sábado, 22 de agosto de 2015

Interrelaciones confidenciales

Relato que continúa lo narrado en Noir y La banda de Caronte 

“Jódete, chupapollas.”, murmuro entre dientes, luchando por mantener los ojos abiertos. Lo único que me mantiene despierto es el olor del café. Café negro, mohoso, la luz del amanecer incendiando la cocina, la falta de sueño, las terribles ganas de dormir tras dos dias corriendo por el bosque, los monstruos de ahí fuera, el calor del café, el calor de la luz, los ojos amarillos de Caronte, afilando las garras como un gato infernal, con su costado sangrante del que no piensa morirse nunca. La calidez del sofá invitando a sumergirse en él. Café. Déjame recordar como empezó todo hace un millón de años y después muérete y déjame dormir para siempre, hijo de puta.

*****

Bienvenido a la comisaría.
Mi nombre lo leerás en la puerta de mi oficina. Quédate ahí y no entres, porque en el momento en el que estés al alcance de mi vista sabré todos tus secretos. Apenas te darás cuenta, pero tienes un letrero enorme sobre tu cabeza que sólo yo puedo leer. Cosas de Kath y su magia de espejos. Si la ves, no dudes en informarme. Soy el mejor detective de la ciudad, pero ella ya no anda por aquí y puede que haya perdido algo de talento. Así que voy a confiar en ti, porque en el tiempo que has tardado en leer mi nombre yo he podido deducir que quizá puedas ser importante en mi investigación. Así que voy a dejar que observes como trabajo. Siéntate al fondo, si encuentras una silla. Todo está un poco desordenado desde el último caso, que estuvo a punto de costarme la vida. Todos lo hacen, en realidad, mientras siga llevando este cristal mágico clavado al pecho. Me consume, pero sin él no podría ser tan bueno en mi trabajo. No vayas a decir nada, ¿eh? O me veré obligado a chasquear los dedos ante el espejo más cercano y la próxima vez que me veas te estaré matando. Reza porque eso no pase, y recuerda bien mi nombre mientras te pongo en antecedentes. Soy Camus.

            Desde que Kath está en paradero desconocido no he podido acceder a sus reservas de cristal, así que no puedo saltar entre espejos. Ya no puedo viajar por esa vía, pero todavía puedo leer los letreros de las personas. Eso no me falla, por lo que sigo resolviendo los casos. Sé que piensas que hago trampa, pero alguien tiene que cazar a los malos para que personas como tú puedan tener un lugar en el que sentarse. Así que cállate y escucha mi último caso, porque quizá sea el último de verdad y necesite de alguien que sepa dónde estoy. El caso en el que me enfrenté a la banda de Caronte.

Estaba decidido a encerrarlos uno a uno. Operaban en las afueras de la ciudad, ocupando casas y desmantelando negocios para apropiarse de ellos. Cualquier cosa que les sirviera para tener un techo y unos ingresos mientras sembraban el caos y el sadismo. Estaba Tom, el carnicero caníbal. La mano derecha de Caronte, que gustaba de hurgarse los dientes con el cuchillo con el que trabajaba. Estaba el gigante Polifemo, a quien llamaban Phemus. Le faltaba un ojo y no llevaba parche, dejando la espantosa cuenca al descubierto. Sus ciento cincuenta kilos gustaban de apretarse con fuerza contra la carne de ancianos desvalidos a los que sodomizaba. Cuentan que podía enfrentarse a diez hombres a la vez, y si tuviera que apostar, incrementaría la cifra. El arma secreta de cualquier ejército. Estaba Johnny, un crío de diecisiete años que se ocupaba de las operaciones en el centro de las ciudades. Solía hacer de intermediario entre la banda y los jefes de otras bandas con las que negociaban, cuando no se mataban entre ellos. Eso era otro interesante punto: la banda de Caronte, compuesta por tan sólo cuatro miembros, había acabado con un notable número de miembros de otras bandas rivales mucho mayores. Hasta donde yo sabía, la única banda que seguía siendo importante en la ciudad era la mafia china de Li Tie, un capo legendario que muy probablemente naciese del vientre de un dragón en la cima de una montaña hace miles de siglos. O eso era lo que se decía. El número de lugartenientes chinos era tan alto que resultaba imposible diezmarlo. Incluso a mí se me antojaba fuera de lugar intentar siquiera acabar con sus actividades, ya que el cuerpo de policía con el que colaboro es sencillamente inútil en todas sus facetas. Li Tie era el único con el que Caronte hacía tratos. Lo sé porque Johnny me informaba de algunas cosas. Un chico de diecisiete años siempre necesita un poco de dinero extra, así que no era difícil sonsacarle algo de información por un par de dólares cada vez que se pasaba por mi oficina. No era un mal sujeto, todavía tenía mucho que aprender así que no podía catalogarlo de causa perdida. Y además, no mentía nunca. Yo lo sabía gracias al poder de los espejos, por si os quedaba alguna duda.
            Por último, el gran Caronte. El gangster definitivo. El mayor hijo de puta que te podías cruzar. Inteligente, sanguinario, nunca cometía errores. Absolutamente letal. Nadie en toda la ciudad podría dar una descripción aproximada de su aspecto, porque muy pocos sobrevivían y porque siempre se mantenía en las sombras. Sólo yo, el mejor detective de la ciudad, podía atraparlo. Por mi talento, por la magia de Kath y porque David Caronte había sido mi mejor amigo de la infancia.

            Supe que la banda se hallaba en las afueras de la ciudad, habitando en la mansión de un excéntrico millonario que producía toneladas de porno adolescente ilegal. Su harén de jovencitas vivía con él, así como los efebos que trabajaban con ellas en las películas. No me produjo ninguna pena saber que el viejo había sido relegado de sus funciones, incluso de las vitales, por la banda. Especialmente por Phemus. Traté de reunir fuerzas policiales para realizar un asalto a la mansión ahora que el millonario no podía seguir sobornando al cuerpo para que le dejasen en paz, pero me fue imposible. No había ni un único policía decente en la maldita comisaría, aparte de Dick. Dick era mi segundo, un grandísimo compañero, el mejor. Pero era un tipo demasiado bueno, demasiado normal. No quería involucrarlo en un asunto tan peligroso, así que lo dejé al margen. Nos mantuvimos trabajando en casos más mundanos, de los que suceden en cualquier ciudad. Había un asesinato, Dick hacía sus pesquisas, yo miraba a los sospechosos y señalaba a aquel que tuviera el letrero de “CULPABLE” sobre la cabeza. El trabajo más fácil del mundo. Cumplíamos a rajatabla estos casos para tener contentos a los jefes y seguir cobrando el sueldo. En mi tiempo libre, interminables horas de aburrimiento debido a las cada vez más largas ausencias de Kath, me dedicaba a investigar sobre el posible paradero de Caronte. Cuando lo tenía localizado en la mansión de las afueras, sucedieron dos cosas: el asunto Haybrook y que Johnny pasó a ser comida china.

            El asunto Haybrook fue un caso etiquetado “Noir” del que seguro tenéis recuerdo, pues tuvo mucha repercusión. Debido a los tejemanejes de las altas instancias, y a una discusión más o menos acalorada con mi difunto vecino Harvey, pasé un tiempo en la celda y fui condenado a juicio. Kath, esa Santísima Trinidad en un metro setenta cuando tenía un buen día, me salvó y no he vuelto a verla desde entonces. No me apetece demasiado vivir en una ciudad sin ella, pero prácticamente me había devuelto a la vida y procuro conservar ese regalo póstumo. Si ella cree que yo debo estar, yo estoy hasta que diga lo contrario. No fue fácil reincorporarse al trabajo en una comisaría que te odia, pero Dick intervino para que me reaceptaran sin pedir demasiadas explicaciones. Tampoco deberíais pedirlas vosotros, así que no os las daré. Baste decir que fui relevado de toda posible investigación en la que trabajar, ya que sin espejos me era absolutamente imposible determinar ningún culpable. Pero quería un caso, y los jefes, con las caras de odio más puras que recuerdo, me dieron uno para el resto de mi vida.

            Johnny pasó a ser comida china. Li Tie se lo comió tras irlo amputando lentamente. Caronte acabó con su sufrimiento y ofreció sus restos al capo chino en señal de hermandad, así que ahora las dos bandas operaban juntas y yo no tenía informantes. Lo único que me otorgaba ventaja en mi cruzada era ser el único que conocía el rostro de Caronte, aunque no lo había visto en veinte años. Pero un hombre nunca olvida a su mejor amigo, pase el tiempo que pase. Por lo visto, él tampoco lo olvidó. Desconozco si entonces David sabía que yo iba a por él, ya que cabía la posibilidad de que Johnny estuviese ejerciendo de agente doble. Nunca lo sabremos. Entonces, me asignaron el caso que deseaban que sucediese para mandarme al exilio. Algo misterioso estaba sucediendo en algún pueblo remoto, minúsculo, muerto. No hice demasiado caso al principio, pensando que podría escaquearme. No tuve suerte. Jamás olvidaré la mañana en la que se me otorgó el privilegio de investigar el asunto más llamativo que le puede suceder a un detective, así como una pareja con la que trabajar. Otro detective, nuevo en la ciudad, recién incorporado al cuerpo. Nos estrechamos la mano, mirándonos a los ojos.

            El asunto tenía lugar en el pueblo donde Caronte y yo crecimos. Y el colega que me habían asignado era el propio Caronte, sonriendo como un reptil, conteniéndose la risa al saberse intocable, de incógnito en un cuerpo de policía en el que nadie más que yo conocía su cara. El demonio me estrechaba la mano, me invitaba a volver con él al pueblo donde toda la oscuridad tuvo comienzo, allá donde no habíamos vuelto en veinte años, donde nunca esperábamos volver. El maníaco, más inteligente que todos los allí presentes, se había alistado con la única intención de dar conmigo. Me vi obligado a sonréir mientras adivinaba el grotesco tatuaje de un dragón que cubría gran parte de su cuerpo en tinta negra, ligeramente perceptible a través de la camisa. Estrechaba la mano del demonio.
-Hola, Camus. Encantado de conocerte.
Así que éramos dos demonios con sombreros y abrigos largos. Salimos del edificio, montamos en un coche y partimos. No íbamos con destino a resolver un caso. Estábamos volviendo a casa, al infierno. Y uno de los dos no estaba preparado.

*****

Hogar.
Hay café recién hecho, y también tiene moho. Es cosa de la cafetera. Es la misma en la que desayunábamos de pequeños. Maldita sea, estamos en la misma casa en la que nos criamos. Despierta, Camus. Tienes que despertarte y salir de aquí. Pienso que es la voz de Kath, tan cálida como la luz que se cuela por la ventana. No he estado más cómodo en mi vida. El sofá es blando y caliente como un horno de pan y quiero sumergirme en el sueño. Pero no puedo, no debo.
            Caronte, David, antes siempre era David, está sangrando por el costado. Lo que nos encontró en el bosque se lo ha hecho. Llevamos dos días sin dormir y luchamos por seguir despiertos. Si me levanto y voy a por vendas, puedo curarle. De niños lo conseguíamos, ¿por qué no ahora? Caronte es el hombre más perverso del que tengo conocimiento, pero ahora es mi compañero en el caso. El caso va a acabar con nosotros, nos va a absorber en este maldito pueblo para siempre. Ahora todo esto es el valle de la muerte. Os contaré más si consigo levantarme, pero sé que si cierro los ojos veré a Kath y beberemos café juntos, aunque tenga moho. Algo nos persigue. Está acechando la casa, pero estamos a salvo. Yo no estoy herido. No lo estoy. ¿Verdad, Kath?
- Venga, hijo de puta. Levántate y ve a por las vendas. Ya sabes dónde están.
Es tarde, ya he cerrado los ojos, bañado por la luz cálida y el aroma del café. Casi puedo saborearlo y ver la melena rubia de Kath.
Caronte me devuelve a la realidad con una bofetada.
- Vamos, no querrás que me muera aquí mismo. Estoy sangrando como un cerdo.
Se ha quitado la camisa para taparse la hemorragia con ella, haciendo un guiñapo sanguinolento. Tiene todo el torso y la espalda surcados por un dragon chino, cuya cabeza se pierde en el pantalón y presumo que la boca está dibujada sobre la polla. Pensarlo me resulta más doloroso que la bofetada.
- Ahora voy, cabrón. – Murmuro.
Medio dormido, voy a por las vendas. La caja metálica del botiquín está toda oxidada, y lo que hay dentro es lo que había hace veinte años. Toda la casa está intacta.
Le tiro las vendas. Él sabe lo que hacer.
- Gracias, Camus. – Sonríe el dragón demonio. – Eres mi mejor amigo. Huelo a café
Lo peor es que tiene razón.
Con la herida cerrada, preparo dos tazas. El moho resiste orgullosamente en el centro del café, pero nos lo tomamos igualmente. Pronto podremos dormir.
- ¿Qué era eso del bosque? – Pregunta Caronte, no sin cierto esfuerzo.
- No lo sé. – Respondo. – Pero está rondando la casa.
Sólo llevamos una semana de vuelta en el pueblo y ya estamos más muertos que vivos. Aun así, siguen siendo mejores condiciones que las de los demás.
Nos mandaron aquí porque todo el pueblo se está muriendo. La gente, los animales, las plantas y los árboles. Y nosotros tenemos que resolver el caso. Somos Camus y Caronte, el mejor detective y el peor asesino de la ciudad. Tenemos que salvar nuestro pueblo y tenemos que salvar el pellejo sin matarnos entre nosotros.
- ¿Tenemos algo para desayunar? ¿Qué tal si fríes unos huevos?
No tengo la menor intención de cocinar. Paso por la cocina y traigo mi desayuno favorito en los malos tiempos: dos latas de alubias Heinz frías, con cucharilla de café. Las moscas, gordas de sangre, se adhieren a la pared sin poder apenas moverse. La muerte vive en esta casa.


Las alubias están bien. Pronto espero poder contaros más.

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