destino era juntarme con él una vez hubiese terminado lo que se me había encomendado. Pronto todo volvería a estar bañado en polvo lunar y los rebeldes bailarían de nuevo en torno al Sol. Yo no iba a verlo, pero haber contribuido a ello me hizo sentir vivo por primera vez. El último cigarrillo, encendido, fue la primera luz que vio el nuevo mundo que acababa de nacer y la última que vi antes de abandonarlo. Rebeldía, territorio y rock & roll. Así de simple había sido mi existencia, pero al fin servía de algo. El ángel negro se mostró de acuerdo.

            Y la luna en el de los demás.


Don't be like the one who made me so old
Don't be like the one who left behind his name 
'Cause they're waiting for you like I waited for mine 
And nobody ever came...

Jeff Buckley - "Dream brother"



Tota la vida estarem esperant 

preparats perquè no vingui res 
Hi ha estrelles que mai s´apaguen 
   t´espero al final del carrer...

Sau - "Al final del carrer"


Existe una version primeriza de esta historia que escribí en 2007, cuando estaba enamorado de otra. Me ha estado dando vueltas en la cabeza desde entonces, y finalmente ha quedado así. Los dos primeros capítulos de esa versión se pueden leer aquí y aquí

Sí, por entonces todavía era joven.

domingo, 15 de febrero de 2015

Los Elegidos (III)

Esta es una historia dividida en capítulos. No olvides leer los anteriores para no perderte:

Artículo nº4: “El Conde y la sirena”, publicado el 8/9/2011

            Un hombre que se precie debe mantenerse firme hasta el final, sin doblarse, sin fenecer; ante las inclemencias, las derrotas, las tragedias. Debe afianzar bien su posición en la tierra como el héroe que desafía a los dioses y resiste sus embestidas una y otra vez. El rayo de Zeus, el martillo de Odín. La huella que deja el hombre sobre el mundo es la muestra de su existencia, y nada tiene mayor valor. Aunque le expulsen de su hogar y le arrebaten lo que era suyo, a pesar de las vejaciones, las humillaciones, el ensañamiento. Aunque tenga que irse lejos, muy lejos, alejado de toda civilización y de todos aquellos que un día le trataron con calidez, para surcar mares lejanos donde naufragar cada noche. Y aun en la distancia no dejar de buscar la estrella que un día le muestre el camino de regreso a casa.
            Isaías Dorian interpreta el rol de ese hombre a la perfección. Su tragedia homérica aún arrecia en España con el nombre de avalancha mediática protagonizada por dos iconos de nuestra cultura popular que se han convertido en héroes para los jóvenes que se manifiestan contra el gobierno en nuestras plazas, luchando por su futuro. La huida de Dorian se ha tornado vampiresca, pues su residencia actual consiste en nada menos que un castillo en los mismísimos Cárpatos occidentales. El escritor – o Conde Dorian, como se le conoce ahora en lugares oscuros de la red – habita esta morada desde finales de 2009, y ya conoce lo que es pasar el crudo invierno al noroeste de Rumanía. La ciudad más cercana al castillo no es otra que Cluj-Napoca, la capital histórica de la región de Transilvania, separada por tres horas de coche o día y medio en carromato tirado por caballos. La sola posibilidad de hacer el viaje hasta el castillo de la misma forma en la que lo hizo Jonathan Harker en la novela de Stoker tomó la forma de un dedo gélido acariciando las espaldas de todo el equipo de redacción. Un servidor se ha pasado semanas tratando de contactar con Isaías, viejo conocido, para una entrevista que se promete apasionante. Ha sido toda una odisea. Finalmente, un servidor y su fotógrafa habitual de reportajes viajaron a Bucarest y de ahí transitaron los más de cuatrocientos kilómetros hasta Cluj por carreteras secundarias. Incluso sin la entrevista, las fotos del viaje por Rumanía ya valdrían para un número entero.
            Dorian ha querido citarse para comer en una conocida taberna del centro, así que antes de la cita aprovechamos la mañana paseando por la ciudad. Sus impresionantes iglesias y galerías de arte servirán para calmar la inquietud cultural del viajero más experimentado.
            A la hora señalada, nos lleva un buen rato encontrar al Conde en la taberna. Tras observar nuestras caras de preocupación, el posadero nos hace un gesto, indicando las escaleras que llevan al segundo piso. En la mesa de un oscuro rincón nos aguarda un hombre que ha conocido tiempos mejores. Isaías luce ojeroso, con larga barba, muy delgado y vistiendo enteramente de negro. No ha desarrollado colmillos aún, que sepamos, y se muestra algo cohibido al principio pero no tarda en soltarse, especialmente cuando nos es servida la comida. La ciorbă de carne y generosas raciones de sarmale nos ayudan a entrar en calor y todos los ánimos sentados a la mesa se reconfortan. Regamos la entrevista con una botella de Tuica casera, bebida de alta graduación que procuramos dosificar para no emborracharnos antes de finalizar el trabajo. Todas las caras recobran su color, incluso la del Conde.

La primera pregunta puede parecer obvia, pero es necesaria: ¿Qué tal te encuentras, Isaías?

No estoy mal, tío. No estoy mal. Tengo un castillo.

¿Siempre habías querido tener uno? En tu novela de 1999 “El caballero y la muerte” ya había un personaje que vivía en un castillo.

Sí, supongo que era una de estas cosas del subconsciente. Quiero decir, ¿quién no ha soñado nunca con vivir en un castillo en los Cárpatos, como el conde Drácula? Yo, por suerte, he podido hacerlo realidad.

¿Cómo se mantiene un castillo? ¿Pertenecía a alguien?

Oh, no es uno de esos castillos grandes y espectaculares. Es una pequeña residencia en la montaña, nada más. Pertenece a mi familia, los Dorian.

¡No me digas!

Sí, sí. El linaje es muy antiguo, pero nuestra rama siempre ha estado bastante apartada de la principal. El caso es que los dueños actuales, que son una especie de primos lejanísimos míos, apenas usan el castillo y yo me ofrecí a mantenerlo por un tiempo. Más contento no puedo estar. Y, bueno, tampoco cuesta tanto de mantener, porque por dentro ya estaba en bastantes buenas condiciones. Casi siempre ha tenido residentes. Lo peor es aprender a calentarlo en invierno, pero una vez hecho, todo va sobre ruedas. Estáis invitados si queréis subir, por supuesto.

Muchas gracias. La verdad es que hacerte la entrevista en el castillo era nuestro plan inicial. ¿Concertamos una segunda parte en un par de días, entonces?

Como queráis. Sería una pena venir hasta aquí y no disfrutar de la hospitalidad de los Cárpatos. Luego os doy los detalles de como llegar.

Nos parece perfecto. Cuéntanos, ¿estás escribiendo mucho? ¿Es fácil encontrar la inspiración aquí?

Desde luego. Se podría decir que no hago otra cosa. Tengo listos un par de proyectos y trabajo en un par más. Para encontrar la inspiración no tengo más que salir de casa y dar un paseo por el bosque. Te encuentras animales, hay un río cerca, los amaneceres y atardeceres son espectaculares… y si me apetece algo más urbano me vengo a la ciudad.

¿Puedes adelantarnos algo de esos proyectos?

No, tío. Son bastante introspectivos, ya los leeréis cuando toque.

¿Cuándo estarán disponibles públicamente?

Pues… de momento no hay una fecha concreta, pero te puedo decir que será más pronto de lo que me gustaría. Los dos que están terminados ya están en manos de mi editora y saldrán en un momento indefinido.

Dejas entrever que no te apetece mucho publicarlos por ahora.

Pues no, la verdad. Tengo la inmensa suerte de poder vivir de lo que escribo, como tú, así que ya sabrás que es lo mejor que te puede pasar en la vida. Esto quiere decir que para seguir obteniendo beneficio económico tengo que tener algo nuevo en el mercado de forma periódica. Mi situación personal ha cambiado de forma radical últimamente y, entre eso y el castillo, no puedo estar sin publicar cosas demasiado tiempo. Pero si pudiera hacerlo, lo haría.

Nos quedaremos con las ganas, entonces, de saber más de esos trabajos hasta que vean la luz. Repasando tu última novela, “Los ojos de la Gorgona”, se nota mucha influencia de tu vida personal. ¿Combates tus demonios escribiendo?

¿Quién no lo hace? Señálame uno y te diré que ese no es escritor. O es uno de esos escritores putas de segunda fila que tienen que hacer biografías y recopilar artículos de otros, o los textos de las enciclopedias y esas cosas que se hacen cuando no tienes nada dentro. Sí, tío, claro que me desahogo escribiendo. Has leído la maldita novela y has hecho artículos sobre lo mío con Gloria, así que lo sabes de sobra.

Ahora mismo, en España hay toda una tormenta mediática de la que Gloria y Antonio son protagonistas. ¿Qué opinas de esto?

Opino que tengo un castillo de puta madre en Transilvania y sólo me conecto a Internet para hablar con mi editor o buscar música. No estoy al tanto de nada al respecto. Espero no haberte chafado la entrevista.

Bueno, lo que quería preguntar sin meterme de lleno en el tema es si todo este asunto te sigue inspirando a la hora de escribir, pero entiendo que son temas demasiado personales para una entrevista cultural.

No, tío, no… Joder. A ver. Tú escribes, has leído libros y escuchado música y habrás tenido parejas. Sabes de qué va esto.

Sí.

Pues eso. Mira, es muy obvio y fácil de señalar pero te lo voy a contar porque te has pegado un palizón de viaje para hacer una entrevista guapa y me voy a sentir mal al final. Tú naces y cuando tienes edad te enseñan a leer, y si te gusta vas leyendo todo lo que pillas y así según te vas haciendo mayor evolucionas con la lectura, las cosas que aprendes y los pensamientos que desarrollas, y te pones a escribir lo que puedes. Pero para cuando tienes un cierto estilo sólido y una idea de lo que quieres contar ya eres adolescente, sólo piensas en pajas y en follar y en putos grupos de rock y en beber y en drogas, a veces, así que escribes y hay una chica cerca con el pelo como del amanecer, ¿sabes? Y hace como que le gusta lo que lee y entonces sigues escribiendo con esa estúpida sonrisa que se te pone en la cabeza y ya no se va porque ella tampoco, y así va pasando el tiempo, y todas las chorradas que escribes van encaminadas, unas más que otras, a encontrar el camino hasta el centro de ese amanecer. Y punto. Se puede escribir de mil maneras, porque pasas por mil etapas y lees a mil autores diferentes, pero lo que te inspira es la vida misma. Porque esos autores que todos sabemos y que no hace falta ni mencionar escribían sobre unas mujeres concretas que nosotros no conocemos, así que nos inspiran las nuestras. Pero es que yo con Gloria empecé muy pronto, al poco de conocernos, y no he tenido otra. Quiero decir, ya has leído todo lo que publiqué en los noventa, todo el país sabe lo nuestro. ¿Qué coño voy a decir yo que no sepáis ya? Pues claro que me jode lo que pasa. Claro que me inspira que no estemos. ¿Por qué me he venido a un castillo a tomar por culo de todo el mundo conocido? Pues porque España es una puta mierda, así de claro. Pero a mí me importa más mi situación personal que la del país, que bastante tiene.

Vaya…

Ya.

Has dicho… muchas cosas. Sobre lo último, hay quien lo llamaría opinión impopular.

Y tendrá razón. Pero ¿sabes qué? Pago mis impuestos como el que más, tengo todo el derecho a opinar lo que quiera. Las cosas que te obsesionan durante tu período vital de aprendizaje son las cosas sobre las que forjarás tus creaciones y, si eres bueno y tienes suerte, sobre las que vivirás. Una generación entera ha cagado leyendo libros de Isaías Dorian lo mismo que ha crecido con los discos de Pearl Jam hasta que dejaron de molar. Si ellos creen que yo molé en una época importante de sus vidas me parece cojonudo porque si no fuese por eso yo no estaría aquí. Pero no me jodas, no me vengas con opiniones impopulares porque la mía vale lo mismo que la tuya. No voy a ser el guía de tus pensamientos, ni lo fui entonces ni mucho menos voy a serlo ahora. El país necesita otras cosas.

¿Cómo qué?

Dejar de encumbrar a gilipollas. Que un escritor o un músico piensen cosas parecidas a las tuyas está muy bien, todos estamos aquí por algo de eso, pero basta ya de conferirles poderes mágicos que no tienen. Nunca un artista puede ser el líder de nada. Un pueblo necesita gente más preparada, más lista, con más cojones. Necesita, por ejemplo, manifestarse sin que los hijos de puta de perros del gobierno armados hasta los dientes les den palizas hasta machacarlos. Necesita cortar las cabezas de sus políticos y estudiar y trabajar en un sistema hasta que funcione. Como si hay que derramar toda la sangre disponible. Para algo la tenemos.

Pero tú no haces mucho por la labor, seas artista o no.

Claro que no, tío. Yo no tengo ni media hostia, mírame. Y soy viejo. Cuarenta palos ya. Yo voy a una manifestación y me revientan a palos y entonces ni castillo ni libros ni nada.

Bueno, hay quien te tendría por mártir.

Hay quien se podría ir a tomar por culo. En serio, si en plena década de 2010 todavía estás con la tontería de tener ídolos y héroes, te perdiste la etapa de madurar. Si tienes los cojones de pegarte con los antidisturbios deberías tener algo más de conocimiento. Pero abanderar lo que digan un escritor de mierda o dos cantantes que son pareja… te puede gustar lo que quieras, pero coño, respétate.

Es irónico que tu novela más conocida se titule “Ídolos”.

Menos de lo que parece. Si la recuerdas bien, porque yo no, trata de un adolescente debatiéndose entre la vida, el amor por… por Gloria, por quién va a ser, y sus héroes de rock. El rock está para tener héroes, la literatura no. No se venden pósters de Henry Miller. Y mira, ya te dije que no quería hablar de autores aquí. Te voy a escribir un artículo para la revista, tío. En dos días, cuando subas al castillo, lo tienes. A ver si desmitificamos de una vez unas cuantas cosas.

Queda dicho entonces. ¿Qué ídolos te quedan en el rock?

Realmente ninguno, si te refieres a llevar camisetas, tener fotos en la pared o guardar cola para conseguir entradas. Eso se va con la edad. Pero antes… mira, yo tenía trece años en 1984. En Madrid centro. Mi padre era músico y tenía hermanos mayores, así que en casa no faltaba la música. Y creo que eso inspira tanto como la lectura. Es decir, te podría decir mil autores y serían los mismos de siempre, ¿de acuerdo? Pero lo que a mi me gustaba, lo que quería ser, era Jim Morrison en el desierto o cantando en los clubs de Los Ángeles. Eso es literatura. Joder, nadie todavía ha superado la crítica que hizo Lester Bangs sobre el Astral Weeks de Van Morrison. Yo quería ser una estrella del rock. Yo escribía con el Dark Side of the Moon y luego con el Animals. El Animals, tío. ¿Qué era eso? Menuda burrada sónica. Todo lo que quería era emular ese sonido con las letras. Jodidos Pink Floyd, cómo demonios eran tan buenos.

¿Nunca pensaste en ser músico?

Claro, tío. ¿Nunca pensaste en follarte a la reina del instituto o en ser un tipo guapo, atlético y simpático al que le encanta la gente y tiene un buen trabajo? Mil veces. Pero es el tipo de cosas que sólo tienen sentido en la oscuridad, entre tus pensamientos y tú. Sueños, nada más.

¿No es eso una autolimitación? Mucha gente se convirtió en músico en los ochenta, y no les hizo falta tanto talento.

Sí, lo es. Totalmente. Aclarado esto, sigamos. La ventaja que te da escribir frente a tocar música o hacer cine y teatro es que lo puedes hacer sin ayuda de nadie y sin tener que trabajar en equipo. No es cansado físicamente. Deja muchas secuelas, claro, pero no jodamos. Cansado es descargar camiones o estar en un taller, y esto contribuye de una forma mucho más directa al desarrollo del bienestar social. Pero es que hay una época a partir de la cual ese tipo de cosas no tienen sentido para ti. Yo no quería tocar la guitarra en una banda porque odiaba a la gente. Odiaba estar delante de ellos, odiaba tener que hablar con ellos y escuchar sus ideas. No las entendía, me llenaban la cabeza de mierda y tenía que salir fuera a vomitar. Afortunadamente siempre había una botella cerca, así que empezó a ser la solución para aguantar esas reuniones sociales de jóvenes con el pelo largo e inquietudes. Eso y más cosas. Siempre había un montón de cosas. Entonces una noche en una de esas fiestas apareció Gloria y todo tuvo sentido por una vez. Y todo es rock and roll. La propia música, escribir, ella, correr de la mano, los viajes largos por carreteras secundarias. Incluso los cantautores aburridos que a ella le gustaban. Todo es rock and roll. Me da igual como lo cataloguéis los de la prensa porque os pagan por eso. Pero no vengas a cambiar mi percepción de ello. La crítica de Bangs (por Dios, me voy a permitir citarlo una sola vez: “es acerca de una persona, como todas las grandes canciones, toda la buena literatura”) es rock, el Aullido de Ginsberg es rock, la cerveza es rock y la cara de Gloria a dos centímetros de la mía aquella noche es rock. Yo toco rock escribiendo. Me trabajo las frases como otros se trabajan los riffs, para enganchar a la gente. Para gustarles y convencerles de que tienen que entrar en tu mundo porque eres una estrella. O intentas serlo. No hay medias tintas en esto, nadie escribe o toca para quedarse a medio camino, y quedarse a medio camino es el fin. Lo haces para engañarles y que se queden. Ahora que tengo vuestra atención, permitid que os cuente mi historia… Y aun así, nunca es suficiente. Yo nunca he escrito un libro mejor que una sola frase buena de verdad que haya escrito algún cabrón norteamericano muerto hace mucho tiempo. Lo he intentado de todas las formas y no he sido capaz. Y todos esos gilipollas que se creen músicos por empuñar guitarras tampoco han hecho cinco segundos mejores que ningún disco publicado hasta 1979. A partir de ahí sí, a partir de ahí ya es otra historia. Pero a pesar de ser tan jodidamente malos, de no ser tan buenos como los que son buenos de verdad, hemos aguantado ahí. Y muchos de los que acudieron a la llamada la primera vez se han quedado con nosotros.

Y desde hace casi veinte años. Algo bueno habréis hecho.

No lo sé. Eso no me corresponde a mí decirlo. Sólo sé que aparecimos en una época difícil y para un público desencantado que necesitaba leer o escuchar que efectivamente, todo el sistema era una mierda y el mundo estaba de capa caída. Ya nada molaba tanto como sus padres y hermanos mayores les habían contado. Esto fue fácil porque nosotros mismos éramos ese público. Se necesitaba algo, se descorrió la cortina y ahí aparecimos, como por casualidad. Pudieron haber aparecido otros, pero nos tocó a nosotros. Y hasta hoy. A veces creo que el éxito tiene más que ver con la casualidad de estar en el momento adecuado que con el trabajo detrás. Por supuesto que es necesario, pero no es lo único. Hay muy pocos que hayan tenido talento de verdad, y casi todos están muertos.

En este punto decidimos cortar la entrevista para reanudarla dos días después, en el castillo de Isaías. La botella de Tuica agoniza, nuestras almas se han calentado y la sesión de fotos no resulta tan tortuosa como creíamos. Espero que las especialidades rumanas luzcan tan bien impresas como su sabor. El Conde se despide, no sin antes indicarnos donde alquilar el carruaje necesario para ascender a la montaña. Repite que cuando lleguemos tendrá listo un artículo exclusivo para esta revista. Narrativamente me encantaría poder decir que se convirtió en murciélago y salió volando por la ventana, pero requiere de una cantidad de ficción insuficiente. La fotógrafa y yo pasamos el resto de la tarde paseando por la ciudad de Cluj, fantasmagórica al anochecer, con gruesas bufandas alrededor de nuestros cuellos que nos permitan vivir hasta mañana.

            Quién espere una detallada descripción orográfica del viaje en carruaje tirado por caballos hacia la montaña, que lea a Stoker o vea el Nosferatu de Herzog. Dejamos la ciudad a las nueve de la mañana, y la mayor parte del día transcurrió apaciblemente, serpenteando entre valles verdes por un camino pedregoso que ascendía suavemente. Al atardecer nos metimos de lleno en el bosque nevado. Nieve, nieve por todas partes, como si el viento helado escandinavo de Sommersen hubiese llegado hasta allí, aun a miles de kilómetros, y el conde se había refugiado en lo alto de la montaña. No sé las horas de oscuridad que pasamos a lo largo de ese trayecto. Dormitábamos a medida que el traqueteo nos lo permitía, pero ni el cochero ni los caballos hicieron el menor amago de detenerse. Intenté sacar la cabeza por la ventana para gritarle algo a nuestro conductor, no recuerdo el qué. Fue inútil. Arreciaba una tempestad tal que no permitía la transmisión de sonido. Atisbé a ver una silueta sobre el pescante, con las manos aferradas a las bridas, soportando la ventisca. Nada nos detenía. Era imposible volver atrás, estábamos de lleno en los Cárpatos.
            No salimos del bosque hasta el atardecer del día siguiente, pero mereció la pena. La vista de las gargantas desde la cima quitaba el aliento. Y ni siquiera estábamos en uno de los picos más altos. Podíamos ver el castillo Dorian que, sin ser uno de esos grandes castillos de película, resultaba igualmente imponente. Estaba ubicado en lo alto de un valle por el que pastaban ciervos, cerca de un estanque. Era una imagen maravillosa. El gran portón se abrió, dándonos la bienvenida. El Conde lucía pálido, de nuevo vestido completamente de oscuro, pero con una expresión de amabilidad. Nos invitó a pasar. En el patio interior guardaba su todoterreno con el que subía y bajaba a Cluj en nada menos que tres horas. No nos arrepentimos del viaje en carroza, había sido muy edificante, literario. Era uno de mis sueños pendientes.
            Dorian nos enseñó el castillo en una visita rápida, pues no era de gran tamaño como dijimos anteriormente. Había allí todo lo básico: un amplio salón de amplios ventanales y chimenea, de cortinajes rojos y bustos de animales disecados en las paredes. El mobiliario, si bien lucía brillante y funcional, procuraba ser clásico en honor a épocas pasadas. Tras una rápida visita a las mazmorras del sótano – no, no escuchamos gritos ni nada semejante – nos sentamos a la mesa del gran salón, con impresionantes vistas de las montañas al anochecer. Espero que las fotografías estén a la altura que mis palabras no pueden alcanzar. Disculpen la torpeza.
            Cenamos algo ligero servido por el mismo Conde – no había el menor rastro de sirvientes ni ninguna otra presencia en todo el castillo – mientras la chimenea crepitaba. En la sobremesa corrió el vino y otras sustancias que no especificaré. La fotógrafa sugirió poner una banda sonora tanto a la entrevista como a la sesión de fotos, para dar un ambiente aun más especial a la velada. Estuve de acuerdo y le pedí a Isaías que seleccionase lo que mejor le pareciera. Volvió al cabo de cinco minutos con un viejo tocadiscos y una colección de LP’s que probablemente eran parte de esa herencia musical familiar que había mencionado en la ciudad. Clásico tras clásico. También había traído un manuscrito de varias páginas del cuál me hizo entrega. Llevaba por título “El laberinto del minotauro” y era el artículo prometido sobre autores que le habían influido. No le había tomado ni dos días escribirlo. Mientras lo hojeaba, colocó el tocadiscos en la mesa y lo hizo girar a ritmo de Bach para ir calentando la estancia. Después sonarían guitarras. Al calor de la estremecedora Komm süsser Tod nos sentamos en la alfombra, piernas cruzadas “a la orilla de la chimenea” que diría el viejo Joaquín. Las notas mortuarias en aquel lugar cálido de Transilvania encogerían los ánimos del más bravo, pero no los nuestros. No aquella vez. Comenzamos.

En la primera parte de la entrevista hablamos de música, de lo que te gustaba de adolescente ¿Qué es lo que te gusta escuchar ahora, a los cuarenta años?

Pues casi lo mismo que antes, la verdad. Sabes, hay etapas en la vida que se ven reflejadas en el modo de evolucionar musicalmente. Nací en 1971, así que me pasé todos los ochenta creciendo hasta que llegó 1991, cumplí veinte años y dejé de escuchar música de la misma forma.

Explica eso.

Verás, de los diez hasta, incluso, los veinte, eres hipersensitivo a todo. Absorbes todo lo que conoces y cambias de gustos mil veces, pero evolucionas. Pero los veinte ya son otra historia. A esas alturas ya te has llevado tantas hostias que estás desencantado de todo y sólo quieres que amanezca lo más tarde posible para aguantar el día como se pueda hasta la hora de volver a la cama. Para entonces ya no tienes la misma inquietud por descubrir nuevos grupos, sino en mantenerte en los que te gustan y prestar poca atención a las novedades.

Supongo que hablas de tu caso particular.

Claro. No soy sociólogo, no me meto en las trayectorias vitales de los demás. Hablo de la mía. Crecí con estos mismos discos que he traído: años 60 y 70. La mejor época de la historia de la humanidad. No hay nada sorprendente aquí. Floyd, Zep, Beatles, la Creedence, Stones, Doors y Dylan. Hay muchas cosas más, sin duda. Pero esto es lo que asocio a música. Luego sí, luego llegaron los Maiden y los Priest y algo más tarde Metallica y todo el cuero. Y los grupos nacionales, que pude ver infinidad de veces tocando en Madrid. Barón Rojo, Barricada, Ñú…  Joder, en el Pabellón del Real Madrid no paraba de haber conciertos. El primero que ví fue uno de Maiden del World Slavery Tour, en el 84. Tenía trece años, me colaron los de seguridad porque conocían a mi padre. Ahí dije: esto es lo mío. Pero ahora eso no me apetece. Lo único que me gusta es volver al inicio de todo, al lugar donde descubrí esas ideas por primera vez y dejar que me atrapen para siempre.

¿Qué fue lo que pasó en los noventa?

Pues que te voy a contar que no sepas, tío. Ya te dije que era una generación jodida y desencantada con el futuro. Los grupos que estaban ahí también se aprovecharon de eso. Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains… joder, hasta los Blind Melon que eran la cosa más hippie que uno se podía echar a la cara por entonces, y los encasquetaron en la movida grunge. El rock duro estaba de capa caída y muchos nos quedamos en el camino. Además estaba empezando con Gloria, que ya daba conciertos y hasta tenía un programa en televisión. Todas mis inquietudes musicales se las quedó ella.

Vosotros también érais grunge.

Quizá lo fuéramos para alguien, puede ser. Nos movían las mismas inquietudes que a esos grupos, porque también éramos jóvenes. Pero nunca nos calificamos, pienso en general que las etiquetas son un rollo. Pero sí, es una imagen muy de principios de los noventa en España, ese chaval desconcertado que lee a Isaías Dorian, viste deportivas y camisetas anchas (o vaqueros rotos y camisas de cuadros, si lo prefieres), monta en patinete, y tiene un poster de Kurt Cobain en la habitación. De todas formas, mirándolo en perspectiva creo que si pudiera ser parte de alguna banda de la época elegiría a los Guns n’ Roses. Y eso que no era fan por entonces.

¿Te sentías más identificado con la movida de Los Ángeles?

No, para nada. (Risas). Y menos con esas pintas. No, la música está bien, ojalá me hubiese pillado de adolescente. Pero no, es porque… tú habrás visto los Live in Tokyo. Pues cuando tocan So Fine, hay una parte antes del estribillo en la que Axl canta “Mis amigos siempre están ahí para mí” o algo así, y entonces se dirige a Duff, que está tocando el bajo, y le da una palmada en el brazo. Me pareció precioso, porque Duff y Axl eran amigos de verdad incluso entonces, cuando la banda se estaba derrumbando interiormente. Y luego, la forma en la que acometen todos el estribillo me pareció una declaración de intenciones, de una camaradería muy buena. Ojalá hubiese tenido yo eso con mis amigos de entonces, fue lo que pensé. Me puso nostálgico de algo que no había llegado a vivir. Es otro sentimiento que intento plagiar en mis libros. Seguramente tenía más motivos para identificarme con Nirvana, pero ya te digo que a los veinte años ya no me interesaba igual la música.

Y de repente llega 1994 y Kurt se mata. ¿Cómo lo viviste?

Estábamos en Nueva York por entonces. Gloria estaba grabando un disco y yo acababa de publicar mi segunda novela, así que estaba de vacaciones. No es que fuera muy fan entonces, con veintitrés años. Con el tiempo los fui escuchando más a fondo y me gustaron: me gustan aun hoy. Gloria sí que los seguía bastante. Esa noche fuimos a una vigilia en Central Park. Había centenares, miles de fans llorando con velas encendidas. Era estremecedor, y bonito al mismo tiempo. Gloria lloraba y yo lloré un poco con ella. También habíamos tomado algo antes, pero el ambiente que había allí es algo que se me ha quedado grabado. Intento reproducir esa misma sensación cuando escribo, pero creo que no lo he conseguido. Era algo sencillamente indescriptible.

Y desde entonces hasta ahora, ¿no te han interesado más grupos? La música era parte de tu vida casi por obligación.

Te diré que los he escuchado a todos y los he visto a todos. Creo que debo de ser el hombre que más conciertos ha visto en España estos veinte años (Risas). No diré nombres. Mucho grupo indie, sobre todo. He conocido a muchos músicos, también. De todo, buenos y malos. Un poco pesados, algunos. La mejor de todos, Gloria. Sin duda. La más auténtica. No sé qué decirte, nunca me interesaron lo suficiente. Y si eso no te interesa a los veintipocos, olvídate. Y si has estado tan sobreexpuesto a ello como he estado yo, más aun.

Al ser una pareja tan conocida, siempre se os veía en compañía de otros artistas. ¿Sigues en contacto con toda la gente del mundo de la música que has conocido?

(Alza los brazos señalando la estancia, con una mueca irónica).
¡Míralos a todos, aquí congregados! No, tío, gracias a Dios que no. Todos para ella. Si algo bueno ha tenido esta historia, es ahorrarme el asistir a todas esas convenciones sociales a aparentar. O madrugar. Madrugar para hacer algo que no quieres y que va a seguir adelante exactamente igual que si tú no estás. Que les jodan, anda. Puedes publicarlo si quieres. Son todos unos gilipollas enamorados de Gloria.

Medio país ha estado enamorado de Gloria.

Lo sé. ¿Y sabes qué? Me siento orgulloso de haber sido el que ha estado con ella todo este tiempo. Yo, y no otros. He sido mejor que ellos, que se creen importantes por tocar canciones de tres minutos a medio gas y llevar la barba recortada. Nada más, no son nada más. Fuegos fatuos. Cuando se acabe el mundo y se recojan los resultados de lo verdaderamente importante, no habrá nada de ellos. Nada.

¿Y de ti?

De mí tampoco, por supuesto. Pero nunca hice méritos. Quien crea que escribí las cosas que escribí para darle a la humanidad la antorcha de la clarividencia… que deje lo que fuma o que me lo pase. Hice esas cosas por mí y por Gloria, todo, siempre, ha sido por mí y por Gloria. Y si le ha gustado a la gente, es un añadido. Un añadido que está de puta madre para pagar las facturas y no tener que levantarse a las seis de la mañana para ir a la cadena de montaje, lo cual considero mucho más digno. Pero esto es lo que hay. La antorcha es mía, la llevo yo. Soy el que la recoge cuando el héroe sale huyendo al final del túnel en la morada del monstruo. Soy el que lo enfrenta hasta las últimas consecuencias.

¿Y quién es el monstruo?

Nadie. No lo hay. Sólo es la necesidad de los hombres de estar en contra de algo. Todo lo que sale de la rabia y el rencor. Por eso se hacen cosas, libros, canciones, películas, guerras… para acallar la oscuridad. Eso es el mal, “the evil that men do lives on and on…” (Tararea la canción de Iron Maiden).

¿Y tú has salido de la oscuridad o vives en ella?

Depende de la dosis, tío. Depende de la dosis. Te podría decir que sí, que desde que Gloria no está todo es más triste y oscuro. Pero la verdad es que yo ya era así con ella, todo el tiempo. Y antes de conocerla también. El origen está en algún lugar de la niñez. Una bifurcación. Y tomas uno de los dos caminos y no puedes volver atrás. Sé que estoy diciendo cosas jodidamente típicas y que te va a quedar una mierda de entrevista, pero es tal cual lo siento y no me veo capaz de mejorarlo.

Pero tiene que haber algo de luz. Amigos, familia.

No es lo mío. Existen, claro. Los hay, y aprecio que existan. Pero no es lo mío, tío. Ya no más. Son principios demasiado idealizados. En mi caso los asocio a discusiones y malas relaciones. Por supuesto que siempre estarán ahí, pero sencillamente no puedo corresponderlos de la misma forma. Hay un abismo de incomprensión demasiado grande.

Has escrito sobre mucha gente de tu vida, bien o mal. ¿Nunca has tenido problemas por ello?

Sí, muchas veces, sobre todo al principio cuando sólo te leen tus allegados, y por curiosidad. Luego se les olvida, tu público pasa a ser mucho mayor y generalmente interesado por cómo escribes, no por lo que dices de tal o cual persona que ellos desde luego no conocen. Los que se han ofendido lo han hecho por llamar la atención, sin tener ni idea de literatura, sólo por puro cotilleo. Sin pararse a analizar el resto, sin entenderlo. Que se jodan. Menudo coñazo dieron en su tiempo. Menos mal que eso queda ya muy lejos.

Y ahora, ¿sigues haciéndolo?

Cada vez menos, porque apenas tengo contacto con casi nadie de entonces y no los encuentro interesantes. Mi estilo es en cierta medida autobiográfico y las cosas que me inspiran también lo son, así que es inevitable. No se me da bien inventarme historias de fantasía, y si lo hago, siempre me sale meter algo real porque es lo que me apetece contar. Algo de desahogo también, puede ser. Mira, el secreto para poder decir todo lo que quieras sin que los cotillas vengan a tocarte los huevos es escribir sobre ellos cuando el libro ya está muy avanzado. Nunca pasan de las primeras páginas porque solo te leen por buscarse y ver por dónde te pueden atacar. Pero si les planteas algo diferente, se pierden y se aburren. En este punto ya puedes decir lo que quieras y mandarlos a todos a la mierda, a las fiestas, a los cumpleaños, a las cenas de empresa, a los gilipollas que te invitan a su boda, a las reuniones, a los estúpidos bautizos y no digamos ya comuniones, en fin, qué te voy a contar. Tener lazos no implica ser imbécil y tragar con toda esa basura convencional por siempre jamás. Hay ciertos límites que no se deben traspasar en lo que se escribe, y en ellos tiene mucho que ver el respeto. Pero no pasa nada, escribes lo más cerca posible de esa línea y luego agarras un cojín y lo revientas a hostias. Y te quedas a gusto. Esa gente son los que dicen que te apoyan, pero es mentira. Sólo quieren ver dónde pueden pincharte para sentirse mejor. Ojalá me sintiera solo de verdad, y no con sus miradas por encima de mi hombro intentando atisbar algo que romper.

¿Y cuando sucede a la inversa? Ya sabes, el disco “Días de humo” que editaron Gloria y Antonio León Valera al poco de iniciar su relación. Ahí había unas cuantas pullas y cosas inspiradas en ti, Isaías.

No me creerás, pero no lo he escuchado.

¿No?

¿Cómo podría? ¿Cómo voy a escuchar a mi mujer hablando del final de su relación de veinte años conmigo? ¿Cómo voy a escucharla cantándole a otro tío? ¿Qué me importa a mí lo que ese tío tenga que decir sobre mí? Jamás. Es como darse latigazos en la espalda y luego revolcarse en un kilo de sal. Sé bastante de lo que es hacerse daño a uno mismo y te digo que a estas alturas no me apetece nada abrir esa herida.

Te comprendo. El año pasado realizamos una entrevista con ellos en la que Gloria me dijo que habíais hablado de esto y que todo estaba bien. A lo de meter referencias veladas a lo vuestro, me refiero.

Sí, lo hicimos. Cuando se acabó la relación yo publiqué “Los ojos de la Gorgona” para desahogarme. Era evidente que escribía sobre nosotros, y absurdo negarlo. Y ella sacó ese disco. Básicamente es un pacto de no agresión, es no despellejarnos más de la cuenta en nuestros trabajos. La inspiración es con lo que nos ganamos la vida, y no vamos a mentir sobre qué escribimos. Diremos lo que tengamos que decir, pero sin hacernos daño de forma pública. Lo que no tiene sentido es que yo, por ejemplo, publique una novela sobre flores y putos abejorros que ya no las pueden polinizar, es decir, retorcer tanto las cosas para decir la misma idea. Si todo el mundo lo sabe. Pero, como digo, lo hicimos de mutuo consenso.

Sé que probablemente no querrás saberlo, pero es un muy buen disco. Arrasó en España.

Seguro que lo es, viniendo de ella.

Bueno, la impresión generalizada era que las canciones más inspiradas corrieron a cargo de Valera.

No me importa mucho, francamente. Nunca he hecho mucho caso a lo que él hacía, pero hace ya años que me parecía que alguna canción suya que escuché estaba dedicada a Gloria. De hecho, muchos grupos le dedicaron canciones en secreto. Y puedes pensar que es mi paranoia de marido obsesionado con que todos están enamorados de su mujer, pero pienso que es cierto. Es jodido escuchar lo que otros dicen de tu mujer. Yo nunca he escrito sobre las mujeres de otros. O al menos no de forma tan evidente.

¿Puedes profundizar en eso?

Ni de coña.

De acuerdo. El otro día comentábamos que Gloria y Antonio son ahora los elegidos por mucha gente en España como abanderados del movimiento revolucionario que vive el país. Ya dejaste claro tu opinión, pero quería preguntarte si crees que es debido a su música o a la farándula que los rodea.

Farándula, siempre. Morbo puro y duro. La masa no apoya algo tan vehementemente por motivos culturales. Ahora, dales morbo y cotilleo y puedes hacer lo que quieras con ellos. Pero el momento en el que se rompa algo, ya sea su relación o esa lucha contra el poder que tienen, se acabó. La gente, mucha gente al menos, lo hace por pura moda, sin entender muy bien las consignas o las razones. Los objetivos. Sí, detrás de eso hay objetivos nobles, como ya te dije. Todo lo que sea tocar los cojones al gobierno es bienvenido. Pero por Dios, ni Gloria ni el otro son cantautores revolucionarios. Si los han tomado como imagen es porque gustan, gusta venderlos así, como una atractiva pareja que ha coincidido en el tiempo con este movimiento. La música no tiene nada que ver. En España la gente por lo general no tiene ni puta idea de música. Y no estoy diciendo que yo sí, eh. Eso de que lo que yo escucho es lo mejor y lo que escuchan los demás es una mierda está bien cuando se tienen quince años, luego ya suena un poco patético. Pero se podría programar a la sociedad con algo más de gusto.

¿A qué crees que es debido?

A que el atraso cultural sigue siendo muy gordo. Eso es sabido de sobra, pero creo que se podría hacer más por despertar inquietudes. Ya lo he dicho alguna vez pero, si yo mandara, en las escuelas se enseñaría algo como “Análisis y apreciación del arte” en vez de tantas matemáticas y tantas asignaturas repetidas cada año para desmoralizar a los niños. Puede que así consiguiéramos que más gente tuviese intereses en vez de contentarse con lo primero que les dan. Pero esto es muy utópico. Ahora mismo por cada chaval que se interesa por algo hay diez que le dicen que eso es una mierda y que es un pringado por gustarle eso. Bah. Tenemos lo que nos merecemos. Nos podía caer un meteorito encima ya a ver si nos íbamos a tomar por culo de una vez.

Pero por el otro lado hoy en día el acceso a la cultura es más amplio que nunca gracias a Internet.

Sí, esa herramienta gracias a la cual los ingresos por ventas que teníamos Gloria y yo bajaron tanto que tuvimos que poner en alquiler la casa de la playa. (Risas). Nah, me parece bien. Yo también he bajado cosas y no voy a vivir siempre de lo que publiqué hace veinte años. Es decir, no es que me parezca bien porque está claro que algo falla ahí, pero… es que veo normal el camino que ha tomado todo. El modelo discográfico está anquilosado. Se acabará yendo todo a la mierda tarde o temprano. Y sobre Internet y la cultura… sí, te diría que ahora los chavales tienen más cosas que antes. Pero lo que hacen con ese bagaje es ponerse a discutir en foros por ver quién es más listo. Esto es el ser humano. Aprender a leer para ser mejor que tu vecino. Criticar todo lo criticable por saber esto y lo otro. Y todos esos gilipollas que iban a los conciertos de Gloria, arreglados como si fueran a una batalla de a ver quién es más moderno. A ver quién sabe más. Lo peor de ser un país de ignorantes es aguantar a los que creen que no lo son. Y ahí estarán, siempre, luchando por ser el eslabón perdido de la evolución humana. Me los imagino en la habitación del final de 2001: Odisea en el espacio, habiendo alcanzado la iluminación y criticando al resto de seres por la ropa que llevan y la música que les gusta. Y con un bastón de mando en la mano que simbolice la posesión de la verdad absoluta. O algo así. Y con esto ya pueden venir a matarme.

Deduzco por todo lo que nos has contado que no tienes el menor ánimo de volver a España.

No por ahora. Tengo mucho que aprender todavía de Transilvania, mucho por viajar, mucho por escribir. No sé si personas que conocer, no me apetece demasiado. Quizá aprender el idioma. En la ciudad se habla inglés, pero tampoco me relaciono más de la cuenta.

¿Y cuando la situación se calme? Es un momento muy agitado el que estamos viviendo.

No sé, tío. Aparte de una o dos reuniones editoriales, no me espera nadie allí. Mi hermano está cuidando mi piso de Madrid, al cual no me apetece nada volver por lo que ya te imaginarás. Me guarezco de la tormenta en mi castillo, luchando día a día por sobrevivir. No es victimismo, ni malditismo ni nada. Me trato como la vida me ha demostrado que merezco. Cada día es el último, y cada escrito es un testamento. Esta misma entrevista podría ser mi epitafio.

 ¿Qué dirás cuando te pregunten si mereció la pena? Y esperemos que eso suceda dentro de muchos y largos años.

Sí, por supuesto. Todo es una causa perdida. Aconsejaría a los niños que estén por nacer que no lo hagan, que no tiene sentido venir a este mundo a sufrir. Pero que si tienen que hacerlo, que no lean libros. Que no se contagien de la oscuridad de otros, que no se echen a perder. Y si aun así tienen que hacer esto, que encuentren a su sirena. Danesa, como todas las sirenas deben ser. Que abracen el amanecer de su pelo y el atardecer en su sexo y que la cuiden, la cuiden bien el mayor tiempo que puedan hasta que se les escape y nade libre a costas mejores. El secreto es esforzarse en ser la mejor costa en la que encallar. Porque cuando la sirena se va, la costa se ahoga y el mundo no tiene ninguna esperanza. Pero incluso aunque eso acabe pasando inexorablemente, ese tiempo habrá merecido la pena. Todo lo demás es accesorio. Que no pierdan el tiempo jugando a alcanzar la inmortalidad.

Pero, Isaías, mucha gente espera que vosotros, Los Elegidos, salvéis el mundo. Hace veinte años que os esperan.

¿Sí? Yo con quince años esperaba que Led Zeppelin salvaran el mundo, tío. Y sigo esperando. Con esto… ya…

En este punto terminamos la entrevista, ya que el Conde se encontraba exhausto tras meses sin hablar tanto con nadie. Es posible que las sustancias que consumimos durante esta entrevista contribuyesen. La fotógrafa y yo lo postramos en un sillón rojo ornamentado frente a la chimenea para la sesión de fotos. Apenas conseguimos que posase, pero espero que los resultados ilustren el estado de cansancio y delgadez en el que se encuentra. Debo confesar que me quedé dormido sobre la alfombra, al calor del fuego, aquejado del mismo mal. A la mañana siguiente desperté en el carruaje, con la grabadora, la tarjeta de la cámara fotográfica y el manuscrito en mi poder. Habíamos ya iniciado el descenso hacia Cluj. Una nota de extraña caligrafía se hallaba adjunta al manuscrito. El mensaje decía que, habiendo cumplido el trabajo que se me encargó, podía volver a casa. Vera, pues ese era el nombre de mi fotógrafa, se quedaría en el castillo con el Conde. No había más información que la firma: Vera Gemini. No era este el apellido por el que se conocía a Vera en la redacción, así que asumí que se lo había dado el Conde. Siniestros pensamientos nublaron mi mente, en los que Isaías Dorian y su nueva adquisición, Vera Gemini, juraban vida eterna ante la capilla que probablemente había en una parte secreta del castillo. Fantasmales terrores surcaron mi mente y acariciaron mi columna al tiempo que, en un gigantesco esfuerzo, torcí el cuello para mirar por última vez la escarpada silueta del castillo Dorian recortado en el cielo del amanecer, en las tétricas gargantas de los Cárpatos, un cielo que pronto volvería a teñirse de negro y extender su reinado por toda Transilvania, del modo que nunca debió dejar de ser. En la montaña nos esperaban de nuevo las nieves escandinavas, reflejo de la influencia que el recuerdo de Gloria Sommersen había dejado sobre el hombre que un día fue Isaías Dorian.




(Adjunto a este reportaje se publica el artículo “El laberinto del minotauro”, de Isaías Dorian en exclusiva para esta revista).