El relato “Los elegidos” está compuesto a base de
diversos artículos, entrevistas y crónicas que el autor realizó entre
2008 y 2014. La temática gira en torno a tres artistas: un escritor y dos
cantautores. Los textos se muestran en orden de publicación para facilitar la
comprensión de la lectura. Los medios que publicaron dichos contenidos
permanecerán anónimos a lo largo de la recopilación.
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Artículo
nº1, “Bizarre love triangle”, publicado el 10/11/2008.
‘Everytime I see
you falling
I get down on my
knees and pray
I’m waiting for
that final moment
You say the words
that I can’t say’
Estas líneas, que
flotan desde el mágico estribillo de los inolvidables New Order, ilustran a la
perfección lo que podrían ser los pensamientos de los tres integrantes que
forman este “Bizarre love triangle” de nuestra farándula pop nacional. Gloria
Sommersen (Oslo,1969), la eterna mujer-niña escandinava y heroína del
movimiento independiente, resiste empuñando su guitarra desde el origen del
triángulo. Colgado de un vértice languidece Isaías Dorian (Madrid, 1971),
novelista heredero del ‘realismo sucio’ cuya prosa tiñó de oscuridad toda la
década pasada y parte de ésta. Tiempo compartido junto a Sommersen hasta hace
bien poco. Por el camino, la relación ha dejado un hijo, múltiples propiedades
y un buen puñado de libros y discos repletos de lírica inspirada. El sintagma
nominal “Gloria – Isaías” está grabado a fuego en la mente de toda una
generación. Como nombres grabados dentro de un corazón sobre la corteza del
árbol que finalmente ha sido profanado. Antonio León Valera (Gijón, 1975), el
cantante de la tormenta, cierra el triángulo soldándolo a fuego.
Valera y Sommersen
son, en la actualidad, la pareja de la que todo el mundo habla. Ambos cantautores
de vieja escuela, guitarra en mano, respaldados por bandas que se atreven desde
el rock hasta el jazz más marciano. De los que dejaron la canción protesta en
manos de sus maestros de los ochenta y abrazaron la oscuridad. Comprendieron
que la canción nunca pasaba de moda si hablaba de las tinieblas personales de
uno mismo, mientras que las temáticas sociales estaban muy adscritas a
determinados momentos históricos. Impulsados por esto, han lanzado un disco de
nuevas grabaciones en el que comparten micro, banda e historias. En él se
recogen intimidades, sobre todo, y también rencores y viejas rencillas
aireadas. No faltan las dedicatorias veladas a Dorian, incisivas por parte de
Sommersen, más diplomáticas en el caso de Valera. Pero ahí están. No es justo
que este irresistible interés más digno de prensa rosa mitigue la calidad del
LP, porque es innegable.
“Días de humo” es
el disco del año para el circuito indie e incluso tiene alguna tonadilla
accesible a las radiofórmulas más atrevidas (si es que alguna lo es). Esta
publicidad impulsa la popularidad de su música, y viceversa. Sommersen-Valera
(así, acentuando el poder femenino en primer lugar) es ya la pareja del año y
su número de fans no hace más que crecer. Los más acérrimos rebuscan entre
ambas discografías, buscando cualquier rastro de posibles pistas que pudieran
estar dirigidas a Dorian, en el pasado, y miradas lascivas entre ellos cuando
aún estaban presos en sus anteriores relaciones. ¿Puede calificarse esta
conducta de pueril? La respuesta es innecesaria. Cualquier actitud que tomen
los seguidores de la pareja no hace sino incrementar el éxito de la misma, y su
felicidad por extensión. Por muchos años.
¿Dónde queda el humillado, el derrotado, el
perdido Isaías Dorian? En la sombra, podría parecer. Lejos de esto, no ha
dejado de trabajar para mantenerse cuerdo ante la desdicha. Quien no haya
seguida la trayectoria literaria de Dorian debe saber que antaño fue el enfant terrible de las letras españolas
y su oscuridad no nos coge de nuevas. Su época más prolífica tuvo lugar durante
su largo matrimonio con Sommersen, y ese período recoge sus obras de calidad
más contrastada. Para resumirlo brevemente: tome usted al Bukowski de las
novelas, métalo en la coctelera junto a la poesía de Leopoldo María Panero y
algo de la querencia por los autores sudamericanos e íberos y finalmente añada
un chorro de whisky y un gramo de cocaína. El combinado matadragones resultante
es una idea muy aproximada de lo que supone leer una novela de la buena época
de Isaías Dorian.
Y
una vez más, este luchador se ha sobrepuesto a esa oscuridad perenne para alzar
una mano con un manuscrito en ella. Quizá el resto de Dorian se quede allí,
pero esa novela nacida del dolor, de la pérdida y del rencor constituye una
crónica descarnada del terrible suceso. “Los ojos de la Gorgona” rivaliza con
el LP “Días de humo” por el podio en una batalla entre los que se decantan por
una facción u otra. La realidad es que ambos lanzamientos conforman una saga de
lo más apasionante. Está de moda escudriñar y analizar la prosa en
contraposición a la música, e interpretar los resultados. Es una actividad,
reconozcámoslo, apasionante. Permite que juntaletras de vocación incierta como
el aquí firmante redacten artículos de dudoso gusto como éste, confesando su
adicción a este triángulo e instando a los lectores a inmiscuirse en él. La
vista a través de las persianas es apasionante, lo prometo.
¿Qué
queda ahora de esos emotivos versos de New Order que encabezaban el texto?
Decían los de Manchester: “Cada vez que
te veo caer/me arrodillo y rezo/espero ese último momento/en el que digas las
palabras que yo no puedo decir.” Pues bien, en mi humilde opinión, este triángulo de amor bizarro repite en
silencio esos versos cada noche antes de dormirse. Ellos lo dirán por ella y
ella lo dirá por uno de ellos, o por los dos. Es su canción y deben cantarla hasta
las últimas consecuencias para que el triángulo permanezca irrompible.
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Artículo
nº2, “Los elegidos”, publicado el 30/09/2009
“Oye, Cristina, que si no te gusta
el concierto me lo dices, ¿eh? Que no pasa nada, que lo voy a entender”, dice Javier, uno
de los centenares de fans que se agolpan fuera del bilbaíno Kafe Antzokia. “Yo creo que te gustará, porque es muy
bueno. Es un poco como Leonard Cohen, pero en castellano y de Gijón. A mí me
gusta mucho.” La paciente novia de Javier le dice que no se preocupe, que
si se aburre ya se lo hará saber. “Oye,
que no te tienes por qué aburrir, ¿eh? Que el tío canta muy bien. Vale que casi
todas las canciones son un poco como melancólicas y tal, pero te tienes que
poner en su lugar.” Javier sigue insistiendo. Le ha costado lo suyo
arrastrar a Cristina al concierto y no quiere que salga decepcionada. Probablemente
sean ambos residentes en la capital vizcaína, así han podido pasear
despreocupadamente sus modernos atuendos por dos o tres bares donde han hecho
la previa. Allí se habrán juntado con otras parejas que también van al
concierto, porque claro, hay que ir al concierto. El artista de moda arranca su
gira en Bilbao. ¡Nada de Madrid o Barcelona! ¡Golpe al bipartidismo! Bueno, más
o menos…
Los
Elegidos saborean zuritos, eligen cuidadosamente los pintxos en la barra y
comentan el último trabajo de Antonio León Valera con Gloria Sommersen. El
bueno es él, dicen. Ella aporta una bonita voz y algunas inspiradas melodías,
pero el grueso del álbum es Valera. Puede que tengan razón, puede que no. Lo
que está claro es que no tienen ninguna prisa por ir a la sala a hacer cola
para pillar un buen sitio. Ya no son chavales, las esperas y las primeras filas
quedaron atrás. Además, es el Antzoki. No hay problemas de visibilidad. Qué
demonios, es la mejor sala de conciertos del estado.
Su momento de gloria llega cuando se dirigen en
manada a las puertas, paseando orgullosos su elitismo. Son perfectos,
estilizados, atractivos, con un look gamberro pero elegante. Con sus chaquetas
de cuero, sus vaqueros ajustados, sus deportivas, sus camisetas ajustadas con
alguna inscripción (si tiene que ser de algún grupo, que la tipografía sea pequeña
y discreta), sus perillas, sus patillas, sus gafas de pasta, sus melenas, sus flequillos,
sus estudiadas calvas. Y qué decir de sus chicas, bellísimas todas. Ellas sí
que son las reinas del estilismo de Los Elegidos. ¡Qué suerte han tenido estos
chicos de ser Elegidos por ellas! Así pueden contarles, mientras las cogen de
la cintura, la primera vez que escucharon a Valera, la primera foto que
recuerdan de Sommersen, la primera novela que leyeron de Dorian. Y ellas
escuchan boquiabiertas (como no podía ser de otra manera dado lo apasionante
del tema), maravillándose, qué diablos, excitándose vivas de lo cultos e
inteligentes que pueden llegar a ser sus novios. Esa profundidad tan sensual
evoca un mar de placeres nocturnos irresistibles. Apostaría el brazo de
escribir a que es así.
Una vez dentro de
la sala, Javier y Cristina se sitúan convenientemente en una mesita ubicada
junto a la pared derecha, donde dejar las chaquetas y el bolso mientras charlan
esperando que salga Valera al escenario. Javier hace los deberes y trae dos
cervezas. No ha visto las miradas de aburrimiento de Cristina, que de seguro preferiría
estar en cualquier otro sitio. “Pues lo
que te decía, Cris.” Sigue Javier, arrebatador con la cerveza en la mano. “Este tío es el novio de Gloria Sommersen,
la que estaba con el escritor Isaías Dorian. ¿Te acuerdas, esos libros que leía
todo el rato cuando nos conocimos? Pues este tipo…”
Si Javier pudiese
ver más allá de sus narices… Afortunadamente para Cristina y para un servidor,
las luces se apagan, ikuskizuna hastera
doa que dicen por aquí y todos los murmullos de Los Elegidos se van
acallando. Nunca del todo, por supuesto. Jamás. Son irreductibles. El aire se
llena de silbidos y jaleos. Y el hombre irrumpe.
Nadie diría que
Antonio León Valera es una estrella del rock, pero sin duda tiene una presencia
muy poderosa en escena. Antes de ser iluminado por los focos, su sombra se
apodera de las almas de todos los espectadores, que dejan de ser Los Elegidos
porque sólo él lo es. El artista escudriña el ambiente, hace un gesto de
aprobación a su banda, que se dispone a atacar, y es entonces, justo entonces,
cuando La Mano de Dios rasguea la guitarra por primera vez. Los súbditos se
vuelven locos mientras Antonio musita un breve “Buenas noches” al micrófono antes de acometer la tormenta.
Porque eso es lo
que es un concierto de Valera, una tormenta sónica y poética que desgarra a
quien esté presente. Lo descarnado de su lírica no pasa de puntillas por la
mente de nadie, sino que se queda allí. Desentierra recuerdos, derrama
sentimientos olvidados y les hace partícipes de su ruina. Sí, ruina. Una ruina
constante y necesaria, inextinguible por muchas Gloria Sommersen que se crucen
en su vida. La oscuridad de hombres como éstos merece mil monumentos, el nombre
de un planeta, la Acrópolis. Y en tanto no puedan librarse de ella, al menos se
alivian contagiándola a los demás. Son ellos los que se desgañitan repitiendo
letras como consignas, rellenando los huecos, jaleando al artista.
Musicalmente, la
banda de Valera es una apisonadora. El indudable gusto por el rock añejo
predomina, sí, aunque las canciones sean de cantautor de manual. Dos guitarras
eléctricas – tres cuando Antonio la alterna con la española -, un teclado
Hammond y en ocasiones un violín eléctrico sonarán siempre contundentes. Estos
sonidos refuerzan la sensación de tormenta que evoca Valera, dejándole, eso sí,
desnudo cuando toca acometer alguna confesión acústica. ¿La voz? Rota. ¿Cantar
bien? El que busque eso, que se ponga un vídeo de Frank Sinatra. Esto es ver la
sangre derramarse en forma de música.
El repertorio
siempre será un problema para Javier de cara a su relación con Cristina. Las
canciones más animadas (ergo, las que pueden gustarle a ella) corresponden a
los dos primeros discos, cuando Valera aun guardaba cierto interés por la luz y
la vida saludable. Después de eso, poca animación hay en su discografía.
Estamos ante uno de esos artistas que gusta de presentar su último trabajo de
forma íntegra en directo, con pocas concesiones a hits pasados. Con un nuevo y
oscuro disco bajo el brazo – y algunos temas de “Días de Humo”-, Valera ofrece
hora y media de temas cañeros pero amargos, con algunas letras tan
estremecedoras que Cristina tendrá problemas para conciliar el sueño. De nada
sirven los intentos de Javier por animarla gritando los estribillos más
accesibles puño en alto. En efecto, y si no lo he mencionado, Valera presenta
su nuevo larga duración: “Un instante de calma”. A falta de varias escuchas
para efectuar una crónica, por lo presentado en directo podemos afirmar que es
su mejor trabajo junto al dueto con la chica favorita. El tiempo dirá más.
Sin embargo, para
ser justos debemos decir que el cantante aun no está engrasado del todo para el
directo. Es la primera fecha de la gira, así que todo irá mejor en sucesivas
noches, pero hoy ha estado algo nervioso, poco hablador (no es un orador sin la
guitarra, precisamente) y quizá algo alicaído quién sabrá por qué. Nada que no
vaya a subsanar, porque es un perfeccionista con todo lo que hace. No importa,
cuando esta tormenta termine Gloria le espera en casa, o en el hotel Villa de
Bilbao, o en la furgoneta, o donde duerman los artistas de la carretera. Y
todas esas canciones cobrarán aun más sentido.
El Kafe Antzokia ha
acogido esta descarga con respeto, vibrando a cada nota. Los supervivientes se
miran alucinados, jalean al artista, la banda reparte púas y baquetas,
estrechan manos con las primeras filas y todos tratan de poner un poco de orden
tras el concierto. La magia ha terminado y mañana hay que ir a trabajar (quien
tenga donde).
Javier y Cristina
abandonan la sala en silencio, cogidos de la mano. Él no se atreve a
preguntarle qué tal se lo ha pasado, pues presiente que tal vez se ha excedido
en sus intentos por introducirla en el concierto. No se le pasa por la cabeza
que quizás Cristina se haya aburrido, algo que entraba dentro de lo posible al
no estar demasiado interesada en este tipo de música. Quizás Javier haya pagado
el precio de ser el estereotipo actual de moderno que tanto castigo merece, y
no será porque no se lo haya buscado. Pero no contempla la posibilidad que, en
opinión de este humilde cronista, es la que ha terminado sucediendo. A Cristina
la música le importa un carajo, es así y es respetable, pero como persona
humana, es perfectamente sensible y permeable a las diatribas sentimentales de
Antonio. A las diatribas y a su melena de cuarentón renegado. A sus maneras
sobre el escenario, a su sangrante sensitividad. A sus manos, grandes y venosas
cuando golpean la guitarra, unas manos tan fuertes que puede notar como la
toman de la cintura, como acarician su cuello, serpenteando por su cuerpo.
Quizá haya ido demasiado lejos en mis sospechas, pero apostaría que Javier no
va a ser el que le haga el amor a Cristina esta noche. No en la mente de ésta.
Ni esta noche ni muchas de las que están por venir.
Quizá sólo se haya
aburrido.
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