domingo, 20 de septiembre de 2015

Rock is dead

Ven aquí. Rápido. Se está yendo.



No vuelvas a creer en nada que sea inmortal, ni en los libros, ni en el cine, ni mucho menos en el rock and roll. No te adentres una última vez en los pubs más sórdidos de Edimburgo, los que una vez estuvieron bajo el agua, porque en realidad nunca dejaron de estarlo. Cada antro de conciertos es un naufragio y no vas a ser un superviviente. Fíjate en la clientela. Son muertos bebientes. La camarera pelirroja que intenta aparentar haberse escapado de Corre, Lola, corre y ni siquiera se sabe la letra de Down in the corner de CCR. Lo peor es que los hay autollamados músicos que tampoco se la saben. Ni esa ni ninguna, pero a quién le importa. En estos sitios nunca se escucha a los cantantes. Techos bajos y bolas de sonido que te rompe los oídos. This is our music, we love it loud.

L.A. Guns es un grupo mítico de la escena angelina de los 80, sobre todo por haber tenido una importancia clave a la par que fugaz en la fundación de la única banda que de verdad valía la pena ahí. Ahora que Guns n' Roses llevan unos cuantos años difíciles de describir hasta para los fans más extremistas del cocainómano pelirrojo, acercarse a un concierto de la banda liderada por el guitarrista Tracii Guns es lo más cercano a revivir aquellos días de laca y desenfreno en Sunset Strip. Pero ojo, ya que el mayor atractivo de la gira está a las cuatro cuerdas. Rudy Sarzo, el bajista más carismático del mundo, estrechando las manos de todos los que os agolpáis patéticamente a mendigarle una caricia. Y no deja de sonreíros, aunque tenga la cabeza en otro sitio. Probablemente, en cualquiera de las ocasiones en que ha tocado en estadios con cualquiera de las muchas bandas de primera fila con las que ha girado. Porque hoy no es una de esas ocasiones.

El rock está muerto tal como lo entiendes. Has tenido que tragarte nada menos que TRES grupos teloneros dándolo todo a un volumen brutal, pero lo único que te llevas es la sordera. Al escaso público le han importado un carajo las ganas que les hayan puesto los músicos sobre el escenario, porque nadie os sabéis las canciones y si quieren que cantéis algo tienen que tirar de versiones. El escenario es casi tan grande como la pista, el techo está casi a la altura del suelo, y aun así, sobra espacio. Sois pocos, cobardes y zombies. Los muertos vivientes del rock and roll. Los repudiados. Los pasados de moda y atrapados en el tiempo. Sois un coñazo.

Tracii Guns y Rudy Sarzo, los héroes de la legión de muertos bebientes, se suben al montículo junto a dos desconocidos, empiezan el concierto con muchas ganas y sí, suenan como un tiro, pero al cantante no se le oye nada. Ni siquiera en las primeras filas atisbas a cazar algún estribillo, porque los instrumentos le están sepultando la voz. Y no pasa nada, porque ni es una gran voz, ni son grandes temas. Reconoce de una vez que hasta el otro día ni te habías puesto el disco debut de L.A. Guns. Pero no pasa nada, porque de vez en cuando cae algún clásico de los grupos de Rudy. Algo de Whitesnake, un poco de Ozzy, y los pocos que os movéis en el foso os volvéis locos. Después sigue la turra, y sigue, y sigue, hasta que Tracii se baja del escenario porque dice que está enfermo, y un pipa lo acompaña por la pista hasta el baño. Tras un interminable solo por parte del batería, Rudy, siempre sonriendo, se pone la chaqueta y se va, con su bajo (no sea que algún zombi se lo robe) a camerinos a ver cómo está Tracii. Os teméis lo peor. Van a cancelar. No han tocado ni una hora, y te has tragado tres teloneros para esto. El rock agoniza.

Pero los dioses de la música, anquilosados en sus panteones, mueven un polvoriento dedo y los músicos vuelven a escena. Tiran de Rainbow in the dark y te vienes arriba, vociferando la letra mientras el cantante te señala y hacéis los cuernos tal y como solía hacer Ronnie. Y luego se viene Crazy Train, con Rudy golpeando el bajo como lo hacía en los tiempos en los que Randy Rhoads vivía y era su mejor amigo en la banda de Ozzy antes de montar en aquella avioneta. Y todos los muertos cantáis a los muertos. El rock está muerto y vosotros agonizáis rindiendo homenaje, porque nunca nadie os lo rendirá a vosotros.

Y esto será todo esta noche en el Bannerman's. Otra noche de rock de cementerio. El invento murió hace mucho, mucho tiempo, como tú y todos los que te rodean. Pero no estáis en el cielo ni en el infierno con vuestros héroes caídos. Estáis en el campo de batalla luchando contra los mismos fantasmas una y otra vez, imposibles de atravesar, invencibles. Cada noche, en cada escenario de cada pub, os arrancáis las cuerdas vocales para demostraros lo imposible, que no estáis muertos, que el estilo de música que amáis sigue vivo. Los que no saben que están muertos tan solo saben aferrarse a lo que ya no existe mientras esperan inconscientemente el momento de convertirse en cenizas. 

Qué importa el rock and roll. Qué importa la actitud, las guitarras, la rebeldía y las melenas, si no sirven para que seas libre. Si no hacen tu mundo mejor, si no solucionan tus problemas. Qué importa haberle estrechado la mano a tu ídolo Rudy Sarzo, si ni siquiera ha querido hablar contigo a pesar de todo lo que querías decirle. Qué importan L.A. Guns, Motley Crüe, KISS, Aerosmith, Twisted Sister, Quiet Riot, Whitesnake, Dokken, Ratt. Qué importan Guns N' Roses. Qué importa quedarte sordo hasta sangrar si nadie te va a decir lo que quieres oír. A quién coño le importan las bandas que llevan cuero rojo, cardados y maquillaje hoy en día. Ten un poco de respeto por ti mismo y a la mierda Los Ángeles y Sunset Strip. El principio del fin.

El rock ha muerto. Larga vida al rock and roll.

Rudy Sarzo el pasado lunes en Bannerman's, Edimburgo








domingo, 6 de septiembre de 2015

Nueve, diez, ¿Dónde está Wes?

No esperes un artículo elaborado, ni una crónica, ni una elegía. En realidad, no tengo muy claro lo que va a ser. Simplemente escúchame, porque se ha muerto Wes Craven y lo que no pude decirle te lo tengo que decir a ti. Que siempre andas cerca.



Antes, cuando incluía Scream entre la lista de mis películas favoritas, había gente que se sorprendía de que algo "tan malo" y "olvidable" se colase en el TOP de alguien que dedica su vida a proyectar una imagen de gafapastismo extremo 24/7. No deja de ser su opinión, como no deja de ser mi opinión que esa gente son unos gilipollas amargados que no tienen ni puta idea de cine. Porque, para mí, el caso de Scream marca un punto de partida. Es sencillo. Sin Scream, no habría empezado ninguna lista de películas favoritas. Y sin Wes Craven, muchísimo menos.

Cierto día de 2000, cercano al estreno de Scream 3, el célebre programa La noche de (Etb2), emitió Scream: Vigila quién llama. Los asiduos a Félix Linares ya sabrán que, sobre todo en la primera época, la calidad de las películas emitidas en ese espacio de los martes a las 22:00h era más que recomendable. Por entonces, lo único que sabía de la saga era que trataba de un asesino con una máscara blanca (como de pequeño era idiota, pensaba que esa era su cara real y por eso me cagué de miedo viendo el trailer de Scream 2 en el cine cuando me llevaron a ver El hombre de la máscara de hierro.) Además, los treinta minutos de curiosidades cinéfilas con la legendaria voz de Félix son un clásico de la cultura televisiva en Euskadi. Hacía pocos días que había aprendido el funcionamiento del sistema de vídeo Phillips que teníamos en casa, así que grabé el programa entero, que acababa con una advertencia: "Los quince primeros minutos de la película son E-S-C-A-L-O-F-R-I-A-N-T-E-S." Al día siguiente todo el mundo en el instituto estaba hablando de esa escena inicial, con Drew Barrymore y un teléfono como estrellas absolutas. Nadie había visto más, porque se habían ido a la cama muertos de miedo. Y yo contaba las seis horas de clase para irme a casa a poner el regalo envenenado que me esperaba.



No me dio nada de miedo.

Ni un poco. No me dio miedo la primera vez ni la séptima de las veces que vi la cinta a lo largo de esa semana. Memoricé los diálogos, las escenas y toda la información cinéfila del programa previo. Y la recompensa fue mucho mayor que pasar un mal rato ante una buena película de terror: la entendí. Entendí el motivo de que los personajes fueran tan típicos, los comentarios sobre cine y las reglas sobre asesinos en serie. El metacine. Y me pareció muy gracioso, muy interesante y jodidamente bueno. Y fue un regalo envenenado, porque se convirtió en mi obsesión. Me hizo cinéfilo de por vida.

Con el tiempo, pude ver la trilogía entera, incluso repitiendo en el cine. De acuerdo, no serán películas brillantes, pero el buen rato ofrecido más las lecciones de cine y puñaladas (algo más que suficiente para disfrutar), no te lo quita nadie. Y creedme, en aquella época se puso de moda el género y me tuve que tragar Cherry Falls, las dos de Sé lo que hicísteis el último verano, las dos de Leyenda Urbana y unas cuantas más de las que no quiero acordarme. También, gracias a reposiciones de madrugada, pude ir viendo aleatoriamente las primeras cinco películas de la saga Pesadilla en Elm Street. La mención de Freddy por parte de los niños en la escuela es antigua, muy antigua. Hay algo muy atrayente en eso. Y cómo olvidar la procesión de monjas de la 5º, la chica-cucaracha de la 4º, la obra maestra absoluta que es la 3º, el autobús fantasmal de la 2º y, por supuesto, la escena de la fundición de la 1º. Iconos del género.



Desde entonces, me peleaba con la programación de todas las cadenas buscando nuevas películas que grabar y ver hasta la saciedad. En aquellos tiempos, las películas de mediados de los noventa era lo más habitual de encontrar, y así cayeron Seven, Trainspotting, Cadena Perpetua, El silencio de los corderos, Boogie Nights, El día de la bestia, Abre los ojos, Tesis y un millón más. Y lo bueno es que no se acaba nunca. Todo gracias al maestro que reinventó el cine de terror tres veces en tres décadas distintas. Un artesano del celuloide que experimentaba para atemorizar y divertir a partes iguales. Las entrevistas y making ofs en los que se puede ver dirigir a Wes son una delicia para cualquier interesado. Y además era un hombre culto, amable e interesante con el que me habría encantado charlar de cine. Lo intenté en Twitter, pero..

Así que gracias, Wes, por tu incalculable contribución al cine y a la vida, y ni caso a los que se ríen de la calidad de tus películas porque no las entienden. Habría que ver lo que les gusta a ellos. ¿Sabes? Si me prestases un poco de tu magia podría colarme en sus sueños y traumarles de por vida. Sé que tu querías hacerlo con nosotros, pero eras demasiada buena persona. Y por eso me duele tanto que te hayas ido.

Y sí, los primeros quince minutos de Scream siguen siendo escalofriantes.