jueves, 30 de octubre de 2014

Subterranean Homesick Charlie

En la sangre de mi brazo
Nace un deseo
Tiene tu cara y
Un trazo especialmente inspirado que
Serpentea entre mis venas
La colisión acecha entre
Abismos de sangre que
Brotan de los huecos que
Incinerados, brota el humo hasta mis
Ojos, y los cierro para ahora
Sólo poder verte en mi mente
Bravo, es un avance
Rápido, desaparece
Intensamente como un sueño
Lánguido a las luces de
La
Aurora
Una bruja en la ventana
Nunca está de más
Amanece y sigue allí
Sobria como mis peores momentos
O tal vez como
Nunca antes se ha visto
Resistir a alguien
Incondicional
Siempre y sobre todo
Ahora
Que
Un nuevo mundo parece nacer
Entre los restos de otro
Pero no va a ser suficiente
En este lado nunca lo es
Nadie llega a tiempo
Es imposible pensar otra cosa que no sea
Te odio
Rojo es el color
And if you don't mind a ghost in the house, is all right...
En mi sangre hierve una bestia
Nace como el deseo
La siniestra criatura
Oscila afilada, como un parto doloroso
Masculla y maldice
Aprende rápido
Serpentea en silencio hacia ti
He preparado esto durante años
Olor a sal en la casa sobre el acantilado
Nadan sirenas en el mar
Deslízate con ellas
O encadénate a la roca en sacrificio
Desnuda
En una torpe imitación
Mi reina, Andrómeda
Ignora mis súplicas desde el
Sótano donde habito
Encarnado en la madera
Rompe la armadura de las sirenas
Y con sangre en las manos
Acaba con todos nosotros
Sur vous je laisserai une tache indélébile
En esta tierra nos clavamos 
Quejidos de amor al
Unísono
Esta quiere ser mi última voluntad
Nada termina nunca
Ondea el mástil de este
Terrible y desgarrador paisaje de soledad
Edward Hopper pintaría esto
Inmolándose con los vapores
Me pregunto si mereció la pena
Para ti seguro que no
O quizá si, las primeras horas
Reconócelo, te morías por 
Tocarme y verme
Atravesar
Tu rincón
Universal
Déjame recordarlo una vez más
Eterna, como todas esas veces
Besos a través del tiempo
Enfatizan el recuerdo que
Sobrevuela las ruinas
Del paisaje que Hopper nunca nos pintó
Es que acaso no le interesamos
Si estamos atrapados en sus cuadros
Eres la mujer triste y
Guapa que se abrocha
Un botón de diez 
Intentando no mirar los
Rascacielos a lo lejos
Tiritando en la pintura
Una tímida braga 
Debajo de la camisa
Es todo lo que te dibuja ese
Bastardo
Esa imagen era mía
Siempre lo será
Cuidaré de ella
Oscura la ciudad que habitas
Ningún farol prendido
Siete velas apagadas
Es una misa funeral
Guiarse en la noche es fácil
Únicamente siguiendo tu voz
quan la vall s'ha tenyit de sang, l'últim crit de la nit posa fi al combat
Ruge la criatura en un charco
Que de mi brazo germina
Un corazón ha formado
En el suelo de piedra
No tienes por qué quedarte
Astas de hueso clavadas en el techo
Diferente, pero igual a ti
Amenazadora como te veo
Te siento tan ardiente
Es la única forma de tenerte conmigo
Adelante, vuela donde no pueda seguirte
Teme sólo lo que tengas delante
En este suelo nos quedamos
Anclados para siempre
Queman sus escamas mis abrazos y
Un último beso 
Incandescente

domingo, 19 de octubre de 2014

"Se va usté a reír, jefe": Los negros de Ibáñez

Soy un gran aficionado al cómic. En este blog no faltan referencias a Alan Moore. En las redes sociales aclamo constantemente la excelencia de One Piece o 20th Century Boys. Uso las ideas de Tintín para dar título a los álbumes de fotos de mis viajes, y si critico la actualidad prefiero hacerlo citando tiras de Mafalda. En definitiva, adoro una buena conversación sobre cómic cada vez que coincido con el interlocutor adecuado, y esto es difícil. Es diferente, acaso, cuando un interlocutor cita: “Mortadelo.” Ahí todo cambia, porque ese interlocutor ya no necesita ser un lector especializado. Ahora podría ser cualquier residente en España desde 1958 hasta la actualidad, y ya no hablamos de cómics, sino de historietas. Y de esto sí que sabemos todos, así que me voy a ahorrar la introducción sobre la obra de Don Francisco Ibáñez Talavera. Porque una vez escribí sobre dos personajes que definían la amistad entre compañeros de clase como “aquel chaval con el que podías intercambiar tebeos de Superman y hablar de la rubia que os gustaba” y aquello era correcto para ese tipo de historia. Pero yo nunca intercambié nada de Superman en los 90. Mortadelos, todos los que hicieran falta. La obra del señor Ibáñez era interminable en todas las décadas y el nivel era casi siempre excelente. Claro que, como descubriría más tarde, muchos de aquellos tebeos no estaban realizados por él, y de esto es de lo que trata este artículo. Entremos en contexto:



Era 1992 y yo tenía vacaciones y Mortadelos. Y cuando no, tiempo libre y Mortadelos. Ejemplares de los años 80 heredados por derecho familiar. Historietas sencillas que siempre acababan con nuestros protagonistas huyendo de la justicia por haberle atizado a alguien. Mortadelo, disfrazado, diciendo aquello de "Pues yo creo que no debió, jefe..." a lo que Filemón, muy irritado, replicaba "¡Tuvimos que hacerlo! ¡Tuvimos que hacerlo!". Y a mí no me podían engañar, yo sabía que todas las historias que tenían paisajes rurales estaban ambientadas en mi pueblo, allí mismo. ¿Dónde más iban a estarlo?  Por aquella época, Ediciones B (de las cenizas de la extinta Bruguera, de la que hablaré más adelante) lanzó la línea Olé, un nuevo formato, más grande, que recogía las historias largas que Francisco Ibáñez estaba realizando sin parar. Probablemente aquellos primeros números no sean los más laureados de la interminable saga de “Agencia de información”, pero las siguientes aventuras en llegar eran de un nivel impecable. Para cuando entré 1º de EGB, ya disfrutaba de álbumes míticos como “El brujo” u “Objetivo eliminar al Rana.” Un amigo que tenía por aquella época y que perdí de vista era un devoto fan de “La Elasticina.” Se lo recordé en cuanto nos encontramos dieciocho años después, y por supuesto, se seguía acordando de “El Cascote.” Durante los años noventa, se sucedieron las ediciones en formato tomo de más “Mortadelos”, conocidos como “Super Humor”, que venían a relevar a “Magos del Humor”. En los kioscos, las revistas “Super Mortadelo” y “Mortadelo Extra” amenizaban la espera entre tomo y tomo.



Creo conveniente indicar que con “Mortadelos” no me estoy refiriendo solamente a estos dos personajes. Por “Mortadelos” se entiende la práctica totalidad de la producción de Ibáñez (“Rompetechos”, “Pepe Gotera y Otilio”, “El botones Sacarino”, así como los autores de la llamada “escuela Bruguera” y la posterior generación de la época moderna de “Ediciones B”, totalmente deudora de aquel estilo y línea editorial. Estas historietas son bien conocidas por todos, ya que han acompañado a varias generaciones hasta el día de hoy. Bien, centrémonos pues en el conocido “Caso de los Mortadelos Apócrifos”, esto es, los negros de Ibáñez.

En 2010 se estrenó la notable película “El Gran Vázquez”, con Santiago Segura interpretando al célebre dibujante y no menos célebre ser humano Manuel Vázquez (autor de Anacleto, Las Hermanas Gilda, La familia Cebolleta). En la cinta se ven representadas las oficinas de la Editorial Bruguera tal como eran en los años sesenta en Barcelona: mesas de pupitre en las que los dibujantes se quemaban las pestañas y la espalda, convenientemente situados frente al despacho del señor González, jerifalte supremo. (En la película se centraliza de forma conveniente la figura del malo en el señor Peláez, personaje inventado para la ocasión, y menciono esto exclusivamente para homenajear a Álex Angulo, que nos dejó el pasado mes de julio), pero las prácticas de esclavitud y humillación de los derechos del trabajador no son, por desgracia, ninguna invención. Bien, en cierto momento Manuel Vázquez entra en prisión (una anécdota como otra cualquiera en su turbulenta existencia) y no puede producir más Anacletos. Cuál es su sorpresa al ver que el último número de la revista DDT contiene nuevas aventuras de sus personajes, eso sí, abollados, mal dibujados y sin gracia. Furioso, Vázquez llama a Bruguera: “¡Pero cómo me habéis puesto unos negros a mí! ¡A mí, coño!”. Exacto, ni siquiera un tipo con la genialidad de Vázquez –dentro y fuera del trabajo- es insustituible. Bruguera recurre a su fondo de dibujantes y contrata a otros nuevos para que hagan el trabajo de Vázquez por un salario que discutiblemente podríamos calificar tan alto como “mínimo”. Al fin y al cabo, los niños no se dan cuenta, piensan. El arte en manos de empresarios, nada nuevo.


            Es por todos conocido el modus operandi de Bruguera en aquella época. Los dibujantes firmaban un contrato por el que sus personajes pasaban a ser propiedad de la editorial, así como los originales de las historietas. Se les pagaba por página, y se les exigía un alto número de páginas por semana, por lo que su trabajo era constante. Ocho horas de oficina para dibujar las ideas que pensaban en las dieciséis horas restantes, y así durante años. El espejo en el que se miraba la entonces creciente industria del cómic español eran los vecinos franceses. Francia ha sido siempre la vanguardia de la historieta (y me atrevería a decir “cultura” en general) y en los años sesenta estaban facturando obras maestras de forma constante. Uderzo y Goscinny lanzaban un álbum de Asterix cada año y Franquin hacía lo propio con Spirou. En Bélgica, el maestro Hergé, ya con un ritmo más relajado, se sacaba de la manga unos cada vez más impresionantes álbumes finales de Las aventuras de Tintín. Esta separación en años daba como resultado un acabado gráfico excelente, detallado, en los que los autores y ayudantes podían viajar al extranjero a documentarse sobre los países en los que iban a desarrollar nuevas historias. Ahora… ¿os imagináis estas condiciones de trabajo trasladadas a la España del franquismo?

            En Bruguera, cantidad era preferible a calidad. El número de revistas semanales en el mercado era proporcional a los ingresos, y esto era sinónimo de éxito editorial. Para mantener esta línea de publicación, los dibujantes eran desmoralizados consecuentemente. Si una semana no podían entregar sus páginas, se editaría una historieta de archivo por la que no verían ni un duro en concepto de royalties. Los originales eran literalmente destruidos delante de sus narices, en aquella misma oficina, cuando los archivos requerían de espacio para nuevas páginas. Y si andaban faltos de ideas, numerosas revistas de cómic francés les eran suministradas para que se “inspirasen” si les hacía falta. El propio Ibáñez reconoce su admiración por Franquin como podéis comprobar aquí. Ojo, no estoy condenando los plagios del autor español (son más que evidentes, y admitidos) como algo punible, ya que dadas las circunstancias de trabajo a las que eran sometidos, lo encuentro de lo más justificable. Al fin y al cabo, el humor es universal y la gracia del chiste reside en la forma de contarlo de cada humorista. Que ahora sale cada uno contando en la tele lo que se lee en Twitter y nadie se indigna. Aunque, si yo fuese francés - Dios me libre - y seguidor de las aventuras de Spirou, probablemente mi opinión de Ibáñez fuese muy distinta...


            Tras unas encuestas de popularidad entre los lectores en los que Mortadelo arrasó con todo lo que hubiese existido alguna vez en la Tierra, el nuevo plan de Bruguera era tan meditado como brutal: saturar el mercado de Mortadelo. A las revistas ya existentes se sumaron las nuevas publicaciones “Mortadelo” y “SuperMortadelo” (posteriormente se haría lo supermismo con Zipi y Zape y Sacarino). Ibáñez era, lejos de toda duda, un absoluto fuera de serie del dibujo y el guión, capaz de entregar las veinte páginas semanales y todas de gran calidad. Eran tiempos que empezaron con las historietas en blanco y negro de una página en las que Mortadelo llevaba bombín, Filemón llevaba americana, y el final era invariablemente una persecución con nuestros héroes corriendo siempre “pa’l mismo lao”. 1969 es la época de “El sulfato atómico”, la primera historia larga que dibujó Ibáñez, la más europea, la favorita de gran parte del público y una de las pocas que con toda seguridad entintó. Realizar un álbum de esta envergadura (guión, lápices y tintas) es una tarea titánica.


 A partir de entonces se sucedieron las historias largas de Mortadelo, e Ibáñez estaba desbordado de trabajo. Para asegurarse su ración de páginas semanales, Bruguera puso al fallecido Bernet Toledano (autor de Altamiro de la Cueva) a dibujar historias adicionales de Mortadelo, dando así inicio a “los apócrifos”. Así pues, Toledano tiene el dudoso honor de ser el primer negro en dibujar Mortadelos, eso sí, totalmente a las espaldas de Francisco Ibáñez, que bastante trabajo tenía ya. Esta práctica se sucedería, al menos, con los entintadores (Bruguera puso trabajadores adicionales a entintar las páginas para aliviar un poco a sus dibujantes y que pudiesen facturar aun más viñetas) hasta que en 1973 nace el Bruguera Equip. Este grupo, dirigido por Blas Sanchís y Toni Bancells, se dedicaba a facturar Mortadelos en serie, portadas incluidas. Aunque muchas veces aportaban sus propios guiones, la ardua tarea de dibujar a los personajes requirió la confección de una máquina de calcar casera con la que dibujaban más fácilmente, manteniendo las proporciones de la viñeta (y sí… tenían a su disposición todos los ejemplares de Mortadelo disponibles para calcar posturas, expresiones y lo que hiciera falta).

            Seguramente, el más talentoso de estos negros fuese Ramón Casanyes. La increíble historia de este autor – que él mismo publica aquí – nos relata la desgarradora realidad que era trabajar para Bruguera en calidad de negro de Ibáñez. Llegó a contratar más negros a los que pagaba de su propio bolsillo –que ya de por sí era algo precario – para enseñarles el oficio y poder facturar las infinitas páginas requeridas semanalmente. Suya es la famosa anécdota en la que fue a solicitar espacio en la revista para publicar un personaje de su propia creación, obteniendo como respuesta: “4 páginas semanales de Mortadelo y Filemón,2 de Pepe Gotera y Otilio, 2 de Rompetechos,1 del botones Sacarino,1 del 13, Rúe del Percebe y, si tenía tiempo, una página de un personaje propio”. Casanyes dibujó y enseñó a dibujar Mortadelos de 1975 a 1982, año en que la suspensión de pagos de Bruguera provocase la fuga de muchos de los dibujantes y el posterior cese de negocio. Él mismo comenta que Ibáñez tenía, en este período, constancia de lo que se estaba haciendo con sus personajes, y que al principio se dedicaba a revisar y corregir los guiones que se le presentaban. Luego esto acabaría convirtiéndose en una tarea adicional a añadir a la sobrecarga de trabajo, y no tuvo más remedio que confiar ciegamente en la labor del Bruguera Equip. Al fin y al cabo, no tenía ningún derecho legal sobre esos personajes.



            Quiero rescatar otra “anécdota” del texto de Casanyes en la que dice que tuvo acceso a unos originales de “El sulfato atómico” en los que Ibáñez había optado por diseñar unos Mortadelo y Filemón diferentes, más modernos, que la editorial no aceptó. Señala el hecho de que las páginas estuviesen hechas a cuatro tiras, a la medida de Europa (en aquel entonces trabajaban a cinco y antes lo hacían a seis o más). En seis tiras en las que tienen que aparecer los personajes casi a cada rato, no hay espacio para el desarrollo de fondos en profundidad. El suelo es la propia viñeta. En cambio, con cuatro tiras se abre un abanico de posibilidades muy interesante de dibujar, permitiendo planos con perspectiva y detalles. El elaborado diseño de Mortadelo y Filemón, las arrugas de sus trajes, las heridas persistentes (normalmente los chichones les duran hasta la viñeta siguiente), la relativa seriedad de la trama… todo esto hace de “El sulfato” un álbum a la altura de lo que se hacía en Francia. Quién sabe el rumbo que habrían tomado nuestros agentes de haberse permitido esa línea artística. Quizá, en vez de trescientos álbumes de golpes y persecuciones, tendríamos algo que compararíamos orgullosos con Astérix. ¿Hubiéramos preferido esto? La curiosidad es notable, pero quizá no fuese (ni sea) el país adecuado para cómics de esa madurez. Creo sinceramente que las “historietas” funcionan mucho mejor aquí. El debate de si la escuela que sentó Ibáñez podría haber dado más de sí (recuerden, cantidad frente a calidad) es interesante, pero estéril. Y el propio dibujante, que en el tiempo que le llevó hacer “El sulfato atómico” podía haber hecho tres álbumes normales, lo tiene claro.

            Probablemente todos recordamos leer aquellos Mortadelos tan raros, de dibujos sin alma, expresiones poco acertadas y guiones que parecían reciclados. Para muestra:


Esa primera tira de cinco viñetas con Filemón en el centro de la imagen y apenas fondo no es muy típica de Ibáñez. Por no mencionar la extrañeza de la cuarta viñeta, muy poco creíble. Él gustaba de iniciar la tira con una viñeta larga, con detalles de escenario y otra más corta para cerrar la primera tira. No quiere decir que deba ser siempre así, pero las diferencias son evidentes. En Internet encontramos investigadores que han efectuado una lista de las historias apócrifas que supera el millar. Su objetivo es descubrir la autoría de cada una de ellas, y no es tarea fácil (enlace). Dado que los originales fueron destruidos y fuera de toda reedición posible, estos aficionados luchan porque se reconozca a estos dibujantes que tantos Mortadelos dibujaron y por los que nunca vieron el menor agradecimiento. Puede que muchas de esas páginas puedan tildarse de basura, pero entre esos negros figuran ilustres de nuestra historieta como Jesús de Cos, Martínez Osete, Juan Manuel Muñoz (que es, desde hace cerca de veinticinco años, el ayudante personal de Ibáñez con todo lo que esto implica…) y el propio Ramón Casanyes. El talento de este autor es tal que es el único que tiene una aventura larga editada en formato Olé por Ediciones B, después de la desaparición de casi todos los apócrifos originales. Esta historia no es otra que “El caso de los párvulos”, un clásico de mi biblioteca, la cual consideraba especial porque era muy diferente. Mortadelo y Filemón discuten bastante menos de lo habitual, y el dibujo es notablemente distinto. Como curiosidad, la portada del álbum si es de Ibáñez, pero no guarda relación con la temática de la historia, lo cual me lleva a pensar que eligieron una ilustración al azar para ello. Ahora no las tengo a mano para comprobarlo, pero juraría que otras historias cortas relacionadas con un lapicero que corta toda superficie sobre la que dibuja también es del mismo autor. Conocida es su parodia “Mortalelo” en una revista para adultos. El nivel gráfico es excelente, el contenido puede herir sensibilidades. Como curiosidad es necesaria, eso sí. Advertidos estáis. Clic.



            Al principio de este artículo hablaba de que la colección Olé empezó con historias que nadie pondría al nivel de las mejores de la saga. Esto sucedía cuando Ibáñez retomaba el control sobre sus personajes después de irse de Bruguera enfadado. Durante años publicó en Grijalbo pero sin poder dibujar Mortadelos, por lo que se sacó de la manga personajes como “Tete Cohete”, “Chicha, Tato y Clodoveo” y “7 Rebolling Street”, que no era más que una reinvención de 13 Rue del Percebe a doble página y la mitad de acierto. Finalmente, tras años de pleitos, el autor volvió a lo que entonces ya era Ediciones B, cuya edición en Olé coincidió con mis seis años y mi nueva madurez lectora. “Armas con bicho” fue el primer álbum que entró en casa con ese formato, y posteriormente “El Candidato”, “El huerto siniestro”, “Los que volvieron de allá”, etc. Por varios testimonios recogidos por los mencionados investigadores de Internet (esta es una web muy completa al respecto), podemos afirmar que la labor de Ibáñez en esas historias fue grabar a viva voz los guiones en una cinta, que posteriormente serían transcritos para ser dibujados y entintados por Juan Manuel Muñoz (si, el negro que lleva con él desde entonces). A falta de una relectura necesaria tras unos cuantos años, estaría en disposición de afirmar a partir de qué número volvió Ibáñez a implicarse en el dibujo, pero me pilla un tanto lejos. Os animo a que cojáis vuestros viejos tomos y los miréis. Si tenéis ediciones de los años ochenta, mejor. A ver si identificáis los apócrifos. Y si no, no importa, coged el primer Mortadelo que tengáis a mano y echáos unas risas. Es lo que hemos hecho siempre, sin preocuparnos de cosas como las que me tienen escribiendo esto. Empiezo a experimentar un dolor en la columna que me retrotrae a los tiempos de Ibáñez en Bruguera…

            Porque, a fin de cuentas, con negros o sin ellos, con plagios a Franquin o sin ellos, Don Francisco es un dibujante genuino, sin duda el más importante de la historia de España. El marcó una línea a seguir y lleva cincuenta años haciéndonos reír. Se le pueden achacar muchas cosas a sus Mortadelos, pero jamás poner en duda su talento. Talento y trabajo duro es todo lo que hace falta, y este hombre se quemó bastante las pestañas para sacar adelante una saga irrepetible. Y el tío sigue vivo. “Cometió la heroicidad de nacer en 1936…” y sigue vivo. Y no tiene una estatua. Espejo del país que nos ha tocado. Bueno, vale, una sí que tiene (y como esta viñeta siga siendo igual de profética, pronto la tendrá…)




            Me pasé los años noventa leyendo Mortadelos, que compaginaba con Caballeros del Zodíaco hasta que me cortaron el grifo a falta de dos números para el fin de la serialización en España (Se retomaría varios larguísimos e interminables años después), Astérix y Tintín, éste último ya a finales de década y con un nivel de madurez lectora envidiable. Ediciones B dejó de editar revistas de la escuela Bruguera, cerró la línea y despidió a todos los dibujantes salvo a nuestro Ibáñez y el ilustre Jan, a los que sigue editando sus historietas (aunque un servidor lleve media vida sin echarle un ojo a las nuevas). Ocuparon el vacío los cómics de Los Simpson y los personajes de la Warner. Tengo muchísimos Olés Simpson de la época del cambio de siglo, y hay verdaderas joyas ocultas en ellos, pero a nivel historietil, la pérdida fue irremplazable. Y entonces no me importó, porque mi madurez había alcanzado cotas insospechadas ya, y leer Mortadelos era de niños pequeños. O cuando no te veía nadie, que viene a ser lo mismo. La enésima relectura de uno de estos tebeos acarreaba el peligrosísimo riesgo de pasárselo bien e, incluso para los más temerarios, alcanzar una felicidad efímera recordando otros tiempos menos complicados. Con un Mortadelo en las manos siempre se vivía al límite.
No sólo te enseñaban a reir, también te inculcaban el gusto por la lectura y el dibujo. 


Esta ilustración la hizo mi padre. Es un Ibáñez aficionado, pero casi exacto, realizado con tiempo y dedicación. Incluso la paleta de colores, pese a ser lápices Alpino de toda la vida, es la adecuada. Se podría decir que es una copia, pero es que no es difícil copiar un Mortadelo. Yo mismo lo hacía con resultados más o menos pasables. Lo que no se puede imitar es el sentido del humor tan único que tiene este hombre, y así debe ser. Por muchos aniversarios más, Don Francisco. No se muera usted nunca. 


lunes, 13 de octubre de 2014

Charlie at the gates of dawn

Amanezco.
Pienso en ti, doy vueltas en la cama. Sucede un milagro y me meto en la ducha. Me peino de veinte maneras diferentes y en ese breve momento me veo capaz incluso de llegar a gustarte. Salgo de la ducha. La esperanza se me olvida. Elijo la camisa menos arrugada del armario. Menciono algo sobre plancha, entre dientes. Abro el portátil y pincho heavy metal para vestirme y hacerme algo decente en el pelo. Bebo agua. Desayuno con la rubia. Es genial. No es tú. Ya no es tan genial. Se va a clase. Me vuelvo a mi cuarto y miro Twitter mientras pincho más heavy metal. Si quedase alguien en casa, me partiría la cabeza. Valdría la pena. Sigo mirando Twitter. Zorreo con las de siempre. Salgo de casa de una santa vez. Atravieso Lisburn Road ignorando las miradas de la gente en la calle. Esquivo de milagro los coches que entran al aparcamiento del Marks & Spencer despreciando la vida humana. La única diferencia es que yo no conduzco un puto todoterreno para ir a comprar el pan. Contra todo pronóstico, llego a la tienda. Saludo a Sonjia y a quién esté trabajando hoy. Ignoro a los clientes. Cuelgo la chaqueta, pongo agua a hervir y enciendo la plancha. Si tengo suerte, no tendré que soportar la basura de radio. Bebo té y plancho ropa. Converso con quien tenga alrededor. Si tengo confianza, no hablaré o diré burradas para agilizar el final de la conversación. Abro bolsas de ropa. Etiqueto ropa. Deshecho ropa. Salgo a la tienda. Ordeno ropa. Me pongo en el mostrador. Cobro ropa. Miro los libros. Me quedo los que me gustan. Ya los leeré en otra vida. Compro un dosel nuevo para la cama. El que tenía ya está amarillo. Este es verde, así que durará más. Pasan siete horas. Ha sido un día fácil y sólo me he acordado de ti dieciocho veces. Catorce de ellas para mal. Te odio. No quiero saber más de ti. Me despido de la gente por hoy y me voy al Marlborough Park a dar una vuelta. Hay parejas, niños y perros. Mierda. Vuelvo a pensar en ti. Me gustaría haber fumado para echar de menos algo que no seas tú, pero no tengo ningún sustitutivo. Me enchufo el Animals en el móvil con auriculares y sigo paseando por el parque. Todo es verde y negro. La música también es verde y negra. Susurro "all alooooooone, draaagged down by the stone" cuando es seguro hacerlo. Me acuerdo de tus ojos. Joder. Luego veo tus mofletes. Por ahí vienen tus ojos flotando. Esto no hay quién lo pare y me acuerdo de tu boca. A la mierda. Me voy a casa, saludo a la gente, cojo bolsas, me voy al Tesco a hacer la compra. Vuelvo con un pollo entero. Lo despiezo con saña y el calvo dice que debo de ser un experto. Los cojones. Adobo los pedazos y los congelo. Me gusta cortar cosas muertas para luego comérmelas. Quisiera que hicieses lo mismo conmigo, pero todo no puede ser. La gente del piso intenta darme conversación. Digo cosas al azar, no me entienden y fingen reírse. Todo normal. Subo a mi templo, pincho más heavy metal, miro Twitter y vuelvo a zorrear con las de siempre. Necesito un trago. Me siento tentado de mirar fotos tuyas. La mano derecha agarra el ratón. La mano izquierda le mete tal hostia que la deja colgando de un filamento. Esta vez gano yo. Pienso en hacer muchas cosas a la vez para distraerme. Leer, comer algo, masturbarme, escuchar más música, bajar a conversar con la gente, incluso ver alguna de las películas de mierda que ponen. Las buenas que tienen disponibles ya las he visto todas. Tal superioridad intelectual me concede poderes y vuelo por la habitación. Me acuerdo de tus tetas. Me caigo al suelo. A tomar por culo. Me acuerdo de tu coño y me lo como. Te como entera. Se me pasa el hambre. Tu ropa en un montón en la alfombra. Meo encima y le prendo fuego. Te ato a la cama, te beso, sorpresivamente me besas y eso no me lo esperaba, así que hago homenaje al poema de Boris Vian por aquello de "no quisiera morir antes de haber gastado su boca con mi boca, su cuerpo con mis manos, el resto con mis ojos", y ya no digo más (es mejor no ser irreverente). Y cuando llego a tu centro de azúcar hay un clímax. Todo se acaba. Me he puesto perdido y ya no estás en mi cama. Nunca has estado. Tengo que ir al baño. Llego como puedo a la puerta. De repente es de noche y no hay cojones a salir al pasillo. El pasillo es una película dirigida por David Lynch y Stanley Kubrick. La casa está construida sobre un cementerio indio. Asomo un ojo. Ahí están Freddy Krueger, la Reina Alien, la vieja de El Resplandor, el demonio Pazuzu de El Exorcista, la tribu de Holocausto Caníbal al completo, la escalera de Al final de la escalera, Simón de Canterville, Nosferatu versión Herzog, BOB de Twin Peaks, el Coco, el gato de Pet Sematary, Christopher Walken haciendo de sí mismo, Leatherface, Pennywise, los horrores cósmicos de H.P. Lovecraft, Guilty de Caballeros del Zodíaco and the raven nevermore. Su puta madre va a ir al baño. Cierro los ojos, tomo aire y corro. He llegado sano y salvo. Termino, salgo y en otra carrera estoy en mi cuarto. Cierro la puerta con cuatro pestillos como el tío Gilito haciendo de Scrooge en Cuento de Navidad. Me meto en la cama. Los oigo arañar la puerta. La madre que parió a Stephen King. Me tapo entero con la sábana e intento dormir. Tú, tú, tú. Que te jodan. Ese mantra se repite hasta que sale el sol. Blasfemo siete veces al cantar el gallo. No tenemos gallo. Si lo tuviéramos, ya no tendría que ir a comprar pollo en una semana. La rubia llama a mi puerta para desayunar. Tengo los ojos como alcachofas. Te maldigo y bajo a la cocina. Otra noche igual.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Fuego camina conmigo

“Era un sueño. Vivíamos dentro de un sueño…”

El universo es una tarta de cerezas que salta entre dos mundos. La tarta de cerezas se mueve a través del tiempo, como un crimen olvidado que desea ser revivido. Sueño con cortinas rojas en una habitación fantasma. He visto a los espíritus. He bailado jazz con el enano de otro lugar, he bebido el café de la Logia. Amé a la mujer preciosa que estaba atrapada allí, por haber cometido y sufrido pecados carnales. La amé mucho tiempo, desde que el viento soplaba entre los pinos, las lechuzas y los semáforos brillaban locos y vi su melena rubia volverse, llena de tristeza, hacia la oscuridad. Una tristeza infinita e insalvable, acompañada por unas notas de piano que rompían la canción oscura de réquiem que eran los últimos días de su vida. Laura lo sabía. Siempre supo quién sería su asesino. Ella lo dejó entrar cuando cumplió doce años. Todo el mal vaciándose a través de una boca negra, el mal que nace de la tierra, el mal que flota por el aire, surgiendo de las profundidades de otros universos. Todo ese mal confluyendo en un mismo punto elegido hace siglos. Yo estaba allí, escondido tras la máscara de mono, y lo vi todo. Eligieron a Laura hace mucho tiempo. Se alimentaban del sufrimiento de las personas, como todos los espíritus. Yo llegué allí buscando a Judy, pero vamos a dejarla completamente al margen. ¿Me oís? No vamos a hablar de Judy para nada. Judy, Theresa, Laura. Laura…

Era un sueño, por supuesto. Usaron ese sueño para atraer a Cooper hasta allí, porque él había visto a Laura en sus sueños. Él también la amaba, por supuesto. Todos los locos d aquel pueblo lo hacían. Se quedaron así por el aire que salía del aserradero. Congelados en el tiempo. En ese pueblo, el tiempo se retorcía y nada era lo que parece. Y Cooper llegó dispuesto a resolver el misterio. Pobre hombre. Quizá el mejor que jamás ha habitado esta tierra, sí. Todo un heraldo de la bondad, seleccionado por los ancestros para combatir a BOB. Fue una lástima lo que le pasó. ¿Y ahora, no sabéis quién es? Alejáos de él. No es el mismo de siempre. Mirad sus ojos. ¿Os parecen los de un hombre de su altura? Corred, ponéos fuera de su alcance o acabaréis en su bolsa de muerte. El fuego camina con él. Y ahora, veinticinco años después, vuelve a abrirse la Logia. Tenemos que rescatar al buen Cooper si queremos darle una última oportunidad a este mundo que amamos. Hagámoslo por la bondad, el café y tarta de cerezas de la Doble R. Por las cantantes fantasmales susurrando melodías de otra época. Por las notas tristes de piano. Por el sufrimiento de las familias atrapadas. Ahora y siempre, hagámoslo por Laura. La Logia se abre y debemos recorrer una vez más el camino hasta el círculo de sicómoros, atravesar el olor a aceite quemado y enfrentar al fuego. Entre los pinos, entre las montañas, rodeados de madera. Mirad bien a vuestro alrededor, y si os encontráis con vuestra sombra, no perdáis el valor. El miedo y el amor pueden abrir la Logia, pero una vez en la sala de espera, sólo uno de los dos os ayudarán a salir victoriosos.


Sólo quedan dos años. ¿Qué son dos años, para los que han estado atrapados durante veinticinco? Esta vez, os lo prometo, venceremos al mal. Por Laura, por Cooper y por todos los habitantes de aquel pueblo que siempre lo han combatido. 

Fuego camina conmigo.