jueves, 5 de junio de 2014

Les amis solitaires (guión de cine)

LES AMIS SOLITAIRES
Una historia de la Nouvelle Vague

La primera toma muestra apenas un boceto en carbón de París. Suena música de swing y el boceto va adquiriendo diversas tonalidades de gris. En la esquina superior izquierda de la pantalla vemos una falda sesentera y unas piernas que bailan moviendo las caderas velozmente. En el boceto se perfilan unas líneas gruesas de color negro que conforman la estructura de los edificios y el río. El swing, instrumental, sigue sonando mientras se completa la imagen. Es entonces cuando vemos primeros planos de algunos de los edificios, transeúntes caminando a la orilla del río, bares iluminados y la noche estrellada. La introducción termina y la música se desvanece en la siguiente escena.
            “Les amis solitaires” es una película protagonizada por un actor que da vida a un personaje llamado Laurent Chevalier y una actriz que interpreta a un personaje llamado Femme. El personaje de Laurent es interpretado por Maurice Ronet. Femme es Brigitte Bardot. La película está realizada en blanco y negro con música instrumental de fondo en algunas escenas. El nombre de Laurent Chevalier está tomado del protagonista de Le soufflé au coeur. El origen del nombre de Femme es tan obvio como parece. El resto de personajes no están inspirados en ningún actor o actriz en particular. La acción se sitúa a principios de la década de los sesenta.
La escena inicial arranca en una librería. Laurent Chevalier firma ejemplares de su novela sentado en una mesa. Viste de traje sin corbata, despeinado, cansado. Una hilera de jóvenes a la moda sesentera esperan su turno. Una reportera está sentada a la izquierda de Laurent mientras firma los ejemplares.
“¿De dónde saca la inspiración para sus novelas?”, le pregunta.
“Soy un alma solitaria”, responde Laurent.  Vemos la portada de la novela. Se titula “Los amigos solitarios”. Las letras están impresas sobre una fotografía de dos siluetas caminando a orillas del Sena. No hay nadie más alrededor. Esta fotografía ocupa toda la portada.
“Pero…”, insiste la reportera, “…se le ha visto frecuentemente en compañía femenina.”. Laurent sacude la cabeza. Sigue firmando ejemplares de forma automática y las chicas desfilan sin obtener una palabra de él.
“No. Las mujeres solo me usan para dominar el mundo.” Nadie se ríe.
“Uno de los pasajes más celebrados de la novela es el de los libreros. Ellos juegan a enviar a gente a las páginas de los libros que ellos deseen, solo por maldad.”
 “Sí, es una cualidad de los libreros.”, responde Laurent. “Lo practican desde tiempos inmemoriales. Es su forma de dominar el mundo. Cada gremio tiene una.”
“¿Cuál fue el origen de esta idea?”
“Yo estaba allí y los ví jugando.” Laurent continúa firmando sin apenas mirar a sus seguidores.
“¿Podría explayarse más en ello?”
“Yo estaba escondido tras la puerta para que no me viesen. Esa puerta.”. Laurent señala una puerta situada en la pared del fondo, entre dos estanterías de libros. “Y ellos estaban allí. Yo los conocía a todos.”
“¿Y jugaban?”. La hilera de seguidores se detiene.
“Valga por Dios que advertí que jugaban. Había una hilera de personas, justo como ahora, y los libreros estaban sentados a esta mesa. Se rifaban a las personas, abrían un libro y le decían ‘tú, aquí’. Y la persona desaparecía en el libro.”
“Eso no puede ser.”, dice la chica más próxima a la mesa.
“Tú, aquí.”, dice Laurent, abriendo un libro y señalando la página. La chica se desvanece. Asombro general.
“¿Cómo lo ha hecho?”, exclama boquiabierta la reportera. El resto de la hilera grita y se agita. Laurent aprovecha para levantarse, coger el abrigo, calzarse el sombrero y dirigirse hacia la puerta tras la cual afirmaba haber estado escondido.
“Ya se lo he dicho. Soy un alma solitaria.” Laurent desaparece tras la puerta, dejándonos en el revuelo de la librería.

*****

Laurent huye a través de una trastienda llena de muebles polvorientos. Se mueve apresuradamente, intentando sortear los obstáculos. Gira a la izquierda y aparece en un largo pasillo, con muchos cuadros de retratos y paisajes colgados por toda la extensión del mismo. Corre a toda velocidad por él. Se detiene ante un cuadro que representa el Sena. En ese momento Femme aparece corriendo desde el otro lado del pasillo y le agarra del brazo.
“Ya no hay tiempo”, dice. Ambos corren en la misma dirección y desaparecen.

*****

Laurent y Femme caminan a orillas del Sena. Laurent lleva el mismo abrigo y sombrero con el que desapareció y Femme un suéter de cuello largo y falda con botas. Caminan tranquilamente y nadie los persigue esta vez. Atardece.
“¿Dónde has mandado a esa chica? “, pregunta Femme.
“No muy lejos, creo.”, responde Laurent. “La verdad es que no me he fijado.”
“¿Alguna vez lo haces?”
“No. ¿De dónde sales?”
            “Del fin de la noche. ¿Tienes que ir a alguna librería más?”
“No hasta el sábado. No me pagan si no voy. Tengo que ir.”
Laurent se detiene y se acoda en una barandilla para ver el río mientras juguetea con una pluma estilográfica. Femme se sitúa a su izquierda, menos inclinada.
“¿Conoces bien París?”, pregunta Laurent.
“No”, responde Femme, “Conozco Argentina, España, Suecia y Dinamarca. Y un poco de Mallorca.”
“Necesito que conozcas París para guiarme. Me buscan”.
“Tú te lo has ganado.”, sonríe Femme. “Está muy mal hacer desaparecer a chicas que solo quieren una firma de tu libro.”
“No puedes entenderlo.”
“Si lo hago. Eres un alma solitaria, es lo único que dices. Durante todo el libro. En todas las entrevistas. Como en aquella historia de la mandrágora. ¿Para qué sirve la pluma sin papel?”
“Para tener las manos ocupadas.”
            “Seguro que se te escapan con facilidad.”
Un tipo con gabardina oscura y sombrero irrumpe en la escena.
“Laurent Chevalier, acompáñeme.”, dice. Deja entrever una pistola bajo la gabardina.
“No puedo”, dice Laurent. “Me espera la señorita.”
“Ella puede acompañarnos.”, contesta el gángster.
“Yo prefiero quedarme”, dice Femme. Alza el brazo en el que sostiene ‘Los amigos solitarios’ y le golpea en la cara. El gángster queda aturdido. Laurent aprovecha para quitarle la pistola y se la guarda bajo el abrigo. Forcejean en la barandilla.
“¡Chevalier!”, grita el tipo, mientras Laurent intenta estrangularlo. Está sobre él con las dos manos en su cuello. Su sombrero ha caído al Sena.
“¡Tú, aquí!”, exclama Femme. Coge al gángster por las piernas, las levanta y Laurent lo suelta. El tipo cae al río. El sombrero de Laurent cae con él.
“¡Vámonos!”, Femme coge de la mano a Laurent y ambos corren por la acera, esquivando a la gente. Cruzan la calle entre pitidos y frenazos de coches. Mientras se desvanecen en las calles, oímos un último lamento de Laurent por su sombrero. La ciudad los engulle.

*****

“Y corrimos cogidos de la mano, lejos de los espacios abiertos a pleno sol, fuera de las calles concurridas, corrimos hasta que se nos acabó París y entonces volvimos, con la cabeza erguida porque nadie había sabido alcanzarnos…”, dice la voz en off de Laurent sobre una pantalla en negro.
Laurent y Femme caminan por una calle oscura y poco transcurrida.
“¿A dónde me has traído?”, pregunta Laurent. “Por aquí no pasa ni el sol.”
            “Así no nos encontrarán”, dice Femme. “Este es mi territorio.”. Se detiene de repente y mira a Laurent a los ojos. “Y yo soy el sol”, dice. Se gira y sigue caminando dos pasos por delante de Laurent.
“No camines tan rápido”, le pide Laurent, “no quiero perderme aquí.”
“No puedes perderte si ya has escrito sobre este lugar”, Femme le enseña Los amigos solitarios.
“Eres muy joven para leer esas cosas”.
“Soy muy joven.”, Femme le hace una mueca de desaprobación, “siempre soy demasiado joven.”
Llegan al Chat noir, un decadente local con actuaciones en directo decorado con dibujos de gatos negros. La iluminación es escasa dentro, hay poca clientela y los camareros visten esmoquin blanco. Todos llevan antifaz negro y se mueven en silencio. Un pianista toca una melodía lenta y misteriosa. El pianista también lleva un antifaz. El piano es negro. Laurent y Femme se sientan en una mesa al fondo. Femme muestra una sonrisa de confianza, Laurent sigue con la expresión despreocupada y adusta. El plano de ellos dos sentados a la mesa, acodados y mirándose es fijo y no cambiará en toda la secuencia.
“No eres tan joven”, comenta Laurent.
“Quién sabe”, responde Femme. “Seguro que soy más joven de lo que tú nunca has sido.”
Un camarero entra en escena y les sirve dos vasos y una botella de vino, sin hacer ningún ruido, y se va. Laurent lo mira.
“París está llena de tipos raros en esta época.”, dice mientras sirve el vino.
            “¿Cómo el que has tirado al Sena? Ahora nos estarán buscando.”
Ambos beben. Femme pone Los amigos solitarios sobre la mesa.
“¿A mí no me lo dedicas?”
“¿Realmente hace falta?”, responde Laurent. “Pareces conocerlo mejor que yo.”
“Bueno…”, empieza Femme. “Yo no puedo saber cuando lo has escrito, pero sí cuando suceden los hechos. Es fácil para mí ver ese tipo de cosas.”
“¿Tiene que ver con aparecer en la trastienda de la librería para rescatarme?”
“Sí, digamos que sí.” Femme sonríe. “No tenía ninguna intención de entrar dentro para ponerme a la cola y desaparecer. A saber a dónde me habrías mandado.”
            “No te preocupes por eso, el viaje no es doloroso. Pero si son ellos los que están detrás, se trata de algo peligroso. Ellos no tienen miramientos.”
“¿Los libreros?”, pregunta Femme. “¿El tipo que se ahoga en el Sena es uno de ellos?”
“Sí, claro que lo es. Pero, si quieres saberlo, y una vez lo sepas no habrá vuelta atrás, todos los tipos raros son libreros.” Laurent bebe. “Ellos juegan, cazan y se divierten. Y meter personas en libros es su juego favorito. Pero cuando alguien, como yo, les complica las cosas, ya no hay juegos que valgan. Hay que matarlo.”
“¿No basta con hacerlo desaparecer?”
“A mí no pueden hacerme desaparecer de esa forma, sólo pueden matarme. El contrapunto es que lo mismo funciona contra ellos, y son muchos. Muchísimos.”
Ambos beben.
“Laurent Chevalier, el escritor.”, dice Femme en tono burlón. “Explícame el misterio de las desapariciones.”
“No hay mucho misterio. El más ínfimo de los misterios de París es más grande que eso. Sólo necesitas leer el mar de letras.”
            “El mar de letras.” Femme repite, sintiendo las palabras en los labios. “El… mar… de… letras…”
Laurent pone su dedo índice sobre Los amigos solitarios.
“Un viejo escritor argentino dijo una vez que todos los hombres son el mismo hombre y todos los libros son, en realidad, el mismo libro. La realidad, visiones metafísicas aparte, es que todos los libros están interconectados. Todo alfabeto traza un mapa, toda letra representa un punto en ese mapa y el buen cartógrafo sabe unir los puntos y crear las rutas. El que conoce el secreto de las letras puede viajar a través de ellas. No hay ningún misterio, Femme, porque es el secreto más grande e inabarcable del mundo.”
Femme se ha quedado absorta mirándole hablar. Bebe vino.
Ambos beben. Se miran un rato en silencio.
“En aquella librería”, continúa Laurent, “teníamos un pasillo con cuadros de paisajes y retratos. Era nuestro atajo para viajar, el acceso directo al mar de letras. Y tú estabas allí.”
“Sí”, afirma Femme, “pero no sé como llegué allí. Sólo seguí lo que estaba indicado aquí.”. Esta vez es ella la que pone el índice sobre el libro. Sus manos se tocan y se acarician. Finalmente, entrelazan las manos sobre Los amigos solitarios.
“Supongo que seguí el mar de letras”, continúa con una sonrisa. “Quizá leyéndote me hayas enseñado a leer el mar. A leer el mar…”
Ambos beben.
“¿Por qué te gustan mis libros?”, pregunta Laurent. “Para mí no son más malas versiones de lo que eran buenas ideas. Naufragios en el mar.”
            El rostro de Femme se entristece.
“Porque a veces me sentía igual. Una mala versión final de alguien que se suponía mejor. Me sentía fea, y me parecía reconocerme en tus libros. Como si de alguna forma estuvieses escribiendo sobre mí.”
“Quizá. Todo es posible en este mar. Menos lo de que seas fea.”
Laurent le aparta el pelo rubio de la cara y la acaricia, mirándola a los ojos y bajando de vez en cuando la vista a sus labios.
“¿Vas a hacer algo?”, pregunta Femme.
“Puede. ¿Quieres que lo haga?” Ambos sonríen tímidamente.
“Me da igual.”
“Vale”, suspira Laurent. “Cierra los ojos como si no te lo esperases.”
Se acerca lentamente y se besan. Largo rato. Cuando se separan ambos siguen sonriendo. Laurent bebe.
“¿Siempre tienes que esforzarte tan poco?”, pregunta Femme. Se muerde los labios.
“Qué va. En realidad…”
La cámara va aproximándose a la cara de Femme, captando toda la belleza de su sonrisa mientras la música sube de volumen. Un bello plano para cerrar.

*****

La siguiente escena está compuesta por varias imágenes estáticas de Laurent y Femme en distintos momentos de vida parisina: en bares, saliendo del cine, viendo actuar a Charles Aznavour, paseando por lugares emblemáticos, tomados de la mano, besándose, abrazándose, entre sábanas. La sonrisa de Femme está presente en todas ellas y es el centro de la imagen. Acorde con las imágenes escuchamos la voz en off de Laurent, en un tono evocador, como el viento:
“Sucesivamente nos encontramos desde entonces. A veces yo navegaba por aquel mar y la subía a bordo, otras veces ella me recogía en las calles y me guiaba a lugares que jamás había soñado encontrar. Nunca tenía bastante de mi tiempo con ella. Del cabello que nacía de su cabeza como un sol. De sus mejillas carmesí como carbones en invierno. De la fábrica de placer que nacía de su boca. Su cuerpo era todas las estaciones; y sus manos, guías. Allí cabían todas las letras, todas las historias, tracé un mapa de su cuerpo. Su rubio sexo dorado. Su risa eran relámpagos de fuego en mi interior. Y todo fuego es inextinguible. Por eso me fui de París.”
La música y las imágenes cesan abruptamente.

*****

Texto en pantalla: “Un año después”.
Vista panorámica de Toulouse, que nos lleva a una ventana en un edificio del centro urbano. A continuación vemos el apartamento desordenado de Laurent. Toda la ropa está desperdigada por el suelo, así como folios escritos y en blanco. La ventana está cerrada, la puerta del baño abierta. Sobre la mesa hay una máquina de escribir, una botella y un vaso. El único cuadro cuelga torcido. Hay manchas de suciedad en suelo y pared. Laurent yace boca abajo en la cama, vestido. Golpes en la puerta, gritan su nombre.
“¡Laurent! Despierta, Laurent”. Es Sophie. Abre la puerta con su llave y entra. Pelo negro a la moda. Su ropa también es oscura.
Laurent alza la vista del colchón. Ve a Sophie y vuelve a cerrar los ojos.
“Me has visto, Laurent. Sal de la cama. Son las cuatro de la tarde.”
Laurent no se mueve. Sophie coge el vaso, va al cuarto de baño y lo llena de agua. Se lo tira a la cara. Laurent se agita y grita. Se acaba incorporando.
“Eres una zorra”, dice, sentado sobre la cama. Se revuelve el pelo mojado y se pasa las manos por la cara. Se quita la americana y comienza a desabrocharse la camisa, que han quedado empapadas.
“Y tú un cerdo”, replica Sophie. “¿Cómo puedes no morirte con este hedor?”. Toquetea los papeles que hay en la mesa.
“Porque floto sobre él. No toques eso. Tócame a mí.”
“No he venido a eso”. Sophie encuentra un pequeño papel y lo alza. “¿Qué es esto? ¿Un telegrama?”.
“No toques eso”, repite Laurent. Se levanta para intentar quitárselo, pero está demasiado débil. Vuelve a tumbarse en la cama, la espalda contra la pared. Cierra los ojos.
“Es de Femme.”, observa Sophie con desagrado. “¿Sigues en contacto con ella?”
Laurent no responde, así que Sophie lee el telegrama en voz alta:
“Laurent, te desprecio. De verdad, no vuelvas a mí. Puedes quemar tus tonterías y fuegos fatuos en París. Para mí no existes, ni tú ni nada de lo que haya pasado contigo todo este tiempo. Yo te desprecio. Femme.”
Sophie se queda en silencio. Laurent sigue en la misma postura.
“¿Esta es la famosa Femme?”, pregunta finalmente Sophie. “Parece bastante diferente de la de tu novela.” Contempla pensativamente a Laurent, que está decidido a permanecer inmóvil. “¿Vas a volver a París?”
Laurent gira la cabeza despacio. “No.”
“Quizá deberías.”
Laurent alza la vista. “¿Por qué?”
“Sólo mírate. ¿Qué haces aquí? Nada mejor que allí, desde luego”. Sophie deja el telegrama sobre la mesa y se sirve de la botella. Lo escupe al suelo. “¡Puagh! No me extraña que estés en ese estado bebiendo estas cosas.”
“No escupas en mi suelo.” Laurent consigue incorporarse haciendo un gran esfuerzo. Con el torso desnudo, se pone frente a Sophie. Le quita el vaso y echa un trago.
La contempla de arriba abajo. Pone una mano en su cintura y se acerca más. Se miran a los ojos. Sophie se aparta. Laurent echa otro trago.
            “¿A qué has venido, Sophie? ¿Ya no te gusta jugar?”
            Sophie ríe. “Siempre me gustará jugar, pero contigo ya no tanto. No desde que volviste de París con una felicidad en tus ojos que nunca nadie había visto. Hablando de Femme a todas horas.”
            “Eso nunca ha sido felicidad. Eso no es más que un invento. Una leyenda, a mi modo de ver.” Laurent se sirve otro vaso.
            “Y entonces, recordé que aquellas palabras tuyas sobre Femme me eran familiares. Las habías escrito antes de ir a París, en Los amigos solitarios.” Sophie lo mira fijamente. “Escribiste sobre esa chica antes de conocerla, Laurent. ¿O hay algo que no sepa?”
            Laurent la mira fijamente. Deja el vaso vacío, coge la botella y vuelve a la cama a sentarse contra la pared.
            “¿Qué puedo decirte?”, pregunta. “La primera vez que la ví fue en la trastienda de la librería. Ya os lo conté.”
            Sophie se sienta en la silla, al lado de la mesa, y cruza las piernas.
            “Te estoy diciendo, Laurent, que la chica de la que hablas en tu novela es Femme. Y a Femme la conociste en París cuando fuiste a firmar ejemplares de esa misma novela. Y esa chica tenía el libro. Te estoy diciendo que me cuentes la verdad.”
            Laurent da un largo trago a la botella.
            “No hay mucho que explicar, Sophie. No la conocía antes de ir a París, y no la conocía mientras dormía contigo. No tienes por qué preocuparte por eso.”
            “No me importa con quién más estuvieses durmiendo al mismo tiempo que conmigo. No eres ese tipo de persona para mí”, responde Sophie. “Mi pregunta es muy sencilla. ¿Qué hace esa chica en tu libro?”
            “¡Maldita sea, Sophie!”, grita Laurent. Sophie se sobresalta. “Si tanto quieres saberlo, te lo diré.” Termina la botella de un trago y la arroja con fuerza a la pared contigua, cerca de Sophie. Se rompe, y Sophie grita.
“Eso es lo que había en un principio. ¿Lo ves, Sophie? Dime qué ves.”
“Cristales rotos”, responde Sophie, temblando.
“Exacto. Muy lista. Son cristales rotos que si los unes forman un todo. Ahora imagínate que esos cristales flotan en el mar. Muy dispersos entre ellos.” Laurent se dirige a los cristales y se arrodilla para levantar uno. “Este trozo, el más grande, soy yo. Floto en un mar enorme, seguramente el mayor de todos. Sé que formo parte de algo que forman muchos cristales, pero esos son más pequeños y no tienen autonomía para decidir la dirección en la que flotar. Yo sí.”
Laurent levanta otro trozo grande: “Y esta es Femme. No nos hemos visto nunca, pero sabemos uno del otro porque una corriente cuenta muchas historias, que vienen de muchas direcciones y se entrecruzan. Todo es un libro gigantesco, todos los libros son el mismo libro. Mientras navegas, escuchas historias que aun no han sucedido. Esto es el mar.”
“Pero…”, responde Sophie, dubitativa. “Laurent, las personas no son cristales. El tiempo no fluye en muchas direcciones al mismo tiempo. O al menos, nosotros no lo percibimos así. Todo esto es muy abstracto.”
“Y sin embargo, querida Sophie, así es”, responde Laurent. “Así es como lo percibo yo, y Femme también. Pero sólo somos dos cristales; aun hay muchos más en la botella. Aun hay muchas más personas que forman parte de nuestra historia. Por eso la han roto.
“¿Hablas de los libreros?”, pregunta Sophie. “¿Hasta qué punto es cierta esa historia?”
“Mi querida Sophie…”, ríe Laurent. “Eres tan convencional, y eso es lo que me gusta de ti. Te lo diré de la forma más real que sé: Hay gente que simplemente se encuentra, que está donde hay que estar. Que siempre vuelve al mismo sitio, aunque las manos se suelten. Que hubo un momento de unión, y la celebración de ese momento puede expandirlo hasta el infinito.”
Laurent está sonriendo. Alza el trozo de cristal con el que ha representado a Femme y se raja el pulgar con él. Con la herida abierta se dibuja una línea de sangre en el corazón.
“Pero, de acuerdo a ese telegrama, ella te desprecia”, dice Sophie. “Para ella, nada de lo que sucedió entre vosotros merece ser recordado. Por eso estás así, aunque quieras ocultarlo. ¿Cuándo lo recibiste?”
“Un mes después de volver de París.”
“Eso no es mucho tiempo.”
“No lo es”, responde Laurent. “Me fui porque aquello era perfecto y me estaba acomodando. Nunca me he sentido tan bien. No era recomendable para mi estilo de vida. Supongo que ella no se lo tomó así.”
“Esto tampoco es recomendable, Laurent.” Sophie se incorpora y le agarra de la mano. “Vámonos de aquí, tenemos que dejarte presentable. Ponte la camisa, que vamos a mi apartamento a darte una ducha y luego iremos a comer al río. Y luego nos vamos de Toulouse.”
“No será necesario”, dice Laurent mientras coge su sombrero y se lo pone. “Quiero que todo el mundo sepa de mi herida abierta.” Laurent y Sophie salen por la puerta.
*****
           
Imágenes de Laurent y Sophie dejando Toulouse, conduciendo en un descapotable por carreteras campestres, llegando a los Pirineos, pasando por la estación de Canfranc y desviándose hacia la costa mediterránea. Se nos muestran impresionantes tomas de Cadaqués y el cabo de Creus, así como paseos y vida social en Barcelona. La voz en off de Laurent lo ilustra:
“Nos fuimos de Francia. Siempre huyendo hacia atrás, como si aumentar la distancia fuese una fórmula matemática exacta para el olvido. París estaba cada vez más lejos, y de alguna forma me forcé a cerrar la herida atravesando los Pirineos. En aquellos tiempos, pisar España era viajar en el tiempo. Eso añadía millas y millas a mi huida, como si flotásemos en dimensiones diferentes. Desde la costa catalana, París era una mota de polvo que se diluía. Desde Barcelona, no se veía París. Y aún así yo sangraba todas las noches y llevaba las últimas palabras de Femme grabadas a fuego. Por eso me refugié en Sophie, por que su fuego que ardía por mí y mi fuego que ardía por Femme pudieran arder juntos con el propósito de incendiar todo este mundo hasta sus cimientos y terminar con la pesadilla.”
Laurent y Sophie están sentados en una terraza en la Rambla un día de verano, jugueteando con las manos por encima de la mesa. Laurent tiene mejor aspecto. Él bebe cerveza mientras que Sophie toma un refresco.
“Ah, Barcelona”, suspira Sophie. “¿No tienes la sensación de formar parte de una ciudad viva en constante cambio? Como si fuesen necesarias varias vidas para verla terminada.”
“A mí me va bien así”, responde Laurent. “Visto desde una perspectiva muy alejada en el tiempo, estaríamos en los cimientos de una nueva civilización. Eso me excita.”
“¿Debo entender que quieres que subamos arriba?”, sonríe Sophie.
“No, esta vez, aunque sea esta única vez, no es eso”, responde Laurent. “Me pregunto que pensará tu marido de esto.”
“¿Mi marido? Probablemente esté haciendo lo mismo en Toulouse.” Sophie hace aspavientos, molesta. “¡Toulouse está lleno de zorras baratas que se abren de piernas a cada campanada de reloj!”
“No seré yo el que lo ponga en duda. ¿Qué quieres hacer hoy?”
“No lo sé. Por hacer algo que no hayamos hecho, me apetece ir al cine.”
“Nah, al cine no podemos ir”, niega Laurent. “No entiendo castellano, y creo que aquí todas las películas están así. Además, ¿qué quieres ver? Ya he visto todas las películas buenas que hay que ver. El cine está estancado.”
“Te equivocas”, responde Sophie. “Mi querido Laurent, no te discutiré nada de letras, pero el cine, en particular el francés, se está apoderando del mundo en estos días.”
“Me cuesta horrores creerlo.” Escéptico, da un trago a la cerveza.
“Sin embargo, es así. Existe un movimiento creado por cineastas jóvenes que reinventan la propia estructura del cine convencional.”, explica Sophie. “Escriben directamente con la cámara. Los actores improvisan. El montaje es endiablado. Es la nouvelle vague.
“No sé…”, se queja Laurent. “No se puede escribir con una cámara. Además, todo eso suena muy complicado. Romper las normas del convencionalismo ya es algo muy anticuado en la literatura. La relación de esta con el cine ha de ser tan testimonial como las adaptaciones que cometen en los Estados Unidos.”
“No”, responde Sophie. “El convencionalismo no se rompe en las historias, se rompe en la forma de contarlas. Las historias de gente paseando por grandes capitales, hablando del amor en términos realistas mientras hace buen tiempo son atemporales. Dentro de medio siglo seguirán contándose. Pero el modo… es la evolución, Laurent. Es lo que te decía de Barcelona. Y París. Europa entera está en proceso de cambio, y nosotros estamos en el centro. No te permitas no ser parte de ello.”
“Como quieras.” Laurent se encuentra algo derrotado, sin demasiado interés. Sigue bebiendo.
“Te llevaré al cine hoy mismo, ya lo verás. Tiene que haber alguna filmoteca de buen cine francés.” Sophie se levanta. “Vamos, a ver si la encontramos.”
Laurent termina la cerveza. “Si tú lo dices…”
Ambos caminan y salen de escena. La cámara se fija en un tipo con abrigo y sombrero, parapetado detrás de un periódico, que ha estado espiándoles desde otra mesa en la calle. Suena la música.

*****

Vemos una escena de Jules et Jim, de Truffaut. Estamos en un pequeño cine y la única luz es la de la pantalla. La película está en francés con subtítulos en castellano. En las butacas hay pocas personas, desperdigadas. Laurent y Sophie están sentados en las últimas filas. Sophie sonríe emocionada y le brillan los ojos, pero Laurent está bastante aburrido. Voz en off:
“Sophie dio con un cine semioculto entre callejones en el barrio gótico. Como me temía, era refugio de intelectuales diletantes, algunos turistas franceses necesitados de demostrar cierta supuesta superioridad cultural, y el resto eran parejas, algunas, incluso, homosexuales,  que acudían a calmar sus incendios y a provocar algunos nuevos. El ambiente clandestino del lugar era propicio para los vapores del opio o para una redada policial que acabase en masacre. Sin embargo, aquella noche no sucedió nada de eso. Entendí la película perfectamente. El cine de sentimientos en acción combinado con la cotidianidad de los diálogos y la frescura rebelde de la innovación es ciertamente interesante, pero me hizo darme cuenta de mi propia banalidad. No había mayor historia en el mundo que la de Femme y yo. Por tanto, ninguna película merecía mi interés. Francia entera debía saber de mi desdicha y su repudia. Ya era un escritor de éxito; ya había narrado anteriormente otras aventuras con otras mujeres. Decenas de ellas. Y ninguna me había dejado una quemadura tan ardiente. Debía, como poco, escribirle una carta. Tenía que saber el origen de su desprecio.”
Una escena divertida de la película provoca la risa de los presentes, especialmente de Sophie. Laurent se ve obligado a sonreír.
“Sophie…”, susurra. “Me muevo a la primera fila. Los subtítulos son demasiado pequeños, necesito verlos de cerca.”
“Como quieras”, responde Sophie sin dejar de reir.
Laurent se escabulle entre las butacas. Intercambia miradas amenazadoras con otros espectadores, de llamativas indumentarias. Finalmente se sienta en una butaca libre, sin apenas mirar a la pantalla. Saca una libreta, la apoya en las rodillas y se pone a escribir. La imagen se centra en su rostro mirando hacia abajo, denotando esfuerzo, tachando y corrigiendo enérgicamente palabras. No alcanzamos a ver lo que está escrito.
“¿Chevalier?”, susurra una voz de repente. Laurent se sobresalta y mira a su izquierda. En ella vemos sentado a un hombre de mediana edad, con grandes gafas negras. Llamativa americana oscura. Laurent no lo sabe, pero es el hombre que hemos visto antes en la Rambla, espiándolos.
“Sí”, asiente Laurent. “Yo soy Chevalier. ¿Quiere un autógrafo?”
“No en este momento”, responde el extraño. “Me llamo Pignot. Llevo días buscándole.”
“Debe de tener mucho tiempo libre.”
“No tanto como me gustaría, se lo aseguro. Le busco por negocios. Me ha costado mucho encontrarle, así que le ruego que me escuche.”
“Si viene de alguna editorial, le aviso que ya estoy trabajando con una.”, indica Laurent.
“No. Les films du Carrosse. Productora de largometrajes. Su editorial me ha vendido los derechos de su novela Los amigos solitarios.
“Vaya.”
“Veo que no le sorprende. ¿Ya lo sabía?”
“No tenía la menor noticia.”, responde Laurent. “Les dejé esa cláusula disponible porque no pensé que nadie quisiese hacer una película de esa novela. No me gusta mucho el cine.”
“Bueno, eso facilita las cosas. Tenemos luz verde y las fechas para el comienzo del rodaje están próximas.” Pignot carraspea. “Quería proponerle honrarnos con su presencia en el estudio. Como asesor, o como quiera llamarlo.”
“¿Dónde sería eso?”
“En París.”
Laurent ha seguido escribiendo durante toda la conversación, pero ahora se detiene en seco. Mira fijamente a Pignot.
“En París.”, repite Laurent. “Usted quiere que vuelva a instalarme en París.”
“Exacto, Chevalier, esa es la idea. Un hombre como usted no puede estar mucho tiempo lejos de París. La ciudad le necesita.”
“Llevo año y medio lejos de París, Pignot. No sabe lo que supone para mí volver allí.”
“Oh, sí que lo sé”, sonríe Pignot. “Recuerde que he leído su novela. Al menos lo suficiente para querer adaptarla. Cuando se estrene la película, todo el mundo lo sabrá.”
“Pero mi vida ahora está en Barcelona. Mi amiga…”, Laurent hace un gesto señalando hacia atrás, hacia donde sigue sentada Sophie.
“Su amiga estará encantada de ir a París, claro”, asegura Pignot. Le entrega una tarjeta y se levanta para irse. “Siempre que se mantenga lejos de Femme, supongo. Disfrute de la película, yo ya la he visto.”
Pignot se va, dejando a Laurent crispado en el asiento.

*****

Imágenes de Laurent y Sophie paseando por el Parc de la Ciutadella. Es el típico primer plano en el que los personajes caminan frente a la cámara mientras hablan. Voz en off de Laurent:
“No fui a París, al menos no de forma inmediata. Envié la carta poco después de conocer a Pignot. No esperaba una respuesta. La verdad es que no esperaba nada, más que meditar sobre la oferta. Sophie, por su parte, tenía clara su opinión al respecto.”
“Deberías ser el actor principal”, ríe Sophie. “Me muero por saber quién te interpreta. Te veo como un Maurice Ronet en su mejor momento.”
“No sé quién es”, responde Laurent. “¿Es guapo?”
“Mucho”, responde Sophie. “Es el idóneo para captar la esencia Chevalier. Y a Femme la podría interpretar Brigitte Bardot.”
“A ella sí la conozco. Es muy guapa.”
“Cómo no. No hay hombre en Europa que no la conozca”, suspira Sophie. “A decir verdad, la elegiría a ella antes que a muchos hombres.”
“Yo también.”
“Y, dime, Laurent… ¿Cuándo te vas a París?”
“No lo he decidido. Estoy muy bien aquí, contemplando la evolución.”
“¿Realmente significa algo para ti?”, pregunta Sophie. “Nunca me ha parecido que la percibas. Vives en la mayor mutación social en décadas y apenas te das cuenta de ello. No lo valoras.”
“No, no realmente.”
“Es Femme, ¿verdad?”, pregunta Sophie en tono triste. “No puedes dejarla ir incluso en estas circunstancias.”
“Ya lo sabes, Sophie”, asiente Laurent. “Dijo Borges: ‘hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme…’, y así sigue siendo.”
“Si es eso lo que sientes, ve a por ella.”
“No quiero dejarte aquí.”
Sophie le da una bofetada. Los transeúntes se detienen a mirar, sorprendidos.
“No vuelvas a ir en ese plan conmigo, hijo de puta. No me digas palabras dulces. No te lo consiento, Laurent, maldita sea.” Sophie tiembla de rabia, al borde de las lágrimas.
“Guárdate las bofetadas para tu marido”, murmura Laurent. Sigue caminando. Sophie camina deprisa para ponerse a su par.
“Vete de Barcelona”, dice Sophie enfadada. “No quiero que estés aquí conmigo. Ya no. Se ha acabado.”
“Siempre estuvo acabado”, responde Laurent. “Ya lo sabías.”
“Ve a París. Acabarás contaminando Barcelona con tu oscuridad.” Sophie llora. “Maldita sea, Laurent, ¿por qué… por qué no puedes disfrutar aunque sólo sea un poco?”
“Soy un alma solitaria.”
Sophie le agarra el brazo con firmeza para detenerle.
“Muy bien. Lo querías y lo tienes. Deshazte de mí ahora mismo.”
“Sophie…”, murmura Laurent.
“Ahora mismo, Chevalier. Mándame lejos como a aquella chica de la librería. Haz lo mismo que esos que quieren verte muerto. Quiero ver el mar. Y no quiero volver a verte.”
“¿Estás segura de esto? Quizá nunca puedas volver.”
“Cuento con ello, malnacido”, Sophie intenta sonreír mientras se seca las lágrimas. “Sólo librándote de mí podrás ir a París. Soy tu ancla, Laurent. Deshazte de mí. Esto ya ha durado demasiado.”
“Pero me gustaba.”
“Sabes que no lo suficiente. Adiós, Laurent. Mándame a navegar.” Sophie acaricia la cara de Laurent con ternura.
“Nunca es suficiente, Sophie. Ojalá lo fuera.” Laurent la besa suavemente en los labios. “Tú, aquí”, susurra. Sophie desaparece. Una mujer grita al verlo y otros transeúntes se unen a las voces de sorpresa e incredulidad. Laurent se tapa la cara con el sombrero y se va, caminando deprisa, fuera de plano.

*****

Vemos a Laurent caminando por una calle de bares, entrando en uno llamado Gat negre. Es similar al Chat noir que vimos en París, pero los camareros visten de forma normal, con camisa y vaqueros. Se repiten los dibujos de gatos negros en la pared. El camarero le entrega una botella y un vaso en la barra. Laurent los recoge y se sienta en un rincón. Voz en off:
“Mientras Sophie navegaba, llegó la carta de Femme. Necesitaba prepararme para leerla, y no estaba del todo seguro de que fuese buena idea. Pero ahí estaba. El tiempo parecía detenerse en torno a ella.”
Laurent saca un sobre, lo abre y extiende los folios mecanografiados sobre la mesa. Empieza a beber mientras lee. Pronto, cierra los ojos y se tapa la cara con las manos, apoyándose contra la pared. Se levanta y se va. La escena cambia a París, vistas panorámicas. Pignot está rodando a orillas del Sena. Femme pasea sola. Hay primeros planos de su cara con una expresión de alivio y solemnidad que se entremezclan con imágenes de Laurent y Femme riendo, de la mano, saltando de felicidad, sentados en un banco, besándose, abrazándose. Pignot da indicaciones a los cámaras, vemos operarios, extras, gente de cine. En las claquetas se lee “Los amigos solitarios, una producción de Les films du Carrosse”. Después vemos a Femme riendo con Pignot en el rodaje, conociéndose, intimando, mirándose de forma romántica y sensual. Las últimas imágenes son de Femme paseando sola por el Sena. Esta vez, el sonido es para la voz en off de Femme, leyendo la carta en un tono de voz amable pero serio:
“Laurent, agradezco que te pongas en contacto conmigo para tratar de solucionar las cosas ante la posibilidad de tu retorno a París. Nuestra relación ha sido misteriosa y en cierto modo milagrosa a lo largo de todo este tiempo, ya que sólo un milagro podía definir las circunstancias de nuestro encuentro. Sé que esto te dolerá, pero no he cometido mayor error en mi vida que todo lo referido a ti. Me arrepiento considerablemente de haber tenido una relación sentimental contigo, por breve que fuera, y con ‘considerablemente’ quiero decir que es, de lejos y hasta ahora, el peor error que he cometido en mi vida. La verdad es que no quería tener nada contigo, pero sabía que tú sí, y tus insistencias en que eres un alma solitaria me hizo creer que quizá no sería algo tan grave. Que te fueses de París tan de repente me hizo confirmar lo que pensaba: estaba mejor sin ti y también estaba mucho mejor antes de ti. De no haber hecho lo que decidí hacer, podíamos seguir teniendo nuestra relación tan especial, esa que nadie conoce, ni tan siquiera nosotros. La de navegantes en el mar.
Incluso hoy, estando sumida en la mayor crisis de mi vida, me veo incapaz de tener ni siquiera una relación de amistad contigo. Sé que no vas a perdonarme, que este daño es irreversible, pero creo que debías conocer la verdad. Espero que no me hayas idealizado demasiado, aunque conociéndote no apostaría por ello. Disfruta lo que puedas de la vida; te gustará. Hay mujeres, ciudades y mares de agua para todo aquel que sepa domarlos. Te deseo lo mejor, Laurent, de corazón. Femme.”

*****

Texto en pantalla: “Un tiempo indefinido después.”
Escuchamos el tema “Sous le ciel de Paris” de Edith Piaf a lo largo de toda la secuencia. Imágenes de un atardecer en París. En las calles principales hay enormes carteles de la película “Los amigos solitarios”, con Femme y un actor parecido a Maurice Ronet. El nombre de Pignot tiene importancia en el cartel. Los cines más importantes la exhiben y multitud de parejas jóvenes hacen cola para verla. Esto es portada de varios diarios que se muestran en pantalla. Finalmente, vemos la sede de Les films du Carrosse, un gran edificio de corte clásico ubicado cerca de los Campos Elíseos. El nombre y logo de la compañía están visibles en la fachada del mismo.
La secuencia concluye con un primer plano de unas manos que meten en una maleta de viaje tres cosas: una botella de absenta, un ejemplar de Los amigos solitarios y una pistola.

*****

Un taxi circula por el centro de París. En su interior, un anciano taxista conduce. En el asiento de atrás, un tipo con barba frondosa, sombrero, gabardina y gafas de sol. Una maleta en el otro asiento.
“No sé que va a ser de esta ciudad”, dice el taxista. “Cada vez hay más tipos raros.” Mira al retrovisor. “No se moleste, no lo digo por usted. Pero es cierto, París se está llenando de tipos que no se sabe lo que traman. Y la juventud cada vez es más extraña” Suspira. “No sé qué va a ser de esta ciudad…”
“¿Por qué dice eso?”, pregunta el turista.
“¿Lo de los tipos? Ya le he dicho que…”
“No, lo de la juventud.”
“Pues por que…”, el taxista sacude la cabeza. “No lo sé, realmente. Me gustaría poder entenderlos, pero no puedo. No entiendo sus películas. Ya sé que soy viejo y es normal que no entienda las cosas que les gustan, pero esto es distinto. Cuando yo era joven el cine era algo nuevo y todas las películas eran fantásticas. Después empezaron a salir demasiadas y ya no eran tan buenas. Y ahora hay tantas que se inventan géneros para clasificarlas. No lo sé. Ya le he dicho que no puedo entenderlos.”
“Quizá sea algo hecho para ellos”, teoriza el turista. “Algo que está vivo y evoluciona de acuerdo con la época que vive. Y muta para su público.”
“Pero eso es una cosa, señor”, dice el taxista, “y otra cosa es lo de los últimos meses. Los tipos raros de los que le hablaba. Han tomado las calles, todos con gabardinas, sombreros, tapados hasta las cejas. Como en una película de gangsters.” Vuelve a mirar al retrovisor. “Y por favor, no se ofenda. Es sólo que así es como visten, y me parecen tipos sospechosos. Es como si estuviesen buscando a alguien, ya sabe, merodeando por las calles. Cualquier día habrá una desgracia. No sé qué va a ser de esta ciudad…” Suspira. “Bueno, ya hemos llegado. La sede de Les films du Carrosse, señor.” Detiene el coche.
“Gracias. Quédese con el cambio.” El turista le entrega unos billetes, coge la maleta y sale del taxi.
“¡Buena suerte, señor!”, exclama el taxista a modo de despedida. Enciende el motor y sigue conduciendo.

*****

El interior de la sede de la productora es una gran sala, con carteles de películas en las paredes. Hay una mesa grande, elevada sobre una tarima, en la que el guionista general escribe y garabatea sobre papel. Delante hay varias hileras de mesas en las que trabajan varias personas escribiendo a máquina. Es la sala de guionistas.
Un tipo vestido con gabardina y sombrero se acerca al guionista general. Es uno de los libreros del primer acto. Hablan en susurros.
“Hemos recibido noticias de que Chevalier ya no está en Barcelona.”, dice el librero. “Estamos redoblando la vigilancia en el edificio. Mucho cuidado con cualquier tipo sospechoso que se pasee por aquí.”
“¿No es un poco pronto?”, responde el guionista. “Podría estar en cualquier sitio. Si no ha venido en todo este tiempo, quizá ya no venga nunca.”
“Nunca se sabe, nunca se sabe. Por lo visto hacía mucho que se había ido de Barcelona, pero seguía pagando el apartamento. Por eso su casero nos informaba de que seguía por allí. Nos lleva meses de ventaja.”
“Bueno, eso es suponer demasiado. Él sabe que llevamos años tras su pista. No creo que se vaya a presentar en la boca del lobo.”
“Eres un estúpido”, dice el librero entre dientes. “Te olvidas de que el jefe tiene a la chica. Tú trabajas con las novelas de Chevalier, ya deberías saber de lo que es capaz cuando se trata de ella.”
“Creía que la chica estaba con el jefe por voluntad propia.”
“Toda Francia lo cree. Pero entre estos muros la cosa no debe ser tan bonita. El jefe no la trata igual que lo haría Chevalier, digamos.”
“Pobre chica, entonces.” Suspira el guionista. “Es toda una belleza. Viéndola no me sorprende toda la prosa que le dedicó Chevalier.”
“Pues sigue con ello, que el trabajo no se va a acabar”, murmura el librero. “En fin, ya recibiréis noticias si pasa algo.”
El librero sale de la habitación. Lo vemos caminar de espaldas por un largo pasillo, con puertas que dan a despachos varios. Al doblar una esquina, cae repentinamente al suelo a la vez que escuchamos un golpe. El librero grita, pero no demasiado alto. Alguien le ha golpeado en la cabeza con un libro. Es el turista. Se despoja de la barba y las gafas y reconocemos a Laurent.
“¡Hola, Lucien! ¿Te acuerdas de mí?”, saluda Laurent, apuntándole a la cabeza con la pistola. “Llévame a la armería y puede que salgas vivo de aquí.”

*****

Volvemos a ver la sala de guionistas. Todo sigue como estaba, con todo el mundo tecleando en silencio, dedicados a su trabajo. Lucien vuelve a escena y se dirige a la mesa del guionista general para hablar con él.
“Traigo noticias”, dice Lucien.
“Dime”, responde el guionista.
Lucien saca rápidamente una pistola y le dispara a la cabeza. El guionista cae muerto, sin hacer ningún ruido. Todos los trabajadores dejan de teclear y levantan la cabeza, pero ninguno dice nada.
“Lo… lo siento”, balbucea Lucien. “Lo siento de verdad.” Se gira de forma calmada y abre la funda de guitarra que ha traído consigo. Saca una ametralladora Thompson.
“Por favor, no olvidéis que lo siento.”, dice, justo antes de acribillar a los guionistas. Ahora sí, todo son gritos de dolor ante la compungida cara de Lucien. “No tuve otra opción”, susurra, a nadie en particular.

*****

Escuchamos unas sonoras explosiones justo antes de ver como la primera planta del edificio está en llamas. Suena la alarma de incendios. Libreros y otros trabajadores se agitan, corren e intentar llegar a la puerta principal por el pasillo que hemos visto antes. Algunos gritos y frases son audibles entre el caos:
“¡Chevalier está aquí!”
“Todos los guionistas están muertos.”
“¿Dónde está Lucien?”
“¡Matadlo! ¡Encontrad a Chevalier y matadlo!”
“Vamos a morir aquí si alguien no abre esa maldita puerta.”
De repente, alguien hace saltar una de las puertas con una patada. Es Laurent, armado con una ametralladora. Sin mediar palabra, acribilla a los enemigos que tiene a su alcance, que caen al suelo entre gritos. Laurent se cubre tras una mesa volcada. El caos es ensordecedor.
“¡Chevalier! ¡Que alguien lo mate!”
“¡Cubríos! ¡Está tras la mesa!”
“¡Vas a morir, Chevalier!”
“¡Me quemo! ¡Socorro!”
Laurent asoma para soltar una ráfaga de disparos. Otros tres caen al suelo. Ahora Laurent avanza por el medio del pasillo, disparando a discreción. Los enemigos van cayendo, pero el sonido es mitigado por la voz en off de Laurent:
“Mientras avanzaba en ese infierno de llamas y metralla, sabía que no iba a regresar nunca. Cuando disparaba, no era a mis enemigos a quien abatía; disparaba contra mi propia estupidez. Había estado ciego para no ver en un principio que los libreros estaban detrás de todo. ¿Quién sino iba a querer una película de algo escrito por mí? ¿Quién sino iba a utilizar a Femme en ella para hacerme daño? ¿Para atraerme a París, para cazarme por fin? Por eso disparaba. Era un grito de rabia por haberme creído demasiado listo y haber caído en su trampa. No me importaba lo que me pasase a esas alturas. Sólo quería acabar con todo lo que llevase su firma. Cada gota de su sangre era una partícula de mi estupidez que se moría.”
En la sala de guionistas, vemos a Lucien atareado con explosivos de goma 2. Todos los trabajadores están muertos. Deja sobre la mesa un cartucho de explosivos con la mecha encendida y se va de allí con varios cartuchos bajo el brazo. Sigue la voz en off de Laurent:
“Lucien estaba haciendo su trabajo. El pobre diablo había tenido la suerte de ser el primero en encontrarse conmigo aquel día, así que estaba encantado de que le perdonase la vida a cambio de ayudarme en la demolición del edificio. Le encomendé dinamitar las primeras plantas mientras yo ascendía hasta el último piso. Quizá los explosivos no volasen cada planta de un plumazo, pero aseguraban una interesante ración de escombros y fuego para tener entretenidos a los trabajadores. La puerta principal cerrada y algunos regueros de gasolina diseminados en pasillos estratégicos harían el resto. Mi obra maestra se encaminaba a su final.”
Vista del edificio Les films du Carrosse desde el exterior. Tiene siete hileras de ventanas, una por cada planta. Las paredes de la primera planta están ennegrecidas. Súbitamente, las ventanas de las dos primeras plantas estallan. Hay llamaradas de fuego.
            Vemos a Laurent entrar en el ascensor, con la ametralladora y la maleta en sus manos. Primer plano de su cara, con expresión de determinación. Las puertas se cierran. El indicador marca el séptimo piso.
            “Femme”, dice la voz en off de Laurent.

*****

            Vemos a Laurent y Femme en una cama de una habitación de hotel. Laurent está sentado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y las piernas cruzadas, vistiendo un elegante batín. Femme esta sentada en su regazo, con las piernas desnudas sobre las piernas de Laurent. Una única sábana cubre a Femme desde los muslos a los pechos, es lo único que lleva. Laurent rodea los hombros de Femme con su brazo, y ella descansa su cabeza en el hombro de él. El le acaricia las piernas de los muslos al tobillo.
            “Me gusta que me acaricies las piernas mientras me besas.”, dice Femme.
            “No tengo intención de parar”, responde Laurent. Se besan apasionadamente. “No pienso dejarte salir nunca de esta cama. Ni vestirte. Ni soltarte.”
            “Cuando tengas que volver a Toulouse podemos hacer esto por carta”, dice Femme. “Me gustaría estar en tu cama, una tarde de invierno, y que la única luz sea los rescoldos del atardecer. En lugar de acariciarme las piernas podrías acariciarme los pechos, ya que las piernas te estarían rodeando. Completamente desnuda, por supuesto. Cuando hace frío es la mejor opción. Y tú me susurrarías cosas bonitas al oído hasta quedarme dormida.”
            La imagen se aleja y vemos que estamos ante una pantalla de cine. Es una escena de la película. El plano queda congelado y Pignot aparece en la pantalla, de frente, dirigiéndose al espectador.
            “Así que has llegado hasta aquí, Laurent”, dice Pignot en un tono burlón y regodeándose en cada palabra. “En este punto, asumo que sabes todo lo acontecido entre Femme y yo. La mantuviste caliente para mí, te lo agradezco. Y después, muy convenientemente, te refugiaste en Barcelona con una de tus zorras mientras yo hacía tu película. Nunca te estaré lo suficientemente agradecido, Laurent. De verdad. Por ello, creo que deberías saber una cosa acerca de Femme. Como ya se encargó ella de hacerte saber, fue un error lo que sucedió entre vosotros. Tú soñabas con hacer el amor con ella, y para ella es una pesadilla hacer el amor con cualquier tipo. Tiene cierto problema, aunque no entraré en detalles. Seguro que no sabías eso. Puedo verte con la cara en las manos, intentando estrangularte para olvidar todo el horror que le hiciste pasar sin saberlo. Pobre chica, tiene un concepto mal entendido sobre complacer a los demás. Es un ángel de misericordia, ¿no crees?” Pignot se frota las manos obscenamente y sonríe como un demonio. El resto de la secuencia se apoya en un primer plano de su rostro.
            “Fue ese sentimiento de necesidad de complacer lo que hizo que se comportara contigo como lo hizo. Y después, conmigo. Todo era normal; yo era el atractivo e interesante director de una película que ella protagonizaba. Moví montañas para que estuviese en la película representándose a sí misma. Cada día de rodaje era un acercamiento, y los domingos de descanso eran todo un regalo. No me costó llevármela a la cama. Nunca dice que no. Ojalá tuvieras ocasión de probarlo otra vez”,  Pignot suelta una carcajada. “¡Sí, eso sería lo más gracioso del mundo!”
            El plano cambia a un Pignot fuera de pantalla. Llorando, sangra por nariz y boca. Hay un amasijo negro donde debería estar su ojo izquierdo. El plano se aleja y vemos que está sentado en una gran silla de director, con la mano izquierda atravesada por un clavo, sujeta a la mesa de su despacho. Tiene la cabeza apoyada en la mesa, junto a la mano. No puede moverse. Tras él hay un gran ventanal por el que aún se cuela la luz. Es en la pared contigua donde está la pantalla, en la que Pignot sigue riéndose como un maníaco. Laurent está viendo la pantalla. Con un golpe seco, deja la botella de absenta que había traído en la maleta sobre la mesa, delante del sanguinolento Pignot.
            “Bebe”, ordena Laurent. “Te hará bien.”
Pignot sólo solloza patéticamente. Laurent sirve un par de vasos.
“Por Pignot, el próximo rey de Francia.” Laurent choca su vaso con el de Pignot, que no lo ha tocado. “Que tenga un reinado próspero y los días le sean propicios.”
“Muérete, Chevalier”, gime Pignot. Escupe sangre a la mesa.
“Seguiré tu consejo”, dice Laurent mientras le coloca el vaso en la mano. Pignot lo tira y la absenta se derrama por la mesa. “Oh, Pignot. Ya no eres tan hábil con sólo una mano. ¿Cómo dirigirás ahora?”
“Estás loco, Chevalier… Vas a tirar todo el edificio abajo.”
“Sí, ese va a ser el final”, Laurent bebe. “¿Dónde está Femme? ¿La tienes secuestrada en lo alto de la torre, rey perverso?”
“Jamás llegarás hasta ella. Esto se quemará, si no te acribillan antes.”
“Eres un pesado, Pignot. Todos vosotros, libreros. Después de prostitutas y carpinteros, sois la profesión más antigua. Hace mucho que manejáis hilos. ¿No crees que va siendo hora de parar?”
“Yo no soy librero”, Pignot ha dejado de llorar. “Soy cineasta.”
“Es todo lo mismo”, responde Laurent. “Unos dominamos el mundo con palabras y otros lo hacéis capturando esas palabras en imágenes. Os absorbéis mutuamente. Os utilizáis para vuestros fines. Todo esto va a acabar hoy mismo.”
Laurent se gira para irse. Pignot agarra la botella de absenta y se la tira. Le golpea en la espalda y se rompe. Laurent se tambalea, con la espalda empapada, pero no se cae. No grita.
“Buen movimiento con una mano, Pignot”, dice Laurent sin volverse. “Gasta esas energías en salir de aquí.” Se agacha, recoge el cuello de la botella y lo deposita en la mesa. “Si lo usas para cortarte la mano y saltar por la ventana, tal vez tengas una oportunidad. Pero hazlo rápido, antes de que estallen las bombas.”
Pignot se agita, con el cristal roto en la mano libre. Lo mira, mira a Pignot y mira el ventanal.
“¡Eres un hijo de puta, Chevalier! ¡También la matarás a ella!”
“Al cuerno”, responde Laurent girándose, con la pistola en la mano. “No se me dan bien estas cosas.”
Dispara a Pignot en el otro ojo. Pignot grita como un loco.
“Te ayudaré a salir de aquí.” Laurent toma la mesa con las dos manos y empuja fuerte. La mesa y Pignot, clavado a ella, destrozan el ventanal y caen al exterior. Pignot no deja de gritar.
Laurent toma la maleta en una mano y sale del despacho, con la pistola desenfundada.

*****

            Vista exterior del edificio, completamente en llamas, de la primera a la séptima planta. El logo de Les Films du Carrosse está destrozado. Una multitud está arremolinada en la calle, contemplando el incendio. No vemos bomberos ni policía.
Secuencia en el interior. Cadáveres sangrando, humo, llamas, heridos. Paredes destrozadas y ennegrecidas. Vemos unas pocas tomas descriptivas del estado de las plantas. En todas hay lo mismo. Tipos tirados en las escaleras, apoyados en paredes, agazapados tras las mesas. Todos muertos. Otros, aun vivos, se arrastran intentando no asfixiarse. Un grupo amontonado en la puerta principal, con las manos agarradas a los picaportes. Cerrada a cal y canto. Otros saltan por las ventanas rotas y caen al vacío. Los carteles de películas arden, se consumen. Nadie teclea en la sala de guionistas. Miles de libros, papeles y archivos se carbonizan en las estanterías. Todo se quema y muere.
En el exterior, Lucien ha conseguido escapar a tiempo. Sudando, sangrando y con la gabardina chamuscada, se tambalea en la acera. Se desploma ante la multitud.
“Ayuda… por favor, ayuda.”
Algunos transeúntes lo atienden, lo llevan lejos del humo.
“¿Qué ha pasado? ¿Cuánta gente hay dentro?”
Lucien tose.
“Muchos… se están muriendo. Todo se está acabando. Él ha venido a poner fin a una era.”
Resulta difícil entenderle.
“No se preocupe. Ahora está usted a salvo.”
Lucien mira a la gente, aterrorizado.
“No lo entienden. Después de esto, ya no… ya no hay nada…”
Se desmaya. La cámara sube por toda la fachada en llamas, hasta enfocar la séptima planta.

*****

Femme.
Está sentada en la cama con las piernas cruzadas, con expresión triste. La habitación es la misma que la vista en la secuencia de la película en el despacho de Pignot. Hay una ventana con un candado.
“Lo siento, Laurent. Lo siento muchísimo.”
Laurent está sentado apoyado contra la puerta. Tiene la pistola en las manos y la maleta abierta en el suelo, con Los amigos solitarios a la vista. Ya no lleva la gabardina. La camisa tiene rotos y una mancha de sangre en el costado. También sangra por la cabeza.
“No te preocupes”, dice Laurent con dificultad. “No es nada”. Mira a su alrededor. “¿Pignot te dio esta habitación?”
“Sí. Es donde vivo desde que empezamos con la película.”
“¿Qué tal quedó?”
“Bien.” Femme intenta sonreír. “Es una buena película, acorde a los tiempos. Todo un éxito y un fenómeno social. ¡Ahora todo el mundo nos conoce! Tenía un muy buen material de base, claro.”
“Me alegro…”
El humo empieza a colarse por la rendija de la puerta. Laurent tose, pero no se levanta. Se escuchan ruidos, gritos y golpes.
“¡Ya eres nuestro, Chevalier! ¡Vas a morir!” Las voces resuenan cercanas.
“Perdona, Femme”, dice Laurent incorporándose. “Enseguida acabo con esto.”
Entreabre la puerta, se asoma y dispara. Se escuchan gritos. Vuelve a cerrarla y se mantiene en pie a duras penas, agarrándose al picaporte. Tira la pistola al suelo.
“Bueno, pues ya está”, dice. “Se me acabaron la suerte y las balas a la vez.”
Femme llora.
“Laurent, sé que es improbable que me creas ahora, pero lo que te dije entonces no era verdad, y lo que te digo ahora sí. Nunca te he despreciado. Quería mantenerte lejos de París porque Pignot y los suyos querían usarme para atraerte hasta aquí, y…”
“No me importa, Femme. Ya no. Eres libre de despreciarme. Mucha gente lo hace.”
“No es cierto.” Femme habla con la voz entrecortada. “En el mundo hay mucha gente de buen corazón, aunque no seamos tú y yo. Hay personas que luchan por los intereses sociales.”
“Pero no somos tú y yo. Partiendo de eso, ¿qué puede importar? París, la gente y el cine viven su revolución, pero yo no estoy en ella.” Laurent tose. “Tú sí.”
“No es algo que se elija”, responde Femme.
“No. Por eso lucho a mi manera.” Laurent alza los brazos. “La pluma y la espada.”
Femme gatea hasta llegar a él.
“¿Cuánto tiempo nos queda?”
“A ti, todo el del mundo”, responde Laurent. “Eres parte de las historias, de la historia. Tú ya eres inmortal.”
“¿Y a ti, Laurent? No tienes muy buena pinta.” Femme intenta sonreír para consolarlo.
Laurent ríe.
“No intentes arreglarlo ahora, querida. No vine aquí a escapar.”
Se toman de la mano sonriendo, en la medida de lo posible.
“No podemos escapar, Laurent. La ventana tiene cristal blindado.”
Laurent arroja la pistola con fuerza hacia la ventana. Choca, pero el cristal no se rompe.
“Ya te lo dije”, dice Femme. “Estamos atrapados en tu fuego.”
“Ha sido lo mejor que podía escuchar. Gracias.” Laurent le acaricia la mejilla, pero pronto deja de hacerlo. También le suelta la mano. Femme vuelve a entristecerse.
“Lo siento, Laurent. No te imaginas cuanto.”
“Femme…”, empieza Laurent, pero el humo le hace toser. Se deja caer al suelo. Escupe sangre y se tapa la herida del costado con la mano. Femme se arrodilla a su lado.
“No hables más. Te queda poco”, solloza Femme.
“No, déjame acabar. Femme, sé que ahora dices la verdad y antes no. Sin embargo, a nosotros ya no nos queda crédito, ni tiempo, ni nada. Lo que vivimos entonces es de lo que he vivido todos estos días, hasta descubrir que no fue nada para ti. Que lo hiciste por complacencia. ¿Es verdad?”
Femme llora. “Laurent… hay tantas cosas que desconoces de mí…”
Laurent cierra los ojos. Vuelven a escucharse ruidos en el corredor. Vienen más enemigos.
“Nuestro final, Femme. Lo es por que lo que yo más deseo es lo que tú más rechazas. Mis fantasías son tus pesadillas y mi existencia en tu vida es un error para ti. Lo siento. Lo siento por encontrarte en el mar y hacerte recorrerlo conmigo. Nunca antes me había sentido así.”
“Sigues siendo mi escritor favorito, al menos”, sigue sollozando Femme.
“Y también un error. Eso son los amigos solitarios, Femme. Las personas que comparten un momento de su existencia vital y se pasan el resto de la vida flotando en la lejanía. No sé de dónde saliste ni a dónde irás, pero quise conocerte. Sin embargo, he acabado siendo un error. Yo soy el que crea las palabras. Si yo soy un error, nada tiene sentido. Para mí, esto es un descrédito.”
El humo es ahora bastante visible en toda la habitación. Ambos tosen. Se escuchan explosiones. Todo el edificio tiembla. Golpes en la puerta.
“¡Entrégate, Chevalier! ¡O matamos a la chica!”
Femme intenta levantarse, pero Laurent la agarra por la muñeca para impedírselo.
“Sin embargo, quiero que sepas una cosa.” La mira a los ojos. “Je ne regrette rien, como Piaf en L’Olympia. No me arrepiento de nada de lo vivido contigo.”
“Yo no soy alguien por quién morir, Laurent”, dice Femme. “Gracias por venir a salvarme, aunque…” Sonríe. “No parece que vayamos a salir de aquí.”
Más golpes en la puerta.
“¡Vamos a tirar la puerta abajo, Chevalier!”
Laurent toma el libro, sigue agarrando la muñeca de Femme.
“Vayas donde vayas, vive una vida feliz. No seas complaciente. No hieras a nadie y no dejes que te hagan daño. No vuelvas a vivir un infierno, por favor. Si lo haces, la siguiente vez no me bastará con arrasar un edificio.”
“No lo hagas, Laurent”, pide Femme.
“¡Chevalier!”
Una bisagra de la puerta se rompe. Laurent y Femme frente a frente, las manos sobre el libro.
“Tú, aquí”, dice Laurent con la voz rota de dolor. Femme desaparece. La puerta salta y Laurent rueda hacia un lado, desangrándose. El edificio vuelve a temblar. Tres tipos con gabardinas chamuscadas y ametralladoras aparecen, tosiendo ostensiblemente.
“Buscad a la chica”, dice uno de ellos. Los otros dos miran en el armario, bajo la cama, por la ventana. Nada. Laurent ríe con la voz cascada.
“Llega la caballería”, dice Laurent. “Nos vemos en el infierno.” Hay otra explosión.
“Lo has logrado, hijo de puta.” Masculla el gángster con aspecto de líder, apuntándole con la ametralladora. “Acabar con todos. ¿De verdad crees que es definitivo? Sabes bien que estamos por todas partes.”
“Mi visión del mundo siempre fue muy pequeña.” Responde Laurent.
Suena la música, plano exterior del edificio completamente en llamas, explotando por varias zonas. Miles de personas se congregan alrededor. Se viene abajo. París se está despidiendo.


LES AMIS SOLITAIRES

Mandragora Autumnalis II

FIN

A Kath

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