No vuelvas a creer en nada que sea inmortal, ni en los libros, ni en el cine, ni mucho menos en el rock and roll. No te adentres una última vez en los pubs más sórdidos de Edimburgo, los que una vez estuvieron bajo el agua, porque en realidad nunca dejaron de estarlo. Cada antro de conciertos es un naufragio y no vas a ser un superviviente. Fíjate en la clientela. Son muertos bebientes. La camarera pelirroja que intenta aparentar haberse escapado de Corre, Lola, corre y ni siquiera se sabe la letra de Down in the corner de CCR. Lo peor es que los hay autollamados músicos que tampoco se la saben. Ni esa ni ninguna, pero a quién le importa. En estos sitios nunca se escucha a los cantantes. Techos bajos y bolas de sonido que te rompe los oídos. This is our music, we love it loud.
L.A. Guns es un grupo mítico de la escena angelina de los 80, sobre todo por haber tenido una importancia clave a la par que fugaz en la fundación de la única banda que de verdad valía la pena ahí. Ahora que Guns n' Roses llevan unos cuantos años difíciles de describir hasta para los fans más extremistas del cocainómano pelirrojo, acercarse a un concierto de la banda liderada por el guitarrista Tracii Guns es lo más cercano a revivir aquellos días de laca y desenfreno en Sunset Strip. Pero ojo, ya que el mayor atractivo de la gira está a las cuatro cuerdas. Rudy Sarzo, el bajista más carismático del mundo, estrechando las manos de todos los que os agolpáis patéticamente a mendigarle una caricia. Y no deja de sonreíros, aunque tenga la cabeza en otro sitio. Probablemente, en cualquiera de las ocasiones en que ha tocado en estadios con cualquiera de las muchas bandas de primera fila con las que ha girado. Porque hoy no es una de esas ocasiones.
El rock está muerto tal como lo entiendes. Has tenido que tragarte nada menos que TRES grupos teloneros dándolo todo a un volumen brutal, pero lo único que te llevas es la sordera. Al escaso público le han importado un carajo las ganas que les hayan puesto los músicos sobre el escenario, porque nadie os sabéis las canciones y si quieren que cantéis algo tienen que tirar de versiones. El escenario es casi tan grande como la pista, el techo está casi a la altura del suelo, y aun así, sobra espacio. Sois pocos, cobardes y zombies. Los muertos vivientes del rock and roll. Los repudiados. Los pasados de moda y atrapados en el tiempo. Sois un coñazo.
Tracii Guns y Rudy Sarzo, los héroes de la legión de muertos bebientes, se suben al montículo junto a dos desconocidos, empiezan el concierto con muchas ganas y sí, suenan como un tiro, pero al cantante no se le oye nada. Ni siquiera en las primeras filas atisbas a cazar algún estribillo, porque los instrumentos le están sepultando la voz. Y no pasa nada, porque ni es una gran voz, ni son grandes temas. Reconoce de una vez que hasta el otro día ni te habías puesto el disco debut de L.A. Guns. Pero no pasa nada, porque de vez en cuando cae algún clásico de los grupos de Rudy. Algo de Whitesnake, un poco de Ozzy, y los pocos que os movéis en el foso os volvéis locos. Después sigue la turra, y sigue, y sigue, hasta que Tracii se baja del escenario porque dice que está enfermo, y un pipa lo acompaña por la pista hasta el baño. Tras un interminable solo por parte del batería, Rudy, siempre sonriendo, se pone la chaqueta y se va, con su bajo (no sea que algún zombi se lo robe) a camerinos a ver cómo está Tracii. Os teméis lo peor. Van a cancelar. No han tocado ni una hora, y te has tragado tres teloneros para esto. El rock agoniza.
Pero los dioses de la música, anquilosados en sus panteones, mueven un polvoriento dedo y los músicos vuelven a escena. Tiran de Rainbow in the dark y te vienes arriba, vociferando la letra mientras el cantante te señala y hacéis los cuernos tal y como solía hacer Ronnie. Y luego se viene Crazy Train, con Rudy golpeando el bajo como lo hacía en los tiempos en los que Randy Rhoads vivía y era su mejor amigo en la banda de Ozzy antes de montar en aquella avioneta. Y todos los muertos cantáis a los muertos. El rock está muerto y vosotros agonizáis rindiendo homenaje, porque nunca nadie os lo rendirá a vosotros.
Y esto será todo esta noche en el Bannerman's. Otra noche de rock de cementerio. El invento murió hace mucho, mucho tiempo, como tú y todos los que te rodean. Pero no estáis en el cielo ni en el infierno con vuestros héroes caídos. Estáis en el campo de batalla luchando contra los mismos fantasmas una y otra vez, imposibles de atravesar, invencibles. Cada noche, en cada escenario de cada pub, os arrancáis las cuerdas vocales para demostraros lo imposible, que no estáis muertos, que el estilo de música que amáis sigue vivo. Los que no saben que están muertos tan solo saben aferrarse a lo que ya no existe mientras esperan inconscientemente el momento de convertirse en cenizas.
Qué importa el rock and roll. Qué importa la actitud, las guitarras, la rebeldía y las melenas, si no sirven para que seas libre. Si no hacen tu mundo mejor, si no solucionan tus problemas. Qué importa haberle estrechado la mano a tu ídolo Rudy Sarzo, si ni siquiera ha querido hablar contigo a pesar de todo lo que querías decirle. Qué importan L.A. Guns, Motley Crüe, KISS, Aerosmith, Twisted Sister, Quiet Riot, Whitesnake, Dokken, Ratt. Qué importan Guns N' Roses. Qué importa quedarte sordo hasta sangrar si nadie te va a decir lo que quieres oír. A quién coño le importan las bandas que llevan cuero rojo, cardados y maquillaje hoy en día. Ten un poco de respeto por ti mismo y a la mierda Los Ángeles y Sunset Strip. El principio del fin.
El rock ha muerto. Larga vida al rock and roll.
Rudy Sarzo el pasado lunes en Bannerman's, Edimburgo |
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