domingo, 21 de diciembre de 2014

Los fantasmas de Edinburgo


"Anarchy smiles in the Royal Mile"
Derek William Dick.


Ven aquí...

El reclamo golpea loco y no puedes evitar ir en su busca, aferrándote al último aliento de su rastro. Quizás viste la palabra difusa ocultándose bajo la hiedra y el musgo, entre la tierra y la piedra, argamasando el empedrado de la milla que baja desde el castillo viejo al castillo nuevo. Bienvenido a Edinburgo, la ciudad del millón de fantasmas.

Te invito a comenzar la búsqueda en lo alto del castillo, pues la ascensión te permitirá avistar y ser avistado por un buen puñado de espíritus de los que tratarás de esconderte, en vano, pues no hay mano gélida incapaz de tocar tu espalda si se lo propone lo más mínimo. No hay faldones transparentes que no dejen sus intangibles marcas al rozar las milenarias baldosas, ni corrientes de aire que no dejen Inverness, la imposible capital del norte allá en las Tierras del Eterno Invierno que dijo aquel, que no abandonen el glaciar materno como demonios que cabalgan el aire, que cabalgan hasta la cima del Ben Nevis y surquen la superficie de los lagos, que hagan asomar perezosamente la cabeza de algún monstruo antediluviano allá en la ribera de Fort Augustus, que no bata mandíbula en un rugido que hizo tambalearse la altanería del mismísimo macizo de Glencoe, que no resquebraje rocas grandes como mentiras que se despeñen hasta encontrarte y, en definitiva, que esas corrientes glaciares te recorran y seas un escalofrío de carne y hueso más real y, de momento, tangible, que los miles que congregas a tu alrededor.

Los fantasmas devoran el tiempo como si devorasen la barrera que te protege como un campo de fuerza, por lo que los días se acortan y siempre es de noche. Huye a las prisiones del castillo, recorre todas las estancias hasta encontrar la puerta rota y la piedra falsa que lleva al pasadizo, aquel que el príncipe utilizó para reconquistar la fortaleza con sólo treinta hombres y que diez mil centenares plagiaron después en sus estrategias y en sus historias que golpean insistentemente con los muñones sangrando contra las teclas en un vano intento por gritarle a la gente lo increíbles que son. Corre, porque el tiempo te devora y luego ellos devorarán al tiempo y no serás más que hojas de lisina en el estómago de un dinosaurio herbívoro destinado a acabar en la digestión de un Gran Rex como el que viste en el National Museum of Scotland y te reíste, e hiciste bien, porque esta es la gran broma final. 

Entonces
pareciera como
todo se detiene
todo se funde
todo se concentra en un punto
y ya no sé quién es nada
ni donde está
quién sea que habla

Ven aquí...

Una constelación estalla en la noche. Las brasas brillan en el cielo, las supernovas se desvían, y algunos mundos colisionan con una belleza tal que haría las delicias de Ray Bradbury. Los rescoldos se precipitan a la Tierra como meteoros. En el núcleo de cada uno de ellos brilla un fuego azul en el que despierta un alma al atravesar la atmósfera. El lienzo de Edinburgo que J.M.W. Turner se encuentra pintando en el observatorio de Old Calton Hill jamás ha vivido mayor inspiración. Sin embargo, un genio sabe cuando no alterar su propia obra (y, en el caso de Turner, también cuando escupir literalmente sobre ella), y no veremos la lluvia en llamas explotar dulcemente contra la Atenas del norte. Tampoco escucharemos el rumor del volcán que se agita como un gigante dormido, que es ni más ni menos la montaña sobre la que construyeron el castillo. Desgraciadamente, el palacio de Holyrood no ha sido construido aun, así que la Reina de Inglaterra dispondrá de su residencia de verano en el lejano siglo XX y, contra todo pronóstico, en los siglos venideros. Lástima. 

El suelo me golpea. He aterrizado. Turner me mira distante y decide que no soy digno de incorporar a la obra maestra, lo cual no estoy en condiciones de refutar. Me recompongo como puedo, me incorporo y me veo frente a una pléyade de espíritus. Reconozco algunos. Los otros no hace falta, porque adivino sus intenciones. Te reconozco. Huyo y ninguno me sigue, porque saben que es imposible escapar. El sueño de libertad no me detiene y recorro la Royal Mile como si fuera la primera vez (¿quién dice que no lo sea?) y, cómo en los sueños de verdad, puedo indagar en cada rincón, en cada callejón, esconderme en la catedral de St. Giles del machete de Deacon Brodie, aquel a quien luego conocerían como Henry Jekyll. Reconfortado por un buen haggis de entrañas de cordero y regado con la peor de las cervezas y el más auténtico de los sabores, con la boca llena de sangre y los ojos devorando los caminos, me detengo a resollar. La pléyade se manifiesta a los pies del castillo, siendo el barrio viejo su arena y yo su presa a la que no tienen ninguna prisa por cazar, porque cuando no existe el tiempo no hay prisa que apremie la huida ni la captura. 

Cobijado en el último escalón del monumento a Scott, me elevo en el punto más alto de la ciudad, como un capitán pirata oteando los edificios, las torres, el puerto de Leith a lo lejos y las colinas que se yerguen como pueden dado su ridículo tamaño en comparación con sus hermanas mayores de las Tierras altas. Dentro del monumento hay una capilla dedicada al autor, y susurro en silencio una de sus frases que han grabado en la piedra: "Mine own, romantic town!", y eso me reconforta, pues no hay, a pesar de las circunstancias, ciudad mejor en la que vivir o como se llame esta circunstancia concreta. El juramento ejerce de acuerdo parlamentario. Los fantasmas, amigables, empiezan a tocar una melodía siniestra con tambores. Hacen todo un acontecimiento de esto. La banda nacional desfila orgullosa tocando el himno escocés y luego ya sí, luego ya me dedican la marcha fúnebre. Charles Dickens, en una de sus visitas a Edinburgo como buen inglés estirado, es enviado a parlamentar. El hombre sube los 287 escalones de caracol sosteniendo una cabeza de toro en una bandeja sin tropezar. Hay genios que verdaderamente caminaban por encima del suelo. Deposita el nada discreto mensaje enfrente de mí e intento mantener una charla amistosa con él, dado que muy probablemente no vuelva a tener otra oportunidad, pero está muy ocupado o es realmente estirado. Tira de archivo para decirme que vendrán a verme tres espíritus. Bueno, tres entre un millón no esta mal. Podía ser mucho peor. 

No puedo dejar de admirar los edificios, ni el empedrado, ni el cielo, ni el mar. Voluntariamente desando el camino de la escapada y me planto en el centro de Princess Gardens, en el montículo donde erigirán la National Gallery. Una cantidad incontable de siglos me observa. Los fantasmas marchan como un silencioso ejército y las hojas del jardín se mueren. Los edificios se mueren. No hay ni una miserable forma de vida en todo Edinburgo que no se extinga ante la marcha del heraldo de la muerte. Esto es Comala. No describo al heraldo, pues el mínimo intento de aproximación retorcería mi lengua hasta estrangularme con ella. Una mano esquelética señala al primero de los fantasmas. que resulta ser el equivalente a un pueblo entero. Me juzgan en silencio, y como era de esperar, los conozco a todos. Les digo que lo siento y sus miradas no dejan entrever ni una súplica. Les digo que lo siento de nuevo, que no puedo mostrar un amor que desconozco, que no hay en mí y que nunca lo ha habido. No sé decirles otra cosa, porque no la hay. No hay nada dentro de mí. Supongo que lo entienden, que siempre lo han sabido, pero no es suficiente. Nunca es suficiente, por eso me juzgan. Siempre ha sido así. El segundo de los fantasmas eres tú, de nuevo, como al principio de todo. Te diriges a mí en silencio, acechando una respuesta cuando no hay preguntas que hacer. En tus ojos brilla algo tan bello como las piedras del reino de la Muerte. No hay suficientes para tallar las esculturas que mereces, y sólo estoy yo, así que haré lo que pueda. 

Estoy aquí

¿Qué decir? Sí algo puedo asegurar es que ésta ciudad se construyó para que tú y yo nos encontrásemos en algún momento. Ése es el único verdadero propósito para que alguien se tome la molestia en construir una ciudad, y Edinburgo dista mucho de ser la excepción. Es sólo una prisión más, quizá la mejor, pero nada más. Y las prisiones se construyen para mantener dentro a los peligrosos, o para que los peligrosos estén a salvo de una amenaza aun mayor. Y yo entraría gustoso en esta prisión para siempre si fuese a estar a salvo de ti, pero no hay paredes para los fantasmas, y tu recuerdo deja agujeros en las murallas por los que cabe hasta el sol, que guarda un asombroso parecido contigo y además quema casi tanto como rozarte. Si concediesen últimas voluntades en la cárcel, no me costaría mucho decidirme por poder encontrarnos de nuevo por primera vez en otra ciudad y fingir que nos gustamos lo suficiente durante unas cuantas horas a todas luces insuficientes. Los fantasmas jalean espectáculo, y me temo que tú eres las fieras y los gladiadores a la vez y yo sólo un prisionero. Y tras el combate agonizo exhausto en un charco de sangre y te despides con un "Y te dejo con las ganas, para que puedas follarme bien en tu vivaracha imaginación", como aquella vez. Pero esta vez no soy tan lento (he tenido siglos para pensar una respuesta), y susurro: "Mi vivaracha imaginación lleva años follándote", porque, perdonen la honestidad, decir que me paso la eternidad elucubrando fórmulas para describir el universo o salvar a la humanidad sería mentir, y bastante castigo tengo ya para añadir más cargos a la condena. 

El último de los fantasmas no es un ser terrenal, sino un emisario de alguien de mucho más arriba. Y, sorpresas de la vida y la muerte, se siente benévolo. Supongo que sólo quiere llevar la contraria a la pléyade, A nadie le gustan las pléyades. Me va a conceder un deseo, y se lo murmuro al oído para envidia del tribunal. Me sacan de allí. Subimos a la Royal Mile por el camino del castillo, atravesando túneles de dudosa claridad. Subimos y bajamos estrechos senderos de la ciudad subterránea, durante días. A partir de cierto punto, ya sólo es descender. Debemos estar bajo el ayuntamiento, pero está a kilómetros de distancia, y los kilómetros están llenos de tierra. Seguimos el descenso. A cada lado se abren estancias donde misteriosas criaturas aúllan en lenguajes que quisiera no entender. En un pabellón particularmente grande han capturado a Nessie. Me detengo a observarlo y el monstruo clava su pupila en mí. La inmensidad me absorbe y estoy a punto de caer en sus fauces, pero el emisario insiste en seguir adelante, porque ya estamos cerca. Millas. Galaxias. Finalmente llegamos a una puerta de madera que está rota. El emisario me indica que pase, porque su Señor aguarda, y desaparece. Y qué voy a hacer. Entro, no sin antes sacarme los ojos, porque ya no me van a hacer falta. Lo sé. Me postro ante el que espera y declamo mi petición. Y en un magnánimo gesto de bondad, me lo concede.

Tras reorganizarse el Nuevo Orden Mundial, Edinburgo se inclina ante el universo que contempla la Creación. Se ha reescrito la Historia, los seres humanos han desaparecido de la Tierra, y la capital escocesa es una obra arquitectónica de belleza inigualable cuya elaboración me es atribuida. En mi nuevo papel de Gran Arquitecto soy polvo que flota danzante entre los rescoldos de una constelación que volverá a brillar tras haber estallado. Extinción de luz estelar. Los únicos fantasmas que quedan ahora son los de las estrellas, muertas aquí arriba, pero cuya luz sigue iluminando la ciudad que construí en tu honor. El mausoleo definitivo. Ahora todos los edificios llevan tu nombre. Todo es para ti, todo es sobre ti. Es mi último homenaje. No hay ente universal que no sepa de esto ya. Los últimos alientos de mi ser se fusionan en los puntos de la constelación, y cada célula grita de alegría y dolor, que viene a ser lo mismo. Sé que algún día, si es que seguís contando el tiempo así, despertarás en esa ciudad, esperando para reencarnarte. Mientras tanto, duerme. La luz de mis difuntas estrellas te sonríe 
y te ilumina allá abajo
en el Princess Garden
en la ciudad de un millón de sueños.


"De las brasas de una constelación
al mundo perecedero
bendecida fue la causa de mi fortuna"
Héroes del Silencio


Edinburgh from Calton Hill, c. 1819
Joseph Mallord William Turner

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dead flowers

I

Las flores del jardín de la muerte
(si, suelo venir por aquí)
no germinan nunca
en ningún sitio, así que
he arrancado un ramo 
y he pensado que 
a lo mejor, tal vez
lo quieres, o algo

Este jardín es el mejor
y las flores más bonitas
Se ven todos los mundos
todos los tiempos
es como tirarse en el campo
a ver pasar los coches
en todas direcciones
y saludar a los que conoces

Lo que pasa es que nunca
hay demasiado que decir
después del saludo

Y los que conoces no son
necesariamente
los mejores que podían pasar

II

Hoy he visto tu coche
tiene el faro roto
y conduces peligrosamente
como si huyeras de algo
Así que voy a tumbarme
en medio de la carretera
o alguna estupidez similar
para llamar tu atención

Y otra vez de tantas
has vuelto a atropellarme
vas demasiado rápido
todos van demasiado rápido
así que me retiro al jardín
a lamerme las heridas
la siguiente vez
tendrá que ser mejor

Pero siempre es como siempre
tu coche no se para
tú no te mueves

Y un día de estos
dejaré de mirar
aprenderé a conducir

III

Hoy vino Bobby Keys al jardín
para quedarse
tocó el saxo cuatro décadas
con The Rolling Stones
así que le llevé rosas
como en aquella canción
Dead flowers (1971)
no recordaba haberla grabado

Esto pasa mucho aquí
ninguno se acuerda de nada
se les debe atrofiar algo
en el trayecto 
pero luego nos ponemos
el Exile on Main St.
y se nos pasan estas cosas
qué se le va a hacer

Pero nadie se queda mucho
tienen todavía camino
que recorrer

menos yo
que sigo mirando
los coches como las vacas

IV

Todavía guardo el ramo
para ti
mientras tanto hago otros
sobran flores y tiempo
y gente a quien dárselos
que quizá no vayan
tan rápido
o miren a los lados

Apunto matrículas
en la lista eterna
las que más me gustan
las bordo con flores
y me hago kilómetros
para encontrar las mejores
o eso me parecen
a primera vista

y a veces asfalto el camino
para tapar los baches
pero acaba mucho peor

empiezo a pensar
que no había ningún bache
antes de llegar yo

V

Una vez 
y dentro de mucho tiempo
la Muerte volverá a su jardín
entonces pensaré en irme
o en quedarme
aunque los términos
no sean los mejores
¿pero cuándo y dónde lo son?

¿se marchitarán los ramos?
¿se secará el campo?
¿se cerrará el tráfico?
¿se romperá la carretera?
¿se morirá el cielo?
¿se secará el mar?
¿se callará el viento?
¿me verás?

¿dejará la tierra
de arraigar,
dejarán de florecer los ramos?

¿me arrancarás, por fin
las flores de las manos
y la sonrisa de los labios?



domingo, 30 de noviembre de 2014

"But I'm just a moonlight mile away, down the road..."

Escribí esto tras ver "Midnight in Paris" en junio de 2011.


- No deberíamos vivir aquí. – Dice Charlie.

- Debemos vivir aquí. – Opina Lea. – Es la ciudad del arte, Charlie. Tenemos todo lo que queremos, sobre todo tú.

- ¡NO!

Lea se sobresalta y Charlie se levanta de un brinco, enfadado.

- Yo no debería vivir aquí, en esta ciudad de iletrados. No es digno.

Lea se resigna a escuchar una vez más lo que ya se sabe de memoria, mientras Charlie grita al ventanal empapado.

- Ya te lo dije, he dejado de tomar las cosas como son para tomarlas como deberían ser, y así siempre tendré razón porque hablaré con el mayor conocimiento y verdad absoluta que existen. ¿Sabes? Son los años veinte o treinta, no sé, y esto es París. Da absolutamente igual que no sepa decir ni una calle ni un barrio ni un río ni un misterio de París porque estoy aquí con Hemingway y el maldito Henry Miller, el que sabía inflamar un coño mientras los demás solo encendíamos fuegos, y son mis mejores amigos. Nos sabemos de memoria los bares, los burdeles y los callejones, pero no cómo salir de ellos, y todas las noches son una fiesta. Escribo mi puto trópico de sagitario en honor a mí y ahí sí que podría llegar a quererte, por que allí estaríamos iguales, a la altura, lo sabes, y no es que no te quiera, pero no aquí, lo sabes, ¿verdad? Y sé que no me has pedido esta catarsis así que trataré de esquivarla verbalmente retomando el alcohol que corre por nosotros mientras nosotros corremos sobre él para correr por París. Escribimos en cafés bohemios donde en las estanterías se apoyan todos los libros zaparrastrosos del mundo, que se limita a París, así como se limita a Painville para esos gilipollas de las barbas, aunque Ernest y yo llevamos barba honrosamente y no somos ningunos gilipollas, y a ti te lo puedo decir, él es mucho mejor que yo y me muero de envidia mientras le veo escribir, y cuando cotilleo sus manuscritos mientras él yace dormido sobre alguna puta en la habitación de al lado, cuando no la ocupa Miller con Tania y dos monedas de un franco. Me muero de envidia porque por mucho que lo intente, por mucho que escriba, beba, odie, folle, aspire y muera nunca podré escribir así, por lo que tengo que limitarme a ser el mejor de esta mierda de ciudad, Painville, muy lejos de ese París donde todos estamos juntos y solos y muertos y nos divertíamos más de lo que hacemos aquí, donde el estar juntos y solos y muertos no es una opción. Sí, ya he acabado.


Creo que a Woody Allen le gusta mi novela, o al menos se pasa por el blog en el que está colgada la primera mitad porque hace más de año y medio que escribí esa parte y, acabando de ver su última película "Medianoche en París", tenéis que admitir que la premisa es bastante parecida (quitándole el componente oscuro que orgullosamente debo a Henry Miller y sus trópicos).

En esta preciosa nueva cinta de Allen (y van...) se hace un homenaje a la ciudad de París primero, y una crítica al sentimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor, a "La edad de oro". El personaje de Owen Wilson, un escritor desencantado, está enamorado del París de los años veinte, como yo, y todas las noches desde las doce un misterioso coche lo lleva a ese mundo, donde conoce a Hemingway, Fitzgerald, Gertrude Stein, Cole Porter, T.S. Eliot, Picasso, Dalí, Buñuel... y allí conoce al personaje de Marion Cotillard, guapísima y encantadora como siempre. Pero ella no siente esa idealización por los años 20, porque es la época en la que vive. Para ella, la edad de oro tuvo lugar unas décadas antes, con Tolouse-Latrec y el Moulin Rouge. Así que nuestro rubio protagonista acaba quedándose en París, pero en la época actual, dejando a su estúpida prometida con sus insufribles amigos y padres y se deja llevar por la nostalgia. acompañado de la vendedora de discos antiguos de Cole Porter. El significado está claro.

La edad de oro es un invento de nosotros, los soñadores. Los nostálgicos que vivimos en una época gris y lo cambiaríamos todo por volver al pasado. En realidad, ese es, como he dicho muchas veces, el verdadero motivo de escribir y crear cosas. Para calmar esa nostalgia que nunca veremos, porque si la vemos tal vez acabemos desencantándonos.

Barcelona es mi París particular. Los tiempos no son los mejores, nunca lo serán, pero siempre se puede callejear y perderse, que es para lo que están las ciudades. Para perderse y encontrar la forma de unos labios que te vuelven loco, una multitud de estudiantes recitando "Aullido" de Gingsberg al unísono con gargantas enfurecidas y un grupo de amigos borrachos en una taberna cantando Wish you were here. No podré viajar en el tiempo ni conocer a Hemingway, ni siquiera he ido a París ni he vuelto a conocer a nadie que lo merezca, pero sigo intentándolo. Al fin y al cabo, todos nosotros lo hacemos lo mejor que podemos, porque para eso estamos aquí. Siempre en el camino, bajo la luna y al costado del misterio.



Cuenta atrás hacia el final absoluto del mundo

Hoja 1

El final absoluto del mundo, necesario e irremplazable, se solapa con el final definitivo del verano que se acerca y crece en silencio como cáncer hasta sacar los dientes y comérselo hasta engullirlo y sumirlo en la oscuridad.

Hoja 2

2011: Ya no está de moda morirse por nada. 
Han pasado ocho años para que tenga que volver a esta libreta, cuando todo va a acabar. Todos volvemos a nuestros orígenes en el momento del final, demostrando así cuál es sin lugar a dudas el refugio definitivo.

Hoja 3

Vamos a morirnos solos y sin secretos porque hay algo en el pasillo, a contraluz donde nada más puede llegar y no hay vanguardia para la emergencia. Hay algo en cada recodo, acechando en cada giro del camino.

Hoja 4 

Y así debe ser. Tiene que haber peligro para mantener el control de prevención del mismo, que nos recuerden que pueden arrancarnos el corazón cada vez que nos adentramos más allá del límite permitido, siendo conscientes de nuestra fatal realidad. 

Hoja 5

Para que morirse por algo vuelva a ponerse de moda y sobrevivir sea una vertiginosa rutina diaria y todas las sensaciones sean nuevas y extremas y no haya más aburrimiento costumbrista que el de la calma antes de que todo estalle.

Hoja 6

Ya que mil cosas pueden morderte, sé una de ellas. Anula la confianza total y súmete en la incertidumbre para que cada noche sea bruja y todas las noches brujas y todos los días... los días tengan que morirse de miedo cuando anochezca. 

Hoja 7

En verano siempre es de noche, incluso cuando hay luz, porque todo es nuevo y acostumbrarse es lo peor que puede suceder. Por eso el final del interminable verano es el final definitivo del mundo. Y eso no puede permitirse. No debemos consentirlo.

Hoja 8

Si estás frente a un muro, obsérvalo detenidamente. Siempre, absolutamente siempre, habrá un agujero minúsculo. Atraviésalo, rómpelo, ábrete paso. Ocupa el otro lado con tu presencia y haznos saber de ella para que vayamos a por ti.

Hoja 9

Debemos acabar con el mundo. Es demasiado viejo, aburrido y pasado de moda, como yo. Debemos acabar con el mundo y conmigo para enaltecer nuestro recuerdo y relanzarnos cuando sea el momento coyuntural más apropiado y entonces arrasar.

Hoja 10

Miedo. Tengo miedo de mí mismo y sé que en cualquier momento podría morir. El aburrimiento me mata. La costumbre me tortura. En algún lugar hay una región volcánica con la tierra oscura y lava ardiendo y las montañas escupen fuego.

Hoja 11

Hombres con la cara negra arengan esclavos a labrarla tierra árida impracticable. El calor y la roca caliza hacen de ello un infierno. Soy el hombre, el esclavo, la tierra y la roca. Vivo al doblar la esquina, al final del infierno.

Hoja 12

Miedo. La consciencia minuto a minuto de mi propia mortalidad me llena de pensamientos oscuros que se materializan de noche cuando los demás duermen y soy el único ser vivo aquí y veo la frontera, la última, el final del verano

Hoja 13

delimitado por el negro y naranja de la noche que sangra amanecer como una línea en el horizonte inexorable y miedo miedo miedo en los rincones de cualquier lugar porque para eso existe, para saber que estamos vivos. 

Hoja 14

Por eso jugamos, porque somos mortales y no sabemos lo que va a pasar, nos acobardamos pero seguimos jugando. Si vas a morir, procura dejar huella. Si vas a vivir, procura hacerlo cerca de alguien. Y muere por algo.

HOJAS EXTRAVIADAS

Y el fuego

Y dices que

El final definitivo del verano llegará cuando la gente deje de preocuparse porque se acabe y

1. Estadísticas.
2. Objetivos.
3. Configuración.
4. Preferencias.
5. Parámetros.
6. Control.
7. Anexos. 

lo disfruten todos menos el único que se preocupa porque se terminará acabando y se pasa todo el verano naranja interminable tiñéndolo de negro porque es lo único que sabe hacer y mira a los otros disfrutar y se imagina riendo con ellos y escribiendo algo del tipo "Cerveza, música, gente, sol, lluvia, vino, trenes, autobuses y aviones, abrazos, discusiones, sonrisas y desacuerdos, carcajadas, vodka, café, sofás, literatura, canciones, cineclubs, 2001 odisea como puedas, txoznas, pogos, oscuros objetos de deseo, tiraflechas, aventuras etílicas, "eso me han contado, pero seguro que es mentira", carreras en la pista, máquinas y ejercicios, piscina, paseos por la playa, amaneceres en cualquier sitio, la tal que si cual, euskal musika, misoginia justificada y sin justificar, magia negra, juerga y muchos rocanroles, movidas muy pardas, vivir al límite, ausencias muy presenciales, wish you were here y muchas, muchas noches brujas. Gracias a todos por el último verano del año. Nos vemos el que viene." y acaba teniendo añoranza de aquello que no ha vivido, que es lo peor que le puede pasar. Eclipsado por su propia sombra. 
La silueta de un ángel recortada a la contraluz del foco sobre el brillo de la puerta. Si ha bajado, ha podido hacerlo por muchos motivos. Para guiarme, para castigarme. Quizá todo hasta ahora haya sido una prueba y la he superado y ahora se ha abierto el Paraíso para mí. Quizá la Virgen María me proteja en su infinito Amor y Misericordia y nunca tenga que sufrir más. Quizá esas cosas existan. Quizá consiga todo lo que me proponga. O quizá la silueta no sea más que una ilusión vista desde el ángulo adecuado. O quizá las alas no sean más que la sombra de mis brazos levantados con las manos puestas sobre la nuca y

- ¿Qué es esto?
- Esto es un pupitre. 
- ¿Dónde estoy?
- Sentado en el pupitre.
- Todo está oscuro. ¿Por qué no puedo moverme?
- Estás atado al pupitre y tienes una venda.
- ¿Quién eres tú?
- Tu compañera de pupitre.
- ¿Cómo te llamas?
- María.
- ¿La Virgen María?
- Sí.
- ¿Y que hacemos aquí?
- Estamos en la escuela.
- No quiero ir a la escuela.
- Tienes que ir a la escuela.
- Ya lo sé, pero no quiero. Ya fui.
- A todos nos viene bien volver.
- ¿Esto es una regresión?
- Sí.
- ¿Hacia dónde?
- Hacia mí.
- ¿Por qué?
- Porque hace mucho que esto se tiene que acabar.
- Quiero volver a donde estaba antes.
- No. El verano se tiene que acabar.
- ¿Y el mundo?
- El mundo ya se acabó hace mucho. Pero todavía tienen que rematarlo.
- ¿Quienes? 
- Los de detrás de la cortina.
- ¿Los raros?
- Siempre son esos. 
- Los detesto.
- Vete haciendo la cuenta atrás.
- No quiero. 
- Ellos la harán por ti. De todas formas, no hay mucho que puedas hacer.
- Odio todo esto, estos pupitres y la oscuridad. Ya pasé todo eso hace mucho.
- Esto es una regresión definitiva.
- No quiero entrar dentro de ti.
- Pero lo harás. Ya quisiste antes. Ya estuviste antes.
- No eras tú. 
- Si lo soy. Yo soy María.
- No eres más que una figura. 
- Yo soy María. Yo soy Eva. Yo soy la Mujer. 
- ¿Y yo quién soy?
- Tú eres el que está sentado en un pupitre.
- No. Yo estaba... ví un ángel. Era verano.
- ¿Dónde estabas para verlo?
- Justo al final del verano. Estaba tirando de lo naranja del horizonte para que no se fuera.
- ¿Ahí viste al ángel?
- Sí. Pero ahí ya estaba en mi habitación. Me había caído y el verano se había ido.
- ¿Un buen verano?
- Sí. El mejor. Aunque no me dí cuenta hasta ese momento.
- Entonces ese era el ángel de la Misericordia.
- ¿Por qué?
- De la Misericordia por los soñadores que no saben más que soñar en vez de vivir.
- Yo soy eso. Me he pasado el verano sin saber que estaba disfrutando.
- Por eso estás aquí. En la cuenta atrás hacia el final definitivo del mundo.
- Pues que se acabe. Me da igual.
- Debes saber que esto también pasará.
- ¿Y luego? ¿Qué viene después?
- Luego nada. El mundo se acaba y tú vuelves a mí.
- Pues que se acabe. Me da igual.
- ...
- Al fin y al cabo, ya he disfrutado lo suficiente. 
- ...
- Me estoy dando cuenta de muchas cosas. 
- ...
- La vida misma, y este verano, son meros actos de regresión. Cuando nos divertimos y estamos todos juntos, en el fondo, estamos comparando otras diversiones de otros años con otras personas en otros lugares. Cuando bebemos, no es nada que no hayamos hecho antes e intentamos recordar cuando supo mejor. Aunque este verano haya sido el mejor, sin duda, del año, en alguna parte de nuestra memoria yace un recuerdo mejor. Es "la edad de oro", el añoro de lo que no se ha vivido jamás. Es "la nana dormida", el recuerdo genético de nuestro primer llanto, el primer sonido que escuchamos todos los seres humanos cuando nacemos. La mejor canción de la historia. Nos pasaremos nuestra vida buscando la canción que nos haga sentir lo mismo y llegaremos al final sin encontrarla. Ya lo dije muchas veces, la vida es un mandala lleno de puntos y bifurcaciones que siempre termina igual, pero ahora sé que hay formas de sobrellevarla mejor. Por ejemplo, cuando despiertas por la mañana y te da por pensar en tu infancia y en los amigos con quienes la compartiste. O cuando sale el sol. O cuando cantamos. O cuando no tienes miedo. Pero sin miedo, todo sería demasiado fácil. Usando el miedo como barrera y a la vez motivación para seguir adelante, pero con cuidado. Porque si lo domásemos, si dejásemos de tener miedo, se nos abrirían todos los tesoros de la vida de golpe. El miedo es lo que da alas a los hombres para soñar y vivir al límite. Quizás consigas todo lo que te propongas en esta vida. Quizá al idealizarla a ella haces que sea inalcanzable, y sólo lo sea porque tú lo has decidido. Quizá si no tuvieras miedo todo sería más fácil y podrías tenerla en vez de mirarla desde lejos. Quizá lo haces porque sabes que aunque siempre sea lo mismo, el tener albergado a estas alturas un sentimiento verdadero y efímero por alguien como ella sólo sirva para que tengas algo que contar que haga que te brillen los ojos. Quizá no sea para tanto y quizá si agarrases al miedo y le cortases las alas todo te iría mejor y superases tus propias limitaciones, pero así ya no sería lo mismo.... Baina horrela ez zen gehiago txoria izango, baina horrela ez zen gehiago txoria izango, eta ni txoria nuen maite. Eta ni, orain, maite zaitut. Nahi dudalako. 
- El mundo se acaba y tú vuelves a mí.
- Pues sea. 
Y se hizo la luz. 

Uuuuhhhhh, babe....
Uuuuhhhhh, babe....
You'll always be a baby to me. 


EPÍLOGO: ÚLTIMA HOJA DE LA LIBRETA
Se trata de una hoja de papel cuadriculado en bastante mal estado y medio arrancada de las anillas. En ella hay boceto y algunas palabras sueltas. Adjunta a la contraportada de la libreta con un clip hay una fotografía de un amplio grupo de gente joven. El pie de foto garabateado reza: "Fin oficial del verano interminable 2011. Gracias a todos." En la última línea de la hoja cuadriculada reza: "Love is just a memory." En la tapa de la contraportada, por último, está grabado "Nos vemos en 2012."

Ahora es ahora y eso es lo único que cuenta. Gracias a todos, otra vez. 

Charlie, septiembre de 2011

Crisis en escenarios infinitos

Rescato este artículo que publiqué en Cenizas de un mundo en enero de 2011 para los interesados.

Agonizando, erigiéndose una y otra vez por encima de sus posibilidades, la ficción nacionactual resurge heróicamente (y, buscando desesperadamente incrementar las audiencias, eróticamente) sin que nadie se lo haya pedido. Ese es el principal error de todo esto. Un planteamiento desactualizado, pensar que al público le sigue importando el asunto. Claro que le importa, pero a un sector característico. Aquel que compra libros en El Corte Inglés, asiste impertérrito a la última emisión del programa derritecerebros de turno, no se acerca a un cómic ni a tiros, aprende música gracias a la radio y tiene que esperar a que doblen las series para verlas. Desgraciadamente, muchas cosas. Desgraciadamente, es el sector más grande (ya se sabe lo del cántaro vacío, que es el que más suena). Es un círculo en el que se mueve demasiado dinero en comparación al escaso talento que se invierte (mirad tan solo el número de cineastas que están triunfando últimamente en el extranjero realizando cosas que aquí no se puede ni soñar), y el dinero vuelve a estar mal repartido (este discurso no necesita argumentaciones a estas alturas, porque asumo que recolectas un mínimo de información para entender las cosas que lees, y si no es así no te acerques no sea que contagies algo.) Al fin y al cabo, poco importa todo esto para la repercusión que va a tener. Sé de alguien que ha pasado los últimos diez años escribiendo cosas parecidas, cambiando de identidad, acumulando premios y su capacidad de repercusión sigue siendo nula (asumamos que un par de "Me gusta" y un comentario de contenido similar o menor no hacen un mínimo contabilizable de importancia), porque sólo hay una cosa mayor que la importancia de la ficción en la sociedad, y es la infinita capacidad de absorción de la inercia vital que nos rodea. 


Ante todo eso, la única forma de experimentar algo de alivio, de sobrellevar las condiciones de idiotez autoimpuestas y no caer en ese abismo es entonar un sabio, épico y contumaz "Bah, que os jodan". Poco o nada sigue importando. Mientras las cosas existan por mera inercia, se perderá su sentido de la importancia. Acumularán alguna crítica puntual y se olvidarán, porque seguirán estando ahí para nadie. Esta es la verdadera realidad del universo. El aburrimiento vital, que se lleva por delante todo lo existente, sin saber de alineación, bueno o malo o cualquier otra distinción existente. Agujerea la memoria y el subconsciente por donde se cuela todo el espectro ficcional, minimizándolo, condenándolo al olvido y a la no-importancia. Esta es la última de las verdades cósmicas, el lugar donde acaba todo. ¿De qué sirve todo el esfuerzo? Constante exposición a la extinción de la intención, con lo que todo el espíritu que pueda tener una obra queda relegado no ya al intelecto, ni siquiera al interés, tan sólo a la leve probabilidad de que alguien se cruce en su camino y le preste atención. Ante esta mera ley estadística, el futuro de la civilización está condenado. Y seguimos buscando el refugio definitivo.
Hey, Aqualung...

Pero no era esto lo que quería decir. Volviendo, por ejemplo, a esa persona que tanto gana que he mencionado antes, esos premios no hacen sino demostrar su absoluto desconocimiento del mundo del teatro y el menor interés por solucionarlo. No son más que adaptaciones a dicho formato de historias que pasan por su mente con mucho componente de martirio, confesión y ficción autobiográfica. Y sobre todo, como le gustaría que fueran las cosas, exageradas, antiguas, atemporales, vistosas, oscuras, decadentes... como ya se ha dicho, ficción. La defensa de su existencia y la lucha por expandirla es el motivo por el que escribimos, y escribimos por ansiedad. Queda mejor llamarlo angustia existencial, y es verdad. Hay mil razones por las que uno escribe, y todas son válidas. Pero la angustia existencial la sentimos todos. Las demás (rabia, frustración, deseo, necesidad de contacto, necesidad de compasión, búsqueda, sensación de pérdida, sueños, mostrar admiración, dedicar cariño, recordar, superar, criticar, declarar la guerra, crear afinidad, egocentrismo, ansia de éxito, desahogos, hacer dinero, amor), todas se reducen a la propia expresión, y el objetivo final no es otro que la comprensión mutua con otras personas. No hay tal cosa de mayor importancia que esa en el mundo. Nos expresamos para conectarnos con otras personas y sufrimos porque no lo conseguimos, o porque no agradamos a las personas que deseamos y agradamos a las que no deseamos. Y nunca es suficiente, o no lo es por el tiempo necesario. Ese es el motivo de todo. Por eso nos abrimos blogs y escribimos lo que llevamos dentro, o lo que creemos que nos va a dar la mejor imagen para conocer a las personas -esperemos- más afines a nosotros o a como nos gustaría ser. Pero eso tampoco funciona, porque la afinidad inicial no pasa de ahí. En la vida real y aquí, estamos condenados a no encontrar a quien idealizamos e idealizar a quien encontremos que nos acepte, porque es mejor que nada. Conformarse y pensar que es lo mejor de lo que había. No. Es lo mejor a lo que podemos aspirar. Y al final, da lo mismo. Nadie puede calmar esa angustia ni impedirnos volver a la ficción como refugio contra el mundo real, porque eso es lo que es. Una evasión en la que nos llenamos la cabeza con cosas como justicia, intriga y relaciones como mayores problemas para evitarnos hacer frente ahí fuera a la necesidad de progresar en la vida, tener un coche, un trabajo, una posición social y demás principios de Maslow. Porque aquí duele menos hundirse. Esta incapacidad de influir agota. Pese a ello, creo que una obra de ficción ha cumplido con su cometido cuando personas que no tienen nada en común se reúnen en una terraza al sol con sus vasos y hablan de ella. Me gustaría conseguir eso. Y que sea importante para alguien. Después de todo, gustar es lo que perseguimos para saber que sienten por nosotros lo mismo que nosotros sentimos por las cosas que nos gustan.
Veneno para las hadas.

Imaginemos por un momento que Dios existe y es Amor. Que su majestuosa bondad y su misericordia nos acompañan y la vida no se extingue, sino que sobrevive varios miles de años hacia delante. Que el universo se inicializa, se extiende, se renueva, se fusiona, se finaldetemporadaliza y se añouniza infinitas veces hasta plantarse en un punto determinado en el futuro, y hemos sobrevivido. Se han perdido todas las formas clásicas de ficción, por fin, y no tenemos que preocuparnos más por preservarla. Se acabaron las diatribas y las separaciones. A millones de años luz, ya no cabe lamentarse por lo perdido, pues podemos alterar la velocidad con un pensamiento y rápido cada vez más rápido volar a recuperarlo sin detenerse y volver aquí a la mayor velocidad existentemuchomásdeloquepuedesimaginaryelrestodemundossevanacabandoanuestrovuelo y todo eso sin pisar el acelerador hasta que en un momento dado aterrizamos. Hemos volado muy lejos, a una atalaya bajo las estrellas desde donde se divisan las ruinas de un antiguo coliseo. Vacío, ¿y qué importa? Bajo este cielo negro, lleno de estrellas, bajo el que hemos nacido, compartimos el mismo destino. Exhaustos, lo contemplamos otra vez, donde se unen supernovas que se queman y galaxias que se hunden. Como un héroe, el neónico último letrero se acerca inexorable, "THE END". Demasiado envalentonado, demasiado pronto. Antes de que nos alcance, una flota estelar lo abate a tiros, lásers y cualquier parafernalia que sirva para reducirlo a cenizas, las cuales tardarán años en caer hasta nosotros, pero lo más probable es que sigamos aquí. Nos levantamos y saludamos. El eco de los aplausos milenarios, que aún reverbera en las ruinas después de tanto tiempo, nos despide hasta la próxima. El mundo se ha salvado una vez más. Al fin y al cabo, todo es susceptible de ser reinventado y ninguna base es inamovible para construir una narración, ya que según mis propios preceptos:


a) Cada átomo del Multiverso vive atrapado en el eterno retorno y forma un Uróboros interplanetario.
b) El bien y el mal existen y su lucha es la base de todas las historias, pero no existen de forma absoluta sino complementaria.
c) La imaginación y el romance son las herramientas de la creatividad. No podrás crear nada sin ellas. Y el romance es inherente y necesario para cualquiera. Para bien o para mal. Es imposible y poco recomendable vivir sin estar enamorado de algo.
d) Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
e) Ficcionalmente hablando, el punto anterior es mentira.
f) Teniendo todo esto en cuenta y volviendo al principio de la crisis, el principio de no repercusión que obtienen las creaciones no tiene la menor importancia. Ese es el chiste final. El nombre del autor no importa. El sexo (o sexos) del autor no importan. Incendiar literariamente una institución (o todas) y que las mismas te lo premien, tampoco importa. Escribir sobre la decadencia y triunfar es gracioso de cojones, pero tampoco importa. Lo único que tal vez importe es que alguien se acuerde de todo eso miles de años después y se muera de risa. Eso, y las miradas desconcertadas del público del primer párrafo. Creativamente hablando, sería mejor que no existiese, pero si no, habría que inventarlo. Sin duda.
Per aspera ad astra.



sábado, 15 de noviembre de 2014

"Warm, as the evening sun..."

Cuando me siento aquí
Obligando letras a escribirse
Memorizo algunas frases buenas
Entonces es cuando se van al carajo
Dentro de un pozo oscuro e inabarcable
Miseria tras miseria se va llenando sin parar
Es una insignificante y vulgar manera de existir
Escucho las risas de los que están por fuera
Los miles que flotan en el nivel superior
Rezo para caer pronto en el sueño
Allí donde las voces no suenan
Bien entrada ya la madrugada
Oscura de mi condena

jueves, 30 de octubre de 2014

Subterranean Homesick Charlie

En la sangre de mi brazo
Nace un deseo
Tiene tu cara y
Un trazo especialmente inspirado que
Serpentea entre mis venas
La colisión acecha entre
Abismos de sangre que
Brotan de los huecos que
Incinerados, brota el humo hasta mis
Ojos, y los cierro para ahora
Sólo poder verte en mi mente
Bravo, es un avance
Rápido, desaparece
Intensamente como un sueño
Lánguido a las luces de
La
Aurora
Una bruja en la ventana
Nunca está de más
Amanece y sigue allí
Sobria como mis peores momentos
O tal vez como
Nunca antes se ha visto
Resistir a alguien
Incondicional
Siempre y sobre todo
Ahora
Que
Un nuevo mundo parece nacer
Entre los restos de otro
Pero no va a ser suficiente
En este lado nunca lo es
Nadie llega a tiempo
Es imposible pensar otra cosa que no sea
Te odio
Rojo es el color
And if you don't mind a ghost in the house, is all right...
En mi sangre hierve una bestia
Nace como el deseo
La siniestra criatura
Oscila afilada, como un parto doloroso
Masculla y maldice
Aprende rápido
Serpentea en silencio hacia ti
He preparado esto durante años
Olor a sal en la casa sobre el acantilado
Nadan sirenas en el mar
Deslízate con ellas
O encadénate a la roca en sacrificio
Desnuda
En una torpe imitación
Mi reina, Andrómeda
Ignora mis súplicas desde el
Sótano donde habito
Encarnado en la madera
Rompe la armadura de las sirenas
Y con sangre en las manos
Acaba con todos nosotros
Sur vous je laisserai une tache indélébile
En esta tierra nos clavamos 
Quejidos de amor al
Unísono
Esta quiere ser mi última voluntad
Nada termina nunca
Ondea el mástil de este
Terrible y desgarrador paisaje de soledad
Edward Hopper pintaría esto
Inmolándose con los vapores
Me pregunto si mereció la pena
Para ti seguro que no
O quizá si, las primeras horas
Reconócelo, te morías por 
Tocarme y verme
Atravesar
Tu rincón
Universal
Déjame recordarlo una vez más
Eterna, como todas esas veces
Besos a través del tiempo
Enfatizan el recuerdo que
Sobrevuela las ruinas
Del paisaje que Hopper nunca nos pintó
Es que acaso no le interesamos
Si estamos atrapados en sus cuadros
Eres la mujer triste y
Guapa que se abrocha
Un botón de diez 
Intentando no mirar los
Rascacielos a lo lejos
Tiritando en la pintura
Una tímida braga 
Debajo de la camisa
Es todo lo que te dibuja ese
Bastardo
Esa imagen era mía
Siempre lo será
Cuidaré de ella
Oscura la ciudad que habitas
Ningún farol prendido
Siete velas apagadas
Es una misa funeral
Guiarse en la noche es fácil
Únicamente siguiendo tu voz
quan la vall s'ha tenyit de sang, l'últim crit de la nit posa fi al combat
Ruge la criatura en un charco
Que de mi brazo germina
Un corazón ha formado
En el suelo de piedra
No tienes por qué quedarte
Astas de hueso clavadas en el techo
Diferente, pero igual a ti
Amenazadora como te veo
Te siento tan ardiente
Es la única forma de tenerte conmigo
Adelante, vuela donde no pueda seguirte
Teme sólo lo que tengas delante
En este suelo nos quedamos
Anclados para siempre
Queman sus escamas mis abrazos y
Un último beso 
Incandescente

domingo, 19 de octubre de 2014

"Se va usté a reír, jefe": Los negros de Ibáñez

Soy un gran aficionado al cómic. En este blog no faltan referencias a Alan Moore. En las redes sociales aclamo constantemente la excelencia de One Piece o 20th Century Boys. Uso las ideas de Tintín para dar título a los álbumes de fotos de mis viajes, y si critico la actualidad prefiero hacerlo citando tiras de Mafalda. En definitiva, adoro una buena conversación sobre cómic cada vez que coincido con el interlocutor adecuado, y esto es difícil. Es diferente, acaso, cuando un interlocutor cita: “Mortadelo.” Ahí todo cambia, porque ese interlocutor ya no necesita ser un lector especializado. Ahora podría ser cualquier residente en España desde 1958 hasta la actualidad, y ya no hablamos de cómics, sino de historietas. Y de esto sí que sabemos todos, así que me voy a ahorrar la introducción sobre la obra de Don Francisco Ibáñez Talavera. Porque una vez escribí sobre dos personajes que definían la amistad entre compañeros de clase como “aquel chaval con el que podías intercambiar tebeos de Superman y hablar de la rubia que os gustaba” y aquello era correcto para ese tipo de historia. Pero yo nunca intercambié nada de Superman en los 90. Mortadelos, todos los que hicieran falta. La obra del señor Ibáñez era interminable en todas las décadas y el nivel era casi siempre excelente. Claro que, como descubriría más tarde, muchos de aquellos tebeos no estaban realizados por él, y de esto es de lo que trata este artículo. Entremos en contexto:



Era 1992 y yo tenía vacaciones y Mortadelos. Y cuando no, tiempo libre y Mortadelos. Ejemplares de los años 80 heredados por derecho familiar. Historietas sencillas que siempre acababan con nuestros protagonistas huyendo de la justicia por haberle atizado a alguien. Mortadelo, disfrazado, diciendo aquello de "Pues yo creo que no debió, jefe..." a lo que Filemón, muy irritado, replicaba "¡Tuvimos que hacerlo! ¡Tuvimos que hacerlo!". Y a mí no me podían engañar, yo sabía que todas las historias que tenían paisajes rurales estaban ambientadas en mi pueblo, allí mismo. ¿Dónde más iban a estarlo?  Por aquella época, Ediciones B (de las cenizas de la extinta Bruguera, de la que hablaré más adelante) lanzó la línea Olé, un nuevo formato, más grande, que recogía las historias largas que Francisco Ibáñez estaba realizando sin parar. Probablemente aquellos primeros números no sean los más laureados de la interminable saga de “Agencia de información”, pero las siguientes aventuras en llegar eran de un nivel impecable. Para cuando entré 1º de EGB, ya disfrutaba de álbumes míticos como “El brujo” u “Objetivo eliminar al Rana.” Un amigo que tenía por aquella época y que perdí de vista era un devoto fan de “La Elasticina.” Se lo recordé en cuanto nos encontramos dieciocho años después, y por supuesto, se seguía acordando de “El Cascote.” Durante los años noventa, se sucedieron las ediciones en formato tomo de más “Mortadelos”, conocidos como “Super Humor”, que venían a relevar a “Magos del Humor”. En los kioscos, las revistas “Super Mortadelo” y “Mortadelo Extra” amenizaban la espera entre tomo y tomo.



Creo conveniente indicar que con “Mortadelos” no me estoy refiriendo solamente a estos dos personajes. Por “Mortadelos” se entiende la práctica totalidad de la producción de Ibáñez (“Rompetechos”, “Pepe Gotera y Otilio”, “El botones Sacarino”, así como los autores de la llamada “escuela Bruguera” y la posterior generación de la época moderna de “Ediciones B”, totalmente deudora de aquel estilo y línea editorial. Estas historietas son bien conocidas por todos, ya que han acompañado a varias generaciones hasta el día de hoy. Bien, centrémonos pues en el conocido “Caso de los Mortadelos Apócrifos”, esto es, los negros de Ibáñez.

En 2010 se estrenó la notable película “El Gran Vázquez”, con Santiago Segura interpretando al célebre dibujante y no menos célebre ser humano Manuel Vázquez (autor de Anacleto, Las Hermanas Gilda, La familia Cebolleta). En la cinta se ven representadas las oficinas de la Editorial Bruguera tal como eran en los años sesenta en Barcelona: mesas de pupitre en las que los dibujantes se quemaban las pestañas y la espalda, convenientemente situados frente al despacho del señor González, jerifalte supremo. (En la película se centraliza de forma conveniente la figura del malo en el señor Peláez, personaje inventado para la ocasión, y menciono esto exclusivamente para homenajear a Álex Angulo, que nos dejó el pasado mes de julio), pero las prácticas de esclavitud y humillación de los derechos del trabajador no son, por desgracia, ninguna invención. Bien, en cierto momento Manuel Vázquez entra en prisión (una anécdota como otra cualquiera en su turbulenta existencia) y no puede producir más Anacletos. Cuál es su sorpresa al ver que el último número de la revista DDT contiene nuevas aventuras de sus personajes, eso sí, abollados, mal dibujados y sin gracia. Furioso, Vázquez llama a Bruguera: “¡Pero cómo me habéis puesto unos negros a mí! ¡A mí, coño!”. Exacto, ni siquiera un tipo con la genialidad de Vázquez –dentro y fuera del trabajo- es insustituible. Bruguera recurre a su fondo de dibujantes y contrata a otros nuevos para que hagan el trabajo de Vázquez por un salario que discutiblemente podríamos calificar tan alto como “mínimo”. Al fin y al cabo, los niños no se dan cuenta, piensan. El arte en manos de empresarios, nada nuevo.


            Es por todos conocido el modus operandi de Bruguera en aquella época. Los dibujantes firmaban un contrato por el que sus personajes pasaban a ser propiedad de la editorial, así como los originales de las historietas. Se les pagaba por página, y se les exigía un alto número de páginas por semana, por lo que su trabajo era constante. Ocho horas de oficina para dibujar las ideas que pensaban en las dieciséis horas restantes, y así durante años. El espejo en el que se miraba la entonces creciente industria del cómic español eran los vecinos franceses. Francia ha sido siempre la vanguardia de la historieta (y me atrevería a decir “cultura” en general) y en los años sesenta estaban facturando obras maestras de forma constante. Uderzo y Goscinny lanzaban un álbum de Asterix cada año y Franquin hacía lo propio con Spirou. En Bélgica, el maestro Hergé, ya con un ritmo más relajado, se sacaba de la manga unos cada vez más impresionantes álbumes finales de Las aventuras de Tintín. Esta separación en años daba como resultado un acabado gráfico excelente, detallado, en los que los autores y ayudantes podían viajar al extranjero a documentarse sobre los países en los que iban a desarrollar nuevas historias. Ahora… ¿os imagináis estas condiciones de trabajo trasladadas a la España del franquismo?

            En Bruguera, cantidad era preferible a calidad. El número de revistas semanales en el mercado era proporcional a los ingresos, y esto era sinónimo de éxito editorial. Para mantener esta línea de publicación, los dibujantes eran desmoralizados consecuentemente. Si una semana no podían entregar sus páginas, se editaría una historieta de archivo por la que no verían ni un duro en concepto de royalties. Los originales eran literalmente destruidos delante de sus narices, en aquella misma oficina, cuando los archivos requerían de espacio para nuevas páginas. Y si andaban faltos de ideas, numerosas revistas de cómic francés les eran suministradas para que se “inspirasen” si les hacía falta. El propio Ibáñez reconoce su admiración por Franquin como podéis comprobar aquí. Ojo, no estoy condenando los plagios del autor español (son más que evidentes, y admitidos) como algo punible, ya que dadas las circunstancias de trabajo a las que eran sometidos, lo encuentro de lo más justificable. Al fin y al cabo, el humor es universal y la gracia del chiste reside en la forma de contarlo de cada humorista. Que ahora sale cada uno contando en la tele lo que se lee en Twitter y nadie se indigna. Aunque, si yo fuese francés - Dios me libre - y seguidor de las aventuras de Spirou, probablemente mi opinión de Ibáñez fuese muy distinta...


            Tras unas encuestas de popularidad entre los lectores en los que Mortadelo arrasó con todo lo que hubiese existido alguna vez en la Tierra, el nuevo plan de Bruguera era tan meditado como brutal: saturar el mercado de Mortadelo. A las revistas ya existentes se sumaron las nuevas publicaciones “Mortadelo” y “SuperMortadelo” (posteriormente se haría lo supermismo con Zipi y Zape y Sacarino). Ibáñez era, lejos de toda duda, un absoluto fuera de serie del dibujo y el guión, capaz de entregar las veinte páginas semanales y todas de gran calidad. Eran tiempos que empezaron con las historietas en blanco y negro de una página en las que Mortadelo llevaba bombín, Filemón llevaba americana, y el final era invariablemente una persecución con nuestros héroes corriendo siempre “pa’l mismo lao”. 1969 es la época de “El sulfato atómico”, la primera historia larga que dibujó Ibáñez, la más europea, la favorita de gran parte del público y una de las pocas que con toda seguridad entintó. Realizar un álbum de esta envergadura (guión, lápices y tintas) es una tarea titánica.


 A partir de entonces se sucedieron las historias largas de Mortadelo, e Ibáñez estaba desbordado de trabajo. Para asegurarse su ración de páginas semanales, Bruguera puso al fallecido Bernet Toledano (autor de Altamiro de la Cueva) a dibujar historias adicionales de Mortadelo, dando así inicio a “los apócrifos”. Así pues, Toledano tiene el dudoso honor de ser el primer negro en dibujar Mortadelos, eso sí, totalmente a las espaldas de Francisco Ibáñez, que bastante trabajo tenía ya. Esta práctica se sucedería, al menos, con los entintadores (Bruguera puso trabajadores adicionales a entintar las páginas para aliviar un poco a sus dibujantes y que pudiesen facturar aun más viñetas) hasta que en 1973 nace el Bruguera Equip. Este grupo, dirigido por Blas Sanchís y Toni Bancells, se dedicaba a facturar Mortadelos en serie, portadas incluidas. Aunque muchas veces aportaban sus propios guiones, la ardua tarea de dibujar a los personajes requirió la confección de una máquina de calcar casera con la que dibujaban más fácilmente, manteniendo las proporciones de la viñeta (y sí… tenían a su disposición todos los ejemplares de Mortadelo disponibles para calcar posturas, expresiones y lo que hiciera falta).

            Seguramente, el más talentoso de estos negros fuese Ramón Casanyes. La increíble historia de este autor – que él mismo publica aquí – nos relata la desgarradora realidad que era trabajar para Bruguera en calidad de negro de Ibáñez. Llegó a contratar más negros a los que pagaba de su propio bolsillo –que ya de por sí era algo precario – para enseñarles el oficio y poder facturar las infinitas páginas requeridas semanalmente. Suya es la famosa anécdota en la que fue a solicitar espacio en la revista para publicar un personaje de su propia creación, obteniendo como respuesta: “4 páginas semanales de Mortadelo y Filemón,2 de Pepe Gotera y Otilio, 2 de Rompetechos,1 del botones Sacarino,1 del 13, Rúe del Percebe y, si tenía tiempo, una página de un personaje propio”. Casanyes dibujó y enseñó a dibujar Mortadelos de 1975 a 1982, año en que la suspensión de pagos de Bruguera provocase la fuga de muchos de los dibujantes y el posterior cese de negocio. Él mismo comenta que Ibáñez tenía, en este período, constancia de lo que se estaba haciendo con sus personajes, y que al principio se dedicaba a revisar y corregir los guiones que se le presentaban. Luego esto acabaría convirtiéndose en una tarea adicional a añadir a la sobrecarga de trabajo, y no tuvo más remedio que confiar ciegamente en la labor del Bruguera Equip. Al fin y al cabo, no tenía ningún derecho legal sobre esos personajes.



            Quiero rescatar otra “anécdota” del texto de Casanyes en la que dice que tuvo acceso a unos originales de “El sulfato atómico” en los que Ibáñez había optado por diseñar unos Mortadelo y Filemón diferentes, más modernos, que la editorial no aceptó. Señala el hecho de que las páginas estuviesen hechas a cuatro tiras, a la medida de Europa (en aquel entonces trabajaban a cinco y antes lo hacían a seis o más). En seis tiras en las que tienen que aparecer los personajes casi a cada rato, no hay espacio para el desarrollo de fondos en profundidad. El suelo es la propia viñeta. En cambio, con cuatro tiras se abre un abanico de posibilidades muy interesante de dibujar, permitiendo planos con perspectiva y detalles. El elaborado diseño de Mortadelo y Filemón, las arrugas de sus trajes, las heridas persistentes (normalmente los chichones les duran hasta la viñeta siguiente), la relativa seriedad de la trama… todo esto hace de “El sulfato” un álbum a la altura de lo que se hacía en Francia. Quién sabe el rumbo que habrían tomado nuestros agentes de haberse permitido esa línea artística. Quizá, en vez de trescientos álbumes de golpes y persecuciones, tendríamos algo que compararíamos orgullosos con Astérix. ¿Hubiéramos preferido esto? La curiosidad es notable, pero quizá no fuese (ni sea) el país adecuado para cómics de esa madurez. Creo sinceramente que las “historietas” funcionan mucho mejor aquí. El debate de si la escuela que sentó Ibáñez podría haber dado más de sí (recuerden, cantidad frente a calidad) es interesante, pero estéril. Y el propio dibujante, que en el tiempo que le llevó hacer “El sulfato atómico” podía haber hecho tres álbumes normales, lo tiene claro.

            Probablemente todos recordamos leer aquellos Mortadelos tan raros, de dibujos sin alma, expresiones poco acertadas y guiones que parecían reciclados. Para muestra:


Esa primera tira de cinco viñetas con Filemón en el centro de la imagen y apenas fondo no es muy típica de Ibáñez. Por no mencionar la extrañeza de la cuarta viñeta, muy poco creíble. Él gustaba de iniciar la tira con una viñeta larga, con detalles de escenario y otra más corta para cerrar la primera tira. No quiere decir que deba ser siempre así, pero las diferencias son evidentes. En Internet encontramos investigadores que han efectuado una lista de las historias apócrifas que supera el millar. Su objetivo es descubrir la autoría de cada una de ellas, y no es tarea fácil (enlace). Dado que los originales fueron destruidos y fuera de toda reedición posible, estos aficionados luchan porque se reconozca a estos dibujantes que tantos Mortadelos dibujaron y por los que nunca vieron el menor agradecimiento. Puede que muchas de esas páginas puedan tildarse de basura, pero entre esos negros figuran ilustres de nuestra historieta como Jesús de Cos, Martínez Osete, Juan Manuel Muñoz (que es, desde hace cerca de veinticinco años, el ayudante personal de Ibáñez con todo lo que esto implica…) y el propio Ramón Casanyes. El talento de este autor es tal que es el único que tiene una aventura larga editada en formato Olé por Ediciones B, después de la desaparición de casi todos los apócrifos originales. Esta historia no es otra que “El caso de los párvulos”, un clásico de mi biblioteca, la cual consideraba especial porque era muy diferente. Mortadelo y Filemón discuten bastante menos de lo habitual, y el dibujo es notablemente distinto. Como curiosidad, la portada del álbum si es de Ibáñez, pero no guarda relación con la temática de la historia, lo cual me lleva a pensar que eligieron una ilustración al azar para ello. Ahora no las tengo a mano para comprobarlo, pero juraría que otras historias cortas relacionadas con un lapicero que corta toda superficie sobre la que dibuja también es del mismo autor. Conocida es su parodia “Mortalelo” en una revista para adultos. El nivel gráfico es excelente, el contenido puede herir sensibilidades. Como curiosidad es necesaria, eso sí. Advertidos estáis. Clic.



            Al principio de este artículo hablaba de que la colección Olé empezó con historias que nadie pondría al nivel de las mejores de la saga. Esto sucedía cuando Ibáñez retomaba el control sobre sus personajes después de irse de Bruguera enfadado. Durante años publicó en Grijalbo pero sin poder dibujar Mortadelos, por lo que se sacó de la manga personajes como “Tete Cohete”, “Chicha, Tato y Clodoveo” y “7 Rebolling Street”, que no era más que una reinvención de 13 Rue del Percebe a doble página y la mitad de acierto. Finalmente, tras años de pleitos, el autor volvió a lo que entonces ya era Ediciones B, cuya edición en Olé coincidió con mis seis años y mi nueva madurez lectora. “Armas con bicho” fue el primer álbum que entró en casa con ese formato, y posteriormente “El Candidato”, “El huerto siniestro”, “Los que volvieron de allá”, etc. Por varios testimonios recogidos por los mencionados investigadores de Internet (esta es una web muy completa al respecto), podemos afirmar que la labor de Ibáñez en esas historias fue grabar a viva voz los guiones en una cinta, que posteriormente serían transcritos para ser dibujados y entintados por Juan Manuel Muñoz (si, el negro que lleva con él desde entonces). A falta de una relectura necesaria tras unos cuantos años, estaría en disposición de afirmar a partir de qué número volvió Ibáñez a implicarse en el dibujo, pero me pilla un tanto lejos. Os animo a que cojáis vuestros viejos tomos y los miréis. Si tenéis ediciones de los años ochenta, mejor. A ver si identificáis los apócrifos. Y si no, no importa, coged el primer Mortadelo que tengáis a mano y echáos unas risas. Es lo que hemos hecho siempre, sin preocuparnos de cosas como las que me tienen escribiendo esto. Empiezo a experimentar un dolor en la columna que me retrotrae a los tiempos de Ibáñez en Bruguera…

            Porque, a fin de cuentas, con negros o sin ellos, con plagios a Franquin o sin ellos, Don Francisco es un dibujante genuino, sin duda el más importante de la historia de España. El marcó una línea a seguir y lleva cincuenta años haciéndonos reír. Se le pueden achacar muchas cosas a sus Mortadelos, pero jamás poner en duda su talento. Talento y trabajo duro es todo lo que hace falta, y este hombre se quemó bastante las pestañas para sacar adelante una saga irrepetible. Y el tío sigue vivo. “Cometió la heroicidad de nacer en 1936…” y sigue vivo. Y no tiene una estatua. Espejo del país que nos ha tocado. Bueno, vale, una sí que tiene (y como esta viñeta siga siendo igual de profética, pronto la tendrá…)




            Me pasé los años noventa leyendo Mortadelos, que compaginaba con Caballeros del Zodíaco hasta que me cortaron el grifo a falta de dos números para el fin de la serialización en España (Se retomaría varios larguísimos e interminables años después), Astérix y Tintín, éste último ya a finales de década y con un nivel de madurez lectora envidiable. Ediciones B dejó de editar revistas de la escuela Bruguera, cerró la línea y despidió a todos los dibujantes salvo a nuestro Ibáñez y el ilustre Jan, a los que sigue editando sus historietas (aunque un servidor lleve media vida sin echarle un ojo a las nuevas). Ocuparon el vacío los cómics de Los Simpson y los personajes de la Warner. Tengo muchísimos Olés Simpson de la época del cambio de siglo, y hay verdaderas joyas ocultas en ellos, pero a nivel historietil, la pérdida fue irremplazable. Y entonces no me importó, porque mi madurez había alcanzado cotas insospechadas ya, y leer Mortadelos era de niños pequeños. O cuando no te veía nadie, que viene a ser lo mismo. La enésima relectura de uno de estos tebeos acarreaba el peligrosísimo riesgo de pasárselo bien e, incluso para los más temerarios, alcanzar una felicidad efímera recordando otros tiempos menos complicados. Con un Mortadelo en las manos siempre se vivía al límite.
No sólo te enseñaban a reir, también te inculcaban el gusto por la lectura y el dibujo. 


Esta ilustración la hizo mi padre. Es un Ibáñez aficionado, pero casi exacto, realizado con tiempo y dedicación. Incluso la paleta de colores, pese a ser lápices Alpino de toda la vida, es la adecuada. Se podría decir que es una copia, pero es que no es difícil copiar un Mortadelo. Yo mismo lo hacía con resultados más o menos pasables. Lo que no se puede imitar es el sentido del humor tan único que tiene este hombre, y así debe ser. Por muchos aniversarios más, Don Francisco. No se muera usted nunca.