LES AMIS
SOLITAIRES
Una historia de la
Nouvelle Vague
La primera toma
muestra apenas un boceto en carbón de París. Suena música de swing y el boceto
va adquiriendo diversas tonalidades de gris. En la esquina superior izquierda
de la pantalla vemos una falda sesentera y unas piernas que bailan moviendo las
caderas velozmente. En el boceto se perfilan unas líneas gruesas de color negro
que conforman la estructura de los edificios y el río. El swing, instrumental,
sigue sonando mientras se completa la imagen. Es entonces cuando vemos primeros
planos de algunos de los edificios, transeúntes caminando a la orilla del río,
bares iluminados y la noche estrellada. La introducción termina y la música se
desvanece en la siguiente escena.
“Les amis solitaires” es una película protagonizada por un actor que da vida a un personaje llamado Laurent Chevalier y una actriz que interpreta a un personaje llamado Femme. El personaje de Laurent es interpretado por Maurice Ronet. Femme es Brigitte Bardot. La película está realizada en blanco y negro con música instrumental de fondo en algunas escenas. El nombre de Laurent Chevalier está tomado del protagonista de Le soufflé au coeur. El origen del nombre de Femme es tan obvio como parece. El resto de personajes no están inspirados en ningún actor o actriz en particular. La acción se sitúa a principios de la década de los sesenta.
“Les amis solitaires” es una película protagonizada por un actor que da vida a un personaje llamado Laurent Chevalier y una actriz que interpreta a un personaje llamado Femme. El personaje de Laurent es interpretado por Maurice Ronet. Femme es Brigitte Bardot. La película está realizada en blanco y negro con música instrumental de fondo en algunas escenas. El nombre de Laurent Chevalier está tomado del protagonista de Le soufflé au coeur. El origen del nombre de Femme es tan obvio como parece. El resto de personajes no están inspirados en ningún actor o actriz en particular. La acción se sitúa a principios de la década de los sesenta.
La escena inicial
arranca en una librería. Laurent Chevalier firma ejemplares de su novela
sentado en una mesa. Viste de traje sin corbata, despeinado, cansado. Una
hilera de jóvenes a la moda sesentera esperan su turno. Una reportera está
sentada a la izquierda de Laurent mientras firma los ejemplares.
“¿De dónde saca la
inspiración para sus novelas?”, le pregunta.
“Soy un alma
solitaria”, responde Laurent. Vemos la
portada de la novela. Se titula “Los amigos solitarios”. Las letras están
impresas sobre una fotografía de dos siluetas caminando a orillas del Sena. No
hay nadie más alrededor. Esta fotografía ocupa toda la portada.
“Pero…”, insiste la
reportera, “…se le ha visto frecuentemente en compañía femenina.”. Laurent
sacude la cabeza. Sigue firmando ejemplares de forma automática y las chicas
desfilan sin obtener una palabra de él.
“No. Las mujeres
solo me usan para dominar el mundo.” Nadie se ríe.
“Uno de los pasajes
más celebrados de la novela es el de los libreros. Ellos juegan a enviar a
gente a las páginas de los libros que ellos deseen, solo por maldad.”
“Sí, es una cualidad de los libreros.”,
responde Laurent. “Lo practican desde tiempos inmemoriales. Es su forma de
dominar el mundo. Cada gremio tiene una.”
“¿Cuál fue el
origen de esta idea?”
“Yo estaba allí y
los ví jugando.” Laurent continúa firmando sin apenas mirar a sus seguidores.
“¿Podría explayarse
más en ello?”
“Yo estaba
escondido tras la puerta para que no me viesen. Esa puerta.”. Laurent señala
una puerta situada en la pared del fondo, entre dos estanterías de libros. “Y
ellos estaban allí. Yo los conocía a todos.”
“¿Y jugaban?”. La
hilera de seguidores se detiene.
“Valga por Dios que
advertí que jugaban. Había una hilera de personas, justo como ahora, y los
libreros estaban sentados a esta mesa. Se rifaban a las personas, abrían un
libro y le decían ‘tú, aquí’. Y la persona desaparecía en el libro.”
“Eso no puede
ser.”, dice la chica más próxima a la mesa.
“Tú, aquí.”, dice
Laurent, abriendo un libro y señalando la página. La chica se desvanece.
Asombro general.
“¿Cómo lo ha
hecho?”, exclama boquiabierta la reportera. El resto de la hilera grita y se
agita. Laurent aprovecha para levantarse, coger el abrigo, calzarse el sombrero
y dirigirse hacia la puerta tras la cual afirmaba haber estado escondido.
“Ya se lo he dicho.
Soy un alma solitaria.” Laurent desaparece tras la puerta, dejándonos en el
revuelo de la librería.
*****
Laurent huye a
través de una trastienda llena de muebles polvorientos. Se mueve
apresuradamente, intentando sortear los obstáculos. Gira a la izquierda y
aparece en un largo pasillo, con muchos cuadros de retratos y paisajes colgados
por toda la extensión del mismo. Corre a toda velocidad por él. Se detiene ante
un cuadro que representa el Sena. En ese momento Femme aparece corriendo desde
el otro lado del pasillo y le agarra del brazo.
“Ya no hay tiempo”,
dice. Ambos corren en la misma dirección y desaparecen.
*****
Laurent y Femme
caminan a orillas del Sena. Laurent lleva el mismo abrigo y sombrero con el que
desapareció y Femme un suéter de cuello largo y falda con botas. Caminan
tranquilamente y nadie los persigue esta vez. Atardece.
“¿Dónde has mandado
a esa chica? “, pregunta Femme.
“No muy lejos,
creo.”, responde Laurent. “La verdad es que no me he fijado.”
“¿Alguna vez lo
haces?”
“No. ¿De dónde
sales?”
“Del fin de la noche. ¿Tienes que ir a alguna librería más?”
“Del fin de la noche. ¿Tienes que ir a alguna librería más?”
“No hasta el
sábado. No me pagan si no voy. Tengo que ir.”
Laurent se detiene
y se acoda en una barandilla para ver el río mientras juguetea con una pluma
estilográfica. Femme se sitúa a su izquierda, menos inclinada.
“¿Conoces bien
París?”, pregunta Laurent.
“No”, responde
Femme, “Conozco Argentina, España, Suecia y Dinamarca. Y un poco de Mallorca.”
“Necesito que
conozcas París para guiarme. Me buscan”.
“Tú te lo has ganado.”,
sonríe Femme. “Está muy mal hacer desaparecer a chicas que solo quieren una
firma de tu libro.”
“No puedes entenderlo.”
“Si lo hago. Eres
un alma solitaria, es lo único que dices. Durante todo el libro. En todas las
entrevistas. Como en aquella historia de la mandrágora. ¿Para qué sirve la
pluma sin papel?”
“Para tener las
manos ocupadas.”
“Seguro que se te escapan con facilidad.”
“Seguro que se te escapan con facilidad.”
Un tipo con
gabardina oscura y sombrero irrumpe en la escena.
“Laurent Chevalier,
acompáñeme.”, dice. Deja entrever una pistola bajo la gabardina.
“No puedo”, dice
Laurent. “Me espera la señorita.”
“Ella puede
acompañarnos.”, contesta el gángster.
“Yo prefiero
quedarme”, dice Femme. Alza el brazo en el que sostiene ‘Los amigos solitarios’
y le golpea en la cara. El gángster queda aturdido. Laurent aprovecha para
quitarle la pistola y se la guarda bajo el abrigo. Forcejean en la barandilla.
“¡Chevalier!”,
grita el tipo, mientras Laurent intenta estrangularlo. Está sobre él con las
dos manos en su cuello. Su sombrero ha caído al Sena.
“¡Tú, aquí!”,
exclama Femme. Coge al gángster por las piernas, las levanta y Laurent lo
suelta. El tipo cae al río. El sombrero de Laurent cae con él.
“¡Vámonos!”, Femme
coge de la mano a Laurent y ambos corren por la acera, esquivando a la gente.
Cruzan la calle entre pitidos y frenazos de coches. Mientras se desvanecen en
las calles, oímos un último lamento de Laurent por su sombrero. La ciudad los
engulle.
*****
“Y corrimos cogidos de la mano, lejos de los espacios
abiertos a pleno sol, fuera de las calles concurridas, corrimos hasta que se
nos acabó París y entonces volvimos, con la cabeza erguida porque nadie había
sabido alcanzarnos…”, dice la voz en off de Laurent sobre una pantalla en negro.
Laurent y Femme
caminan por una calle oscura y poco transcurrida.
“¿A dónde me has
traído?”, pregunta Laurent. “Por aquí no pasa ni el sol.”
“Así no nos encontrarán”, dice Femme. “Este es mi territorio.”. Se detiene de repente y mira a Laurent a los ojos. “Y yo soy el sol”, dice. Se gira y sigue caminando dos pasos por delante de Laurent.
“Así no nos encontrarán”, dice Femme. “Este es mi territorio.”. Se detiene de repente y mira a Laurent a los ojos. “Y yo soy el sol”, dice. Se gira y sigue caminando dos pasos por delante de Laurent.
“No camines tan
rápido”, le pide Laurent, “no quiero perderme aquí.”
“No puedes perderte
si ya has escrito sobre este lugar”, Femme le enseña Los amigos solitarios.
“Eres muy joven
para leer esas cosas”.
“Soy muy joven.”,
Femme le hace una mueca de desaprobación, “siempre soy demasiado joven.”
Llegan al Chat noir, un decadente local con
actuaciones en directo decorado con dibujos de gatos negros. La iluminación es
escasa dentro, hay poca clientela y los camareros visten esmoquin blanco. Todos
llevan antifaz negro y se mueven en silencio. Un pianista toca una melodía
lenta y misteriosa. El pianista también lleva un antifaz. El piano es negro.
Laurent y Femme se sientan en una mesa al fondo. Femme muestra una sonrisa de
confianza, Laurent sigue con la expresión despreocupada y adusta. El plano de
ellos dos sentados a la mesa, acodados y mirándose es fijo y no cambiará en
toda la secuencia.
“No eres tan
joven”, comenta Laurent.
“Quién sabe”,
responde Femme. “Seguro que soy más joven de lo que tú nunca has sido.”
Un camarero entra
en escena y les sirve dos vasos y una botella de vino, sin hacer ningún ruido,
y se va. Laurent lo mira.
“París está llena
de tipos raros en esta época.”, dice mientras sirve el vino.
“¿Cómo el que has tirado al Sena? Ahora nos estarán buscando.”
“¿Cómo el que has tirado al Sena? Ahora nos estarán buscando.”
Ambos beben. Femme
pone Los amigos solitarios sobre la
mesa.
“¿A mí no me lo
dedicas?”
“¿Realmente hace
falta?”, responde Laurent. “Pareces conocerlo mejor que yo.”
“Bueno…”, empieza
Femme. “Yo no puedo saber cuando lo has escrito, pero sí cuando suceden los
hechos. Es fácil para mí ver ese tipo de cosas.”
“¿Tiene que ver con
aparecer en la trastienda de la librería para rescatarme?”
“Sí, digamos que
sí.” Femme sonríe. “No tenía ninguna intención de entrar dentro para ponerme a
la cola y desaparecer. A saber a dónde me habrías mandado.”
“No te preocupes por eso, el viaje no es doloroso. Pero si son ellos los que están detrás, se trata de algo peligroso. Ellos no tienen miramientos.”
“No te preocupes por eso, el viaje no es doloroso. Pero si son ellos los que están detrás, se trata de algo peligroso. Ellos no tienen miramientos.”
“¿Los libreros?”,
pregunta Femme. “¿El tipo que se ahoga en el Sena es uno de ellos?”
“Sí, claro que lo
es. Pero, si quieres saberlo, y una vez lo sepas no habrá vuelta atrás, todos
los tipos raros son libreros.” Laurent bebe. “Ellos juegan, cazan y se
divierten. Y meter personas en libros es su juego favorito. Pero cuando
alguien, como yo, les complica las cosas, ya no hay juegos que valgan. Hay que
matarlo.”
“¿No basta con
hacerlo desaparecer?”
“A mí no pueden
hacerme desaparecer de esa forma, sólo pueden matarme. El contrapunto es que lo
mismo funciona contra ellos, y son muchos. Muchísimos.”
Ambos beben.
“Laurent Chevalier,
el escritor.”, dice Femme en tono burlón. “Explícame el misterio de las
desapariciones.”
“No hay mucho
misterio. El más ínfimo de los misterios de París es más grande que eso. Sólo
necesitas leer el mar de letras.”
“El mar de letras.” Femme repite, sintiendo las palabras en los labios. “El… mar… de… letras…”
“El mar de letras.” Femme repite, sintiendo las palabras en los labios. “El… mar… de… letras…”
Laurent pone su
dedo índice sobre Los amigos solitarios.
“Un viejo escritor
argentino dijo una vez que todos los hombres son el mismo hombre y todos los
libros son, en realidad, el mismo libro. La realidad, visiones metafísicas
aparte, es que todos los libros están interconectados. Todo alfabeto traza un
mapa, toda letra representa un punto en ese mapa y el buen cartógrafo sabe unir
los puntos y crear las rutas. El que conoce el secreto de las letras puede
viajar a través de ellas. No hay ningún misterio, Femme, porque es el secreto
más grande e inabarcable del mundo.”
Femme se ha quedado
absorta mirándole hablar. Bebe vino.
Ambos beben. Se
miran un rato en silencio.
“En aquella
librería”, continúa Laurent, “teníamos un pasillo con cuadros de paisajes y
retratos. Era nuestro atajo para viajar, el acceso directo al mar de letras. Y
tú estabas allí.”
“Sí”, afirma Femme,
“pero no sé como llegué allí. Sólo seguí lo que estaba indicado aquí.”. Esta
vez es ella la que pone el índice sobre el libro. Sus manos se tocan y se
acarician. Finalmente, entrelazan las manos sobre Los amigos solitarios.
“Supongo que seguí
el mar de letras”, continúa con una sonrisa. “Quizá leyéndote me hayas enseñado
a leer el mar. A leer el mar…”
Ambos beben.
“¿Por qué te gustan
mis libros?”, pregunta Laurent. “Para mí no son más malas versiones de lo que
eran buenas ideas. Naufragios en el mar.”
El rostro de Femme se entristece.
El rostro de Femme se entristece.
“Porque a veces me
sentía igual. Una mala versión final de alguien que se suponía mejor. Me sentía
fea, y me parecía reconocerme en tus libros. Como si de alguna forma estuvieses
escribiendo sobre mí.”
“Quizá. Todo es
posible en este mar. Menos lo de que seas fea.”
Laurent le aparta
el pelo rubio de la cara y la acaricia, mirándola a los ojos y bajando de vez
en cuando la vista a sus labios.
“¿Vas a hacer
algo?”, pregunta Femme.
“Puede. ¿Quieres
que lo haga?” Ambos sonríen tímidamente.
“Me da igual.”
“Vale”, suspira
Laurent. “Cierra los ojos como si no te lo esperases.”
Se acerca
lentamente y se besan. Largo rato. Cuando se separan ambos siguen sonriendo.
Laurent bebe.
“¿Siempre tienes
que esforzarte tan poco?”, pregunta Femme. Se muerde los labios.
“Qué va. En
realidad…”
La cámara va
aproximándose a la cara de Femme, captando toda la belleza de su sonrisa
mientras la música sube de volumen. Un bello plano para cerrar.
*****
La siguiente escena
está compuesta por varias imágenes estáticas de Laurent y Femme en distintos
momentos de vida parisina: en bares, saliendo del cine, viendo actuar a Charles
Aznavour, paseando por lugares emblemáticos, tomados de la mano, besándose,
abrazándose, entre sábanas. La sonrisa de Femme está presente en todas ellas y
es el centro de la imagen. Acorde con las imágenes escuchamos la voz en off de
Laurent, en un tono evocador, como el viento:
“Sucesivamente nos encontramos desde entonces. A veces
yo navegaba por aquel mar y la subía a bordo, otras veces ella me recogía en
las calles y me guiaba a lugares que jamás había soñado encontrar. Nunca tenía bastante
de mi tiempo con ella. Del cabello que nacía de su cabeza como un sol. De sus
mejillas carmesí como carbones en invierno. De la fábrica de placer que nacía
de su boca. Su cuerpo era todas las estaciones; y sus manos, guías. Allí cabían
todas las letras, todas las historias, tracé un mapa de su cuerpo. Su rubio
sexo dorado. Su risa eran relámpagos de fuego en mi interior. Y todo fuego es
inextinguible. Por eso me fui de París.”
La música y las
imágenes cesan abruptamente.
*****
Texto en pantalla: “Un
año después”.
Vista panorámica de
Toulouse, que nos lleva a una ventana en un edificio del centro urbano. A
continuación vemos el apartamento desordenado de Laurent. Toda la ropa está
desperdigada por el suelo, así como folios escritos y en blanco. La ventana
está cerrada, la puerta del baño abierta. Sobre la mesa hay una máquina de
escribir, una botella y un vaso. El único cuadro cuelga torcido. Hay manchas de
suciedad en suelo y pared. Laurent yace boca abajo en la cama, vestido. Golpes
en la puerta, gritan su nombre.
“¡Laurent!
Despierta, Laurent”. Es Sophie. Abre la puerta con su llave y entra. Pelo negro
a la moda. Su ropa también es oscura.
Laurent alza la
vista del colchón. Ve a Sophie y vuelve a cerrar los ojos.
“Me has visto,
Laurent. Sal de la cama. Son las cuatro de la tarde.”
Laurent no se
mueve. Sophie coge el vaso, va al cuarto de baño y lo llena de agua. Se lo tira
a la cara. Laurent se agita y grita. Se acaba incorporando.
“Eres una zorra”,
dice, sentado sobre la cama. Se revuelve el pelo mojado y se pasa las manos por
la cara. Se quita la americana y comienza a desabrocharse la camisa, que han
quedado empapadas.
“Y tú un cerdo”,
replica Sophie. “¿Cómo puedes no morirte con este hedor?”. Toquetea los papeles
que hay en la mesa.
“Porque floto sobre
él. No toques eso. Tócame a mí.”
“No he venido a
eso”. Sophie encuentra un pequeño papel y lo alza. “¿Qué es esto? ¿Un
telegrama?”.
“No toques eso”,
repite Laurent. Se levanta para intentar quitárselo, pero está demasiado débil.
Vuelve a tumbarse en la cama, la espalda contra la pared. Cierra los ojos.
“Es de Femme.”,
observa Sophie con desagrado. “¿Sigues en contacto con ella?”
Laurent no
responde, así que Sophie lee el telegrama en voz alta:
“Laurent, te desprecio. De verdad, no vuelvas a mí. Puedes
quemar tus tonterías y fuegos fatuos en París. Para mí no existes, ni tú ni
nada de lo que haya pasado contigo todo este tiempo. Yo te desprecio. Femme.”
Sophie se queda en
silencio. Laurent sigue en la misma postura.
“¿Esta es la famosa
Femme?”, pregunta finalmente Sophie. “Parece bastante diferente de la de tu
novela.” Contempla pensativamente a Laurent, que está decidido a permanecer
inmóvil. “¿Vas a volver a París?”
Laurent gira la
cabeza despacio. “No.”
“Quizá deberías.”
Laurent alza la vista. “¿Por qué?”
“Sólo mírate. ¿Qué haces aquí? Nada mejor que allí, desde luego”. Sophie deja el telegrama sobre la mesa y se sirve de la botella. Lo escupe al suelo. “¡Puagh! No me extraña que estés en ese estado bebiendo estas cosas.”
Laurent alza la vista. “¿Por qué?”
“Sólo mírate. ¿Qué haces aquí? Nada mejor que allí, desde luego”. Sophie deja el telegrama sobre la mesa y se sirve de la botella. Lo escupe al suelo. “¡Puagh! No me extraña que estés en ese estado bebiendo estas cosas.”
“No escupas en mi
suelo.” Laurent consigue incorporarse haciendo un gran esfuerzo. Con el torso
desnudo, se pone frente a Sophie. Le quita el vaso y echa un trago.
La contempla de arriba abajo. Pone una mano
en su cintura y se acerca más. Se miran a los ojos. Sophie se aparta. Laurent
echa otro trago.
“¿A
qué has venido, Sophie? ¿Ya no te gusta jugar?”
Sophie
ríe. “Siempre me gustará jugar, pero contigo ya no tanto. No desde que volviste
de París con una felicidad en tus ojos que nunca nadie había visto. Hablando de
Femme a todas horas.”
“Eso
nunca ha sido felicidad. Eso no es más que un invento. Una leyenda, a mi modo
de ver.” Laurent se sirve otro vaso.
“Y
entonces, recordé que aquellas palabras tuyas sobre Femme me eran familiares. Las
habías escrito antes de ir a París, en Los
amigos solitarios.” Sophie lo mira fijamente. “Escribiste sobre esa chica
antes de conocerla, Laurent. ¿O hay algo que no sepa?”
Laurent
la mira fijamente. Deja el vaso vacío, coge la botella y vuelve a la cama a
sentarse contra la pared.
“¿Qué
puedo decirte?”, pregunta. “La primera vez que la ví fue en la trastienda de la
librería. Ya os lo conté.”
Sophie
se sienta en la silla, al lado de la mesa, y cruza las piernas.
“Te
estoy diciendo, Laurent, que la chica de la que hablas en tu novela es Femme. Y
a Femme la conociste en París cuando fuiste a firmar ejemplares de esa misma
novela. Y esa chica tenía el libro. Te estoy diciendo que me cuentes la
verdad.”
Laurent
da un largo trago a la botella.
“No
hay mucho que explicar, Sophie. No la conocía antes de ir a París, y no la
conocía mientras dormía contigo. No tienes por qué preocuparte por eso.”
“No
me importa con quién más estuvieses durmiendo al mismo tiempo que conmigo. No
eres ese tipo de persona para mí”, responde Sophie. “Mi pregunta es muy sencilla.
¿Qué hace esa chica en tu libro?”
“¡Maldita
sea, Sophie!”, grita Laurent. Sophie se sobresalta. “Si tanto quieres saberlo,
te lo diré.” Termina la botella de un trago y la arroja con fuerza a la pared
contigua, cerca de Sophie. Se rompe, y Sophie grita.
“Eso es lo que
había en un principio. ¿Lo ves, Sophie? Dime qué ves.”
“Cristales rotos”, responde Sophie, temblando.
“Cristales rotos”, responde Sophie, temblando.
“Exacto. Muy lista.
Son cristales rotos que si los unes forman un todo. Ahora imagínate que esos
cristales flotan en el mar. Muy dispersos entre ellos.” Laurent se dirige a los
cristales y se arrodilla para levantar uno. “Este trozo, el más grande, soy yo.
Floto en un mar enorme, seguramente el mayor de todos. Sé que formo parte de
algo que forman muchos cristales, pero esos son más pequeños y no tienen
autonomía para decidir la dirección en la que flotar. Yo sí.”
Laurent levanta otro trozo grande: “Y esta
es Femme. No nos hemos visto nunca, pero sabemos uno del otro porque una
corriente cuenta muchas historias, que vienen de muchas direcciones y se
entrecruzan. Todo es un libro gigantesco, todos los libros son el mismo libro.
Mientras navegas, escuchas historias que aun no han sucedido. Esto es el mar.”
“Pero…”, responde
Sophie, dubitativa. “Laurent, las personas no son cristales. El tiempo no fluye
en muchas direcciones al mismo tiempo. O al menos, nosotros no lo percibimos
así. Todo esto es muy abstracto.”
“Y sin embargo, querida Sophie, así es”, responde Laurent. “Así es como lo percibo yo, y Femme también. Pero sólo somos dos cristales; aun hay muchos más en la botella. Aun hay muchas más personas que forman parte de nuestra historia. Por eso la han roto.
“Y sin embargo, querida Sophie, así es”, responde Laurent. “Así es como lo percibo yo, y Femme también. Pero sólo somos dos cristales; aun hay muchos más en la botella. Aun hay muchas más personas que forman parte de nuestra historia. Por eso la han roto.
“¿Hablas de los
libreros?”, pregunta Sophie. “¿Hasta qué punto es cierta esa historia?”
“Mi querida
Sophie…”, ríe Laurent. “Eres tan convencional, y eso es lo que me gusta de ti.
Te lo diré de la forma más real que sé: Hay gente que simplemente se encuentra,
que está donde hay que estar. Que siempre vuelve al mismo sitio, aunque las
manos se suelten. Que hubo un momento de unión, y la celebración de ese momento
puede expandirlo hasta el infinito.”
Laurent está
sonriendo. Alza el trozo de cristal con el que ha representado a Femme y se
raja el pulgar con él. Con la herida abierta se dibuja una línea de sangre en
el corazón.
“Pero, de acuerdo a
ese telegrama, ella te desprecia”, dice Sophie. “Para ella, nada de lo que
sucedió entre vosotros merece ser recordado. Por eso estás así, aunque quieras
ocultarlo. ¿Cuándo lo recibiste?”
“Un mes después de
volver de París.”
“Eso no es mucho tiempo.”
“No lo es”,
responde Laurent. “Me fui porque aquello era perfecto y me estaba acomodando.
Nunca me he sentido tan bien. No era recomendable para mi estilo de vida.
Supongo que ella no se lo tomó así.”
“Esto tampoco es
recomendable, Laurent.” Sophie se incorpora y le agarra de la mano. “Vámonos de
aquí, tenemos que dejarte presentable. Ponte la camisa, que vamos a mi
apartamento a darte una ducha y luego iremos a comer al río. Y luego nos vamos
de Toulouse.”
“No será
necesario”, dice Laurent mientras coge su sombrero y se lo pone. “Quiero que
todo el mundo sepa de mi herida abierta.” Laurent y Sophie salen por la puerta.
*****
Imágenes de Laurent
y Sophie dejando Toulouse, conduciendo en un descapotable por carreteras
campestres, llegando a los Pirineos, pasando por la estación de Canfranc y
desviándose hacia la costa mediterránea. Se nos muestran impresionantes tomas
de Cadaqués y el cabo de Creus, así como paseos y vida social en Barcelona. La
voz en off de Laurent lo ilustra:
“Nos fuimos de Francia. Siempre huyendo hacia atrás,
como si aumentar la distancia fuese una fórmula matemática exacta para el
olvido. París estaba cada vez más lejos, y de alguna forma me forcé a cerrar la
herida atravesando los Pirineos. En aquellos tiempos, pisar España era viajar
en el tiempo. Eso añadía millas y millas a mi huida, como si flotásemos en
dimensiones diferentes. Desde la costa catalana, París era una mota de polvo
que se diluía. Desde Barcelona, no se veía París. Y aún así yo sangraba todas
las noches y llevaba las últimas palabras de Femme grabadas a fuego. Por eso me
refugié en Sophie, por que su fuego que ardía por mí y mi fuego que ardía por
Femme pudieran arder juntos con el propósito de incendiar todo este mundo hasta
sus cimientos y terminar con la pesadilla.”
Laurent y Sophie están
sentados en una terraza en la Rambla un día de verano, jugueteando con las
manos por encima de la mesa. Laurent tiene mejor aspecto. Él bebe cerveza
mientras que Sophie toma un refresco.
“Ah, Barcelona”,
suspira Sophie. “¿No tienes la sensación de formar parte de una ciudad viva en
constante cambio? Como si fuesen necesarias varias vidas para verla terminada.”
“A mí me va bien
así”, responde Laurent. “Visto desde una perspectiva muy alejada en el tiempo,
estaríamos en los cimientos de una nueva civilización. Eso me excita.”
“¿Debo entender que
quieres que subamos arriba?”, sonríe Sophie.
“No, esta vez,
aunque sea esta única vez, no es eso”, responde Laurent. “Me pregunto que
pensará tu marido de esto.”
“¿Mi marido?
Probablemente esté haciendo lo mismo en Toulouse.” Sophie hace aspavientos,
molesta. “¡Toulouse está lleno de zorras baratas que se abren de piernas a cada
campanada de reloj!”
“No seré yo el que
lo ponga en duda. ¿Qué quieres hacer hoy?”
“No lo sé. Por
hacer algo que no hayamos hecho, me apetece ir al cine.”
“Nah, al cine no
podemos ir”, niega Laurent. “No entiendo castellano, y creo que aquí todas las
películas están así. Además, ¿qué quieres ver? Ya he visto todas las películas
buenas que hay que ver. El cine está estancado.”
“Te equivocas”,
responde Sophie. “Mi querido Laurent, no te discutiré nada de letras, pero el
cine, en particular el francés, se está apoderando del mundo en estos días.”
“Me cuesta horrores
creerlo.” Escéptico, da un trago a la cerveza.
“Sin embargo, es
así. Existe un movimiento creado por cineastas jóvenes que reinventan la propia
estructura del cine convencional.”, explica Sophie. “Escriben directamente con
la cámara. Los actores improvisan. El montaje es endiablado. Es la nouvelle vague.”
“No sé…”, se queja
Laurent. “No se puede escribir con una cámara. Además, todo eso suena muy
complicado. Romper las normas del convencionalismo ya es algo muy anticuado en
la literatura. La relación de esta con el cine ha de ser tan testimonial como
las adaptaciones que cometen en los Estados Unidos.”
“No”, responde
Sophie. “El convencionalismo no se rompe en las historias, se rompe en la forma
de contarlas. Las historias de gente paseando por grandes capitales, hablando
del amor en términos realistas mientras hace buen tiempo son atemporales.
Dentro de medio siglo seguirán contándose. Pero el modo… es la evolución,
Laurent. Es lo que te decía de Barcelona. Y París. Europa entera está en
proceso de cambio, y nosotros estamos en el centro. No te permitas no ser parte
de ello.”
“Como quieras.”
Laurent se encuentra algo derrotado, sin demasiado interés. Sigue bebiendo.
“Te llevaré al cine
hoy mismo, ya lo verás. Tiene que haber alguna filmoteca de buen cine francés.”
Sophie se levanta. “Vamos, a ver si la encontramos.”
Laurent termina la
cerveza. “Si tú lo dices…”
Ambos caminan y
salen de escena. La cámara se fija en un tipo con abrigo y sombrero, parapetado
detrás de un periódico, que ha estado espiándoles desde otra mesa en la calle.
Suena la música.
*****
Vemos una escena de
Jules et Jim, de Truffaut. Estamos en
un pequeño cine y la única luz es la de la pantalla. La película está en
francés con subtítulos en castellano. En las butacas hay pocas personas,
desperdigadas. Laurent y Sophie están sentados en las últimas filas. Sophie
sonríe emocionada y le brillan los ojos, pero Laurent está bastante aburrido.
Voz en off:
“Sophie dio con un cine semioculto entre callejones en
el barrio gótico. Como me temía, era refugio de intelectuales diletantes,
algunos turistas franceses necesitados de demostrar cierta supuesta
superioridad cultural, y el resto eran parejas, algunas, incluso,
homosexuales, que acudían a calmar sus
incendios y a provocar algunos nuevos. El ambiente clandestino del lugar era
propicio para los vapores del opio o para una redada policial que acabase en masacre.
Sin embargo, aquella noche no sucedió nada de eso. Entendí la película
perfectamente. El cine de sentimientos en acción combinado con la cotidianidad
de los diálogos y la frescura rebelde de la innovación es ciertamente
interesante, pero me hizo darme cuenta de mi propia banalidad. No había mayor
historia en el mundo que la de Femme y yo. Por tanto, ninguna película merecía
mi interés. Francia entera debía saber de mi desdicha y su repudia. Ya era un
escritor de éxito; ya había narrado anteriormente otras aventuras con otras
mujeres. Decenas de ellas. Y ninguna me había dejado una quemadura tan
ardiente. Debía, como poco, escribirle una carta. Tenía que saber el origen de
su desprecio.”
Una escena
divertida de la película provoca la risa de los presentes, especialmente de
Sophie. Laurent se ve obligado a sonreír.
“Sophie…”, susurra.
“Me muevo a la primera fila. Los subtítulos son demasiado pequeños, necesito
verlos de cerca.”
“Como quieras”,
responde Sophie sin dejar de reir.
Laurent se
escabulle entre las butacas. Intercambia miradas amenazadoras con otros
espectadores, de llamativas indumentarias. Finalmente se sienta en una butaca
libre, sin apenas mirar a la pantalla. Saca una libreta, la apoya en las
rodillas y se pone a escribir. La imagen se centra en su rostro mirando hacia
abajo, denotando esfuerzo, tachando y corrigiendo enérgicamente palabras. No
alcanzamos a ver lo que está escrito.
“¿Chevalier?”,
susurra una voz de repente. Laurent se sobresalta y mira a su izquierda. En
ella vemos sentado a un hombre de mediana edad, con grandes gafas negras.
Llamativa americana oscura. Laurent no lo sabe, pero es el hombre que hemos
visto antes en la Rambla, espiándolos.
“Sí”, asiente
Laurent. “Yo soy Chevalier. ¿Quiere un autógrafo?”
“No en este
momento”, responde el extraño. “Me llamo Pignot. Llevo días buscándole.”
“Debe de tener
mucho tiempo libre.”
“No tanto como me
gustaría, se lo aseguro. Le busco por negocios. Me ha costado mucho
encontrarle, así que le ruego que me escuche.”
“Si viene de alguna
editorial, le aviso que ya estoy trabajando con una.”, indica Laurent.
“No. Les films du Carrosse. Productora de
largometrajes. Su editorial me ha vendido los derechos de su novela Los amigos solitarios.”
“Vaya.”
“Veo que no le
sorprende. ¿Ya lo sabía?”
“No tenía la menor
noticia.”, responde Laurent. “Les dejé esa cláusula disponible porque no pensé
que nadie quisiese hacer una película de esa novela. No me gusta mucho el
cine.”
“Bueno, eso
facilita las cosas. Tenemos luz verde y las fechas para el comienzo del rodaje
están próximas.” Pignot carraspea. “Quería proponerle honrarnos con su
presencia en el estudio. Como asesor, o como quiera llamarlo.”
“¿Dónde sería eso?”
“En París.”
Laurent ha seguido
escribiendo durante toda la conversación, pero ahora se detiene en seco. Mira
fijamente a Pignot.
“En París.”, repite
Laurent. “Usted quiere que vuelva a instalarme en París.”
“Exacto, Chevalier,
esa es la idea. Un hombre como usted no puede estar mucho tiempo lejos de
París. La ciudad le necesita.”
“Llevo año y medio
lejos de París, Pignot. No sabe lo que supone para mí volver allí.”
“Oh, sí que lo sé”,
sonríe Pignot. “Recuerde que he leído su novela. Al menos lo suficiente para
querer adaptarla. Cuando se estrene la película, todo el mundo lo sabrá.”
“Pero mi vida ahora
está en Barcelona. Mi amiga…”, Laurent hace un gesto señalando hacia atrás,
hacia donde sigue sentada Sophie.
“Su amiga estará
encantada de ir a París, claro”, asegura Pignot. Le entrega una tarjeta y se
levanta para irse. “Siempre que se mantenga lejos de Femme, supongo. Disfrute
de la película, yo ya la he visto.”
Pignot se va,
dejando a Laurent crispado en el asiento.
*****
Imágenes de Laurent
y Sophie paseando por el Parc de la Ciutadella. Es el típico primer plano en el
que los personajes caminan frente a la cámara mientras hablan. Voz en off de
Laurent:
“No fui a París, al menos no de forma inmediata. Envié
la carta poco después de conocer a Pignot. No esperaba una respuesta. La verdad
es que no esperaba nada, más que meditar sobre la oferta. Sophie, por su parte,
tenía clara su opinión al respecto.”
“Deberías ser el
actor principal”, ríe Sophie. “Me muero por saber quién te interpreta. Te veo
como un Maurice Ronet en su mejor momento.”
“No sé quién es”,
responde Laurent. “¿Es guapo?”
“Mucho”, responde
Sophie. “Es el idóneo para captar la esencia Chevalier. Y a Femme la podría
interpretar Brigitte Bardot.”
“A ella sí la
conozco. Es muy guapa.”
“Cómo no. No hay
hombre en Europa que no la conozca”, suspira Sophie. “A decir verdad, la
elegiría a ella antes que a muchos hombres.”
“Yo también.”
“Y, dime, Laurent…
¿Cuándo te vas a París?”
“No lo he decidido.
Estoy muy bien aquí, contemplando la evolución.”
“¿Realmente
significa algo para ti?”, pregunta Sophie. “Nunca me ha parecido que la
percibas. Vives en la mayor mutación social en décadas y apenas te das cuenta
de ello. No lo valoras.”
“No, no realmente.”
“Es Femme,
¿verdad?”, pregunta Sophie en tono triste. “No puedes dejarla ir incluso en
estas circunstancias.”
“Ya lo sabes,
Sophie”, asiente Laurent. “Dijo Borges: ‘hay azoteas desde las que me dejo
caer, hasta ensangrentarme…’, y así sigue siendo.”
“Si es eso lo que
sientes, ve a por ella.”
“No quiero dejarte
aquí.”
Sophie le da una
bofetada. Los transeúntes se detienen a mirar, sorprendidos.
“No vuelvas a ir en
ese plan conmigo, hijo de puta. No me digas palabras dulces. No te lo
consiento, Laurent, maldita sea.” Sophie tiembla de rabia, al borde de las
lágrimas.
“Guárdate las
bofetadas para tu marido”, murmura Laurent. Sigue caminando. Sophie camina
deprisa para ponerse a su par.
“Vete de
Barcelona”, dice Sophie enfadada. “No quiero que estés aquí conmigo. Ya no. Se
ha acabado.”
“Siempre estuvo
acabado”, responde Laurent. “Ya lo sabías.”
“Ve a París.
Acabarás contaminando Barcelona con tu oscuridad.” Sophie llora. “Maldita sea,
Laurent, ¿por qué… por qué no puedes disfrutar aunque sólo sea un poco?”
“Soy un alma
solitaria.”
Sophie le agarra el
brazo con firmeza para detenerle.
“Muy bien. Lo querías
y lo tienes. Deshazte de mí ahora mismo.”
“Sophie…”, murmura
Laurent.
“Ahora mismo,
Chevalier. Mándame lejos como a aquella chica de la librería. Haz lo mismo que
esos que quieren verte muerto. Quiero ver el mar. Y no quiero volver a verte.”
“¿Estás segura de
esto? Quizá nunca puedas volver.”
“Cuento con ello,
malnacido”, Sophie intenta sonreír mientras se seca las lágrimas. “Sólo
librándote de mí podrás ir a París. Soy tu ancla, Laurent. Deshazte de mí. Esto
ya ha durado demasiado.”
“Pero me gustaba.”
“Sabes que no lo
suficiente. Adiós, Laurent. Mándame a navegar.” Sophie acaricia la cara de
Laurent con ternura.
“Nunca es
suficiente, Sophie. Ojalá lo fuera.” Laurent la besa suavemente en los labios.
“Tú, aquí”, susurra. Sophie desaparece. Una mujer grita al verlo y otros
transeúntes se unen a las voces de sorpresa e incredulidad. Laurent se tapa la
cara con el sombrero y se va, caminando deprisa, fuera de plano.
*****
Vemos a Laurent
caminando por una calle de bares, entrando en uno llamado Gat negre. Es similar al Chat
noir que vimos en París, pero los camareros visten de forma normal, con
camisa y vaqueros. Se repiten los dibujos de gatos negros en la pared. El
camarero le entrega una botella y un vaso en la barra. Laurent los recoge y se
sienta en un rincón. Voz en off:
“Mientras Sophie navegaba, llegó la carta de Femme. Necesitaba
prepararme para leerla, y no estaba del todo seguro de que fuese buena idea.
Pero ahí estaba. El tiempo parecía detenerse en torno a ella.”
Laurent saca un
sobre, lo abre y extiende los folios mecanografiados sobre la mesa. Empieza a
beber mientras lee. Pronto, cierra los ojos y se tapa la cara con las manos,
apoyándose contra la pared. Se levanta y se va. La escena cambia a París,
vistas panorámicas. Pignot está rodando a orillas del Sena. Femme pasea sola.
Hay primeros planos de su cara con una expresión de alivio y solemnidad que se
entremezclan con imágenes de Laurent y Femme riendo, de la mano, saltando de
felicidad, sentados en un banco, besándose, abrazándose. Pignot da indicaciones
a los cámaras, vemos operarios, extras, gente de cine. En las claquetas se lee “Los amigos solitarios, una producción de
Les films du Carrosse”. Después vemos a Femme riendo con Pignot en el
rodaje, conociéndose, intimando, mirándose de forma romántica y sensual. Las
últimas imágenes son de Femme paseando sola por el Sena. Esta vez, el sonido es
para la voz en off de Femme, leyendo la carta en un tono de voz amable pero
serio:
“Laurent, agradezco que te pongas en contacto conmigo
para tratar de solucionar las cosas ante la posibilidad de tu retorno a París. Nuestra
relación ha sido misteriosa y en cierto modo milagrosa a lo largo de todo este
tiempo, ya que sólo un milagro podía definir las circunstancias de nuestro
encuentro. Sé que esto te dolerá, pero no he cometido mayor error en mi vida
que todo lo referido a ti. Me arrepiento considerablemente de haber tenido una
relación sentimental contigo, por breve que fuera, y con ‘considerablemente’
quiero decir que es, de lejos y hasta ahora, el peor error que he cometido en
mi vida. La verdad es que no quería tener nada contigo, pero sabía que tú sí, y
tus insistencias en que eres un alma solitaria me hizo creer que quizá no sería
algo tan grave. Que te fueses de París tan de repente me hizo confirmar lo que
pensaba: estaba mejor sin ti y también estaba mucho mejor antes de ti. De no
haber hecho lo que decidí hacer, podíamos seguir teniendo nuestra relación tan
especial, esa que nadie conoce, ni tan siquiera nosotros. La de navegantes en
el mar.
Incluso hoy, estando sumida en la mayor crisis de mi
vida, me veo incapaz de tener ni siquiera una relación de amistad contigo. Sé
que no vas a perdonarme, que este daño es irreversible, pero creo que debías
conocer la verdad. Espero que no me hayas idealizado demasiado, aunque
conociéndote no apostaría por ello. Disfruta lo que puedas de la vida; te
gustará. Hay mujeres, ciudades y mares de agua para todo aquel que sepa
domarlos. Te deseo lo mejor, Laurent, de corazón. Femme.”
*****
Texto en pantalla:
“Un tiempo indefinido después.”
Escuchamos el tema
“Sous le ciel de Paris” de Edith Piaf a lo largo de toda la secuencia. Imágenes
de un atardecer en París. En las calles principales hay enormes carteles de la
película “Los amigos solitarios”, con Femme y un actor parecido a Maurice
Ronet. El nombre de Pignot tiene importancia en el cartel. Los cines más
importantes la exhiben y multitud de parejas jóvenes hacen cola para verla. Esto
es portada de varios diarios que se muestran en pantalla. Finalmente, vemos la sede
de Les films du Carrosse, un gran
edificio de corte clásico ubicado cerca de los Campos Elíseos. El nombre y logo
de la compañía están visibles en la fachada del mismo.
La secuencia
concluye con un primer plano de unas manos que meten en una maleta de viaje
tres cosas: una botella de absenta, un ejemplar de Los amigos solitarios y una
pistola.
*****
Un taxi circula por
el centro de París. En su interior, un anciano taxista conduce. En el asiento
de atrás, un tipo con barba frondosa, sombrero, gabardina y gafas de sol. Una
maleta en el otro asiento.
“No sé que va a ser
de esta ciudad”, dice el taxista. “Cada vez hay más tipos raros.” Mira al
retrovisor. “No se moleste, no lo digo por usted. Pero es cierto, París se está
llenando de tipos que no se sabe lo que traman. Y la juventud cada vez es más
extraña” Suspira. “No sé qué va a ser de esta ciudad…”
“¿Por qué dice
eso?”, pregunta el turista.
“¿Lo de los tipos?
Ya le he dicho que…”
“No, lo de la
juventud.”
“Pues por que…”, el
taxista sacude la cabeza. “No lo sé, realmente. Me gustaría poder entenderlos,
pero no puedo. No entiendo sus películas. Ya sé que soy viejo y es normal que
no entienda las cosas que les gustan, pero esto es distinto. Cuando yo era
joven el cine era algo nuevo y todas las películas eran fantásticas. Después
empezaron a salir demasiadas y ya no eran tan buenas. Y ahora hay tantas que se
inventan géneros para clasificarlas. No lo sé. Ya le he dicho que no puedo
entenderlos.”
“Quizá sea algo
hecho para ellos”, teoriza el turista. “Algo que está vivo y evoluciona de
acuerdo con la época que vive. Y muta para su público.”
“Pero eso es una
cosa, señor”, dice el taxista, “y otra cosa es lo de los últimos meses. Los
tipos raros de los que le hablaba. Han tomado las calles, todos con gabardinas,
sombreros, tapados hasta las cejas. Como en una película de gangsters.” Vuelve
a mirar al retrovisor. “Y por favor, no se ofenda. Es sólo que así es como
visten, y me parecen tipos sospechosos. Es como si estuviesen buscando a
alguien, ya sabe, merodeando por las calles. Cualquier día habrá una desgracia.
No sé qué va a ser de esta ciudad…” Suspira. “Bueno, ya hemos llegado. La sede
de Les films du Carrosse, señor.”
Detiene el coche.
“Gracias. Quédese
con el cambio.” El turista le entrega unos billetes, coge la maleta y sale del
taxi.
“¡Buena suerte,
señor!”, exclama el taxista a modo de despedida. Enciende el motor y sigue
conduciendo.
*****
El interior de la
sede de la productora es una gran sala, con carteles de películas en las
paredes. Hay una mesa grande, elevada sobre una tarima, en la que el guionista
general escribe y garabatea sobre papel. Delante hay varias hileras de mesas en
las que trabajan varias personas escribiendo a máquina. Es la sala de
guionistas.
Un tipo vestido con
gabardina y sombrero se acerca al guionista general. Es uno de los libreros del
primer acto. Hablan en susurros.
“Hemos recibido
noticias de que Chevalier ya no está en Barcelona.”, dice el librero. “Estamos
redoblando la vigilancia en el edificio. Mucho cuidado con cualquier tipo
sospechoso que se pasee por aquí.”
“¿No es un poco
pronto?”, responde el guionista. “Podría estar en cualquier sitio. Si no ha
venido en todo este tiempo, quizá ya no venga nunca.”
“Nunca se sabe,
nunca se sabe. Por lo visto hacía mucho que se había ido de Barcelona, pero
seguía pagando el apartamento. Por eso su casero nos informaba de que seguía
por allí. Nos lleva meses de ventaja.”
“Bueno, eso es
suponer demasiado. Él sabe que llevamos años tras su pista. No creo que se vaya
a presentar en la boca del lobo.”
“Eres un estúpido”,
dice el librero entre dientes. “Te olvidas de que el jefe tiene a la chica. Tú
trabajas con las novelas de Chevalier, ya deberías saber de lo que es capaz
cuando se trata de ella.”
“Creía que la chica
estaba con el jefe por voluntad propia.”
“Toda Francia lo
cree. Pero entre estos muros la cosa no debe ser tan bonita. El jefe no la
trata igual que lo haría Chevalier, digamos.”
“Pobre chica,
entonces.” Suspira el guionista. “Es toda una belleza. Viéndola no me sorprende
toda la prosa que le dedicó Chevalier.”
“Pues sigue con
ello, que el trabajo no se va a acabar”, murmura el librero. “En fin, ya
recibiréis noticias si pasa algo.”
El librero sale de
la habitación. Lo vemos caminar de espaldas por un largo pasillo, con puertas
que dan a despachos varios. Al doblar una esquina, cae repentinamente al suelo
a la vez que escuchamos un golpe. El librero grita, pero no demasiado alto. Alguien
le ha golpeado en la cabeza con un libro. Es el turista. Se despoja de la barba
y las gafas y reconocemos a Laurent.
“¡Hola, Lucien! ¿Te
acuerdas de mí?”, saluda Laurent, apuntándole a la cabeza con la pistola.
“Llévame a la armería y puede que salgas vivo de aquí.”
*****
Volvemos a ver la
sala de guionistas. Todo sigue como estaba, con todo el mundo tecleando en
silencio, dedicados a su trabajo. Lucien vuelve a escena y se dirige a la mesa
del guionista general para hablar con él.
“Traigo noticias”,
dice Lucien.
“Dime”, responde el
guionista.
Lucien saca
rápidamente una pistola y le dispara a la cabeza. El guionista cae muerto, sin
hacer ningún ruido. Todos los trabajadores dejan de teclear y levantan la
cabeza, pero ninguno dice nada.
“Lo… lo siento”,
balbucea Lucien. “Lo siento de verdad.” Se gira de forma calmada y abre la
funda de guitarra que ha traído consigo. Saca una ametralladora Thompson.
“Por favor, no
olvidéis que lo siento.”, dice, justo antes de acribillar a los guionistas.
Ahora sí, todo son gritos de dolor ante la compungida cara de Lucien. “No tuve
otra opción”, susurra, a nadie en particular.
*****
Escuchamos unas
sonoras explosiones justo antes de ver como la primera planta del edificio está
en llamas. Suena la alarma de incendios. Libreros y otros trabajadores se
agitan, corren e intentar llegar a la puerta principal por el pasillo que hemos
visto antes. Algunos gritos y frases son audibles entre el caos:
“¡Chevalier está
aquí!”
“Todos los
guionistas están muertos.”
“¿Dónde está
Lucien?”
“¡Matadlo!
¡Encontrad a Chevalier y matadlo!”
“Vamos a morir aquí
si alguien no abre esa maldita puerta.”
De repente, alguien
hace saltar una de las puertas con una patada. Es Laurent, armado con una
ametralladora. Sin mediar palabra, acribilla a los enemigos que tiene a su
alcance, que caen al suelo entre gritos. Laurent se cubre tras una mesa
volcada. El caos es ensordecedor.
“¡Chevalier! ¡Que
alguien lo mate!”
“¡Cubríos! ¡Está
tras la mesa!”
“¡Vas a morir,
Chevalier!”
“¡Me quemo!
¡Socorro!”
Laurent asoma para
soltar una ráfaga de disparos. Otros tres caen al suelo. Ahora Laurent avanza
por el medio del pasillo, disparando a discreción. Los enemigos van cayendo,
pero el sonido es mitigado por la voz en off de Laurent:
“Mientras avanzaba en ese infierno de llamas y
metralla, sabía que no iba a regresar nunca. Cuando disparaba, no era a mis enemigos
a quien abatía; disparaba contra mi propia estupidez. Había estado ciego para
no ver en un principio que los libreros estaban detrás de todo. ¿Quién sino iba
a querer una película de algo escrito por mí? ¿Quién sino iba a utilizar a
Femme en ella para hacerme daño? ¿Para atraerme a París, para cazarme por fin?
Por eso disparaba. Era un grito de rabia por haberme creído demasiado listo y
haber caído en su trampa. No me importaba lo que me pasase a esas alturas. Sólo
quería acabar con todo lo que llevase su firma. Cada gota de su sangre era una
partícula de mi estupidez que se moría.”
En la sala de
guionistas, vemos a Lucien atareado con explosivos de goma 2. Todos los
trabajadores están muertos. Deja sobre la mesa un cartucho de explosivos con la
mecha encendida y se va de allí con varios cartuchos bajo el brazo. Sigue la
voz en off de Laurent:
“Lucien estaba haciendo su trabajo. El pobre diablo
había tenido la suerte de ser el primero en encontrarse conmigo aquel día, así
que estaba encantado de que le perdonase la vida a cambio de ayudarme en la
demolición del edificio. Le encomendé dinamitar las primeras plantas mientras
yo ascendía hasta el último piso. Quizá los explosivos no volasen cada planta
de un plumazo, pero aseguraban una interesante ración de escombros y fuego para
tener entretenidos a los trabajadores. La puerta principal cerrada y algunos
regueros de gasolina diseminados en pasillos estratégicos harían el resto. Mi
obra maestra se encaminaba a su final.”
Vista del edificio Les films du Carrosse desde el exterior.
Tiene siete hileras de ventanas, una por cada planta. Las paredes de la primera
planta están ennegrecidas. Súbitamente, las ventanas de las dos primeras
plantas estallan. Hay llamaradas de fuego.
Vemos
a Laurent entrar en el ascensor, con la ametralladora y la maleta en sus manos.
Primer plano de su cara, con expresión de determinación. Las puertas se
cierran. El indicador marca el séptimo piso.
“Femme”,
dice la voz en off de Laurent.
*****
Vemos
a Laurent y Femme en una cama de una habitación de hotel. Laurent está sentado
con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y las piernas cruzadas,
vistiendo un elegante batín. Femme esta sentada en su regazo, con las piernas
desnudas sobre las piernas de Laurent. Una única sábana cubre a Femme desde los
muslos a los pechos, es lo único que lleva. Laurent rodea los hombros de Femme
con su brazo, y ella descansa su cabeza en el hombro de él. El le acaricia las
piernas de los muslos al tobillo.
“Me
gusta que me acaricies las piernas mientras me besas.”, dice Femme.
“No
tengo intención de parar”, responde Laurent. Se besan apasionadamente. “No
pienso dejarte salir nunca de esta cama. Ni vestirte. Ni soltarte.”
“Cuando
tengas que volver a Toulouse podemos hacer esto por carta”, dice Femme. “Me
gustaría estar en tu cama, una tarde de invierno, y que la única luz sea los
rescoldos del atardecer. En lugar de acariciarme las piernas podrías
acariciarme los pechos, ya que las piernas te estarían rodeando. Completamente
desnuda, por supuesto. Cuando hace frío es la mejor opción. Y tú me susurrarías
cosas bonitas al oído hasta quedarme dormida.”
La
imagen se aleja y vemos que estamos ante una pantalla de cine. Es una escena de
la película. El plano queda congelado y Pignot aparece en la pantalla, de
frente, dirigiéndose al espectador.
“Así que has llegado hasta aquí, Laurent”, dice
Pignot en un tono burlón y regodeándose en cada palabra. “En este punto, asumo que sabes todo lo acontecido entre Femme y yo.
La mantuviste caliente para mí, te lo agradezco. Y después, muy
convenientemente, te refugiaste en Barcelona con una de tus zorras mientras yo
hacía tu película. Nunca te estaré lo suficientemente agradecido, Laurent. De
verdad. Por ello, creo que deberías saber una cosa acerca de Femme. Como ya se
encargó ella de hacerte saber, fue un error lo que sucedió entre vosotros. Tú
soñabas con hacer el amor con ella, y para ella es una pesadilla hacer el amor
con cualquier tipo. Tiene cierto problema, aunque no entraré en detalles.
Seguro que no sabías eso. Puedo verte con la cara en las manos, intentando
estrangularte para olvidar todo el horror que le hiciste pasar sin saberlo.
Pobre chica, tiene un concepto mal entendido sobre complacer a los demás. Es un
ángel de misericordia, ¿no crees?” Pignot se frota las manos obscenamente y
sonríe como un demonio. El resto de la secuencia se apoya en un primer plano de
su rostro.
“Fue ese sentimiento de necesidad de
complacer lo que hizo que se comportara contigo como lo hizo. Y después,
conmigo. Todo era normal; yo era el atractivo e interesante director de una
película que ella protagonizaba. Moví montañas para que estuviese en la
película representándose a sí misma. Cada día de rodaje era un acercamiento, y
los domingos de descanso eran todo un regalo. No me costó llevármela a la cama.
Nunca dice que no. Ojalá tuvieras ocasión de probarlo otra vez”, Pignot suelta una carcajada. “¡Sí, eso sería lo más gracioso del mundo!”
El plano cambia a un Pignot fuera de
pantalla. Llorando, sangra por nariz y boca. Hay un amasijo negro donde debería
estar su ojo izquierdo. El plano se aleja y vemos que está sentado en una gran
silla de director, con la mano izquierda atravesada por un clavo, sujeta a la
mesa de su despacho. Tiene la cabeza apoyada en la mesa, junto a la mano. No
puede moverse. Tras él hay un gran ventanal por el que aún se cuela la luz. Es
en la pared contigua donde está la pantalla, en la que Pignot sigue riéndose
como un maníaco. Laurent está viendo la pantalla. Con un golpe seco, deja la
botella de absenta que había traído en la maleta sobre la mesa, delante del
sanguinolento Pignot.
“Bebe”,
ordena Laurent. “Te hará bien.”
Pignot sólo solloza
patéticamente. Laurent sirve un par de vasos.
“Por Pignot, el
próximo rey de Francia.” Laurent choca su vaso con el de Pignot, que no lo ha
tocado. “Que tenga un reinado próspero y los días le sean propicios.”
“Muérete,
Chevalier”, gime Pignot. Escupe sangre a la mesa.
“Seguiré tu
consejo”, dice Laurent mientras le coloca el vaso en la mano. Pignot lo tira y
la absenta se derrama por la mesa. “Oh, Pignot. Ya no eres tan hábil con sólo
una mano. ¿Cómo dirigirás ahora?”
“Estás loco,
Chevalier… Vas a tirar todo el edificio abajo.”
“Sí, ese va a ser
el final”, Laurent bebe. “¿Dónde está Femme? ¿La tienes secuestrada en lo alto
de la torre, rey perverso?”
“Jamás llegarás
hasta ella. Esto se quemará, si no te acribillan antes.”
“Eres un pesado,
Pignot. Todos vosotros, libreros. Después de prostitutas y carpinteros, sois la
profesión más antigua. Hace mucho que manejáis hilos. ¿No crees que va siendo
hora de parar?”
“Yo no soy
librero”, Pignot ha dejado de llorar. “Soy cineasta.”
“Es todo lo mismo”,
responde Laurent. “Unos dominamos el mundo con palabras y otros lo hacéis
capturando esas palabras en imágenes. Os absorbéis mutuamente. Os utilizáis
para vuestros fines. Todo esto va a acabar hoy mismo.”
Laurent se gira
para irse. Pignot agarra la botella de absenta y se la tira. Le golpea en la
espalda y se rompe. Laurent se tambalea, con la espalda empapada, pero no se
cae. No grita.
“Buen movimiento
con una mano, Pignot”, dice Laurent sin volverse. “Gasta esas energías en salir
de aquí.” Se agacha, recoge el cuello de la botella y lo deposita en la mesa.
“Si lo usas para cortarte la mano y saltar por la ventana, tal vez tengas una
oportunidad. Pero hazlo rápido, antes de que estallen las bombas.”
Pignot se agita,
con el cristal roto en la mano libre. Lo mira, mira a Pignot y mira el
ventanal.
“¡Eres un hijo de
puta, Chevalier! ¡También la matarás a ella!”
“Al cuerno”,
responde Laurent girándose, con la pistola en la mano. “No se me dan bien estas
cosas.”
Dispara a Pignot en
el otro ojo. Pignot grita como un loco.
“Te ayudaré a salir
de aquí.” Laurent toma la mesa con las dos manos y empuja fuerte. La mesa y
Pignot, clavado a ella, destrozan el ventanal y caen al exterior. Pignot no
deja de gritar.
Laurent toma la
maleta en una mano y sale del despacho, con la pistola desenfundada.
*****
Vista exterior del edificio, completamente en llamas, de la primera a la séptima planta. El logo de Les Films du Carrosse está destrozado. Una multitud está arremolinada en la calle, contemplando el incendio. No vemos bomberos ni policía.
Secuencia en el
interior. Cadáveres sangrando, humo, llamas, heridos. Paredes destrozadas y
ennegrecidas. Vemos unas pocas tomas descriptivas del estado de las plantas. En
todas hay lo mismo. Tipos tirados en las escaleras, apoyados en paredes,
agazapados tras las mesas. Todos muertos. Otros, aun vivos, se arrastran
intentando no asfixiarse. Un grupo amontonado en la puerta principal, con las
manos agarradas a los picaportes. Cerrada a cal y canto. Otros saltan por las
ventanas rotas y caen al vacío. Los carteles de películas arden, se consumen.
Nadie teclea en la sala de guionistas. Miles de libros, papeles y archivos se
carbonizan en las estanterías. Todo se quema y muere.
En el exterior,
Lucien ha conseguido escapar a tiempo. Sudando, sangrando y con la gabardina
chamuscada, se tambalea en la acera. Se desploma ante la multitud.
“Ayuda… por favor,
ayuda.”
Algunos transeúntes
lo atienden, lo llevan lejos del humo.
“¿Qué ha pasado?
¿Cuánta gente hay dentro?”
Lucien tose.
“Muchos… se están
muriendo. Todo se está acabando. Él ha venido a poner fin a una era.”
Resulta difícil
entenderle.
“No se preocupe.
Ahora está usted a salvo.”
Lucien mira a la
gente, aterrorizado.
“No lo entienden.
Después de esto, ya no… ya no hay nada…”
Se desmaya. La
cámara sube por toda la fachada en llamas, hasta enfocar la séptima planta.
*****
Femme.
Está sentada en la
cama con las piernas cruzadas, con expresión triste. La habitación es la misma
que la vista en la secuencia de la película en el despacho de Pignot. Hay una
ventana con un candado.
“Lo siento,
Laurent. Lo siento muchísimo.”
Laurent está
sentado apoyado contra la puerta. Tiene la pistola en las manos y la maleta
abierta en el suelo, con Los amigos
solitarios a la vista. Ya no lleva la gabardina. La camisa tiene rotos y
una mancha de sangre en el costado. También sangra por la cabeza.
“No te preocupes”,
dice Laurent con dificultad. “No es nada”. Mira a su alrededor. “¿Pignot te dio
esta habitación?”
“Sí. Es donde vivo
desde que empezamos con la película.”
“¿Qué tal quedó?”
“Bien.” Femme
intenta sonreír. “Es una buena película, acorde a los tiempos. Todo un éxito y
un fenómeno social. ¡Ahora todo el mundo nos conoce! Tenía un muy buen material
de base, claro.”
“Me alegro…”
El humo empieza a
colarse por la rendija de la puerta. Laurent tose, pero no se levanta. Se
escuchan ruidos, gritos y golpes.
“¡Ya eres nuestro,
Chevalier! ¡Vas a morir!” Las voces resuenan cercanas.
“Perdona, Femme”,
dice Laurent incorporándose. “Enseguida acabo con esto.”
Entreabre la
puerta, se asoma y dispara. Se escuchan gritos. Vuelve a cerrarla y se mantiene
en pie a duras penas, agarrándose al picaporte. Tira la pistola al suelo.
“Bueno, pues ya
está”, dice. “Se me acabaron la suerte y las balas a la vez.”
Femme llora.
“Laurent, sé que es
improbable que me creas ahora, pero lo que te dije entonces no era verdad, y lo
que te digo ahora sí. Nunca te he despreciado. Quería mantenerte lejos de París
porque Pignot y los suyos querían usarme para atraerte hasta aquí, y…”
“No me importa,
Femme. Ya no. Eres libre de despreciarme. Mucha gente lo hace.”
“No es cierto.”
Femme habla con la voz entrecortada. “En el mundo hay mucha gente de buen
corazón, aunque no seamos tú y yo. Hay personas que luchan por los intereses
sociales.”
“Pero no somos tú y
yo. Partiendo de eso, ¿qué puede importar? París, la gente y el cine viven su
revolución, pero yo no estoy en ella.” Laurent tose. “Tú sí.”
“No es algo que se
elija”, responde Femme.
“No. Por eso lucho
a mi manera.” Laurent alza los brazos. “La pluma y la espada.”
Femme gatea hasta
llegar a él.
“¿Cuánto tiempo nos
queda?”
“A ti, todo el del
mundo”, responde Laurent. “Eres parte de las historias, de la historia. Tú ya
eres inmortal.”
“¿Y a ti, Laurent?
No tienes muy buena pinta.” Femme intenta sonreír para consolarlo.
Laurent ríe.
“No intentes
arreglarlo ahora, querida. No vine aquí a escapar.”
Se toman de la mano
sonriendo, en la medida de lo posible.
“No podemos
escapar, Laurent. La ventana tiene cristal blindado.”
Laurent arroja la
pistola con fuerza hacia la ventana. Choca, pero el cristal no se rompe.
“Ya te lo dije”,
dice Femme. “Estamos atrapados en tu fuego.”
“Ha sido lo mejor
que podía escuchar. Gracias.” Laurent le acaricia la mejilla, pero pronto deja
de hacerlo. También le suelta la mano. Femme vuelve a entristecerse.
“Lo siento,
Laurent. No te imaginas cuanto.”
“Femme…”, empieza
Laurent, pero el humo le hace toser. Se deja caer al suelo. Escupe sangre y se
tapa la herida del costado con la mano. Femme se arrodilla a su lado.
“No hables más. Te
queda poco”, solloza Femme.
“No, déjame acabar.
Femme, sé que ahora dices la verdad y antes no. Sin embargo, a nosotros ya no
nos queda crédito, ni tiempo, ni nada. Lo que vivimos entonces es de lo que he
vivido todos estos días, hasta descubrir que no fue nada para ti. Que lo
hiciste por complacencia. ¿Es verdad?”
Femme llora.
“Laurent… hay tantas cosas que desconoces de mí…”
Laurent cierra los
ojos. Vuelven a escucharse ruidos en el corredor. Vienen más enemigos.
“Nuestro final,
Femme. Lo es por que lo que yo más deseo es lo que tú más rechazas. Mis
fantasías son tus pesadillas y mi existencia en tu vida es un error para ti. Lo
siento. Lo siento por encontrarte en el mar y hacerte recorrerlo conmigo. Nunca
antes me había sentido así.”
“Sigues siendo mi
escritor favorito, al menos”, sigue sollozando Femme.
“Y también un
error. Eso son los amigos solitarios, Femme. Las personas que comparten un
momento de su existencia vital y se pasan el resto de la vida flotando en la
lejanía. No sé de dónde saliste ni a dónde irás, pero quise conocerte. Sin
embargo, he acabado siendo un error. Yo soy el que crea las palabras. Si yo soy
un error, nada tiene sentido. Para mí, esto es un descrédito.”
El humo es ahora
bastante visible en toda la habitación. Ambos tosen. Se escuchan explosiones.
Todo el edificio tiembla. Golpes en la puerta.
“¡Entrégate,
Chevalier! ¡O matamos a la chica!”
Femme intenta
levantarse, pero Laurent la agarra por la muñeca para impedírselo.
“Sin embargo,
quiero que sepas una cosa.” La mira a los ojos. “Je ne regrette rien, como Piaf en L’Olympia. No me arrepiento de
nada de lo vivido contigo.”
“Yo no soy alguien
por quién morir, Laurent”, dice Femme. “Gracias por venir a salvarme, aunque…”
Sonríe. “No parece que vayamos a salir de aquí.”
Más golpes en la
puerta.
“¡Vamos a tirar la
puerta abajo, Chevalier!”
Laurent toma el
libro, sigue agarrando la muñeca de Femme.
“Vayas donde vayas,
vive una vida feliz. No seas complaciente. No hieras a nadie y no dejes que te
hagan daño. No vuelvas a vivir un infierno, por favor. Si lo haces, la
siguiente vez no me bastará con arrasar un edificio.”
“No lo hagas,
Laurent”, pide Femme.
“¡Chevalier!”
Una bisagra de la
puerta se rompe. Laurent y Femme frente a frente, las manos sobre el libro.
“Tú, aquí”, dice
Laurent con la voz rota de dolor. Femme desaparece. La puerta salta y Laurent
rueda hacia un lado, desangrándose. El edificio vuelve a temblar. Tres tipos
con gabardinas chamuscadas y ametralladoras aparecen, tosiendo ostensiblemente.
“Buscad a la
chica”, dice uno de ellos. Los otros dos miran en el armario, bajo la cama, por
la ventana. Nada. Laurent ríe con la voz cascada.
“Llega la
caballería”, dice Laurent. “Nos vemos en el infierno.” Hay otra explosión.
“Lo has logrado,
hijo de puta.” Masculla el gángster con aspecto de líder, apuntándole con la
ametralladora. “Acabar con todos. ¿De verdad crees que es definitivo? Sabes
bien que estamos por todas partes.”
“Mi visión del
mundo siempre fue muy pequeña.” Responde Laurent.
Suena la música,
plano exterior del edificio completamente en llamas, explotando por varias
zonas. Miles de personas se congregan alrededor. Se viene abajo. París se está
despidiendo.
LES AMIS SOLITAIRES
Mandragora Autumnalis II
FIN
A Kath
No hay comentarios:
Publicar un comentario