“Cuando
tocas la copa de cristal, tocas la muerte
En el
tequila transparente, en el mezcal amargo, bebes la muerte
En tu
frente y mis manos, en los ojos que miran
Un
desierto se agrieta con muñones de muerte.”
Juan
Luis Panero
Existen dos películas hermanadas en el cine clásico. Posiblemente existan muchas más, sí. Pero si hablamos de cintas que traten los últimos días de un alcohólico, hay dos que saltan a la palestra por sí solas. La primera, al menos cronológicamente, es “Días sin huella (The lost weekend)” de Billy Wilder. La segunda es “Fuego fatuo (Le feu follet)” de Louis Malle. Existe una tercera, de la que trataremos más adelante. Y sí, a partir de aquí, detalles en profundidad de los argumentos de ambas obras.
La película de Wilder, realizada en 1945, es una cumbre indiscutible en
Hollywood. Ganadora de cuatro premios Óscar a Mejor Película, Mejor Director,
Mejor Actor Principal (Ray Milland) y Mejor Guión Adaptado. Milland interpreta
a Don Birnam, escritor en horas bajas cuyo alcoholismo le obliga a gastar todo
el dinero que obtiene de su hermano y su novia, que hacen de ángeles
benefactores.
La película de Malle, realizada en 1963, es un caso similar. Cinta emblemática
dentro de lo que se denominó nouvelle
vague, aquel revolucionario movimiento que tanta controversia levantó, es
además una de las mejores películas jamás realizadas en Europa. Supone todo un
ejercicio de estilo y un referente para muchas otras obras que vendrían
después. En la historia, Maurice Ronet interpreta a Alain Leroy, de nuevo
escritor dipsómano en horas bajas. Quizá no pueda ser de otra manera. Leroy
vuelve a París a terminar de desintoxicarse: sudado todo el alcohol del cuerpo,
corresponde exorcizar el alma.
Hemos detallado ya las sinopsis de
ambas hermanas. Se hallan muy distanciadas en el tiempo; nada menos que 18
años. Y las inevitables diferencias entre el cine americano en el que tan bien
se movía Wilder y el emergente cine francés al que Malle contribuyó a despegar
junto a sus otros colegas de profesión. Quizá no sean las obras más
emblemáticas de cada director, ya que “El
apartamento” y “El soplo al corazón”,
respectivamente, ocupan ese lugar en el siempre amable imaginario popular. Son,
quizá, las primeras obras maestras en la carrera de ambos Pero los
lazos fraternales vuelven a estar por encima del tiempo y la distancia.
Días
sin huella es una historia real. Se adaptó la novela homónima del escritor
Charles R. Jackson, llena de tintes autobiográficos. Recordemos que, en la
historia, Don Birnam escribe una novela acerca de su adicción y su
recuperación, la cual simplemente titula “La botella”. Jackson atravesó
problemas alcohólicos antes y después de la redacción de la misma, publicada en
1944, y hasta el final de su vida.
Fuego
fatuo también es una historia real. Nuevamente parte de la adaptación
literaria de Le feu follet, publicada
por Pierre Drieu La Rochelle en 1931. En ella el autor recoge los últimos días
de su amigo Jacques Rigaut, adicto a la heroína en desintoxicación, al que ya
se le otorga el pseudónimo de Alain Leroy. Aquí la prosa de La Rochelle es
sublime, musical, elegíaca. Es un funeral de 132 páginas, es un mausoleo de
palabras para su difunto amigo.
Ray Milland y Maurice Ronet, dos caras de la misma moneda |
Bien, habiendo establecido que ambas
películas parten de personas reales y un estilo cinematográfico distante pero a
la vez similar, es hora de esclarecer las diferencias.
Días sin huella concluye
de forma tradicional en aquella época. Birnam se refugia en su apartamento sin
la botella, pero con la pistola. Las dos armas del héroe moderno, letales y
bidireccionales. Su entregada novia Helen acude a él, presintiendo lo peor.
Pero la magia del amor y de los finales cinematográficos también acude a salvar
el día. El alcohólico supera así su adicción y promete volcar todos sus
demonios en la máquina de escribir, como heroicamente pensó Charles R. Jackson
en 1944. Birnam y Helen celebran la victoria de la vida sobre la muerte sin
olvidarse de los miles de alcohólicos que, como él, sufren cada día en la
ciudad mientras se tambalean cómicamente. Fin, por ahora.
Fuego fatuo se deja
de convencionalismos. Han sustituido la heroína por el alcohol en la adicción
de Leroy, pero no van a sustituir su final. Lo cierto es que Alain no ha
conseguido librarse de sus demonios: no ama y es incapaz de sentirse amado. En
su regreso a París tras un matrimonio neoyorquino, no halla ningún consuelo en
reencontrarse con sus amigos. No es correspondido por las mujeres que ama,
aunque en otro tiempo no tuvo ningún problema ni de mujeres ni de riqueza. Pero
es esa vacuidad, tan a la par con su enfermedad, la que lo atormenta. Ahí se
prende ese fuego interior que devora sus ganas de vivir, sus ganas de abrir los
brazos. La gente está ahí delante; él ya no está. Ha salido de la clínica de
rehabilitación en Versalles para buscar una razón en sus amistades parisinas
que le disuada, pero simplemente esa razón no existe. No es un defecto
cognitivo, no la valora, no la acepta, no la siente. Se postra en la cama y el
metal del revólver toca el corazón. Es el primer contacto real en muchísimo
tiempo.
Me mato porque no me habéis querido, porque yo no os he querido. Me mato porque nuestros lazos fueron flojos, para apretar nuestros lazos. Dejaré en vosotros una marca indeleble. |
… y aunque la película termine, la vida nunca lo hace. ¿Por qué
Birnam se salva y Leroy no? Los dos son esclavos de sus propias decisiones, una
vez superada la adicción. ¿Se salvó Jackson después de publicar la novela?
Claro que no. La enfermedad es una fuerza mucho más poderosa que eso, y la vida
dura más que noventa minutos. Por esto es por lo que existe una tercera
película en la hermandad. Más alejada aun en el tiempo y el espacio, pero, para
el que escribe, es la continuación de la historia de Días sin huella. El héroe ahora se llama Travis y aparece perdido
en el desierto americano.
La secuencia inicial de Paris,Texas es un icono indiscutible en el cine. La obra maestra de Wim Wenders,
estrenada en 1984, arranca con Harry Dean Stanton (en uno de los escasos roles
protagonistas de su dilatada carrera) vestido de traje polvoriento, barba y una
llamativa gorra roja vagabundeando por el desierto tejano, cerca de la
frontera. Padece amnesia y tiene una mirada sobre la que pesan muchos años y
vivencias que desconocemos. La guitarra de Ry Cooder desgrana las melancólicas
notas de “Dark was the night.” A lo largo de la película, vemos que Travis se
reencuentra con su hermano y la esposa de éste, así como con su propio hijo, al
que ellos mismos han criado como si fuese suyo. Travis y Hunter, padre e hijo
por primera vez en años, se embarcan en un viaje en busca de la ex esposa y madre, a la que pocos datos les unen. A
través de escenas memorables en las que imágenes y música estremecen al
espectador, asistimos al desenlace del misterio del vagabundo en el desierto. En
uno de los mejores planos secuencia de la historia, Travis relata como su
adicción al alcohol convirtió su relación en un infierno y acabó perdiendo a su
familia durante años. La historia concluye con madre e hijo juntos de nuevo,
pero con Travis alejándose, conduciendo con lágrimas en los ojos. Lo que le
suceda al héroe, desarmado a partir de ahora, escapa a nuestro conocimiento.
Pero sí podemos aceptarlo como final, porque ha sufrido las consecuencias de
sus acciones y ha vivido para intentar repararlas. La despedida definitiva de
la familia y la vida.
Por todos estos motivos, considero estas tres películas como
hermanadas. Probablemente no de forma intencionada por sus autores, pero sí
desde un punto de vista muy personal. Si Don Birnam es el hermano americano de
Alain Leroy, Travis es su sucesor espiritual. Es la conclusión de la historia,
ya que una adicción no muere con el The End. Si existe esa honestidad creativa
de la que hace gala el cine de autor, estos dipsómanos personajes no se ven
libres de ella mientras sigan existiendo. Y es justo para el público conocer el
desenlace. El alcoholismo es una enfermedad muy cinematográfica,
sin duda. No terminaríamos de enumerar todas las películas en las que se trata
el tema, pero además es una imagen clave en el cine negro. Ya que los héroes de
sombrero, diálogo brillante y sonrisa socarrona sobreviven a lo largo de las
décadas, es justo que en la era moderna se los retrate con un cierto rigor
histórico. Por respeto a sus autores, enfermos también, pero con mucho menos
encanto. Y también por los cientos de miles de personas reales que sufren de lo
mismo, y de forma mucho menos favorecedora. No es fotogénico, ni digno de
inmortalizar en frames. Por lo mismo gritamos el resto de adictos a diferentes
dolencias, tan debilitados que no podemos sino encontrar refugio en la
contemplación de las vidas de mentira de estos héroes de pistola y botella.
"Drinking into the night", Laurie Lipton |
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