martes, 22 de marzo de 2016

Jalapeño blues

No me llamaban de ningún sitio, ni para vender cosas, ni para hacer habitaciones, ni siquiera para limpiar la basura de otros. En defensa de aquellas personas cuya respetable visión subjetiva de las cosas les impedía quedarse callados, diré que lo estaba intentando bastante. No me había pasado los últimos siete meses de mi vida dejándome la piel en las paredes de una oficina por el salario mínimo de un país -que no era en el que estaba viviendo- para nada. En fin, durante la búsqueda siempre encontraba tiempo para ir a algún sitio a escribir. Tenía una historia noir en proceso que me encantaba, pero sólo había terminado tres capítulos en un año. No estaba mal, el cuento era realmente bueno y la trama iba mejorando. En el camino dejé de hablar con la chica que daba nombre a la chica del protagonista, pero no se lo cambié. Sólo los separé porque fortalecía la narración. Siempre aquí, llenando de fantasía la cotidianidad. Pero a fin de cuentas seguían sin llamarme de ninguna parte y aquello era lo único con lo que se quedaban los demás.

Me las había apañado para publicar un artículo acerca de Hank en algún sitio que no tuvo mala acogida, y ahora tenía otro encargo, sobre cine, que pintaba prometedor. Pero no me salía nada. Quise hablar de un par de cosas pero la chica que me había conseguido el trabajo lo tiró por tierra. No dije nada. Ella sabía más y yo no estaba para imponer mucho. El único motivo por el que pedía cafés en el bar, a pesar de que siempre estaban horribles, era que con lo que costaba una pinta podía comer toda la semana. Estaba literalmente muriéndome de hambre y de sed. Ahora era el raro del rincón junto a la ventana soleada, pero era lo que siempre había querido. Mi tiempo era una especie de bola de eternidad en la que normalmente pasaban las mismas cosas. Cada semana mantenía conversaciones idénticas, no importa con quién. Nos juntábamos unos cuantos para hablar de cine y de lo sobradamente preparados que estaban todos ellos. Bajo mi punto de vista, la única diferencia era que a ellos los trataban mejor en la cadena del matadero y después de triturarlos los mandarían a las mejores carnicerías. Como mi carne no servía para nada, me tenían más tiempo dando vueltas en la sala de espera hasta que alguien supiera qué hacer conmigo. 

Con las mujeres pasaba igual. Estaba temporadas enteras solo y escribiendo sobre dos o tres, no sé, quizá más, y de vez en cuando estaba con algunas casi al mismo tiempo. Como normalmente no eran las mismas sobre las que escribía, me agobiaba y dejaba de verlas. Así me ganaba enemigos mortales en sus ciudades y una reputación mal entendida en donde residía entonces, pero al menos así me leía alguien. Todo servía para algo. A veces volvía a leer a Hank, lo poco suyo que me quedaba por leer, ya que es uno de esos sobre los que escribir resulta abrumadoramente fácil. Ray Loriga juntó algunas líneas sobre él poco después de su muerte y veinte años después yo cité ese mismo texto en el artículo porque expresaba a la perfección como me sentía. Pero no te estoy agradecido, Ray, en absoluto. Amigo, hay tres Rays en mi vida (Bradbury, Carver y tú) y ni te acercas a ellos, pero vamos, ni de lejos. Para empezar porque estás vivo. Y por desgracia, hasta yo estoy más cerca de ti que de lo que tú estarás jamás de ellos.

Volviendo a Hank, trataba de rehuír su estilo, no quería ser una copia barata y rancia pero supongo que a veces es inevitable. Me había encontrado con tantos imitadores, tanto de pluma como de barra de bar, que todos me resultaban nauseabundos. Tenían un esquema consistente en coger frases suyas, modificarlas lo suficiente y redactar todo un texto en torno a esa frase adulterada. Era otro tipo de fabricación en serie, involuntaria y absurda. Los clones de barra de bar me caían mejor, porque invitaban a rondas. Compartíamos la teoría de que la inclusión de diálogos en la narración entorpecía la lectura, además de regirse por unas normas ortográficas de lo más coñazo. Así que los evitábamos, tanto en la vida literaria como en la real. Los diletantes que trataban de relacionarse conmigo no tardaban en darme por imposible y me dejaban concatenar gerundios en paz. Y con los textos... una vez, en cierto concurso, todos se me lanzaron al cuello por inventarme algunas normas para los diálogos. Sólo los había incluido para parecer normal y hacer más sencilla la lectura. Páginas y páginas de comentarios en contra, ni una sola crítica al texto. No les dije que había ganado diez o doce certámenes de más nivel que ese de forma consecutiva antes de que ellos aprendiesen a masturbarse con las normas de la RAE. ¿Para qué? Lo hubiesen pasado por alto para ir directos a lo que saben hacer, aunque sea terreno baldío, inútil, un pozo de absurdo conocimiento académico en el que ahogarse para siempre y librarnos de su patetismo vital. 

Me gustaba todo lo que fuese orgánico, cuerpos enteros de carne y sangre latiendo fuerte, con huesos que podrían sostener castillos rodeados por un foso de cocodrilos. Estos cuerpos vibraban de vida, ya fueran trozos crudos ahumándose en un gancho o cadáveres podridos en homenaje a las moscas. Había una respuesta para todo eso, para toda la carne atrapada en los campos hostiles y mágicos entre la vida y la muerte. Y mientras cavábamos con palas hechas de letras, yo me reventaba la mano con un bolígrafo contra la mesa y otros se destruían el alma cocinando para otros o limpiando su mierda, y los más preparados vendían su suerte en empleos que nacían destinados a pender del hilo para siempre. Entre tanto, teníamos jalapeños. Rodajas verdes con semillas que añadíamos a toda faceta de la carne, de la vida, mientras durase. Lo hacíamos porque el insoportable ardor nos libraba de la sensación de pesimismo total que nos inundó una vez, hace mucho tiempo, al volver a casa tras las últimas vacaciones antes de empezar el instituto, adiós a la infancia y comienzo de la vida adulta. Llevo 16 años esperando para contarle esto a alguien y no estoy seguro de que vaya a servir para algo. 


miércoles, 9 de marzo de 2016

Para Danny Torrance, que todavía esplende

Bajo las cejas pobladas, los ojos lo miraban furiosamente con un resplandor de lunática astucia. — Pero ya lo encontraré, también. Está por ahí en alguna parte, en el sótano. Ya lo encontraré. Me prometieron que podía buscar todo lo que quisiera. — El mazo volvió a alzarse en el aire.  
—Claro que prometen —reconoció Danny—, pero mienten. 
"El Resplandor", Stephen King (1977)


Últimamente, desde que el rock es una broma, la literatura de más de 140 caracteres un coñazo y las relaciones cuestan trabajo para acabar invariablemente cuesta abajo, el cine es el único refugio que sigue manteniendo un nivel decente. Ahora, no esperes una revelación con cada película que te pongas a ver. Puedes ser muy exigente y fardar de paladar exquisito, pero si tu género favorito es el terror, vas a tener que tragar mucha broza, compañero. Haz hueco para un buen plato de croquetas.

El infalible arte de la croqueta

La buena croqueta cinéfila es aquella hecha de las sobras de los clásicos, para evocar su inimitable sabor dentro del relleno, y lo más importante, es la que consigue alimentar y calmar tu hambre. No es nada de lo que avergonzarse y puedes llegar muy lejos dedicándote sólo a empanar los platos de otros (y si no, mirad a Tarantino...) Los seguidores del cine de terror ya nos hemos acostumbrado a ésto. Un género del que se producen cientos de cintas cada año pero ninguna de ellas logra trascender. La aspiración no es otra que hacer números, no existe ninguna necesidad de producir una obra maestra. El envoltorio y un par de sustos realmente conseguidos deberían bastar. Realmente, de eso ha ido siempre...




Una de mis croquetas favoritas es Stoker (2013). Si bien es más un oscuro thriller que una película de terror, comparte todas las características. En principio era una oportunidad para ver a Chan-Wook Park, director de la legendaria Oldboy, en su primera incursión estadounidense. El resultado no esta mal, desde luego, pero, ¿cómo decirlo? Ya está todo muy visto. Coge al siniestro Tío Charlie de La sombra de una duda y al psicópata aficionado a las mujeres solteras con hijas jóvenes de La noche del cazador, dale un toque de modernidad, compón un elenco de actores conocidos y mézclalo con Lolita. Ya tienes tu thriller. En realidad, más que parecerse a cualquiera de los clásicos mencionados, tiene bastante de telefilme de Antena 3, eso sí, con un aspecto muy saludable. Sabe utilizar las ventajas de la modernidad para usar ciertos toques de pornografía legal de forma muy sutil. De esta forma, Stoker constituye una poderosa croqueta, impregnada de inconfundibles sabores con una argamasa poco trabajada pero eficaz. Una agradable sorpresa.

Menos condescendiente voy a ser con James Wan. Recientemente me he visto obligado a ver algunas de sus obras más conocidas. Insidious (2011), es uno de los éxitos más recientes del género, muy rentable en taquilla y en boca de muchos aficionados desde entonces. Es, en efecto, una película aterradora gracias a la técnica cinematográfica que Wan ha mamado desde siempre, de hecho, no deja de ser una revisión de Poltergeist y otras historias de casa encantada por demonios. Como en el anterior caso, la modernidad está al servicio del director-chef. Los sustos son más sustos, las cosas feas son más feas, el volumen está más alto... Y poco más, la verdad. 



La originalidad es nula, actores con carisma negativo, se suceden las trampas al argumento para meter sustos con calzador... y sí, como dije antes, la escuela cinematográfica del director es digna de remarcar, pero sus películas están dirigidas a un público que busca pegar botes en la butaca cada cinco minutos y no una buena pieza de cine. Esta es la tónica en Insidious y su lastimosa secuela, seguidas por la curiosa Expediente Warren (The Conjuring) y su spin off Annabelle. Sí, se hace algo más incómodo salir al pasillo sin encender las luces, pero no hay una historia que se quede en el recuerdo. Algo se perdió en los ochenta para no volver jamás.

Lo que fue olvidado

Afortunadamente, existen croquetas más arriesgadas y de cuidada mano de obra. Se las debemos a chefs creativos, más interesados en fabricar sus pequeñas piezas de autor que en el aspecto puramente alimenticio. Aquí destacan las recientes The Babadook (2014), It follows (2015) y la ya clásica Déjame entrar (2008). Sencillas recetas de buen cine de terror clásico con buenas interpretaciones y un director con libertad que supura cinefilia. Los sustos están al servicio de la historia, mucho más contenidos, sirviendo como vehículo para que la trama avance. Y un secreto, inalcanzable para muchos, es contar una historia de personajes, desgraciadamente probable y real. En The Babadook, el monstruo es la depresión que se apodera lentamente de la familia. En It Follows, la criatura que persigue a los protagonistas se puede interpretar como el estigma de las enfermedades venéreas, el sexo adolescente y el terrible paso a la madurez. En Déjame entrar... bueno, este cuento vampírico perdido en los pueblos de Suecia es una obra maestra y no puede descifrarse en una sola sentencia. 



 


Todas ellas tienen en común una cosa: querer contar algo y hacerlo bien, y ahí es donde fallan las croquetas. Se hunden en la necesidad, perpetrada por la industria y el público, de mostrar cada vez cosas más feas y música más alta. Las que peor se empeñan en hacértelo pasar son malas, tramposas, sin mérito ninguno. Nula imaginación, prohibido insinuar, totalmente hechas para los trailers y no al revés. Historias proforma típicas, poco interesantes y poco creíbles, de familias en casa encantada que son tan tontos que no se les ocurre mudarse de ciudad o adoptar hijos más normales. Y otra cosa... ya vale de figuras entre sombras y chirriantes violines. Queremos cabras, chivos y cuernos, no hombres maquillados. Sympathy for the devil. ¡Viva El día de la bestia! ¿Por qué nos privan de ese placer? 

Todo está en los libros

En fin, las croquetas saben bien el suspiro que duran en la boca y nunca han aspirado a nada más. El problema es que nos las sabemos de memoria y en cuanto se les ve el cartón perdemos el interés. No logran cautivarnos durante décadas. Carecen del soporte literario de las consideradas dos obras maestras del género, El exorcista y El resplandor, que se permiten el lujo de tener secuelas escritas años después. Legión (cuya adaptación cinematográfica corrió a cargo del mismo William Peter Blatty y se llamó El exorcista III) y Dr Sleep, que aun no tiene adaptación pero sabiendo como funciona el mundo, estará al caer. Distan mucho de la calidad de sus antedecesoras, pero con tan sólo una breve mención a sus terrores originales volvemos a sentir el gélido dedo de la muerte paseándose por la espalda. 

A King, que sigue siendo el rey, le basta describir a la nueva antagonista como "Queen Bitch of Castle Hell." ¿Se puede trazar mejor a un malo en cinco palabras? Blatty (que no es King, pero tampoco es manco), vuelve al mismo caso de exorcismo para darle otra vuelta de tuerca y poner punto y final a la historia de sus personajes. Pasan las décadas y el coco sigue estando en casa, en el viento que se cuela por la ventana, en las profundidades de un hotel erigido en las Rocosas, en una estatua de pene bulboso recortada ante el sol rojo del atardecer en Irak, un baile de máscaras que quieren tenerte con ellos para siempre, una niña poseída. un padre violento, madres de un infinito amor misericordioso que luchan contra la bestia, cocineros y curas reventados a hostias y un niño que todo lo ve. Danny Torrance aún esplende.


(c) Laurie Lipton

jueves, 25 de febrero de 2016

Argentina Clásica Alternativa

¡Fue bárbaro!

Saben, cuando nos acostumbramos a dormir hasta tarde, salíamos a correr por la ciudad, robábamos comida en el mercado y seguíamos corriendo por todas partes, con eso teníamos para todo el día. Oh, sí, a veces picoteábamos aceitunas de los platos de los clientes cuando nos metíamos a trabajar en algún bar y los dueños nos amenazaban y nosotros reíamos, era el mejor sonido desde que Hendrix enchufó la cuerdas y ¡DIOS! ¡CÓMO CORRÍAMOS! Al atardecer íbamos a las escuelas a jugar a fútbol con los chavales hasta que anochecía. Los echábamos de la cancha o nos poníamos a jugar con ellos. ¡Cómo corrían ellos también! Ricardo era el gambeteador. Era Maradona, Riquelme en sus buenos días y Messi, todos en uno, todo el tiempo. El que siempre querías en tu equipo y te desesperaba en el contrario, por eso siempre jugábamos todos juntos. Los humillábamos a todos los pibes, en todas las escuelas de la ciudad. Niños, mayores ya, daba igual, eramos mejores que todos ellos. 

Mi amigo Cristian, de Boca a muerte el gaucho, decía que si formásemos una liga saldríamos campeones todos los años, pero las ligas requerían de tipos de horarios distintos y nosotros cuando mejor estábamos en la cancha era al atardecer. Antes de eso también, no vayan a pensar. Para Darío, el mejor momento para anotar era cuando la escuela estaba a una buena altura, el sol estaba cayendo y los atardeceres eran rojos porque Z estaba dándole bien a ese Dios y entonces nuestro arquero se activaba al verlo todo del color de la sangre y salía de la portería con el balón, se regateaba a todos los rivales varias veces y cuando estaba en la frontal, aún pudiendo rematar y atravesar la escuadra, la red y la pared de cemento (de verdad que podía, le he visto hacerlo), se escoraba al córner gambeteando a todo el que se acercase y ponía una rosca imposible al segundo palo. 

Y era mi momento. Me escurría entre las patadas de los centrales y saltaba hasta tapar el sol como si fuese un ave migratoria que acabase de llegar de otro continente, con los músculos deformados, el cuerpo retorcido en ángulos imposibles, las alas extendidas recortadas contra el cielo de verano, la sombra alcanzando los tobillos de todos los peloteros con la vista fija en el cuero flotando hacia mi cabeza y. 
En un toque certero.
Besaba.
La.
Red.
Y por eso éramos el mejor equipo del mundo al atardecer. Con sus pases era imposible fallar.

Alla arriba yo era Perseo con la cabeza presa de la Gorgona en la mano convirtiendo en piedra a todos los rivales, víctimas que se atrevían a entrar en nuestro laberinto. Pero nos gustaban esos rebeldes porque eran como nosotros, jugaban agresivo pero limpio, sus ídolos eran los nuestros y eso no admitía réplica. Entraban a destiempo pero con nobleza y nos cosían a patadas como al Diego contra Brasil en el 90 y a pesar de eso los gambeteábamos, los gambeteábamos a morir, éramos Caniggia recibiendo el pase trastabillado y anotando, éramos el Gran Capitán Ruggeri comiéndonoslos a patadas, pero de las que no humillan, de las que conceden estatus de guerrero y nadie sale ofendido, solamente con la remera ensangrentada y el corazón magullado en la mano pero feliz por ser reconocido y porque quizá un día pueda reír y correr y jugar y volar y anotar cincuenta goles al atardecer como nosotros, en nuestro equipo de leyendas. Y se juega con la melena desatada y la barba espartana goteando sangre, como presos locos de una maldición que nos atase a la cancha, condenados a batir y a saltar y a cabecear a la red los centros de un demonio enloquecido, tirándolos por toda la eternidad. Era así, en realidad, pero no nos importaba.

La causa era una de las chicas con las que se entendía Ricardo, y no sé si Darío también estuvo con ella en algún momento, y bueno, Cristian por descontado que también y sólo quedaba yo, que sabía a ciencia cierta que no había estado con ella, pero me moría por hacerlo. Esta chica, que en lenguas extrañas y prohibidas se llamaba como el principio del verano, nos habló de la hora bruja de las 5:00 AM, donde uno podía esconderse desde el atardecer y jugar hasta el amanecer sin miedo a que cerrasen las escuelas. No teníamos miedo a saltar ninguna valla, de hecho nos encantaba hacerlo porque nos sentíamos libres, pero el caso es que nos habituamos a jugar hasta el amanecer, casi doce horas cada día de la semana, y las semanas eran cosquillas en los dedos de esta chica que se relamía por tenernos a los cuatro a la vez, lo cual inevitablemente no tardó en suceder en cierto descanso entre partidos con todo el equipo rival sollozando, derrengado sobre la cancha de piedra tras un 11 - 1 en el que brillé especialmente con siete goles y me correspondió el premio mayor, algo equiparable a levantar la copa en México tras el doblete de Valdano. 

En fin, todos los días acabábamos de jugar a las 5:00 AM, habíamos ganado, ya no sé, todos los campeonatos de la ciudad veinte veces, pero no era bastante, ni tampoco montar bocadillos para los clientes y comérnoslos nosotros en la puerta de atras con total clandestinidad, ni correr entre la gente ni robar en las tiendas, se nos acababa el mundo. Y un buen día Cristian y yo nos aburrimos de jugar y de ganar y quisimos regresar a una vida más tranquila y no pudimos, pues ya no había más vida que la cancha y las vallas que cercaban la escuela tocaban el cielo que ahora siempre estaba rojo porque ni la noche muerta se metía entre el atardecer y el amanecer. Y eso estaba bien, pero no era suficiente, y sin embargo lo aceptamos y no tuvimos más remedio que seguir jugando y saltando y ganando, gambeteando para siempre. 

Porque, como nos explicó Ricardo, a lo mejor la chica nos había encerrado a los cuatro en su sueño de las 5:00 AM, que no era un sueño cualquiera, sino la fase más poderosa antes de despertar, el mundo eterno en el que todo lo que decidas es posible y los sueños duran horas disfrazadas de días congeladas en años. Y estábamos presos allí, en su patio, porque ella tenía escaso interés en nosotros pero mucho en Z, y mientras nosotros jugásemos Z estaría bailando allí arriba así que cuando estábamos exhaustos nos amontonó en la portería de Marathon, se quitó los zapatos y trepó por nosotros con la ligereza del sueño para alcanzar el cielo y, por lo visto, a Z, y ahora los atardeceres bajo los que jugamos son rojos y rubios y es una hermosa motivación para seguir ganando para glorificar algo que nunca será nuestro, que es como siempre se ha hecho. 

No es un mal castigo del todo. Nos costó notarlo, pero estamos rejuveneciendo al mismo tiempo. Cada vez nos parecemos más a los cuatro pibes de Lanús que pateaban latas antes de volar a Europa a buscar un futuro imposible. Y ahora todo el mundo nos conoce. Los equipos rivales de nuestra infancia pasan por aquí a disputarnos el balón y todos salen llorando. Un combinado de los mejores onces de la historia del fútbol moderno tendría problemas para arañarnos un empate. No concedemos nada. Tenemos un único sueño, y es figurar en los murales de todas las escuelas como el mejor equipo de la historia. Al lado de esto, escapar no es una aspiración siquiera. Somos más libres que nadie.

Here again

Aquí otra vez en la esquina del sol
Donde las medallas invisibles
la espera eterna para ser
un ciudadano aceptable

Aquí otra vez con la libreta
de las páginas hinchadas
las ideas negras que
pongo en otros sitios

No sé si equivocadamente
no sé si es donde deberían estar

Aquí otra vez lejos de la idiotez
que sólo habla dos lenguas
que se imponen una a la otra
por encima del silencio

Que siempre lo saben todo
sin haber leído nada
sin viajar por mapas extraños
sin haber hollado
las regiones de la noche

Aquí otra vez como en Babel
escuchando las mil lenguas
respetándose al unísono
donde nadie sabe nada
más de lo que aparenta

donde las mentiras suenan
educadas y amables y
no afectan demasiado

Aquí otra vez con 
la cabeza de toro negro en la pared
vaticinando posibles destinos
a muchas vidas de distancia
tantas que no importa
lo tomaremos cuando llegue
si no nos vamos antes

Aquí otra vez sin entender
por qué la gente habla
y deja hablar y te escuchan
aunque no les interese
sin interrumpir a cada instante
sin saber de lo que hablas

porque replicar es lo mejor
que te puede pasar en la vida
aunque no dejes hablar
ni sepas entender

Es algo 
tan caballeroso que duele
no haber sido tratado así antes

Aquí otra vez con la vida mejor
los sueños más cercanos
aun lejos del alcance
pero ya es algo

Aquí otra vez lejos de ti
cerca del resto
no es una ecuación exacta
pero resulta
¿entiendes?
RESULTA

AQUÍ OTRA VEZ 
DONDE NO PUEDES LLEGAR
VUELVE A INTENTARLO
SI QUIERES SEGUIR CONTANDO


lunes, 22 de febrero de 2016

Saga Z

Lo tienes. Corre y no lo pierdas. 

Busca una tienda y hazte con la libreta más fea que puedas. Viene con bolígrafo. Todo es perfecto. Ahora corre al Black Bull, pide una negra y ocupa la mesa junto a la ventana a la que todavía le da el sol. Hay que decir que escribes como un crío con una caligrafía de mierda, pero ya lo tienes así que suéltalo todo. Una vez estaba en un hostal una calle más arriba que tenía una sala común como para un rey y estaba lleno de italianos y españoles borrachos, jugando al billar y pasándolo bien. Y había un tío sentado a la mesa y escribiendo basura de la que le gusta a la gente, con una letra perfecta. Y sonreía. Quise romperle una silla en la cabeza. Las sillas eran altas y antiguas y por supuesto no lo hice. Pero ahora lo haría porque he tenido que salir corriendo a comprar la libreta fea y contarlo. 

Me duelen los puños de rabia. Pero el sol entra con ganas, todo lo que puede en este país, y la negra sabe bien. Estaba leyendo en los jardines del castillo y he tenido que correr a los baños públicos, que huelen a demonio porque los dejan abiertos y la Legión Mendiga los ocupa. De ellos ya hablé en Scum gathers y la situación sigue igual. Es un país feo y peligroso, pero tiene las cosas más bonitas que se puedan soñar. Me aficioné a embellecer libretas feas hace tiempo y quería pasar días enteros en esquinas de pubs escribiendo y escuchando rock clásico para fracasados. ¿Tienes hambre? Ya son las dos. Voy a pedir. The only time I feel alright is by your side. Es muy difícil inventarse buenas frases lapidarias para:

a) Impresionar.
b) Engancharte en el cerebro de otros con navajas hundidas en sus córtex.
c) No morir jamás.

porque todas las buenas ya están escritas. Quiero ir a Rumanía con Z y su pelo rojo, no es un infierno y no quema, así que supongo que nunca podré tocarla. Es rojiza entera y tiene los labios más apetecibles que no probaré jamás. En una de mis últimas confesiones falsas me dijo que lo sentía mucho pero que últimamente miraba con más deseo a la comida que a los hombres. Supongo que ya nunca iremos a Transilvania. Una pena. Quería volcar el carruaje en mitad de los Cárpatos y que ella me cayese encima y quedarnos inmóviles y aprisionados contra la ventana para no movernos jamás mientras nos congelamos lentamente. Quería que fuese mía por ese breve instante para que después el Conde me la arrebatase, la hiciese suya y no poder olvidarme de ella jamás. Es lo único que funciona. El resto... bah. Como ir a fichar. Dejó de tener sentido.

He dicho muchas veces que el mundo es un puño cerrado fuerte con las uñas feas y las calles largas en las que nos escondemos son las líneas de la mano dorada y sucia de un Dios que es peor escritor que cualquiera de los que lo intentamos Y ESO ES DECIR MUCHO y que escribe sobre nosotros con la pluma en la boca porque tiene una botella de tequila con gusano en una mano y una motosierra oxidada en la otra. En la polla habita un cáncer terminal por meterla donde no debe y tiene unas rodilleras hechas de huesos humanos saqueados de un templo Inca. Tener un Dios masoquista es una broma de las buenas y las macabras. 

Yo estaba a medias con una chica, le hablé de este Dios y se olvidó de mí para querer conocerlo. Creo que lo último que escuché de ellos dos era que la chica era la inmediata superior de este Dios y lo cosía a latigazos y las escasas veces que lograban correrse (eran un caso, ellos dos) llovían meteoritos sobre el mundo. No sé si esta chica era Z o no porque se transfiguró al subir allá arriba, pero el cielo estuvo rojo muchos días así que supongo que lo era. PLEASE BARTENDER NO ME PONGAS ESTA CANCIÓN y se puede decir que yo la puse en el cielo, pero el que recibía todos los beneficios era un Dios al que yo no rezaba y al que le gustaba que le measen en la cara y suplicaba por pintarle de rojo las uñas de los pies y los rayos de sol eran impresionantes esos días. Yo la puse en el cielo pero la lluvia y los meteoritos IF YOU GO YOUR OWN WAYYYYYYYYY nunca me daban y se llevaban a otra gente por delante YOU CAN GO YOUR OWN WAYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY a todos menos a mí. 

Supongo que por eso empecé a juntarme con todo tipo de gente. No soportaba la idea de que la gente que me conocía desapareciera a golpe de corridas divinas así que traté de salvar a todos los que pude. Eso acarreó muchas noches insulsas con gente amable que no me entendía y en la que yo no estaba interesado. Hice algunas amigos por lástima e interés común, que son los sentimientos más bellos que quedan enteros en estos tiempos, junto a la cerveza, el sexo compasivo y los jalapeños en conserva. Creo que tocaría la polla sidosa de ese Dios sólo para que Z me mirase de nuevo. Esto va de sacrificios. No me gusta la gente porque sólo se sacrifican para follar con otra gente. Si alguien más follase con Z lo mataría con un lanzallamas. Me veo seriamente tirando llamaradas de fuego negro por la polla si eso pasase. Una libreta nueva y ya la he llenado de pollas. 

En fin, aprovechemos los espacios libres. 

Z, si lees esto suéltate ese pelo rojo como lo que me late bajo el brazo, olvídate de ese Dios que no vale nada y baja a verme. 

No lo olvidarás.

lunes, 18 de enero de 2016

Estoy aquí

Hace nueve años que conozco a Maitane y suena jazz en la cocina porque ayuda a mi compañero de piso a relajarse mientras estudia una a una cada oferta de trabajo y me recuerda que yo debería estar haciendo lo mismo, pero en vez de eso me centro en escuchar la música y pensar en que hace nueve años que conozco a Maitane y ocho que debería dejar de haberla conocido, por mucho que la gran parte del universo que conozco se haya empeñado en demostrarme que así no se hacen las cosas y que tampoco es bueno hacer frases tan largas que hagan desfallecer al lector, y como se puede ver, me importan bastante poco ambos consejos. Hace ocho años que debería haber dejado de conocer a Maitane, o diez, ya no sé, porque el mundo es un lugar demasiado duro y su cama demasiado blanda y me niego a tener que conformarme con dormir en el primer lugar y no pasar ni una vez por el segundo cuando han sido demasiados los gilipollas que lo han hecho, y a gilipollas les gano a todos esos pero a todo lo demás seguro que también, así que me tomé una excedencia de ella y antes de cumplirse los diez años volví para renovar el contrato y ver si todo seguía igual que cuando me fui. 

Nos vimos el otro día en un café donde no sonaba jazz y volví a hacerle el favor de salir a la terraza aunque hiciera frío y hundir el dedo en sus mejillas aunque no estuviesen tan pobladas como antes, símbolo sin duda de una cruenta madurez que la está consumiendo, y envidio a esa madurez por comérsela y quizá a uno o dos también, pero no les conozco y espero que siga siendo así. Sigue teniendo el mejor pelo raro de la historia y creo que no querré conocerla cuando no lo tenga, o peor, cuando tenga un pelo normal. Le confesé que escribí sobre ella y lo hice público (ver Ven aquí), así como había escrito sobre todas las sucesivas Maitanes que vinieron después y siguen viniendo, cada vez más espaciadamente, cada vez con la lección más aprendida (ellas), cada vez más torpemente que la anterior (yo), deseoso de cometer los mismos errores y algunos nuevos. Quiero que se lea en mi pluma tanto como quiero meter las manos en jalapeños en rodajas y metérselas debajo de la sudadera, meterle el dedo en la boca, chuparle el ojo, masturbarla en la plaza, hablar con ella a la luz de una vela en un cuadro, inmóviles y castos como aquellas tardes hace un millón de años en Urgull que se quedaron en nada pero se dispararon en mi imaginación y ganaron seis veces el gran circuito de lo que sea, no me gustan los deportes de competición. 

Bueno, ella se lee y se ríe, porque no es demasiado terrible después de todo, quizá un poco alterado, un poco de ficción, un poco de realidad, es todo por seguir en el alambre, ya sabes, y tengo delante una taza de chocolate tan espeso que quiero tirarle por encima para luego, en fin, ya sabes, y tengo la irremediable sensación, como tuve entonces cuando estábamos en el puerto abrazados y una serpiente tatuada en su omóplato que le serpenteaba hasta las tetas, pálidas, grandes, perfectas, y desde que los signos zodiacales cambiaron dejé de ser sagitario para ser Ofiuco y debí cazar esa cobra pero no fui lo bastante listo o rápido o perverso y sólo dos semanas después eso se volvió en mi contra como ya he explicado en otro sitio. Y todas estas veces que hemos estado frente a frente, de la primera a la última en estos nueve años, he sentido que tenía que pasar algo porque si no toda la gente de la calle se iba a convertir en lagartos y se iban a matar unos a otros, iban a romper escaparates y robar coches y quemar bares e iba a ser siempre de noche y no quería vivir en un mundo así, quería acostarme con ella porque era la única cosa que tenía sentido en mi cabeza. Quería acostarme con ella porque una vez me hizo creer que bueno, que tal vez, y llevo muy mal el rencor. Muy mal.

En realidad, siempre ha sido así. Es todo una cuestión de orgullo, con las Maitanes antes que ella y con las de después, incluso con las de ahora. Nunca he querido ser uno de sus Charlies porque en mi cabeza son todos gilipollas y no me interesa saber más, no sé si soy mejor que ellos pero al menos tengo buen gusto, joder, aunque no vaya más que a conciertos de grupos tributo a grupos muertos con peluca que no se saben las canciones en tugurios a los que sólo van parejas pasadas de moda y a nadie le importa demasiado la música pero algo hay que hacer. Quería acostarme con ella para recordar que sigo vivo y respirando, y que no se me olvidan las cosas fácilmente. No hay nada que me guste demasiado que no me sepa de memoria y ya no me gusta casi nada. Todo lo que me gusta lo tengo quemado, vale tanto para el recuerdo de cuando nos besamos como para el Tokyo de Guns N' Roses y la conexión entre ambas cosas reza en el último tramo de Rocket Queen y es más de lo que voy a decir aquí. 

Supongo que lo único que realmente me llena es ese momento perdido en el tiempo en el que todas las Maitanes dijeron "vale, venga, tú a mí también, la próxima vez" y no hubo próxima vez. El peor castigo que un Creador puede concederle a un Hombre es la capacidad de acordarse de todo. Me acuerdo de todo. Reniego de todo. Supongo que esta es la explicación a todas las preguntas que han existido alguna vez. El otro castigo es tener demasiado tiempo para darle vueltas a las mismas respuestas. Me fui a Copenhague a bailar african jazz hasta la madrugada y nada cambió. Me fui a Estocolmo a morirme de frío en las tabernas de lo viejo y todo siguió igual. Escalé, tras la nevada, la montaña más alta de Edimburgo y miré a mi alrededor y vi la ciudad y supe que todo iba a seguir siendo como era hasta el último día en el que respire y lo que respire me seguirá oliendo al tabaco de Maitane que había llegado más lejos que yo.