domingo, 6 de septiembre de 2015

Nueve, diez, ¿Dónde está Wes?

No esperes un artículo elaborado, ni una crónica, ni una elegía. En realidad, no tengo muy claro lo que va a ser. Simplemente escúchame, porque se ha muerto Wes Craven y lo que no pude decirle te lo tengo que decir a ti. Que siempre andas cerca.



Antes, cuando incluía Scream entre la lista de mis películas favoritas, había gente que se sorprendía de que algo "tan malo" y "olvidable" se colase en el TOP de alguien que dedica su vida a proyectar una imagen de gafapastismo extremo 24/7. No deja de ser su opinión, como no deja de ser mi opinión que esa gente son unos gilipollas amargados que no tienen ni puta idea de cine. Porque, para mí, el caso de Scream marca un punto de partida. Es sencillo. Sin Scream, no habría empezado ninguna lista de películas favoritas. Y sin Wes Craven, muchísimo menos.

Cierto día de 2000, cercano al estreno de Scream 3, el célebre programa La noche de (Etb2), emitió Scream: Vigila quién llama. Los asiduos a Félix Linares ya sabrán que, sobre todo en la primera época, la calidad de las películas emitidas en ese espacio de los martes a las 22:00h era más que recomendable. Por entonces, lo único que sabía de la saga era que trataba de un asesino con una máscara blanca (como de pequeño era idiota, pensaba que esa era su cara real y por eso me cagué de miedo viendo el trailer de Scream 2 en el cine cuando me llevaron a ver El hombre de la máscara de hierro.) Además, los treinta minutos de curiosidades cinéfilas con la legendaria voz de Félix son un clásico de la cultura televisiva en Euskadi. Hacía pocos días que había aprendido el funcionamiento del sistema de vídeo Phillips que teníamos en casa, así que grabé el programa entero, que acababa con una advertencia: "Los quince primeros minutos de la película son E-S-C-A-L-O-F-R-I-A-N-T-E-S." Al día siguiente todo el mundo en el instituto estaba hablando de esa escena inicial, con Drew Barrymore y un teléfono como estrellas absolutas. Nadie había visto más, porque se habían ido a la cama muertos de miedo. Y yo contaba las seis horas de clase para irme a casa a poner el regalo envenenado que me esperaba.



No me dio nada de miedo.

Ni un poco. No me dio miedo la primera vez ni la séptima de las veces que vi la cinta a lo largo de esa semana. Memoricé los diálogos, las escenas y toda la información cinéfila del programa previo. Y la recompensa fue mucho mayor que pasar un mal rato ante una buena película de terror: la entendí. Entendí el motivo de que los personajes fueran tan típicos, los comentarios sobre cine y las reglas sobre asesinos en serie. El metacine. Y me pareció muy gracioso, muy interesante y jodidamente bueno. Y fue un regalo envenenado, porque se convirtió en mi obsesión. Me hizo cinéfilo de por vida.

Con el tiempo, pude ver la trilogía entera, incluso repitiendo en el cine. De acuerdo, no serán películas brillantes, pero el buen rato ofrecido más las lecciones de cine y puñaladas (algo más que suficiente para disfrutar), no te lo quita nadie. Y creedme, en aquella época se puso de moda el género y me tuve que tragar Cherry Falls, las dos de Sé lo que hicísteis el último verano, las dos de Leyenda Urbana y unas cuantas más de las que no quiero acordarme. También, gracias a reposiciones de madrugada, pude ir viendo aleatoriamente las primeras cinco películas de la saga Pesadilla en Elm Street. La mención de Freddy por parte de los niños en la escuela es antigua, muy antigua. Hay algo muy atrayente en eso. Y cómo olvidar la procesión de monjas de la 5º, la chica-cucaracha de la 4º, la obra maestra absoluta que es la 3º, el autobús fantasmal de la 2º y, por supuesto, la escena de la fundición de la 1º. Iconos del género.



Desde entonces, me peleaba con la programación de todas las cadenas buscando nuevas películas que grabar y ver hasta la saciedad. En aquellos tiempos, las películas de mediados de los noventa era lo más habitual de encontrar, y así cayeron Seven, Trainspotting, Cadena Perpetua, El silencio de los corderos, Boogie Nights, El día de la bestia, Abre los ojos, Tesis y un millón más. Y lo bueno es que no se acaba nunca. Todo gracias al maestro que reinventó el cine de terror tres veces en tres décadas distintas. Un artesano del celuloide que experimentaba para atemorizar y divertir a partes iguales. Las entrevistas y making ofs en los que se puede ver dirigir a Wes son una delicia para cualquier interesado. Y además era un hombre culto, amable e interesante con el que me habría encantado charlar de cine. Lo intenté en Twitter, pero..

Así que gracias, Wes, por tu incalculable contribución al cine y a la vida, y ni caso a los que se ríen de la calidad de tus películas porque no las entienden. Habría que ver lo que les gusta a ellos. ¿Sabes? Si me prestases un poco de tu magia podría colarme en sus sueños y traumarles de por vida. Sé que tu querías hacerlo con nosotros, pero eras demasiada buena persona. Y por eso me duele tanto que te hayas ido.

Y sí, los primeros quince minutos de Scream siguen siendo escalofriantes.

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