Esta es una historia dividida en capítulos. No olvides leer los anteriores para no perderte:
Artículo
nº4: “El Conde y la sirena”, publicado el 8/9/2011
Un
hombre que se precie debe mantenerse firme hasta el final, sin doblarse, sin
fenecer; ante las inclemencias, las derrotas, las tragedias. Debe afianzar bien
su posición en la tierra como el héroe que desafía a los dioses y resiste sus
embestidas una y otra vez. El rayo de Zeus, el martillo de Odín. La huella que
deja el hombre sobre el mundo es la muestra de su existencia, y nada tiene
mayor valor. Aunque le expulsen de su hogar y le arrebaten lo que era suyo, a
pesar de las vejaciones, las humillaciones, el ensañamiento. Aunque tenga que
irse lejos, muy lejos, alejado de toda civilización y de todos aquellos que un
día le trataron con calidez, para surcar mares lejanos donde naufragar cada noche.
Y aun en la distancia no dejar de buscar la estrella que un día le muestre el
camino de regreso a casa.
Isaías
Dorian interpreta el rol de ese hombre a la perfección. Su tragedia homérica
aún arrecia en España con el nombre de avalancha mediática protagonizada por
dos iconos de nuestra cultura popular que se han convertido en héroes para los
jóvenes que se manifiestan contra el gobierno en nuestras plazas, luchando por
su futuro. La huida de Dorian se ha tornado vampiresca, pues su residencia
actual consiste en nada menos que un castillo en los mismísimos Cárpatos occidentales.
El escritor – o Conde Dorian, como se le conoce ahora en lugares oscuros de la
red – habita esta morada desde finales de 2009, y ya conoce lo que es pasar el
crudo invierno al noroeste de Rumanía. La ciudad más cercana al castillo no es
otra que Cluj-Napoca, la capital histórica de la región de Transilvania, separada
por tres horas de coche o día y medio en carromato tirado por caballos. La sola
posibilidad de hacer el viaje hasta el castillo de la misma forma en la que lo
hizo Jonathan Harker en la novela de Stoker tomó la forma de un dedo gélido
acariciando las espaldas de todo el equipo de redacción. Un servidor se ha
pasado semanas tratando de contactar con Isaías, viejo conocido, para una
entrevista que se promete apasionante. Ha sido toda una odisea. Finalmente, un
servidor y su fotógrafa habitual de reportajes viajaron a Bucarest y de ahí
transitaron los más de cuatrocientos kilómetros hasta Cluj por carreteras
secundarias. Incluso sin la entrevista, las fotos del viaje por Rumanía ya
valdrían para un número entero.
Dorian
ha querido citarse para comer en una conocida taberna del centro, así que antes
de la cita aprovechamos la mañana paseando por la ciudad. Sus impresionantes
iglesias y galerías de arte servirán para calmar la inquietud cultural del
viajero más experimentado.
A
la hora señalada, nos lleva un buen rato encontrar al Conde en la taberna. Tras
observar nuestras caras de preocupación, el posadero nos hace un gesto,
indicando las escaleras que llevan al segundo piso. En la mesa de un oscuro
rincón nos aguarda un hombre que ha conocido tiempos mejores. Isaías luce
ojeroso, con larga barba, muy delgado y vistiendo enteramente de negro. No ha
desarrollado colmillos aún, que sepamos, y se muestra algo cohibido al
principio pero no tarda en soltarse, especialmente cuando nos es servida la
comida. La ciorbă de
carne y generosas raciones de sarmale nos ayudan a entrar en calor y todos los
ánimos sentados a la mesa se reconfortan. Regamos la entrevista con una botella
de Tuica casera, bebida de alta graduación que procuramos dosificar para no
emborracharnos antes de finalizar el trabajo. Todas las caras recobran su
color, incluso la del Conde.
La primera pregunta
puede parecer obvia, pero es necesaria: ¿Qué tal te encuentras, Isaías?
No estoy mal, tío. No estoy mal. Tengo un
castillo.
¿Siempre
habías querido tener uno? En tu novela de 1999 “El caballero y la muerte” ya
había un personaje que vivía en un castillo.
Sí, supongo que era una de estas cosas del
subconsciente. Quiero decir, ¿quién no ha soñado nunca con vivir en un castillo
en los Cárpatos, como el conde Drácula? Yo, por suerte, he podido hacerlo
realidad.
¿Cómo
se mantiene un castillo? ¿Pertenecía a alguien?
Oh, no es uno de esos castillos grandes y
espectaculares. Es una pequeña residencia en la montaña, nada más. Pertenece a
mi familia, los Dorian.
¡No
me digas!
Sí, sí. El linaje es muy antiguo, pero nuestra
rama siempre ha estado bastante apartada de la principal. El caso es que los
dueños actuales, que son una especie de primos lejanísimos míos, apenas usan el
castillo y yo me ofrecí a mantenerlo por un tiempo. Más contento no puedo
estar. Y, bueno, tampoco cuesta tanto de mantener, porque por dentro ya estaba
en bastantes buenas condiciones. Casi siempre ha tenido residentes. Lo peor es
aprender a calentarlo en invierno, pero una vez hecho, todo va sobre ruedas.
Estáis invitados si queréis subir, por supuesto.
Muchas
gracias. La verdad es que hacerte la entrevista en el castillo era nuestro plan
inicial. ¿Concertamos una segunda parte en un par de días, entonces?
Como queráis. Sería una pena venir hasta
aquí y no disfrutar de la hospitalidad de los Cárpatos. Luego os doy los
detalles de como llegar.
Nos
parece perfecto. Cuéntanos, ¿estás escribiendo mucho? ¿Es fácil encontrar la
inspiración aquí?
Desde luego. Se podría decir que no hago
otra cosa. Tengo listos un par de proyectos y trabajo en un par más. Para
encontrar la inspiración no tengo más que salir de casa y dar un paseo por el
bosque. Te encuentras animales, hay un río cerca, los amaneceres y atardeceres
son espectaculares… y si me apetece algo más urbano me vengo a la ciudad.
¿Puedes
adelantarnos algo de esos proyectos?
No, tío. Son bastante introspectivos, ya
los leeréis cuando toque.
¿Cuándo
estarán disponibles públicamente?
Pues… de momento no hay una fecha concreta,
pero te puedo decir que será más pronto de lo que me gustaría. Los dos que
están terminados ya están en manos de mi editora y saldrán en un momento
indefinido.
Dejas
entrever que no te apetece mucho publicarlos por ahora.
Pues no, la verdad. Tengo la inmensa suerte
de poder vivir de lo que escribo, como tú, así que ya sabrás que es lo mejor
que te puede pasar en la vida. Esto quiere decir que para seguir obteniendo
beneficio económico tengo que tener algo nuevo en el mercado de forma
periódica. Mi situación personal ha cambiado de forma radical últimamente y,
entre eso y el castillo, no puedo estar sin publicar cosas demasiado tiempo.
Pero si pudiera hacerlo, lo haría.
Nos
quedaremos con las ganas, entonces, de saber más de esos trabajos hasta que
vean la luz. Repasando tu última novela, “Los ojos de la Gorgona”, se nota
mucha influencia de tu vida personal. ¿Combates tus demonios escribiendo?
¿Quién no lo hace? Señálame uno y te diré
que ese no es escritor. O es uno de esos escritores putas de segunda fila que
tienen que hacer biografías y recopilar artículos de otros, o los textos de las
enciclopedias y esas cosas que se hacen cuando no tienes nada dentro. Sí, tío,
claro que me desahogo escribiendo. Has leído la maldita novela y has hecho
artículos sobre lo mío con Gloria, así que lo sabes de sobra.
Ahora
mismo, en España hay toda una tormenta mediática de la que Gloria y Antonio son
protagonistas. ¿Qué opinas de esto?
Opino que tengo un castillo de puta madre
en Transilvania y sólo me conecto a Internet para hablar con mi editor o buscar
música. No estoy al tanto de nada al respecto. Espero no haberte chafado la
entrevista.
Bueno,
lo que quería preguntar sin meterme de lleno en el tema es si todo este asunto
te sigue inspirando a la hora de escribir, pero entiendo que son temas
demasiado personales para una entrevista cultural.
No, tío, no… Joder. A ver. Tú escribes, has
leído libros y escuchado música y habrás tenido parejas. Sabes de qué va esto.
Sí.
Pues eso. Mira, es muy obvio y fácil de
señalar pero te lo voy a contar porque te has pegado un palizón de viaje para
hacer una entrevista guapa y me voy a sentir mal al final. Tú naces y cuando
tienes edad te enseñan a leer, y si te gusta vas leyendo todo lo que pillas y
así según te vas haciendo mayor evolucionas con la lectura, las cosas que
aprendes y los pensamientos que desarrollas, y te pones a escribir lo que puedes.
Pero para cuando tienes un cierto estilo sólido y una idea de lo que quieres
contar ya eres adolescente, sólo piensas en pajas y en follar y en putos grupos
de rock y en beber y en drogas, a veces, así que escribes y hay una chica cerca
con el pelo como del amanecer, ¿sabes? Y hace como que le gusta lo que lee y
entonces sigues escribiendo con esa estúpida sonrisa que se te pone en la
cabeza y ya no se va porque ella tampoco, y así va pasando el tiempo, y todas
las chorradas que escribes van encaminadas, unas más que otras, a encontrar el
camino hasta el centro de ese amanecer. Y punto. Se puede escribir de mil
maneras, porque pasas por mil etapas y lees a mil autores diferentes, pero lo
que te inspira es la vida misma. Porque esos autores que todos sabemos y que no
hace falta ni mencionar escribían sobre unas mujeres concretas que nosotros no
conocemos, así que nos inspiran las nuestras. Pero es que yo con Gloria empecé
muy pronto, al poco de conocernos, y no he tenido otra. Quiero decir, ya has
leído todo lo que publiqué en los noventa, todo el país sabe lo nuestro. ¿Qué
coño voy a decir yo que no sepáis ya? Pues claro que me jode lo que pasa. Claro
que me inspira que no estemos. ¿Por qué me he venido a un castillo a tomar por
culo de todo el mundo conocido? Pues porque España es una puta mierda, así de
claro. Pero a mí me importa más mi situación personal que la del país, que
bastante tiene.
Vaya…
Ya.
Has
dicho… muchas cosas. Sobre lo último, hay quien lo llamaría opinión impopular.
Y tendrá razón. Pero ¿sabes qué? Pago mis
impuestos como el que más, tengo todo el derecho a opinar lo que quiera. Las
cosas que te obsesionan durante tu período vital de aprendizaje son las cosas
sobre las que forjarás tus creaciones y, si eres bueno y tienes suerte, sobre
las que vivirás. Una generación entera ha cagado leyendo libros de Isaías
Dorian lo mismo que ha crecido con los discos de Pearl Jam hasta que dejaron de
molar. Si ellos creen que yo molé en una época importante de sus vidas me
parece cojonudo porque si no fuese por eso yo no estaría aquí. Pero no me
jodas, no me vengas con opiniones impopulares porque la mía vale lo mismo que
la tuya. No voy a ser el guía de tus pensamientos, ni lo fui entonces ni mucho
menos voy a serlo ahora. El país necesita otras cosas.
¿Cómo
qué?
Dejar de encumbrar a gilipollas. Que un
escritor o un músico piensen cosas parecidas a las tuyas está muy bien, todos
estamos aquí por algo de eso, pero basta ya de conferirles poderes mágicos que
no tienen. Nunca un artista puede ser el líder de nada. Un pueblo necesita
gente más preparada, más lista, con más cojones. Necesita, por ejemplo,
manifestarse sin que los hijos de puta de perros del gobierno armados hasta los
dientes les den palizas hasta machacarlos. Necesita cortar las cabezas de sus
políticos y estudiar y trabajar en un sistema hasta que funcione. Como si hay
que derramar toda la sangre disponible. Para algo la tenemos.
Pero
tú no haces mucho por la labor, seas artista o no.
Claro que no, tío. Yo no tengo ni media
hostia, mírame. Y soy viejo. Cuarenta palos ya. Yo voy a una manifestación y me
revientan a palos y entonces ni castillo ni libros ni nada.
Bueno,
hay quien te tendría por mártir.
Hay quien se podría ir a tomar por culo. En
serio, si en plena década de 2010 todavía estás con la tontería de tener ídolos
y héroes, te perdiste la etapa de madurar. Si tienes los cojones de pegarte con
los antidisturbios deberías tener algo más de conocimiento. Pero abanderar lo
que digan un escritor de mierda o dos cantantes que son pareja… te puede gustar
lo que quieras, pero coño, respétate.
Es
irónico que tu novela más conocida se titule “Ídolos”.
Menos de lo que parece. Si la recuerdas
bien, porque yo no, trata de un adolescente debatiéndose entre la vida, el amor
por… por Gloria, por quién va a ser, y sus héroes de rock. El rock está para
tener héroes, la literatura no. No se venden pósters de Henry Miller. Y mira,
ya te dije que no quería hablar de autores aquí. Te voy a escribir un artículo
para la revista, tío. En dos días, cuando subas al castillo, lo tienes. A ver
si desmitificamos de una vez unas cuantas cosas.
Queda
dicho entonces. ¿Qué ídolos te quedan en el rock?
Realmente ninguno, si te refieres a llevar
camisetas, tener fotos en la pared o guardar cola para conseguir entradas. Eso
se va con la edad. Pero antes… mira, yo tenía trece años en 1984. En Madrid
centro. Mi padre era músico y tenía hermanos mayores, así que en casa no
faltaba la música. Y creo que eso inspira tanto como la lectura. Es decir, te
podría decir mil autores y serían los mismos de siempre, ¿de acuerdo? Pero lo
que a mi me gustaba, lo que quería ser, era Jim Morrison en el desierto o
cantando en los clubs de Los Ángeles. Eso es literatura. Joder, nadie todavía
ha superado la crítica que hizo Lester Bangs sobre el Astral Weeks de Van Morrison. Yo quería ser una estrella del rock.
Yo escribía con el Dark Side of the Moon
y luego con el Animals. El Animals, tío. ¿Qué era eso? Menuda
burrada sónica. Todo lo que quería era emular ese sonido con las letras. Jodidos
Pink Floyd, cómo demonios eran tan buenos.
¿Nunca
pensaste en ser músico?
Claro, tío. ¿Nunca pensaste en follarte a
la reina del instituto o en ser un tipo guapo, atlético y simpático al que le
encanta la gente y tiene un buen trabajo? Mil veces. Pero es el tipo de cosas
que sólo tienen sentido en la oscuridad, entre tus pensamientos y tú. Sueños,
nada más.
¿No
es eso una autolimitación? Mucha gente se convirtió en músico en los ochenta, y
no les hizo falta tanto talento.
Sí, lo es. Totalmente. Aclarado esto,
sigamos. La ventaja que te da escribir frente a tocar música o hacer cine y
teatro es que lo puedes hacer sin ayuda de nadie y sin tener que trabajar en
equipo. No es cansado físicamente. Deja muchas secuelas, claro, pero no
jodamos. Cansado es descargar camiones o estar en un taller, y esto contribuye
de una forma mucho más directa al desarrollo del bienestar social. Pero es que
hay una época a partir de la cual ese tipo de cosas no tienen sentido para ti.
Yo no quería tocar la guitarra en una banda porque odiaba a la gente. Odiaba
estar delante de ellos, odiaba tener que hablar con ellos y escuchar sus ideas.
No las entendía, me llenaban la cabeza de mierda y tenía que salir fuera a
vomitar. Afortunadamente siempre había una botella cerca, así que empezó a ser
la solución para aguantar esas reuniones sociales de jóvenes con el pelo largo
e inquietudes. Eso y más cosas. Siempre había un montón de cosas. Entonces una
noche en una de esas fiestas apareció Gloria y todo tuvo sentido por una vez. Y
todo es rock and roll. La propia música, escribir, ella, correr de la mano, los
viajes largos por carreteras secundarias. Incluso los cantautores aburridos que
a ella le gustaban. Todo es rock and roll. Me da igual como lo cataloguéis los
de la prensa porque os pagan por eso. Pero no vengas a cambiar mi percepción de
ello. La crítica de Bangs (por Dios, me voy a permitir citarlo una sola vez: “es acerca de una persona, como todas las
grandes canciones, toda la buena literatura”) es rock, el Aullido de
Ginsberg es rock, la cerveza es rock y la cara de Gloria a dos centímetros de
la mía aquella noche es rock. Yo toco rock escribiendo. Me trabajo las frases
como otros se trabajan los riffs, para enganchar a la gente. Para gustarles y
convencerles de que tienen que entrar en tu mundo porque eres una estrella. O
intentas serlo. No hay medias tintas en esto, nadie escribe o toca para
quedarse a medio camino, y quedarse a medio camino es el fin. Lo haces para
engañarles y que se queden. Ahora que tengo vuestra atención, permitid que os
cuente mi historia… Y aun así, nunca es suficiente. Yo nunca he escrito un
libro mejor que una sola frase buena de verdad que haya escrito algún cabrón
norteamericano muerto hace mucho tiempo. Lo he intentado de todas las formas y
no he sido capaz. Y todos esos gilipollas que se creen músicos por empuñar
guitarras tampoco han hecho cinco segundos mejores que ningún disco publicado
hasta 1979. A partir de ahí sí, a partir de ahí ya es otra historia. Pero a
pesar de ser tan jodidamente malos, de no ser tan buenos como los que son
buenos de verdad, hemos aguantado ahí. Y muchos de los que acudieron a la
llamada la primera vez se han quedado con nosotros.
Y
desde hace casi veinte años. Algo bueno habréis hecho.
No lo sé. Eso no me corresponde a mí
decirlo. Sólo sé que aparecimos en una época difícil y para un público
desencantado que necesitaba leer o escuchar que efectivamente, todo el sistema
era una mierda y el mundo estaba de capa caída. Ya nada molaba tanto como sus
padres y hermanos mayores les habían contado. Esto fue fácil porque nosotros
mismos éramos ese público. Se necesitaba algo, se descorrió la cortina y ahí
aparecimos, como por casualidad. Pudieron haber aparecido otros, pero nos tocó
a nosotros. Y hasta hoy. A veces creo que el éxito tiene más que ver con la
casualidad de estar en el momento adecuado que con el trabajo detrás. Por
supuesto que es necesario, pero no es lo único. Hay muy pocos que hayan tenido
talento de verdad, y casi todos están muertos.
En este punto decidimos
cortar la entrevista para reanudarla dos días después, en el castillo de
Isaías. La botella de Tuica agoniza, nuestras almas se han calentado y la
sesión de fotos no resulta tan tortuosa como creíamos. Espero que las
especialidades rumanas luzcan tan bien impresas como su sabor. El Conde se
despide, no sin antes indicarnos donde alquilar el carruaje necesario para
ascender a la montaña. Repite que cuando lleguemos tendrá listo un artículo
exclusivo para esta revista. Narrativamente me encantaría poder decir que se
convirtió en murciélago y salió volando por la ventana, pero requiere de una
cantidad de ficción insuficiente. La fotógrafa y yo pasamos el resto de la
tarde paseando por la ciudad de Cluj, fantasmagórica al anochecer, con gruesas
bufandas alrededor de nuestros cuellos que nos permitan vivir hasta mañana.
Quién
espere una detallada descripción orográfica del viaje en carruaje tirado por
caballos hacia la montaña, que lea a Stoker o vea el Nosferatu de Herzog. Dejamos
la ciudad a las nueve de la mañana, y la mayor parte del día transcurrió
apaciblemente, serpenteando entre valles verdes por un camino pedregoso que
ascendía suavemente. Al atardecer nos metimos de lleno en el bosque nevado.
Nieve, nieve por todas partes, como si el viento helado escandinavo de
Sommersen hubiese llegado hasta allí, aun a miles de kilómetros, y el conde se
había refugiado en lo alto de la montaña. No sé las horas de oscuridad que
pasamos a lo largo de ese trayecto. Dormitábamos a medida que el traqueteo nos
lo permitía, pero ni el cochero ni los caballos hicieron el menor amago de
detenerse. Intenté sacar la cabeza por la ventana para gritarle algo a nuestro
conductor, no recuerdo el qué. Fue inútil. Arreciaba una tempestad tal que no
permitía la transmisión de sonido. Atisbé a ver una silueta sobre el pescante,
con las manos aferradas a las bridas, soportando la ventisca. Nada nos detenía.
Era imposible volver atrás, estábamos de lleno en los Cárpatos.
No
salimos del bosque hasta el atardecer del día siguiente, pero mereció la pena.
La vista de las gargantas desde la cima quitaba el aliento. Y ni siquiera
estábamos en uno de los picos más altos. Podíamos ver el castillo Dorian que,
sin ser uno de esos grandes castillos de película, resultaba igualmente
imponente. Estaba ubicado en lo alto de un valle por el que pastaban ciervos,
cerca de un estanque. Era una imagen maravillosa. El gran portón se abrió,
dándonos la bienvenida. El Conde lucía pálido, de nuevo vestido completamente
de oscuro, pero con una expresión de amabilidad. Nos invitó a pasar. En el
patio interior guardaba su todoterreno con el que subía y bajaba a Cluj en nada
menos que tres horas. No nos arrepentimos del viaje en carroza, había sido muy
edificante, literario. Era uno de mis sueños pendientes.
Dorian
nos enseñó el castillo en una visita rápida, pues no era de gran tamaño como
dijimos anteriormente. Había allí todo lo básico: un amplio salón de amplios
ventanales y chimenea, de cortinajes rojos y bustos de animales disecados en
las paredes. El mobiliario, si bien lucía brillante y funcional, procuraba ser
clásico en honor a épocas pasadas. Tras una rápida visita a las mazmorras del
sótano – no, no escuchamos gritos ni nada semejante – nos sentamos a la mesa
del gran salón, con impresionantes vistas de las montañas al anochecer. Espero
que las fotografías estén a la altura que mis palabras no pueden alcanzar.
Disculpen la torpeza.
Cenamos
algo ligero servido por el mismo Conde – no había el menor rastro de sirvientes
ni ninguna otra presencia en todo el castillo – mientras la chimenea crepitaba.
En la sobremesa corrió el vino y otras sustancias que no especificaré. La
fotógrafa sugirió poner una banda sonora tanto a la entrevista como a la sesión
de fotos, para dar un ambiente aun más especial a la velada. Estuve de acuerdo
y le pedí a Isaías que seleccionase lo que mejor le pareciera. Volvió al cabo
de cinco minutos con un viejo tocadiscos y una colección de LP’s que
probablemente eran parte de esa herencia musical familiar que había mencionado en
la ciudad. Clásico tras clásico. También había traído un manuscrito de varias
páginas del cuál me hizo entrega. Llevaba por título “El laberinto del
minotauro” y era el artículo prometido sobre autores que le habían influido. No
le había tomado ni dos días escribirlo. Mientras lo hojeaba, colocó el
tocadiscos en la mesa y lo hizo girar a ritmo de Bach para ir calentando la
estancia. Después sonarían guitarras. Al calor de la estremecedora Komm süsser Tod nos sentamos en la
alfombra, piernas cruzadas “a la orilla de la chimenea” que diría el viejo
Joaquín. Las notas mortuarias en aquel lugar cálido de Transilvania encogerían
los ánimos del más bravo, pero no los nuestros. No aquella vez. Comenzamos.
En la
primera parte de la entrevista hablamos de música, de lo que te gustaba de
adolescente ¿Qué es lo que te gusta escuchar ahora, a los cuarenta años?
Pues casi lo mismo que antes, la verdad.
Sabes, hay etapas en la vida que se ven reflejadas en el modo de evolucionar
musicalmente. Nací en 1971, así que me pasé todos los ochenta creciendo hasta
que llegó 1991, cumplí veinte años y dejé de escuchar música de la misma forma.
Explica
eso.
Verás, de los diez hasta, incluso, los
veinte, eres hipersensitivo a todo. Absorbes todo lo que conoces y cambias de
gustos mil veces, pero evolucionas. Pero los veinte ya son otra historia. A
esas alturas ya te has llevado tantas hostias que estás desencantado de todo y
sólo quieres que amanezca lo más tarde posible para aguantar el día como se
pueda hasta la hora de volver a la cama. Para entonces ya no tienes la misma
inquietud por descubrir nuevos grupos, sino en mantenerte en los que te gustan
y prestar poca atención a las novedades.
Supongo
que hablas de tu caso particular.
Claro. No soy sociólogo, no me meto en las
trayectorias vitales de los demás. Hablo de la mía. Crecí con estos mismos
discos que he traído: años 60 y 70. La mejor época de la historia de la
humanidad. No hay nada sorprendente aquí. Floyd, Zep, Beatles, la Creedence,
Stones, Doors y Dylan. Hay muchas cosas más, sin duda. Pero esto es lo que
asocio a música. Luego sí, luego llegaron los Maiden y los Priest y algo más
tarde Metallica y todo el cuero. Y los grupos nacionales, que pude ver
infinidad de veces tocando en Madrid. Barón Rojo, Barricada, Ñú… Joder, en el Pabellón del Real Madrid no
paraba de haber conciertos. El primero que ví fue uno de Maiden del World
Slavery Tour, en el 84. Tenía trece años, me colaron los de seguridad porque
conocían a mi padre. Ahí dije: esto es lo mío. Pero ahora eso no me apetece. Lo
único que me gusta es volver al inicio de todo, al lugar donde descubrí esas
ideas por primera vez y dejar que me atrapen para siempre.
¿Qué
fue lo que pasó en los noventa?
Pues que te voy a contar que no sepas, tío.
Ya te dije que era una generación jodida y desencantada con el futuro. Los
grupos que estaban ahí también se aprovecharon de eso. Nirvana, Pearl Jam, Alice
in Chains… joder, hasta los Blind Melon que eran la cosa más hippie que uno se
podía echar a la cara por entonces, y los encasquetaron en la movida grunge. El
rock duro estaba de capa caída y muchos nos quedamos en el camino. Además
estaba empezando con Gloria, que ya daba conciertos y hasta tenía un programa
en televisión. Todas mis inquietudes musicales se las quedó ella.
Vosotros
también érais grunge.
Quizá lo fuéramos para alguien, puede ser.
Nos movían las mismas inquietudes que a esos grupos, porque también éramos
jóvenes. Pero nunca nos calificamos, pienso en general que las etiquetas son un
rollo. Pero sí, es una imagen muy de principios de los noventa en España, ese
chaval desconcertado que lee a Isaías Dorian, viste deportivas y camisetas
anchas (o vaqueros rotos y camisas de cuadros, si lo prefieres), monta en
patinete, y tiene un poster de Kurt Cobain en la habitación. De todas formas,
mirándolo en perspectiva creo que si pudiera ser parte de alguna banda de la
época elegiría a los Guns n’ Roses. Y eso que no era fan por entonces.
¿Te
sentías más identificado con la movida de Los Ángeles?
No, para nada. (Risas). Y menos con esas pintas. No, la música está bien, ojalá me
hubiese pillado de adolescente. Pero no, es porque… tú habrás visto los Live in
Tokyo. Pues cuando tocan So Fine, hay
una parte antes del estribillo en la que Axl canta “Mis amigos siempre están ahí
para mí” o algo así, y entonces se dirige a Duff, que está tocando el bajo, y
le da una palmada en el brazo. Me pareció precioso, porque Duff y Axl eran
amigos de verdad incluso entonces, cuando la banda se estaba derrumbando
interiormente. Y luego, la forma en la que acometen todos el estribillo me
pareció una declaración de intenciones, de una camaradería muy buena. Ojalá
hubiese tenido yo eso con mis amigos de entonces, fue lo que pensé. Me puso
nostálgico de algo que no había llegado a vivir. Es otro sentimiento que
intento plagiar en mis libros. Seguramente tenía más motivos para identificarme
con Nirvana, pero ya te digo que a los veinte años ya no me interesaba igual la
música.
Y de
repente llega 1994 y Kurt se mata. ¿Cómo lo viviste?
Estábamos en Nueva York por entonces. Gloria estaba grabando un disco y yo
acababa de publicar mi segunda novela, así que estaba de vacaciones. No es que
fuera muy fan entonces, con veintitrés años. Con el tiempo los fui escuchando
más a fondo y me gustaron: me gustan aun hoy. Gloria sí que los seguía
bastante. Esa noche fuimos a una vigilia en Central Park. Había centenares,
miles de fans llorando con velas encendidas. Era estremecedor, y bonito al
mismo tiempo. Gloria lloraba y yo lloré un poco con ella. También habíamos
tomado algo antes, pero el ambiente que había allí es algo que se me ha quedado
grabado. Intento reproducir esa misma sensación cuando escribo, pero creo que
no lo he conseguido. Era algo sencillamente indescriptible.
Y
desde entonces hasta ahora, ¿no te han interesado más grupos? La música era
parte de tu vida casi por obligación.
Te diré que los he escuchado a todos y los
he visto a todos. Creo que debo de ser el hombre que más conciertos ha visto en
España estos veinte años (Risas). No
diré nombres. Mucho grupo indie, sobre todo. He conocido a muchos músicos,
también. De todo, buenos y malos. Un poco pesados, algunos. La mejor de todos,
Gloria. Sin duda. La más auténtica. No sé qué decirte, nunca me interesaron lo
suficiente. Y si eso no te interesa a los veintipocos, olvídate. Y si has
estado tan sobreexpuesto a ello como he estado yo, más aun.
Al
ser una pareja tan conocida, siempre se os veía en compañía de otros artistas.
¿Sigues en contacto con toda la gente del mundo de la música que has conocido?
(Alza los brazos
señalando la estancia, con una mueca irónica).
¡Míralos a todos, aquí congregados! No,
tío, gracias a Dios que no. Todos para ella. Si algo bueno ha tenido esta
historia, es ahorrarme el asistir a todas esas convenciones sociales a
aparentar. O madrugar. Madrugar para hacer algo que no quieres y que va a
seguir adelante exactamente igual que si tú no estás. Que les jodan, anda.
Puedes publicarlo si quieres. Son todos unos gilipollas enamorados de Gloria.
Medio
país ha estado enamorado de Gloria.
Lo sé. ¿Y sabes qué? Me siento orgulloso de
haber sido el que ha estado con ella todo este tiempo. Yo, y no otros. He sido
mejor que ellos, que se creen importantes por tocar canciones de tres minutos a
medio gas y llevar la barba recortada. Nada más, no son nada más. Fuegos
fatuos. Cuando se acabe el mundo y se recojan los resultados de lo
verdaderamente importante, no habrá nada de ellos. Nada.
¿Y de
ti?
De mí tampoco, por supuesto. Pero nunca
hice méritos. Quien crea que escribí las cosas que escribí para darle a la
humanidad la antorcha de la clarividencia… que deje lo que fuma o que me lo
pase. Hice esas cosas por mí y por Gloria, todo, siempre, ha sido por mí y por
Gloria. Y si le ha gustado a la gente, es un añadido. Un añadido que está de
puta madre para pagar las facturas y no tener que levantarse a las seis de la
mañana para ir a la cadena de montaje, lo cual considero mucho más digno. Pero
esto es lo que hay. La antorcha es mía, la llevo yo. Soy el que la recoge
cuando el héroe sale huyendo al final del túnel en la morada del monstruo. Soy
el que lo enfrenta hasta las últimas consecuencias.
¿Y
quién es el monstruo?
Nadie. No lo hay. Sólo es la necesidad de
los hombres de estar en contra de algo. Todo lo que sale de la rabia y el
rencor. Por eso se hacen cosas, libros, canciones, películas, guerras… para
acallar la oscuridad. Eso es el mal, “the
evil that men do lives on and on…” (Tararea la canción de Iron Maiden).
¿Y tú
has salido de la oscuridad o vives en ella?
Depende de la dosis, tío. Depende de la
dosis. Te podría decir que sí, que desde que Gloria no está todo es más triste
y oscuro. Pero la verdad es que yo ya era así con ella, todo el tiempo. Y antes
de conocerla también. El origen está en algún lugar de la niñez. Una bifurcación.
Y tomas uno de los dos caminos y no puedes volver atrás. Sé que estoy diciendo
cosas jodidamente típicas y que te va a quedar una mierda de entrevista, pero
es tal cual lo siento y no me veo capaz de mejorarlo.
Pero
tiene que haber algo de luz. Amigos, familia.
No es lo mío. Existen, claro. Los hay, y
aprecio que existan. Pero no es lo mío, tío. Ya no más. Son principios
demasiado idealizados. En mi caso los asocio a discusiones y malas relaciones.
Por supuesto que siempre estarán ahí, pero sencillamente no puedo
corresponderlos de la misma forma. Hay un abismo de incomprensión demasiado
grande.
Has
escrito sobre mucha gente de tu vida, bien o mal. ¿Nunca has tenido problemas
por ello?
Sí, muchas veces, sobre todo al principio
cuando sólo te leen tus allegados, y por curiosidad. Luego se les olvida, tu
público pasa a ser mucho mayor y generalmente interesado por cómo escribes, no
por lo que dices de tal o cual persona que ellos desde luego no conocen. Los
que se han ofendido lo han hecho por llamar la atención, sin tener ni idea de
literatura, sólo por puro cotilleo. Sin pararse a analizar el resto, sin
entenderlo. Que se jodan. Menudo coñazo dieron en su tiempo. Menos mal que eso
queda ya muy lejos.
Y
ahora, ¿sigues haciéndolo?
Cada vez menos, porque apenas tengo
contacto con casi nadie de entonces y no los encuentro interesantes. Mi estilo
es en cierta medida autobiográfico y las cosas que me inspiran también lo son,
así que es inevitable. No se me da bien inventarme historias de fantasía, y si
lo hago, siempre me sale meter algo real porque es lo que me apetece contar.
Algo de desahogo también, puede ser. Mira, el secreto para poder decir todo lo
que quieras sin que los cotillas vengan a tocarte los huevos es escribir sobre
ellos cuando el libro ya está muy avanzado. Nunca pasan de las primeras páginas
porque solo te leen por buscarse y ver por dónde te pueden atacar. Pero si les
planteas algo diferente, se pierden y se aburren. En este punto ya puedes decir
lo que quieras y mandarlos a todos a la mierda, a las fiestas, a los
cumpleaños, a las cenas de empresa, a los gilipollas que te invitan a su boda,
a las reuniones, a los estúpidos bautizos y no digamos ya comuniones, en fin,
qué te voy a contar. Tener lazos no implica ser imbécil y tragar con toda esa
basura convencional por siempre jamás. Hay ciertos límites que no se deben
traspasar en lo que se escribe, y en ellos tiene mucho que ver el respeto. Pero
no pasa nada, escribes lo más cerca posible de esa línea y luego agarras un
cojín y lo revientas a hostias. Y te quedas a gusto. Esa gente son los que
dicen que te apoyan, pero es mentira. Sólo quieren ver dónde pueden pincharte
para sentirse mejor. Ojalá me sintiera solo de verdad, y no con sus miradas por
encima de mi hombro intentando atisbar algo que romper.
¿Y
cuando sucede a la inversa? Ya sabes, el disco “Días de humo” que editaron
Gloria y Antonio León Valera al poco de iniciar su relación. Ahí había unas
cuantas pullas y cosas inspiradas en ti, Isaías.
No me creerás, pero no lo he escuchado.
¿No?
¿Cómo podría? ¿Cómo voy a escuchar a mi
mujer hablando del final de su relación de veinte años conmigo? ¿Cómo voy a
escucharla cantándole a otro tío? ¿Qué me importa a mí lo que ese tío tenga que
decir sobre mí? Jamás. Es como darse latigazos en la espalda y luego revolcarse
en un kilo de sal. Sé bastante de lo que es hacerse daño a uno mismo y te digo
que a estas alturas no me apetece nada abrir esa herida.
Te
comprendo. El año pasado realizamos una entrevista con ellos en la que Gloria
me dijo que habíais hablado de esto y que todo estaba bien. A lo de meter
referencias veladas a lo vuestro, me refiero.
Sí, lo hicimos. Cuando se acabó la relación
yo publiqué “Los ojos de la Gorgona” para desahogarme. Era evidente que
escribía sobre nosotros, y absurdo negarlo. Y ella sacó ese disco. Básicamente
es un pacto de no agresión, es no despellejarnos más de la cuenta en nuestros
trabajos. La inspiración es con lo que nos ganamos la vida, y no vamos a mentir
sobre qué escribimos. Diremos lo que tengamos que decir, pero sin hacernos daño
de forma pública. Lo que no tiene sentido es que yo, por ejemplo, publique una
novela sobre flores y putos abejorros que ya no las pueden polinizar, es decir,
retorcer tanto las cosas para decir la misma idea. Si todo el mundo lo sabe.
Pero, como digo, lo hicimos de mutuo consenso.
Sé
que probablemente no querrás saberlo, pero es un muy buen disco. Arrasó en
España.
Seguro que lo es, viniendo de ella.
Bueno,
la impresión generalizada era que las canciones más inspiradas corrieron a
cargo de Valera.
No me importa mucho, francamente. Nunca he
hecho mucho caso a lo que él hacía, pero hace ya años que me parecía que alguna
canción suya que escuché estaba dedicada a Gloria. De hecho, muchos grupos le
dedicaron canciones en secreto. Y puedes pensar que es mi paranoia de marido
obsesionado con que todos están enamorados de su mujer, pero pienso que es
cierto. Es jodido escuchar lo que otros dicen de tu mujer. Yo nunca he escrito
sobre las mujeres de otros. O al menos no de forma tan evidente.
¿Puedes
profundizar en eso?
Ni de coña.
De
acuerdo. El otro día comentábamos que Gloria y Antonio son ahora los elegidos
por mucha gente en España como abanderados del movimiento revolucionario que
vive el país. Ya dejaste claro tu opinión, pero quería preguntarte si crees que
es debido a su música o a la farándula que los rodea.
Farándula, siempre. Morbo puro y duro. La
masa no apoya algo tan vehementemente por motivos culturales. Ahora, dales
morbo y cotilleo y puedes hacer lo que quieras con ellos. Pero el momento en el
que se rompa algo, ya sea su relación o esa lucha contra el poder que tienen,
se acabó. La gente, mucha gente al menos, lo hace por pura moda, sin entender
muy bien las consignas o las razones. Los objetivos. Sí, detrás de eso hay
objetivos nobles, como ya te dije. Todo lo que sea tocar los cojones al
gobierno es bienvenido. Pero por Dios, ni Gloria ni el otro son cantautores
revolucionarios. Si los han tomado como imagen es porque gustan, gusta
venderlos así, como una atractiva pareja que ha coincidido en el tiempo con
este movimiento. La música no tiene nada que ver. En España la gente por lo
general no tiene ni puta idea de música. Y no estoy diciendo que yo sí, eh. Eso
de que lo que yo escucho es lo mejor y lo que escuchan los demás es una mierda
está bien cuando se tienen quince años, luego ya suena un poco patético. Pero
se podría programar a la sociedad con algo más de gusto.
¿A
qué crees que es debido?
A que el atraso cultural sigue siendo muy
gordo. Eso es sabido de sobra, pero creo que se podría hacer más por despertar
inquietudes. Ya lo he dicho alguna vez pero, si yo mandara, en las escuelas se
enseñaría algo como “Análisis y apreciación del arte” en vez de tantas
matemáticas y tantas asignaturas repetidas cada año para desmoralizar a los
niños. Puede que así consiguiéramos que más gente tuviese intereses en vez de
contentarse con lo primero que les dan. Pero esto es muy utópico. Ahora mismo
por cada chaval que se interesa por algo hay diez que le dicen que eso es una
mierda y que es un pringado por gustarle eso. Bah. Tenemos lo que nos
merecemos. Nos podía caer un meteorito encima ya a ver si nos íbamos a tomar
por culo de una vez.
Pero
por el otro lado hoy en día el acceso a la cultura es más amplio que nunca
gracias a Internet.
Sí, esa herramienta gracias a la cual los
ingresos por ventas que teníamos Gloria y yo bajaron tanto que tuvimos que
poner en alquiler la casa de la playa. (Risas).
Nah, me parece bien. Yo también he bajado cosas y no voy a vivir siempre de lo
que publiqué hace veinte años. Es decir, no es que me parezca bien porque está
claro que algo falla ahí, pero… es que veo normal el camino que ha tomado todo.
El modelo discográfico está anquilosado. Se acabará yendo todo a la mierda tarde
o temprano. Y sobre Internet y la cultura… sí, te diría que ahora los chavales
tienen más cosas que antes. Pero lo que hacen con ese bagaje es ponerse a
discutir en foros por ver quién es más listo. Esto es el ser humano. Aprender a
leer para ser mejor que tu vecino. Criticar todo lo criticable por saber esto y
lo otro. Y todos esos gilipollas que iban a los conciertos de Gloria,
arreglados como si fueran a una batalla de a ver quién es más moderno. A ver
quién sabe más. Lo peor de ser un país de ignorantes es aguantar a los que
creen que no lo son. Y ahí estarán, siempre, luchando por ser el eslabón
perdido de la evolución humana. Me los imagino en la habitación del final de 2001: Odisea en el espacio, habiendo
alcanzado la iluminación y criticando al resto de seres por la ropa que llevan
y la música que les gusta. Y con un bastón de mando en la mano que simbolice la
posesión de la verdad absoluta. O algo así. Y con esto ya pueden venir a
matarme.
Deduzco
por todo lo que nos has contado que no tienes el menor ánimo de volver a
España.
No por ahora. Tengo mucho que aprender
todavía de Transilvania, mucho por viajar, mucho por escribir. No sé si
personas que conocer, no me apetece demasiado. Quizá aprender el idioma. En la
ciudad se habla inglés, pero tampoco me relaciono más de la cuenta.
¿Y
cuando la situación se calme? Es un momento muy agitado el que estamos
viviendo.
No sé, tío. Aparte de una o dos reuniones
editoriales, no me espera nadie allí. Mi hermano está cuidando mi piso de
Madrid, al cual no me apetece nada volver por lo que ya te imaginarás. Me
guarezco de la tormenta en mi castillo, luchando día a día por sobrevivir. No
es victimismo, ni malditismo ni nada. Me trato como la vida me ha demostrado
que merezco. Cada día es el último, y cada escrito es un testamento. Esta misma
entrevista podría ser mi epitafio.
¿Qué dirás cuando te pregunten si mereció
la pena? Y esperemos que eso suceda dentro de muchos y largos años.
Sí, por supuesto. Todo es una causa
perdida. Aconsejaría a los niños que estén por nacer que no lo hagan, que no
tiene sentido venir a este mundo a sufrir. Pero que si tienen que hacerlo, que
no lean libros. Que no se contagien de la oscuridad de otros, que no se echen a
perder. Y si aun así tienen que hacer esto, que encuentren a su sirena. Danesa,
como todas las sirenas deben ser. Que abracen el amanecer de su pelo y el
atardecer en su sexo y que la cuiden, la cuiden bien el mayor tiempo que puedan
hasta que se les escape y nade libre a costas mejores. El secreto es esforzarse
en ser la mejor costa en la que encallar. Porque cuando la sirena se va, la
costa se ahoga y el mundo no tiene ninguna esperanza. Pero incluso aunque eso
acabe pasando inexorablemente, ese tiempo habrá merecido la pena. Todo lo demás
es accesorio. Que no pierdan el tiempo jugando a alcanzar la inmortalidad.
Pero,
Isaías, mucha gente espera que vosotros, Los Elegidos, salvéis el mundo. Hace
veinte años que os esperan.
¿Sí? Yo con quince años esperaba que Led Zeppelin
salvaran el mundo, tío. Y sigo esperando. Con esto… ya…
En este punto
terminamos la entrevista, ya que el Conde se encontraba exhausto tras meses sin
hablar tanto con nadie. Es posible que las sustancias que consumimos durante
esta entrevista contribuyesen. La fotógrafa y yo lo postramos en un sillón rojo
ornamentado frente a la chimenea para la sesión de fotos. Apenas conseguimos
que posase, pero espero que los resultados ilustren el estado de cansancio y
delgadez en el que se encuentra. Debo confesar que me quedé dormido sobre la
alfombra, al calor del fuego, aquejado del mismo mal. A la mañana siguiente
desperté en el carruaje, con la grabadora, la tarjeta de la cámara fotográfica y el manuscrito en mi poder. Habíamos
ya iniciado el descenso hacia Cluj. Una nota de extraña caligrafía se hallaba
adjunta al manuscrito. El mensaje decía que, habiendo cumplido el trabajo que
se me encargó, podía volver a casa. Vera, pues ese era el nombre de mi
fotógrafa, se quedaría en el castillo con el Conde. No había más información
que la firma: Vera Gemini. No era este el apellido por el que se conocía a Vera
en la redacción, así que asumí que se lo había dado el Conde. Siniestros
pensamientos nublaron mi mente, en los que Isaías Dorian y su nueva
adquisición, Vera Gemini, juraban vida eterna ante la capilla que probablemente
había en una parte secreta del castillo. Fantasmales terrores surcaron mi mente
y acariciaron mi columna al tiempo que, en un gigantesco esfuerzo, torcí el
cuello para mirar por última vez la escarpada silueta del castillo Dorian
recortado en el cielo del amanecer, en las tétricas gargantas de los Cárpatos,
un cielo que pronto volvería a teñirse de negro y extender su reinado por toda
Transilvania, del modo que nunca debió dejar de ser. En la montaña nos esperaban de nuevo las nieves escandinavas, reflejo de la influencia que el recuerdo de Gloria Sommersen había dejado sobre el hombre que un día fue Isaías Dorian.
(Adjunto a este
reportaje se publica el artículo “El laberinto del minotauro”, de Isaías Dorian
en exclusiva para esta revista).
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