Gerry Conlon es probablemente el norirlandés más conocido sin ser artista, deportista, político o terrorista y en cierto modo ejerció de algo de eso. Popularmente conocido por ser el papel de Daniel Day-Lewis en la famosa En el nombre del padre, Conlon no era más que un chaval aficionado al fútbol y a vaguear (sin olvidarnos de cierto interés por hurtos menores en casas). No soy biógrafo ni es un estilo que me favorezca o me interese, así que quedáos con lo importante. A mediados de los 70, Gerry y otros tres amigos suyos fueron detenidos y obligados a confesar un atentado del que difícilmente eran culpables. Pasaron a ser conocidos en los medios como "The Guildford Four" y poco después su propio padre y otros miembros de la familia siguieron su misma suerte, siendo nombrados "The Maguire Seven". Giuseppe Conlon, el padre de Gerry, ingresó ya enfermo en la prisión y allí falleció, sin dejar de luchar ni un día por limpiar su nombre. Finalmente, la causa se reabrió en 1989, donde un nuevo juicio evidenció la falta de pruebas de la policía británica y dejó libres a los condenados.
Es una historia bastante conocida, y pese a que la película desvirtúa la realidad en busca de un sentimentalismo cinematográfico, sigue siendo un buen modo de enterarse. Daniel Day- Lewis y Pete Postlethwaite están extraordinarios en sus papeles de inocentes luchando por la justicia y la cinta constituye una necesaria denuncia contra el gobierno británico. No se puede permitir que policías detengan a personas inocentes por ser los primeros que pasaban por el lugar inadecuado. Ni mucho menos que les fuercen mediante tortura a firmar una confesión de algo que no han cometido. Ni que pasen quince años de su vida en prisiones, siendo odiados por miles de personas mientras sólo unas pocas luchan por ellos. De nada sirve el indulto oficial de Blair en 2005. Giuseppe murió allí y su hijo pasó toda su adolescencia encerrado. Las personas no son peleles que la justicia pueda agarrar como justificación para calmar las ansias de sangre del pueblo. El problema del IRA es algo bastante más serio que eso. Viviendo en Belfast pude aprender muchas cosas acerca de ello.
El año pasado busqué la biografía de Gerry por toda Irlanda. Primero en el St. George's Market de Belfast, donde un amable librero me regaló la autobiografía de Paul Hill (otro de los Guildford Four) y conversamos. La inmensa Charlie Byrnes Library de Galway tenía infinidad de libros relacionados con el tema, pero tampoco hubo suerte. Finalmente, una minúscula tienda situada cerca de los acantilados de Moher tenía una primera edición. Atesoro ese libro como una de mis posesiones más preciadas. Lo estuve leyendo durante mi viaje a Escocia, y esa fue la razón del primer párrafo. Cruzando la aduana al salir del ferry, me detuvieron unos instantes para obtener mis datos y preguntarme los motivos de mi viaje. Sé que es algo rutinario y que siempre un viajero de negro con DNI español y origen vasco residente en un barrio católico de Belfast es más sospechoso que el resto del pasaje, pero el hecho de llevar en la mano un libro que atenta contra el sacrosanto gobierno británico tuvo algo que ver.
Estuve a punto de perder el autobús a Edimburgo (y estando en un remoto punto de la costa escocesa no es la mejor idea) y en el viaje de vuelta me sucedió lo mismo al llegar a Belfast. Los aduaneros irlandeses son más simpáticos que los escoceses, pero a las 11 de la noche en el puerto de donde zarpó el Titanic (builded by irish workers, sunk by an englishman) perder el bus al centro tampoco es que sea plato de buen gusto. Por suerte, un taxista andaba por allí. Como él mismo me confesó, merodeaba el puerto a esas horas porque siempre había viajeros que se quedaban tirados allí. Le conté la razón de mi retraso y no le sorprendió lo más mínimo. Me contó muchas cosas que no se pueden poner aquí. Sólo dejo una frase: "Todos en Belfast sabíamos que los de Guildford eran inocentes." Él también se llamaba Gerry.
Irlanda y Reino Unido son unas islas demasiado interesantes para centrarse sólo en su historia política, pero no deja de ser apasionante. Pasaré de nuevo allí este verano y espero quedarme allí. Seguiré investigando, pero ahora habrá un inocente menos allí y los culpables continúan. Conlon muere a los 60 años habiendo pasado un cuarto de su vida encerrado, pero su ejemplo de lucha y compromiso debe seguir vigente para que injusticias como esta no vuelvan a cometerse.
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