viernes, 16 de enero de 2015

Mark Lanegan Band live at Limelight 1, Belfast

Esta noche fui a un concierto para sacudirme las penas con las de otros, porque de toda la vida se sobrellevan mejor así. El enero de Irlanda del Norte vale por cien eneros en el continente así que hacía un frío tan polar que tuve que coger el autobús al centro. Esto es relevante porque casi nunca lo hago si puedo evitarlo. He ido sin entrada, ya que hasta última hora no tenía claro si iba a ir. He escuchado poco a Mark Lanegan. Lo he intentado, tanto en solitario como con su etapa en Screaming Trees y lo que hizo en The Twilight Singers con mi adorado Greg Dulli a quien espero estar viendo en dos semanas en el arranque de gira de The Afghan Whigs. Creo que la gente que está continuamente mencionando nombres de grupos alternativos o lo que sean es gilipollas. Sólo se busca llamar la atención, pero pierdes muchos potenciales lectores así que intentaré no hacerlo más. El plan al salir del trabajo era pasarme la tarde en la cama leyendo libros de Ray Loriga, pero eso ya lo hago cualquier otra tarde. Tengo que documentarme porque lo he leído poco y hace varios años para lo que me gusta. Además una de mis historias en curso tiene que ver con él. Espero que no se enfade y venga a darme una hostia aunque reconozco que sería lo más apasionante que me pasaría en mucho tiempo. El caso es que al final me he decidido a vestirme y finalmente estaba pagando la entrada en la sala de conciertos. Si la compras en taquilla no hay entrada, tan solo una pulsera rosa con los nombres de las dos o tres salas que tiene el Limelight. Una de ellas es Katy's Bar y me hace una ilusión ridícula y adorable. Esta vez el concierto era en el local más grande, así que he ido a por una cerveza y me he puesto a observar a la gente mientras buscaba un sitio cómodo en las primeras filas. Todo el mundo es jodidamente atractivo y confiado y hablan con sus amigos y parejas como si nadie los estuviese observando ni escuchando ni juzgando. Creo que ese debe ser un secreto capaz de conferir poderes ilimitados al que lo descubra, pero por lo visto todo el mundo menos yo lo conoce y lo encuentro injusto. Todas las chicas son guapas y las que no, lo parecen. Y nunca hay ninguna sola. Tengo anécdotas con chicas en conciertos para descarrilar un portaaviones, preguntad. Luego según se van llenando los huecos todo es moverse para seguir en posición ventajosa para ver el escenario, que luego dará igual porque al primer telonero ni se le escucha por la cantidad de conversaciones que se oyen. Lyenn canta bajito y rasguea la guitarra en una suerte de canciones íntimas pero siniestras. Luego se cabrea y se echa unos agudos a lo Jeff Buckley que están a punto de reventar los vasos. La gente empieza a prestar atención. Los segundos teloneros son un dúo californiano llamado Sean Wheeler & Zander Schloss y son seguramente los mejores teloneros que he visto en mi vida. Canciones con sabor a vaca muy agradables. El cantante muy simpático y diría que ex-presidiario y probablemente ex-cocainómano a juzgar por algunos comentarios que hizo. Echadles una oreja. Y finalmente Lanegan se cuelga del micro y sin alardes se marca un concierto para fans. Mala suerte al no serlo, pero tampoco diré que me disgustó porque lo que suena suena muy bien. Gruesas atmósferas, poderosas canciones, una melancolía ardiente pero contestataria. Una voz cazallera y una banda compacta y crujiente y no se puede pedir nada más. Bueno, sí, se debería pedir que estos artistas tocasen gratis en el ayuntamiento y en la plaza de tu pueblo y que a todo el mundo le gustasen, es más, que todo el mundo supiera apreciar las buenas cosas y no digo ya entenderlas, necesitarlas, DEMANDARLAS, pero me temo que seguirá como siempre para que los listos que vamos a conciertos de cantantes de culto podamos seguir dirigiendo el mundo desde nuestro trono en la habitación del final de 2001.

Al final había sesión de firma y fotos pero Mark no es uno de los tipos más alegres que hay y yo precisamente tampoco lo soy, así que tras vadear la infinita felicidad y hermosura de la pléyade de público he salido a la calle y el viento del Ártico me ha devuelto a la Tierra, lo cual no era demasiado difícil porque me hago mayor para pasarme los conciertos en una nube. Al final solo importa la caña, mover la cabeza y los brazos y susurrar estribillos o hacer como que mueves la boca enfadado como si estuvieras de acuerdo con lo que sea que canta el que está arriba. Tal como hacen los demás. La música en directo no tiene más objetivo que acompañarte de vuelta a casa, el peor de los viajes para el que siempre hay billete.


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