lunes, 14 de julio de 2014

LOS ELEGIDOS (I)


El relato “Los elegidos” está compuesto a base de diversos artículos, entrevistas y crónicas que el autor realizó entre 2008 y 2014. La temática gira en torno a tres artistas: un escritor y dos cantautores. Los textos se muestran en orden de publicación para facilitar la comprensión de la lectura. Los medios que publicaron dichos contenidos permanecerán anónimos a lo largo de la recopilación.

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Artículo nº1, “Bizarre love triangle”, publicado el 10/11/2008.

‘Everytime I see you falling
I get down on my knees and pray
I’m waiting for that final moment
You say the words that I can’t say’

Estas líneas, que flotan desde el mágico estribillo de los inolvidables New Order, ilustran a la perfección lo que podrían ser los pensamientos de los tres integrantes que forman este “Bizarre love triangle” de nuestra farándula pop nacional. Gloria Sommersen (Oslo,1969), la eterna mujer-niña escandinava y heroína del movimiento independiente, resiste empuñando su guitarra desde el origen del triángulo. Colgado de un vértice languidece Isaías Dorian (Madrid, 1971), novelista heredero del ‘realismo sucio’ cuya prosa tiñó de oscuridad toda la década pasada y parte de ésta. Tiempo compartido junto a Sommersen hasta hace bien poco. Por el camino, la relación ha dejado un hijo, múltiples propiedades y un buen puñado de libros y discos repletos de lírica inspirada. El sintagma nominal “Gloria – Isaías” está grabado a fuego en la mente de toda una generación. Como nombres grabados dentro de un corazón sobre la corteza del árbol que finalmente ha sido profanado. Antonio León Valera (Gijón, 1975), el cantante de la tormenta, cierra el triángulo soldándolo a fuego.
Valera y Sommersen son, en la actualidad, la pareja de la que todo el mundo habla. Ambos cantautores de vieja escuela, guitarra en mano, respaldados por bandas que se atreven desde el rock hasta el jazz más marciano. De los que dejaron la canción protesta en manos de sus maestros de los ochenta y abrazaron la oscuridad. Comprendieron que la canción nunca pasaba de moda si hablaba de las tinieblas personales de uno mismo, mientras que las temáticas sociales estaban muy adscritas a determinados momentos históricos. Impulsados por esto, han lanzado un disco de nuevas grabaciones en el que comparten micro, banda e historias. En él se recogen intimidades, sobre todo, y también rencores y viejas rencillas aireadas. No faltan las dedicatorias veladas a Dorian, incisivas por parte de Sommersen, más diplomáticas en el caso de Valera. Pero ahí están. No es justo que este irresistible interés más digno de prensa rosa mitigue la calidad del LP, porque es innegable.
“Días de humo” es el disco del año para el circuito indie e incluso tiene alguna tonadilla accesible a las radiofórmulas más atrevidas (si es que alguna lo es). Esta publicidad impulsa la popularidad de su música, y viceversa. Sommersen-Valera (así, acentuando el poder femenino en primer lugar) es ya la pareja del año y su número de fans no hace más que crecer. Los más acérrimos rebuscan entre ambas discografías, buscando cualquier rastro de posibles pistas que pudieran estar dirigidas a Dorian, en el pasado, y miradas lascivas entre ellos cuando aún estaban presos en sus anteriores relaciones. ¿Puede calificarse esta conducta de pueril? La respuesta es innecesaria. Cualquier actitud que tomen los seguidores de la pareja no hace sino incrementar el éxito de la misma, y su felicidad por extensión. Por muchos años.
             ¿Dónde queda el humillado, el derrotado, el perdido Isaías Dorian? En la sombra, podría parecer. Lejos de esto, no ha dejado de trabajar para mantenerse cuerdo ante la desdicha. Quien no haya seguida la trayectoria literaria de Dorian debe saber que antaño fue el enfant terrible de las letras españolas y su oscuridad no nos coge de nuevas. Su época más prolífica tuvo lugar durante su largo matrimonio con Sommersen, y ese período recoge sus obras de calidad más contrastada. Para resumirlo brevemente: tome usted al Bukowski de las novelas, métalo en la coctelera junto a la poesía de Leopoldo María Panero y algo de la querencia por los autores sudamericanos e íberos y finalmente añada un chorro de whisky y un gramo de cocaína. El combinado matadragones resultante es una idea muy aproximada de lo que supone leer una novela de la buena época de Isaías Dorian.
            Y una vez más, este luchador se ha sobrepuesto a esa oscuridad perenne para alzar una mano con un manuscrito en ella. Quizá el resto de Dorian se quede allí, pero esa novela nacida del dolor, de la pérdida y del rencor constituye una crónica descarnada del terrible suceso. “Los ojos de la Gorgona” rivaliza con el LP “Días de humo” por el podio en una batalla entre los que se decantan por una facción u otra. La realidad es que ambos lanzamientos conforman una saga de lo más apasionante. Está de moda escudriñar y analizar la prosa en contraposición a la música, e interpretar los resultados. Es una actividad, reconozcámoslo, apasionante. Permite que juntaletras de vocación incierta como el aquí firmante redacten artículos de dudoso gusto como éste, confesando su adicción a este triángulo e instando a los lectores a inmiscuirse en él. La vista a través de las persianas es apasionante, lo prometo.
            ¿Qué queda ahora de esos emotivos versos de New Order que encabezaban el texto? Decían los de Manchester: “Cada vez que te veo caer/me arrodillo y rezo/espero ese último momento/en el que digas las palabras que yo no puedo decir.” Pues bien, en mi humilde opinión, este triángulo de amor bizarro repite en silencio esos versos cada noche antes de dormirse. Ellos lo dirán por ella y ella lo dirá por uno de ellos, o por los dos. Es su canción y deben cantarla hasta las últimas consecuencias para que el triángulo permanezca irrompible.

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Artículo nº2, “Los elegidos”, publicado el 30/09/2009
           
            “Oye, Cristina, que si no te gusta el concierto me lo dices, ¿eh? Que no pasa nada, que lo voy a entender”, dice Javier, uno de los centenares de fans que se agolpan fuera del bilbaíno Kafe Antzokia. “Yo creo que te gustará, porque es muy bueno. Es un poco como Leonard Cohen, pero en castellano y de Gijón. A mí me gusta mucho.” La paciente novia de Javier le dice que no se preocupe, que si se aburre ya se lo hará saber. “Oye, que no te tienes por qué aburrir, ¿eh? Que el tío canta muy bien. Vale que casi todas las canciones son un poco como melancólicas y tal, pero te tienes que poner en su lugar.” Javier sigue insistiendo. Le ha costado lo suyo arrastrar a Cristina al concierto y no quiere que salga decepcionada. Probablemente sean ambos residentes en la capital vizcaína, así han podido pasear despreocupadamente sus modernos atuendos por dos o tres bares donde han hecho la previa. Allí se habrán juntado con otras parejas que también van al concierto, porque claro, hay que ir al concierto. El artista de moda arranca su gira en Bilbao. ¡Nada de Madrid o Barcelona! ¡Golpe al bipartidismo! Bueno, más o menos…
            Los Elegidos saborean zuritos, eligen cuidadosamente los pintxos en la barra y comentan el último trabajo de Antonio León Valera con Gloria Sommersen. El bueno es él, dicen. Ella aporta una bonita voz y algunas inspiradas melodías, pero el grueso del álbum es Valera. Puede que tengan razón, puede que no. Lo que está claro es que no tienen ninguna prisa por ir a la sala a hacer cola para pillar un buen sitio. Ya no son chavales, las esperas y las primeras filas quedaron atrás. Además, es el Antzoki. No hay problemas de visibilidad. Qué demonios, es la mejor sala de conciertos del estado.
Su momento de gloria llega cuando se dirigen en manada a las puertas, paseando orgullosos su elitismo. Son perfectos, estilizados, atractivos, con un look gamberro pero elegante. Con sus chaquetas de cuero, sus vaqueros ajustados, sus deportivas, sus camisetas ajustadas con alguna inscripción (si tiene que ser de algún grupo, que la tipografía sea pequeña y discreta), sus perillas, sus patillas, sus gafas de pasta, sus melenas, sus flequillos, sus estudiadas calvas. Y qué decir de sus chicas, bellísimas todas. Ellas sí que son las reinas del estilismo de Los Elegidos. ¡Qué suerte han tenido estos chicos de ser Elegidos por ellas! Así pueden contarles, mientras las cogen de la cintura, la primera vez que escucharon a Valera, la primera foto que recuerdan de Sommersen, la primera novela que leyeron de Dorian. Y ellas escuchan boquiabiertas (como no podía ser de otra manera dado lo apasionante del tema), maravillándose, qué diablos, excitándose vivas de lo cultos e inteligentes que pueden llegar a ser sus novios. Esa profundidad tan sensual evoca un mar de placeres nocturnos irresistibles. Apostaría el brazo de escribir a que es así.
Una vez dentro de la sala, Javier y Cristina se sitúan convenientemente en una mesita ubicada junto a la pared derecha, donde dejar las chaquetas y el bolso mientras charlan esperando que salga Valera al escenario. Javier hace los deberes y trae dos cervezas. No ha visto las miradas de aburrimiento de Cristina, que de seguro preferiría estar en cualquier otro sitio. “Pues lo que te decía, Cris.” Sigue Javier, arrebatador con la cerveza en la mano. “Este tío es el novio de Gloria Sommersen, la que estaba con el escritor Isaías Dorian. ¿Te acuerdas, esos libros que leía todo el rato cuando nos conocimos? Pues este tipo…”
Si Javier pudiese ver más allá de sus narices… Afortunadamente para Cristina y para un servidor, las luces se apagan, ikuskizuna hastera doa que dicen por aquí y todos los murmullos de Los Elegidos se van acallando. Nunca del todo, por supuesto. Jamás. Son irreductibles. El aire se llena de silbidos y jaleos. Y el hombre irrumpe.
Nadie diría que Antonio León Valera es una estrella del rock, pero sin duda tiene una presencia muy poderosa en escena. Antes de ser iluminado por los focos, su sombra se apodera de las almas de todos los espectadores, que dejan de ser Los Elegidos porque sólo él lo es. El artista escudriña el ambiente, hace un gesto de aprobación a su banda, que se dispone a atacar, y es entonces, justo entonces, cuando La Mano de Dios rasguea la guitarra por primera vez. Los súbditos se vuelven locos mientras Antonio musita un breve “Buenas noches” al micrófono antes de acometer la tormenta.
Porque eso es lo que es un concierto de Valera, una tormenta sónica y poética que desgarra a quien esté presente. Lo descarnado de su lírica no pasa de puntillas por la mente de nadie, sino que se queda allí. Desentierra recuerdos, derrama sentimientos olvidados y les hace partícipes de su ruina. Sí, ruina. Una ruina constante y necesaria, inextinguible por muchas Gloria Sommersen que se crucen en su vida. La oscuridad de hombres como éstos merece mil monumentos, el nombre de un planeta, la Acrópolis. Y en tanto no puedan librarse de ella, al menos se alivian contagiándola a los demás. Son ellos los que se desgañitan repitiendo letras como consignas, rellenando los huecos, jaleando al artista.
Musicalmente, la banda de Valera es una apisonadora. El indudable gusto por el rock añejo predomina, sí, aunque las canciones sean de cantautor de manual. Dos guitarras eléctricas – tres cuando Antonio la alterna con la española -, un teclado Hammond y en ocasiones un violín eléctrico sonarán siempre contundentes. Estos sonidos refuerzan la sensación de tormenta que evoca Valera, dejándole, eso sí, desnudo cuando toca acometer alguna confesión acústica. ¿La voz? Rota. ¿Cantar bien? El que busque eso, que se ponga un vídeo de Frank Sinatra. Esto es ver la sangre derramarse en forma de música.
El repertorio siempre será un problema para Javier de cara a su relación con Cristina. Las canciones más animadas (ergo, las que pueden gustarle a ella) corresponden a los dos primeros discos, cuando Valera aun guardaba cierto interés por la luz y la vida saludable. Después de eso, poca animación hay en su discografía. Estamos ante uno de esos artistas que gusta de presentar su último trabajo de forma íntegra en directo, con pocas concesiones a hits pasados. Con un nuevo y oscuro disco bajo el brazo – y algunos temas de “Días de Humo”-, Valera ofrece hora y media de temas cañeros pero amargos, con algunas letras tan estremecedoras que Cristina tendrá problemas para conciliar el sueño. De nada sirven los intentos de Javier por animarla gritando los estribillos más accesibles puño en alto. En efecto, y si no lo he mencionado, Valera presenta su nuevo larga duración: “Un instante de calma”. A falta de varias escuchas para efectuar una crónica, por lo presentado en directo podemos afirmar que es su mejor trabajo junto al dueto con la chica favorita. El tiempo dirá más.
Sin embargo, para ser justos debemos decir que el cantante aun no está engrasado del todo para el directo. Es la primera fecha de la gira, así que todo irá mejor en sucesivas noches, pero hoy ha estado algo nervioso, poco hablador (no es un orador sin la guitarra, precisamente) y quizá algo alicaído quién sabrá por qué. Nada que no vaya a subsanar, porque es un perfeccionista con todo lo que hace. No importa, cuando esta tormenta termine Gloria le espera en casa, o en el hotel Villa de Bilbao, o en la furgoneta, o donde duerman los artistas de la carretera. Y todas esas canciones cobrarán aun más sentido.
El Kafe Antzokia ha acogido esta descarga con respeto, vibrando a cada nota. Los supervivientes se miran alucinados, jalean al artista, la banda reparte púas y baquetas, estrechan manos con las primeras filas y todos tratan de poner un poco de orden tras el concierto. La magia ha terminado y mañana hay que ir a trabajar (quien tenga donde).
Javier y Cristina abandonan la sala en silencio, cogidos de la mano. Él no se atreve a preguntarle qué tal se lo ha pasado, pues presiente que tal vez se ha excedido en sus intentos por introducirla en el concierto. No se le pasa por la cabeza que quizás Cristina se haya aburrido, algo que entraba dentro de lo posible al no estar demasiado interesada en este tipo de música. Quizás Javier haya pagado el precio de ser el estereotipo actual de moderno que tanto castigo merece, y no será porque no se lo haya buscado. Pero no contempla la posibilidad que, en opinión de este humilde cronista, es la que ha terminado sucediendo. A Cristina la música le importa un carajo, es así y es respetable, pero como persona humana, es perfectamente sensible y permeable a las diatribas sentimentales de Antonio. A las diatribas y a su melena de cuarentón renegado. A sus maneras sobre el escenario, a su sangrante sensitividad. A sus manos, grandes y venosas cuando golpean la guitarra, unas manos tan fuertes que puede notar como la toman de la cintura, como acarician su cuello, serpenteando por su cuerpo. Quizá haya ido demasiado lejos en mis sospechas, pero apostaría que Javier no va a ser el que le haga el amor a Cristina esta noche. No en la mente de ésta. Ni esta noche ni muchas de las que están por venir.

Quizá sólo se haya aburrido.